domingo, 18 de octubre de 2009

NADA QUE OCULTAR: hablando de lo que nos duele


ANDREA CON SU HIJA LARA. Vivió, consumiendo, "en un caño". A los 40 años, está en recuperación
Foto: Daniel Pessah

Sociedad
Ganarle al paco
Testimonios de la difícil pelea contra una droga que mata en el país a tres personas por día

Noticias de Revista: Domingo 18 de octubre de 2009 | Publicado en edición impresa


Sí, se puede; si se quiere, si te ayudan, sí, se puede", dice Andrea, como si se repitiera un mandamiento. "Yo toqué fondo, ¿sabés? Toqué un fondo que parecía no tener fondo, porque caía y nunca llegaba -dibuja en el aire una caída como eterna- hasta que te das el golpe. Y ahí reaccionás o bajás los brazos sin que importe lo que viene."

Andrea tiene 40 años y pudo dejar la pasta base de cocaína, más conocida como paco, la droga cuyo consumo creció un 500% desde 2001. Hace dos años que está en recuperación y, como tantas otras mujeres consumidoras, se sintió ignorada, invisible y estigmatizada por ser madre, pobre y, por sobre todo, mujer (ver aparte). Dice que creció en una familia de clase media "bien", y que fue a los colegios más caros de Lanús. "Pero la vida hizo que terminara así."

Fue en Salta, en 2007, cuando Andrea recibió el golpe que la hizo reaccionar. "Me había ido para allá con la idea de dejar todo lo malo acá. Me fui con mi nena Luna (ahora tiene 11 años) para que estuviera con sus tres hermanos (20, 19 y 14), que viven con su papá. Pero mi idea era dejarlo todo.

-¿Dejar qué?

-Todas mis adicciones; es la fantasía de que si cambiás de lugar cambiás todo. Pensé que iba a dejar el alcohol, las drogas, para poder arrancar todo de nuevo. Y me fui con ella (señala a Luna, su fiel testigo), pero me encontré con otra cosa. Y ahí, por primera vez, probé el paco. Fumaba, fumaba, fumaba y...

-¿Qué pasó?

-Perdí la noción del tiempo. En ese momento pensaba que había pasado una noche, nada más, y me fui a buscar a Luna al hotel donde estábamos parando. Cuando llegué, me di cuenta de que había pasado una semana, ¿te das cuenta? En ese momento me quise morir. Ahí me enteré de que habían llamado a un juez, que había estado la policía, que mi mamá había venido desde Buenos Aires. Sacaron todas mis cosas del hotel; me daban por desaparecida porque no sabían dónde estaba. Fue ahí donde dije ¿qué hice?, ¿qué le hice a Luna?

En un caño. Ahí vivía Andrea. "En uno de esos donde pasa la mierda que va para el arroyo; ahí paraba, y fumaba como lechuza, pendiente de todo y de todos los que pasaban."

Video: dos triunfos sobre la drogadicción

-¿Cuánto tiempo estuviste así?

-Después del episodio del hotel, seguí en la calle como veinte o veinticinco días más. Ya estaba al borde de la locura: hablaba sola y veía cosas que no existían. Y en uno de los pocos momentos en los que tuve registro de mi realidad fue cuando me dije que me iba a internar. Había tomado una decisión y estaba segura de lo que quería hacer. Así, llegó a la puerta de Betania [Asociación Civil Betania, centro dedicado a la prevención, rehabilitación y reinserción de toxicodependencias y otras adicciones]. Me quedé paradita ahí pensado que me iban a ayudar enseguida, pero no. Me contaron cómo eran los pasos a seguir y me anotaron en una lista de espera para que me atendiera un psicólogo; después, un psiquiatra, y no sé quién más. Pero para cada turno tenía que esperar por lo menos dos meses. Me desesperé. "¿Dos meses? Pero yo no puedo esperar -le decía-, ¿no ves cómo estoy?, no llego con mi vida. ¿No ves? -le gritaba-, ¡estoy arruinada!" Tenía toda la piel negra de la mugre de vivir en la calle. Entonces me ofrecieron un tratamiento que salía entre 3000 y 5000 pesos.

La frase termina con una carcajada.

-Es pura ironía, ¿no? De dónde iba a sacar esa plata si estaba viviendo en la calle. Empecé a los gritos a pedir ayuda hasta que me dieron un papel con la dirección de una oficina oficial tipo "desarrollo de familia", algo así.

Y de ahí Andrea se fue con un pasaje a Buenos Aires.

-¿Te dieron el pasaje y una derivación?

-No, el pasaje nada más y el clásico silencio de que Dios te ayude.

Y llegó a Chacarita.

-No me animé a ir a la casa de mi mamá. No podía dejar que Luna me viera así.

Un tiempo se quedó en la plaza, luego se metió bajo un puente de La Paternal y vivió un buen tiempo ahí, donde seguía fumando.

-¿De dónde sacabas la plata para comprar?

-Cartoneando. Hacía unos pesos para comer y para fumar.

Noche tras noche, las ambulancias del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires se acercaban al lugar donde Andrea y otros vivían.

-Venían con un asistente social y un psicólogo para ofrecerte pasar la noche en un refugio, pero después, a las 6 de la mañana, tenías que agarrar tus cosas e irte.

-¿Por qué no aceptaste?

-Porque así perdía mi lugar, mis cosas, y además con eso no arreglaba nada. Cada vez que venían yo les decía que no me iba a mover hasta no conseguir una internación para tratarme. Y me quedé ahí con un ranchito; lo armé con lo que encontraba. Como era la única mujer del grupo los chicos me ayudaban y me cuidaban. Lo mío era un chalé.

-Finalmente, ¿te ayudaron?

-Un día me dieron el 0800 de Sedronar [Secretaría de Programación para la Prevención de la Drogadicción y la Lucha contra el Narcotráfico]; empecé a llamar hasta que conseguí la dirección y me fui hasta allá. Yo estaba arruinada; mi deterioro era cada vez peor: la mugre, el hambre; ya no coordinaba.

-¿Se te cruzó por la cabeza bajar los brazos y decir ya está, no puedo más?

-Sí y no. Ya sé que resulta extraño que te diga que quería salir pero que a la vez fumaba y que a la noche me reventaba, pero en el fondo no quería bajar los brazos.

La decisión estaba tomada y por eso, a pesar de que las entrevistas de contención que Sedronar le había ofrecido eran cada siete días y algunas cada quince, Andrea siguió firme.

-Había momentos en que no tenía plata y no podía viajar; en siete días pasaban muchas cosas; podía perder un diente, iba con la cabeza o la boca partida por una pelea, además de la locura galopante que tenía encima. Lo que sí hacía era llamar por teléfono para avisar por qué no podía ir. Lo que yo necesitaba era que alguien me agarrara de una y me internara.

Cinco meses pasaron desde aquella decisión en Salta hasta que consiguió ser internada.

-Me podría haber muerto; por suerte no tuve ninguna enfermedad, sólo una bronquitis jodida por el frío que chupé. La saqué barata.

Villa Rosa era su nuevo destino. Una comunidad mixta que la albergó durante 8 meses, a la que llegó derivada por Sedronar.

-Y hasta allá fui. A Pilar, solita, con poca plata y haciendo las paradas necesarias para controlar la ansiedad. Llegué a las 6 de la tarde con la carta en la mano. Para mí fue un orgullo llegar. Apenas las puertas se abrieron me agarraron así [hace el gesto como si la hubieran tomado con las puntas de los dedos] y me mandaron al baño a ducharme; era insoportable la mugre que tenía encima. Yo no era consciente de lo destruida que estaba: tenía quince kilos menos y estaba viva de milagro.

De a poco la vida cambió, porque "empezás a disfrutar del sol, del verde, del día".

-¿Y de la noche?

-La ves de otra manera: descubrís que a la noche podés dormir. Qué loco, ¿no? Descubrís que podés cerrar los ojos y dormir. Pero no es fácil; hasta hoy siento que no estoy preparada para enfrentarla. Cuando veo que ya está oscureciendo me apuro en terminar para llegar a casa cuanto antes. Todavía la noche me pesa.

Fue en Villa Rosa donde se enteró de que estaba embarazada.

-Estaba aterrada; viví todo el embarazo de Lara con miedo. Llegué a pensar que iba a nacer con tres ojos, sin brazos, con problemas respiratorios, o que se iba a morir. Cuando me enteré, lloré; me tocaba la panza y decía Dios mío, porque el padre también es consumidor. Pero decidí tenerla. Era mi oportunidad de hacer las cosas bien de una vez por todas.

En la comunidad, Andrea demostró ser responsable y tener una buena capacidad de reinserción social. Por esa razón, al cumplir los 8 meses de tratamiento (por lo general, el lapso es de un año) le dieron el alta.

-Así que salí al mundo a punto de tener una nueva hija y dispuesta a recuperar a Luna, que estaba bajo la custodia de mi mamá.

De Villa Rosa la derivaron a Alas, Hogar y Familia, asociación que brinda amparo a la mujer embarazada en riesgo. Allí estuvo hasta que Lara cumplió dos meses.

-El arreglo era que siguiera yendo a Pilar una vez por semana. No falté nunca. Llevaba conmigo un cuaderno donde lo anotaba todo: adónde iba, a quién veía, qué hacía, a qué hora me levantaba, a qué hora me acostaba. Yo lo contaba todo. Me sentía obligada a hacerlo, como cuando estás en el colegio. Tenía que ver con mi orgullo, con decir que yo podía, que podía recuperar mi vida, a mi hija, que podía volver a empezar.

En el cenicero ya no hay lugar donde apagar el pucho; lo retuerce contra los otros y lo abandona. Su mano vuelve a tomar el paquete y enciende otro cigarrillo. No para. Es uno tras otro. "Es la ansiedad, viste", se excusa.

-¿Cómo manejaste la ansiedad?

-Uf, fue duro. Todas las noches lloraba, me levantaba con los ojos hinchados. Y no paraba de tomar mate: pavas y pavas para parar la ansiedad, porque en la comunidad contás con alguien las 24 horas. Afuera no. Es cierto que está la contención telefónica, pero no siempre tenés a alguien disponible del otro lado a las tres de la mañana, o que te lleven a dar una vuelta manzana para calmarte. Y encima tenía que cuidar a Lara. Había momentos en que me decía qué hago, cómo la calmo, porque no paraba de llorar. En el hogar me sentía protegida porque me ayudaban con la nena; después tuve que arreglarme sola.

En su desesperada búsqueda por encontrar un espacio que la contuviera, que la escuchara, que entendiera por lo que estaba pasando, dio con el Movimiento Madres en Lucha, más conocido como "madres contra el paco" (ver aparte). "Sabían por lo que había pasado y por lo que estaba pasando; me ayudaron mucho. Hace dos años que estoy en recuperación, tengo el alta de todo, pero sigo en contacto con la comunidad, hago terapia, me encuentro los sábados con chicos recuperados de Villa Rosa para seguir hablando y ahora estoy preparándome para ayudar a los que me necesiten. Estoy haciendo un curso."

Por un momento se relaja. Mira a Luna y a Lara. Sus dos hijas comparten con ella el mismo techo: una casa humilde, cálida, en la localidad de Martín Coronado.

-Me falta tanto por hacer -dice, y abre los brazos como abarcándolo todo-; ahora soy mamá tiempo completo. Trabajo en tres casas (como doméstica) y apenas llegamos a fin de mes, pero estamos juntas.

Por un instante los ojos se posan en las fotos que están pegadas en una de las paredes.

-¿Son tus otros hijos?, ¿los de Salta?

-Sí, tratamos de vivir juntos, pero no funcionó. Es mejor así, porque si yo seguía con ellos quizás hoy serían adictos también.

-¿Seguís en contacto?

-Con mensajitos desde el celular y a veces por e-mail. En noviembre, es casi seguro que vengan a verme. Tengo que preparar todo para que estén cómodos acá.

Luna se ríe por la preocupación de su madre. Parece más grande.

-La vida hizo que madurara más rápido. Las pasó todas; no me olvido de eso, lo tengo siempre presente, pero tengo que mirar hacia adelante y por eso hablo tan brutal con ella. No quiero que viva en una burbuja. Quiero servirle de ejemplo.

Por Fabiana Scherer


Mujeres ignoradas
"La invisibilidad de las mujeres en los estudios sobre drogodependencia ha llevado a una escasa inclusión del género en los programas preventivos -explica la socióloga y magíster en políticas sociales Ana Clara Camarotti, cocoordinadora del Area de Salud del Instituto Gino Germani (UBA) y a cargo del equipo que lleva adelante la investigación Reducción de daños en mujeres consumidoras de pasta base en zonas de riesgo de la ciudad de Buenos Aires-. Durante el trabajo comprobamos un creciente aumento del consumo en mujeres, de variadas edades, así como en niñas y niños." La investigación se realiza junto con el Centro de Iniciativas de Cooperación al Desarrollo (Cicode), de Universidad de Granada (España).

El análisis de las entrevistas realizadas muestra cómo las mujeres se inician en el consumo de pasta base a partir del convite de un varón. "En su mayoría, las mujeres son madres; durante su embarazo, muy pocas dejan el consumo, y la mayoría no tiene la tenencia de sus hijos. El dinero para conseguir la sustancia lo obtienen con mayor frecuencia del trabajo sexual que comienzan a realizar a muy temprana edad. Los varones, en cambio, expresan que consiguen el dinero a través del robo. Las mujeres consumidoras de pasta base son más discriminadas y estigmatizadas, por su trayectoria de consumo, tanto por varones como por mujeres."

Más datos: www.iigg.fsoc.uba.ar

Lo peor que nos puede pasar es naturalizar el problema
El consumo del paco creció un 500 por ciento desde 2001 -dispara Marta Gómez, presidenta del Movimiento Madres en Lucha-; por día se internan tres consumidores mayores, cuatro menores, y también por día mueren tres personas. Esto no se dice porque son los muertos con los que nadie quiere cargar. Suelen ser suicidios, muertes violentas, de enfrentamientos entre ellos o con la policía, por eso decimos que hay zonas liberadas."

Fue en 2006 cuando se formó el grupo de Madres en Lucha de La Boca. La pasta base de cocaína (PBC) estaba matando al hijo de Marta (hoy recuperado), a los de sus vecinas y amigas. Por eso decidió hacerle frente, y junto a otras madres denunció los estragos de esta droga. "Muchos agradecen que haya zonas liberadas; así, de una vez por todas no van a joder estos negritos. No hay una decisión política real para terminar con esto. Es más fácil estigmatizar, pero tenemos que ser conscientes de que lo que pasa nos pasa a todos como sociedad. Este era un país de tránsito, pero después de la crisis de 2001 se transformó en un país que cocina, que prepara. Hablemos claro: la Argentina está llena de laboratorios de cocaína, y por eso hay paco."

Según un estudio realizado por el Observatorio Argentino de Drogas, el 2001 es para muchos el comienzo del "problema paco"; es el momento de la caída de la convertibilidad y el comienzo de la crisis económica. Datos del Indec de mayo de 2002 arrojaron que la brecha entre el ingreso promedio del 10% de los hogares más ricos respecto del 10% de los más pobres era de 26 veces.

"Desatención sanitaria" es una frase que suele escucharse cuando se habla de paco. "Es que al menos un 30% de los adictos padecen tuberculosis (TBC), desnutrición, alguna enfermedad venérea, HIV -alerta Gómez-. Los pibes con tuberculosis que se escapan del (hospital) Muñiz vuelven a la calle y se terminan muriendo por la taquicardia que les produce el consumo y por los ataques cardiorrespiratorios. El paco superó a los médicos; no saben qué hacer. Al Ministerio de Salud le estamos pidiendo por favor que los hospitales dispongan como mínimo de cuatro camas para atender las emergencias. Contamos con el Fernández, que está adecuado y preparado para atender y ofrecer la desintoxicación, pero no nos alcanza."

La indignación se apodera de Marta. "Los pibes hoy se fuman entre 50 y 200 pacos por día."

¿Entonces es un mito eso de que se trata de una droga barata? "Totalmente, porque ahora pueden conseguirla a entre ocho y quince pesos. Hacé cuentas, ¿cuánto necesitan?. Pero con esto no quiero decir que los que consumen salen a robar, no, porque ni siquiera tienen la voluntad para ir a robar; rastrean, se llevan las cosas de sus casas, las desvalijan; comienzan a vender sus cosas, sus ropas, sus documentos; algunos se prostituyen, otros se transforman en delivery. No seamos hipócritas: no hay que meterse en una villa para ver qué es lo que está pasando.

También está instalado en las clases media y altas. "Ya ahí el precio es otro; la media lo consigue a entre 40 y 50 pesos; la alta, que tiene delivery incluido, paga entre 80 y 100 pesos; por supuesto que la calidad es otra. Pero las estadísticas surgen de los que menos tienen, porque el resto lo resuelven a puerta cerrada. Desde acá y junto con el Comedor Los Pibes, de La Boca, intentamos ayudar; ofrecemos talleres y trabajos que fomentan la reinserción social. Lo peor que nos puede pasar es naturalizar el problema."
Más datos: www.madresenlucha.org.ar ; madresenlucha@gmail.com; 4523-0713

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Testimonios de la difícil pelea contra una droga que mata en el país a tres personas por día

lanacion.com | Revista | Domingo 18 de octubre de 2009



YO TE AYUDO. Eduardo y Liliana en la bicicletería que tienen en Avellaneda
Lo nuestro es como vaciar el mar con un balde -dice Eduardo-. Parece imposible, pero yo tengo la satisfacción de ver las caras de los pibes que se están recuperando, y eso no me lo paga nadie."

Sociedad
Los rescatistas del paco
La bicicletería que atienden en Avellaneda sirve de base de operaciones. Allí, entre mates, Liliana y Eduardo reciben el pedido de madres que intentan sacar a sus hijos de la droga. Ellos escuchan y ayudan sin pedir nada a cambio

Noticias de Revista: Domingo 18 de octubre de 2009 | Publicado en edición impresa

A Eduardo y a Liliana los conocen en la ciudad de Avellaneda como los "rescatistas del paco". Su base de operaciones es la bicicletería que atienden en la calle Suárez. Rey de Reyes se llama. En su vidriera pueden leerse frases como No le digas a Dios cuán grandes son tus problemas. Dile a tus problemas cuán grande es Dios. "Soy evangelista -aclara Eduardo-; soy muy creyente. Para mí, Dios me abre las puertas; sin su ayuda no podría hacer esto. El me da la fuerza necesaria para poder llevar adelante este trabajo."

A pulmón: así trabajan Liliana y Eduardo. Ella es viuda y tiene dos nenas, una de 17 y otra de 14 años. El está separado y también tiene dos nenas, una de 10 y una de 14. "Ninguno de nuestros hijos estuvieron metidos con el paco", asegura Liliana. "Gracias a Dios", remata Eduardo.

-¿Y por qué deciden involucrarse con estas historias?

-Por la hija de una amiga. La situación era tremenda -cuenta Liliana.

"Fue ella la que arrancó con todo esto -señala Eduardo, con orgullo-. Liliana llegó a meterse en la villa de Zavaleta [es considerada la más peligrosa de la ciudad de Buenos Aires] para ir a buscarla. De esto hace ya casi dos años. "

"Es una chica grande, de 27 años, que siempre tuvo problemas con la droga, pero con el paco su vida cambió por completo -aclara Liliana-. Desaparecía de la casa, nadie sabía dónde estaba. Y con Edu empezamos a buscarla. Estuvimos quince días tratando de dar con ella hasta que nos dijeron que estaba prostituyéndose en la Zavaleta. Nos metimos en la villa con la ayuda de unos punteros y pudimos sacarla metida en la parte de atrás de la camioneta, tapada con basura. Estaba arruinada; la derivamos al hospital Fernández para una desintoxicación y después la internamos. El traslado lo hicimos a través de Sedronar.

"Este es un caso que se repite; entonces, cómo no vamos a hacer nada -se convence Eduardo-. Lili y yo no podemos ver a los pibes así, tirados, sin futuro. Tenemos hijas y sabemos que les puede pasar a ellas, porque nadie está exento. Esto es algo que está a la vista de todos. No nos podemos hacer los boludos."

Hubo un tiempo en el que Liliana y Eduardo caminaban las villas en nombre del Partido Justicialista.

"Hacíamos como una especie de censo de lo que la gente necesitaba -explica el hombre, mientras arregla una goma pinchada rodado 16-. Intentábamos cumplir con eso. Si necesitaban un colchón, a la semana siguiente lo llevábamos; si necesitaban una silla de ruedas, nosotros agilizábamos todos los trámites para que esa familia pudiera conseguirla. De ese trabajo nos quedaron varios contactos que hoy todavía usamos."

Hoy Eduardo está al frente de la bicicletería. Por la tarde, después de pasar la mañana como agente comunitaria de Violencia Familiar en la Municipalidad de Avellaneda, Liliana prepara los mates y, entre parches y soldaduras, reciben llamadas, consultas y pedidos de ayuda para rescatar al que está en problemas.

"No importa la edad, el sexo, nada; el paco afecta a todos -señala Eduardo-. Nos pasó de tener que hacer internaciones de chicos sin ningún peso encima. Los buscábamos para llevarlos y apenas teníamos para el viaje. Pero la satisfacción de que ese chico tuviera una oportunidad no te la quita nadie. Yo no tengo un estudio terciario, pero Dios me dio la capacidad de poder llegar a los pibes. Sé cuándo me tengo que callar, cuándo los tengo que retar, cuándo los tengo que escuchar y acompañar."

La firme convicción de que la recuperación es posible les da las fuerzas necesarias para seguir adelante.

"Somos conscientes de que hay instancias en las que es muy difícil la recuperación -reconoce él-, pero siempre hay una luz de esperanza. Como el caso de Fátima [para preservar la identidad, no se revela su nombre verdadero], que con 15 años no sólo padeció la adicción al paco. Vivió en la calle, se prostituyó y contrajo sífilis, lo que le provocó un daño cerebral irreversible. Ahora está internada en la comunidad de Los Naranjos, en San Pedro." (Ver nota aparte.)

Ambos saben que el tratamiento no sirve de nada si uno no les ofrece la oportunidad de un cambio de vida.

"Con un aporte privado estamos tratando de armar un espacio donde ofrecer talleres, cursos que puedan darles herramientas para trabajar -cuenta entusiasmado Eduardo-. Si no les das una respuesta social, de nada sirve. Hay que ofrecerles un nuevo horizonte, porque estos chicos perdieron toda esperanza de tener una vida normal."

La etapa posterior al tratamiento sigue siendo el gran desafío y, de acuerdo con el estudio publicado por el Observatorio Argentino de Drogas, se evidencian dos cuestiones por resolver: por un lado, la que se refiere a crear espacios de sociabilidad que permitan una integración efectiva una vez concluido el tratamiento; por otro, la necesidad de un seguimiento que acompañe el proceso de reinserción, teniendo en cuenta la fragilidad de los vínculos y la situación de vulnerabilidad social que debe enfrentarse al dejar la institución. Los profesionales reconocen que se trata de una cuestión estructural, ubicada en un plano macrosocial, que en gran medida resulta ajena a las posibilidades de acción de los centros de tratamiento.

"Viven el hoy -agrega Liliana-. Cuando vos les preguntás por el futuro, ellos te dicen, qué futuro, yo ya estoy muerto."

Más datos: Para consultas y/o comentarios, comunicarse al 15-5-7517910

En el cine, historia de un flagelo
Paco, así se llama la película que Diego Rafecas (Un buda, Rodney) estrenará en marzo de 2010 y que tiene como protagonistas a Tomás Fonzi, Norma Aleandro, Romina Ricci, Sofía Gala Castiglione, Luis Luque y Esther Goris. "Es un film que abarca muchos temas, como en realidad también los abarca el paco -explica el director-; habla de la adicción, de los aspectos sociales y políticos, además de coquetear con el policial."

Asesorado por el Movimiento de Madres en Lucha, Rafecas se sumergió en la problemática para poder hablar también de la recuperación. "Buena parte de la película transcurre en una comunidad, donde se cruzan historias de consumidores, no sólo del paco, sino de otras drogas. La historia también tiene que ver conmigo. Yo fui parte del programa Andrés, cuando tenía 19 años. Estuve siete meses internado. Toqué fondo; sé lo que es estar ahí abajo. Siempre digo que está la posibilidad de vivir varias vidas. Una puede morir, para que otra nazca; eso sí, necesitás que te ayuden, que te escuchen. Creo que es un callejón con salida, angosta, pero salida al fin." Paco se presentará en la competencia oficial del Festival de Valladolid (se llevará a cabo del 23 al 31 de este mes). La película cuenta con la dirección musical de Diego Tuñón (Babasónicos) y la participación de Pity Alvarez (ex consumidor de paco), que hace una versión de Transan, el tema de Intoxicados, la banda que lideraba.
Más datos: http://www.youtube.com/watch?v=jOWxke6-rr4

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La bicicletería que atienden en Avellaneda sirve de base de operaciones. Allí, entre mates, Liliana y Eduardo reciben el pedido de madres que intentan sacar a sus hijos de la droga. Ellos escuchan y ayudan sin pedir nada a cambio

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NADA QUE OCULTAR. Una imagen que se repite en el paredón del cementerio de Flores, sin importar la hora ni el día

Sociedad / Entrevista
Trabajar en redes
Noticias de Revista: Domingo 18 de octubre de 2009 | Publicado en edición impresa

Lo que ocurre con el paco es un fenómeno diferente del resto de las otras adicciones -explica la doctora Norma Vallejo, subsecretaria de Planificación, Prevención y Asistencia de Sedronar-, porque compromete a poblaciones de alto riesgo y tiene una potencialidad de peligro muy grande. Es importante destacar que el problema hace su aparición durante la crisis de 2001 y en las poblaciones vulnerables. En la actualidad ha llegado a otras clases sociales, como la media y también la alta, pero la gran diferencia es que el paco es la droga dominante en las poblaciones de bajos recursos; en cambio, en la media se consume en conjunto con otras drogas."

El informe realizado por el Observatorio Argentino de Drogas señala que hay quienes abordan el problema del consumo como "la punta del iceberg" de un problema mayor y estructural en la sociedad. Es la cara visible de un proceso social que lo contiene, lo explica y lo realimenta. Desde este punto de vista, son las críticas condiciones socioeconómicas producidas por los procesos de exclusión social las que abren paso a nuevas formas en el tráfico y el consumo de drogas en la Argentina, poniendo al paco como protagonista casi absoluto. Su anclaje como "la droga de los pobres" ha hecho de su consumo el paradigma de todos los males que la sociedad dual, la de los ganadores y los perdedores, coloca del lado perdedor.

-¿El consumo está centrado en las áreas de Capital?

-No, se ha extendido, no sólo en las áreas de Capital y Gran Buenos Aires. Hoy está presente en algunas provincias del interior, pero siempre cercanas a ciudades capitales.

-Usted señaló que es una droga que tiene una importante potencialidad de peligro. ¿Por qué?

-Este tipo de droga se absorbe a través del fumado, lo que genera mayor riesgo que cuando se incorpora por vía digestiva o inyectable. La absorción que se hace a través del fumado es extraordinariamente amplia. Rápidamente pasa a la circulación y de ahí al cerebro, por lo que el efecto es mucho más breve y necesita casi inmediatamente de una segunda dosis. En poblaciones vulnerables el problema aun es mayor, porque la vulnerabilidad se da en todos los aspectos. Debemos enfrentarlo como una enfermedad polifacética. Para la rehabilitación, que es un estadio posterior, están bien las comunidades, los tratamientos ambulatorios. Pero hay un paso previo a esto, que es el de prestar atención al estado de salud del paciente, y eso debe ser abordado por los hospitales públicos.

-¿Y se está trabajando en esto?, las madres suelen decir que los hospitales no están preparados y que los médicos no están capacitados.

-Cuando hablamos de desintoxicación nos referimos a la toxicología, una ciencia que se ocupa del diagnóstico y del tratamiento de las intoxicaciones, pero debe comprender todo el entorno. Por eso, debe estar acompañada por la psiquiatría, la psicología, la mirada del trabajador social y, por sobre todo, es necesario incluir al médico clínico. A mediados de 2008, Sedronar comenzó con un programa de capacitación con el compromiso de preparar a médicos clínicos en el terreno de la toxicología de la drogodependencia. De esta manera, los hospitales estarían capacitados para tratar la problemática.

La irrupción del paco en la sociedad obligó a Sedronar a incorporar la asistencia. "Surge a partir de la demanda -aclara Vallejo-, por la desesperación de las madres, porque se trata de una droga que va asociada al delito y a la prostitución. Por eso tuvimos que ofrecer una respuesta inmediata, y lo hacemos a través de Cedecor (Centro de Consultas y Orientación). La mayoría de estos pacientes requieren de una internación, y las madres lo piden. Elegimos las comunidades de acuerdo con el perfil de cada paciente. Muchas veces, nos vemos obligados de derivarlos a instituciones psiquiátricas dadas las condiciones.

-¿Suele recurrirse a la judicialización como modo de ingreso al tratamiento?

-Puede darse por dos vías: a partir de un delito o por el pedido de un familiar. Por lo general, suele ser por el pedido de una madre, y lo hace a través del artículo 482 del Código Civil, que estipula una internación por protección de persona. Las madres se encargan de tramitar todo este procedimiento para que sus hijos tengan una respuesta inmediata. Es un mito pensar que el paciente necesita tocar fondo para que se capitalice esa situación; el tratamiento tiene que empezar lo antes posible.

A las instituciones de recuperación se llega -según el estudio publicado por el Observatorio Argentino de Drogas- por propia decisión, por intercesión de un familiar o amigo que lo lleva con o sin consentimiento y por la vía judicial. Los tratamientos suelen ser residenciales (internaciones) o de atención ambulatoria, en menor medida.

Hacer frente al paco es uno de los temas centrales de la agenda política. "No soy tan pesimista, pero tampoco tan optimista -admite la doctora Vallejo-. Depende de muchos factores, de la calidad de vida que se le pueda brindar. No sólo el Estado tiene que intervenir; debe participar toda la sociedad. Cuando el paciente empieza a recibir el tratamiento, según el caso, es notable cómo mejora; uno suele sorprenderse. Esto ocurre cuando reciben los cuidados necesarios, así como una balanceada alimentación. El desafío es la reinserción social y la conciencia de que las recaídas son parte del proceso y no un fracaso. Se debe trabajar en redes; cada uno de nosotros tiene un rol, y la sociedad debe ser parte de ello. Soy prudentemente optimista, si se dan las condiciones."

Más datos: www.sedronar.gov.ar ; 0-800-222-1133 Cedecor (Centro de Consultas y Orientación), Sarmiento 559, 1º. Turnos: 4393-4513/4538, internos 112 y 133 www.observatorio.gov.ar

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SUEÑOS ROTOS. Fátima tiene 15 años y es la segunda vez que ingresa en la comunidad Los Naranjos para tratar su adicción al paco; la primera vez se escapó

Sociedad
En recuperación

Noticias de Revista: Domingo 18 de octubre de 2009 | Publicado en edición impresa

Fátima tiene 15 años. Su mamá vive en Florencio Varela, en una casa humilde, pero casa al fin. Fátima vivió y creció en la calle. Su lugar era el piso. La entrada de un banco, de una institución, o algún rincón de la estación de tren. Los cartones, su colchón; la frazada, su refugio para el frío y los días de lluvia.

El paco, la salida a esa realidad, al dolor de no tener, al dolor de sentir frío y hambre. Hoy Fátima está internada en Los Naranjos, la comunidad terapéutica de San Pedro. Es la segunda vez que Liliana y Eduardo consiguen internarla. Esperan que sea la última.

"¿Te acordás cuando nos conocimos?", le pregunta Fátima a Liliana, con la boca llena de bombones de chocolate (la abstinencia hace que devore dulces). "Yo te dije que tenía sida para asustarte, ¿te acordás? Yo estaba rearruinada. ¿Te acordás?" Liliana asiente con la cabeza. "Pero yo no me asusté y quise ayudarte. ¿Vos te acordás de eso?" Ahora la que asiente es Fátima, con sus pelos rubios revueltos y los cachetes a punto de estallar por todos los bombones que puso en su boca. "Yo quería estar mejor, pero nadie me ayudaba. Estaba cansada. Yo tenía mucha bronca, sabés. Bronca con los periodistas, con la tele, porque todos muestran a los pibes hechos mierda, pero nadie hace nada. Como cuando yo me prostituía, allá atrás, en Pompeya. La gente nos miraba a mí, a las otras pibas, y a los chicos también; veían cómo nos subíamos a los camiones,

y nada. Hasta los sinvergüenzas de la Federal nos veían robando, drogándonos y prostituyéndonos y no hacían nada. Sí, sí que hacían -corta en seco lo que estaba diciendo-. Ellos nos subían a los patrulleros para que estemos con ellos, para que le hiciera sexo oral y encima gratis. Ahora eso ya no me importa. Es pasado. Cuando salga quiero estudiar para ser partera."

Palabra de experta
Hay momentos en los que Fátima repite una frase una y otra vez. Todas son preguntas: ¿puedo fumar?, ¿cuándo me voy?, ¿puedo salir? "Llegamos tarde, todos llegamos tarde -asegura la licenciada Gabriela Leder Kremer, directora de programa asistencial de Los Naranjos-. Fátima tiene un deterioro neurológico irreversible. Podemos imaginar que no consuma más, pero el daño a nivel cortical ya está hecho."

Hace ya más de veinte años que la licenciada trabaja en adicciones y asegura que el encuentro con el paco los obligó a plantear un reencuentro con la neurociencias, además de analizar un marco social. "El paco es para los pibes una garantía de escape; es la salida rápida al dolor, al hambre, al trauma en el que están sumergidos -analiza la especialista-. El dolor psíquico y físico desaparecen cuando ingresan en el consumo, y esto tiene un importante punto de contacto con la heroína. El deterioro del adicto es brutal. Primero recibimos un cuerpo enfermo, con serios problemas orgánicos, y detrás, muy escondido, encontramos al sujeto, que por lo general ha sufrido la exclusión social, la discriminación y la explotación sexual. El paco llega después de otras miserias."

-¿El deterioro de los consumidores en las clases media y alta es el mismo?

-Por lo general, no. No llegan al mismo nivel porque el sistema responde más rápido. Que les pase a los de abajo, a los más pobres, está naturalizado.

-¿Por qué a los tratamientos acceden más varones que mujeres?

-Porque las chicas quedan sumergidas en otro circuito, el de la prostitución, y ésta es una cuestión de género que nadie denuncia.

-¿Por qué se habla tan poco de la recuperación de un chico con adicción al paco?

-El pibe tirado en la calle vende mucho. La definición de lo obsceno es mostrar la tragedia para el goce de alguien, y mientras hay goce no hay angustia. Se pueden recuperar si hay espacios; evidentemente están, pero falta accionar.

Se están haciendo cosas, pero no con la misma rapidez que avanza. Hablamos de una víctima fácil y de un gran poder económico detrás. Es más fácil decir pobrecitos, mirar con lástima, que comprometernos como sociedad.

-¿Podemos hablar de prevención?

-Hace quince años podíamos hablar de prevención y se planteó mal. Ahora hay que pensar cómo detenerlo. Ya tenemos tres generaciones de consumidores de paco. La cuestión es mucho más amplia; es lo que nos atraviesa.
Más datos: Los Naranjos Comunidad Terapéutica: (03329) 422202; www.asociacionlosnaranjos.blogspot.com ; asoclosnaranjos@arnet.com.ar

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SociedadEn recuperación
lanacion.com | Revista | Domingo 18 de octubre de 2009

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