lunes, 26 de octubre de 2009

VEJEZ: reflexiones


La imagen de Tino Soriano
Josep Oliver y Quimeta Isaac brindan, con sus familiares, por su cincuenta aniversario de boda.


Humanidades médicas
JANO.es
PSICOLOGÍA DE LA SALUD
Sombras y luces de la vejez
Dr. Juan Carlos Hernández Clemente
Médico de familia. Madrid


23 Octubre 2009

¿Por qué no aceptarla como una etapa más, quizás la más importante de la vida, con sus propias características?

La cultura humana, entendida como aquello creado por el hombre y transmitido de generación en generación, ha tratado de rebelarse desde siempre contra el hecho biológico, psicológico y social del envejecimiento y de la muerte.

La naturaleza humana tiende a su paulatino final; el último tramo de la existencia de la vida de las personas, cuando ésta no es arrebatada sorpresivamente en etapas prematuras, se denomina vejez. La vejez es un proceso sin inicio claro, aunque con un final concreto: la muerte.

La cultura humana, entendida como aquello creado por el hombre y transmitido de generación en generación, ha tratado de rebelarse desde siempre contra el hecho biológico, psicológico y social del envejecimiento y de la muerte.

¿Por qué esa no aceptación de una de las etapas naturales de nuestra existencia? ¿Por qué no disfrutar de la vejez igual que de las etapas previas de la vida? Si la infancia tiene su alegría en el juego y en la adolescencia se impone la rebeldía y la impulsividad y son aceptados como hechos propios de estas etapas, ¿por qué no aceptar la vejez como una etapa más, quizás la más importante de la vida, con sus propias características? La vejez es la etapa de la madurez, de la prudencia y de la sensatez, todas ellas aprendidas de la experiencia; es el momento de recoger el resultado del examen de la vida, de recolectar los frutos de las semillas plantadas y cuidadas en los periodos previos.

Cicerón y su Sobre la vejez

Uno de los textos más bellos escritos sobre la vejez se lo debemos a Cicerón, quien en su libro Sobre la vejez 1 nos dice:

“El arma mejor adaptada como estrategia para combatir la vejez es el ejercicio de los valores humanos; éstos, cultivados a todas las edades, cuando has vivido mucho tiempo e intensamente producen frutos asombrosos, no sólo porque nunca te abandonan, ni siquiera en la última parte de la vida, por larga que sea, sino también por lo gratísima que resulta la conciencia de una vida bien vivida y el recuerdo de muchos buenos actos”.

Si aceptamos que somos memoria, (¿y qué es si no nuestra biografía?), entonces debemos aceptar que la vejez es la depositaria de la mayor cantidad de información posible recogida por nuestro cerebro y que antes de que aparezcan importantes alteraciones cognitivas en esta particular función, dispone de un importantísimo número de imágenes que configuran nuestro álbum vital. En él se amontonan fotografías individuales, familiares y sociales; también la suma de relaciones, proyectos, acciones y resultados de toda una vida. A la memoria no se le puede mentir y en ella está lo bueno, lo no tan bueno y lo malo de nuestra existencia. Todo ello es denominado con un término: recuerdos.

Serán precisamente esos recuerdos los que impriman a la vejez unas características especiales, será el propio hecho de haber vivido el que genere la sabiduría que le corresponde a la postrera etapa de la vida.

Contradicciones en torno a la vejez

Sin embargo, en momentos en que la esperanza de vida y la longevidad han alcanzado edades antes impensables, observamos en nuestra sociedad importantes contradicciones sobre la vejez que encuentro magistralmente reflejadas en el nuevo e interesante libro de Cristóbal Pera: El cuerpo silencioso. Ensayos mínimos sobre la salud 2: “Es evidente que, en pleno siglo XXI, las tecnologías cosméticas de todo tipo y condición se han idealizado y normalizado en una sociedad que, mientras pretende vivir sin tener en cuenta el ineludible deterioro biológico y la caducidad del cuerpo, desacredita e incluso denigra a los cuerpos que envejecen”. Y, a la vez, nos invita a “envejecer con naturalidad como la cosa más natural del mundo, asumiendo la corporal decadencia con serenidad y sencillez, eso sí, con el estilo de vida más apropiado para hacer más lento el ineludible deterioro biológico y con el mínimo artificio sobre la apariencia”.

En la película Fresas salvajes, del genial director sueco Ingmar Bergman, se nos muestra a un viejo profesor, médico de profesión, que va a recibir el homenaje a toda una vida profesional en la Universidad de Lund y en una particular road movie va recordando su propia vida. Bergman separa la exitosa vida profesional de este personaje, magistralmente interpretado por Victor Sjöström, de su vida más íntima y personal, en la cual existen recuerdos que no le dejan conciliar el sueño y al que le asaltan constantemente pesadillas sobre su vida pasada.

El maestro sueco acierta al contraponer la vida pública del médico con su vida personal 3. El viejo profesor se esconde detrás de una máscara, la misma que presentan millones de personas, la cual impide que sepamos realmente cómo son.

Este es, a mi modo de ver, uno de los problemas de la no aceptación de la vejez. Vivimos en un mundo de apariencias, donde la superficialidad se impone a lo más profundo del ser humano, donde las emociones están maquilladas y los sentimientos edulcorados, donde han triunfado las convenciones sociales.

La máscara se impone

El físico, la belleza icónica de nuestra sociedad mediatizada, es la aspiración máxima de millones de personas. La máscara se impone, también el personaje se impone a la persona; ahí radica la necesidad de cambiarse literalmente de cara a medida que ésta envejece, mediante decenas de procedimientos quirúrgicos, tratamientos cosméticos, tratamientos anti-aging, fármacos que nos prometen envejecer más lentamente y que nos permiten mantener la belleza de la juventud.

Hemos aprendido de la mitología griega que nuestros actuales delirios de inmortalidad se deben acompañar de los delirios de no envejecer o, si se prefiere, de la eterna juventud: “Así, cuando la diosa Aurora logró que Zeus concediera a su marido Titonio la inmortalidad, se olvidó de pedir para él el don de la eterna juventud; así que, como puede suponerse, Titonio envejecía sin parar y sin morir hasta el punto de que su decrepitud volvió insufrible su vida; harta de sus quejas y gruñidos permanentes, Aurora lo convirtió en cigarra” 1.

Para que ésto no nos suceda, se ha puesto en marcha toda una industria dedicada a evitar nuestro envejecimiento, pero básicamente desde el punto de vista de nuestra superficial corporeidad, de nuestra fachada. Sin embargo, como recordábamos en el texto de Cicerón: “el arma mejor adaptada como estrategia para combatir la vejez es el ejercicio de los valores humanos” y son éstos los que se deben cultivar durante toda la vida para afrontar la vejez con la sabiduría que da el paso del tiempo y sobre ellos tienen aún mucho que decirnos las personas de edades avanzadas.

En una sociedad como la nuestra, en la que triunfa la velocidad y la inmediatez, la tranquilidad y el sosiego de la vejez deben hacernos pensar. Frente a la competitividad agresiva, la colaboración necesaria a partir de cierta edad debe hacernos meditar. Frente al individualismo y la prepotencia de la juventud, la familiaridad y la amistad que se precisan para una buena vida y que tanto abundan en los mayores deben hacernos reconsiderar. Frente a la belleza superficial con un retoque de photoshop, la afectividad y el cariño de unos abuelos nos debe sonrojar. Frente el enriquecimiento y el dinero como únicas metas, la riqueza de emociones y sentimientos de las personas mayores, nos debe avergonzar. Frente al egoísmo hedonista de una parte importante de nuestra sociedad, la solidaridad en la convivencia cotidiana que tuvieron nuestros actuales ancianos debe hacernos reflexionar. Frente a lo superfluo, lo banal y efímero de nuestros días, la constancia, la tenacidad y la perseverancia de pasadas épocas nos debe hacer recapacitar.

Incluidos, aceptados y escuchados

Pienso que estos y muchos más valores, que observamos en las personas de cierta edad, no se deben despreciar ni menospreciar sino, por el contario, los debemos incorporar a nuestro actual modo de vida. Nuestros mayores deben participar teniendo voz y no sólo voto en las instituciones y en toda una red social de asociaciones tanto lúdicas como vecinales, tanto deportivas como corporativas, tanto sindicales como políticas.

En la Antigua Roma, el Senado (término que proviene de senex, es decir, anciano), en sus orígenes, era un consejo de ancianos; en la Grecia Clásica, los miembros de la llamada gerusía (“consejo de ancianos”) eran los gerontes (ancianos en griego) y tomaban parte activa en los designios de sus respectivas sociedades. Tampoco en la nuestra deberían quedar excluidos sino todo lo contrario, es decir, incluidos, aceptados y escuchados.

Por otro lado, en el plano biológico y psicológico no debemos confundir vejez con enfermedad. Es cierto que a partir de ciertos años son más frecuentes los achaques de salud, pero no todos ellos son signos de enfermedad. En la actualidad se siguen múltiples programas encaminados a la mejor salud posible en la vejez: prevención de factores de riesgo cardiovasculares u osteoarticulares, dieta equilibrada (se propone la llamada dieta mediterránea), ejercicio físico apropiado según la edad, una red social impulsada desde diferentes instituciones encaminada a evitar uno de los mayores problemas de la vejez que es el aislamiento o la soledad, etc.

Una ancianidad que es preciso y necesario cuidar

Todo ello es correcto; tanto es así, que incluso dentro de la vejez se ha aislado el concepto de fragilidad, término introducido en la literatura médica en los años noventa, y que designa a un grupo de ancianos en los cuales se agrupan las siguientes características: pérdida de peso no intencionada, paso lento, agotamiento, escasa energía y debilidad. Hoy sigue habiendo dudas acerca de si estos signos son propios del envejecimiento en algunas personas o si son propios de un proceso patológico. Lo que si parece claro es que estas personas no se corresponden con el pasaje donde Miguel de Cervantes, en su Licenciado Vidriera, dice en boca de su protagonista 4: “Pidió Tomás le diesen alguna funda donde pusiese aquel vaso quebradizo de su cuerpo, porque al vestirse algún vestido estrecho no se quebrase (…) No quiso calzarse zapatos en ninguna manera, y el orden que tuvo para que le diesen de comer sin que a él llegasen fue poner en la punta de una vara una vasera de orinal, en la cual ponían alguna cosa de fruta de las que la sazón del tiempo ofrecía (…) cuando andaba por las calles iba por la mitad dellas, mirando a los tejados temeroso no le cayese alguna teja encima y le quebrase”.

Sin lugar a dudas nuestros ancianos, incluidos los denominados frágiles, estarían encantados con el cariño de un abrazo y de una palmada en la espalda. Eso es lo que diferencia un delirio corporal, como el presente en el Licenciado Vidriera, de una ancianidad que es preciso y necesario cuidar.

Para terminar, citaré el lema lanzado por la II Asamblea Mundial sobre la Vejez celebrada en Madrid en abril de 2002: “Construir una sociedad para todas las edades”, recogido en el libro de Cristóbal Pera, antes mencionado, y lo que el autor añade: “Frente a la discriminación sistemáticamente negativa de la vejez del cuerpo, una apuesta por crear las condiciones más apropiadas para su bienestar físico, social y mental” 2.

“La vejez es la etapa de la madurez, de la prudencia y de la sensatez, todas ellas aprendidas de la experiencia; es el momento de recoger el resultado del examen de la vida.”



Referentes bibliográficos
El cuerpo silencioso. Ensayos mínimos sobre la salud
En el prólogo a este libro, Emilio Lledó califica las obras del catedrático de Cirugía Cristóbal Pera de “divulgación científica de extraordinaria calidad y rigor (...), un testimonio de inteligencia y humanismo”. Y, al referirse a este nuevo volumen, que prolonga las reflexiones anteriormente publicadas en el Pensar desde el cuerpo. Ensayo sobre la corporeidad humana (Triacastela, 2006), añade Lledó: “El libro del profesor Pera, lleno de hondura e inteligencia, es un acicate para saber aceptar los dolores de la existencia, pero también para descubrir en el prodigioso espacio de la concreta corporeidad, el inmenso gozo de nuestra condición carnal y de la luz —quiero decir de la inteligencia y dignidad—, que en todo momento tiene que acompañarnos”.


Bibliografía

1. Cicerón. Sobre la vejez. Madrid: Alianza Editorial, 2009.
2. Cristóbal Pera. El cuerpo silencioso. Ensayos mínimos sobre la salud. Madrid: Triacastela, 2009.
3. Ramón Luque. Bergman: El artista y la máscara. Madrid: Ocho y Medio, 2007.
4. Miguel de Cervantes. Novelas ejemplares I. Barcelona: Ediciones Orbis, S.A, 1983.

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