viernes, 22 de julio de 2011

Año Internacional de la Mujer Científica :: El Médico Interactivo, Diario Electrónico de la Sanidad ::

:: El Médico Interactivo, Diario Electrónico de la Sanidad ::: "REPORTAJE: Mujeres científicas: Su reconocimiento en la obra de María Sklodowska

Maía Isabel Rodríguez Idígoras y Ángel Rodríguez Cabezas, especialistas en Medicina Preventiva y Salud Pública

La Asamblea General de Naciones Unidas ha declarado al año 2011 como Año Internacional de la Química, al coincidir con el centenario del Premio Nobel de Química otorgado a Marie Curie. En 1903 los esposos Curie ya habían sido galardonados con el Premio Nobel de Física (ex aequo con el Dr. Becquerel) por sus descubrimientos sobre la radiactividad. En recuerdo y honor de esta mujer, que dedicó su vida a la investigación científica, el año 2011 ha sido declarado también Año Internacional de la Mujer Científica



Madrid (23/26-7-11).- Madame Curie representa el paradigma de la lucha en solitario de una mujer contra toda una sociedad anquilosada en costumbres añejas. Para abandonar su condición de ser infravalorada, la mujer ha tenido que vencer durante siglos muchos obstáculos y barreras, correr aventuras y desventuras en una labor ardua y heroica, pero siempre constante y decidida; todo ello con objeto de equipararse al hombre en los planos social y laboral.

Y es que, en una época de la Historia, la mujer no sólo era considerada un ser inferior al hombre, sino que además era percibida por determinadas capas de la sociedad como un mal, aunque necesario, para perpetuar la especie (crescite et multiplicamini replete). No se revela secreto alguno al admitir ahora que la moral católica tuvo mucho que ver en esta perspectiva de roles, de tal forma que en determinados momentos históricos la situación era tan agraviante que muchas aceptaban sumisas el papel de esposas forzadas, monjas o beatas.

No es momento de definir detalladamente los impedimentos que a lo largo de los tiempos la mujer ha tenido que ir superando para eliminar tan humillante situación. Simplemente fue revelándose frente a la sociedad donde socialmente el hombre representaba la razón y la cultura y a la mujer se la identificaba con la emoción y la naturaleza. Dentro de las profesiones prohibidas a la mujer, dos lo estaban necesariamente: la milicia y la Medicina. Pero aun éstas fueron inteligentemente escaladas por ella. Tanto es así que la primera mujer soldado bien podría ser la “monja alférez” y la primera mujer médico sin duda fue Agnodice, utilizando también una curiosa estrategia de camuflaje para ocultar su condición femenina.

Hoy, el proceso de feminización laboral en todas las actividades ya ha terminado. En el censo médico español total la mujer supera ya a los hombres. Sin embargo, sigue advirtiéndose no poca discriminación cuando se trata de su incorporación a los cargos de poder o de investigación (jefaturas de servicios, catedráticas, puestos responsables en la investigación científica). Por eso nos parece muy oportuno el lema que se ha elegido este año, el 8 de marzo, para proclamar el Día Internacional de la Mujer: “La igualdad de acceso a la educación, a la capacitación, a la ciencia y a la tecnología: la vía hacia el trabajo digno para la mujer”. Por lo mucho que tuvo que ver en estos logros la obra de Marie Curie, nos ha parecido adecuado glosar brevemente ahora su biografía.

Corría el año 1891 cuando la joven María Sklodowska abandonaba su patria, Polonia, para trasladarse a París. Allí pretendía realizar lo que era su pasión, estudiar ciencias, ya que las circunstancias que rodeaban su hogar, tales como una modesta economía familiar, una madre enferma que murió siendo ella muy joven y una patria sometida a la Rusia zarista no se lo permitían. Así, en el otoño de 1891, Marie se matriculó en el curso de Ciencias de la Universidad de la Sorbona. Era una joven polaca de aspecto tímido y expresión obstinada, que vestía pobre y austeramente, y cuyo único rasgo distintivo era su pelo de color rubio ceniza.

Vivía en el Barrio Latino de París, donde su vida transcurría con gran sencillez, de acuerdo con sus menguados ingresos. Para ahorrar carbón no encendía el calentador, permaneciendo semanas enteras sin tomar otro alimento que no fuera té con pan y mantequilla. Poco a poco su salud se fue debilitando hasta el punto de perder la consciencia en varias ocasiones, aunque jamás pensó que su única enfermedad era la inanición.

Fue entonces cuando conoció a Pierre Curie, científico francés, dedicado en cuerpo y alma a la investigación. A ella le impresionaba su expresión tan inteligente como distinguida, y a Pierre le asombraba poder hablar con una joven tan encantadora en el lenguaje de la técnica y de las fórmulas más complicadas, fascinándole su valor y su nobleza. No podía ser de otra forma. Esta relación tan empática acabó en el altar, casándose el 26 de julio de 1895. La boda fue extremadamente sencilla, ya que no hubo fiesta, ni alianzas, y Marie ni siquiera llevaba un vestido blanco de novia. Con el dinero que habían recibido como regalo de bodas compraron unas bicicletas e hicieron un largo viaje de novios pedaleando por el campo. Fue, sin duda una feliz luna de miel.

Hacia finales de 1897, Marie había obtenido dos títulos universitarios, y además había nacido su hija Irene. Ahora se proponía hacer su tesis doctoral y se interesó por el descubrimiento de Antonie Henri Becquerel, sobre ciertos rayos de naturaleza desconocida emitidos espontáneamente por las sales de uranio. Ésta era la primera observación del fenómeno al que Marie bautizó años más tarde con el nombre de radiactividad.

Pierre logró permiso para utilizar como laboratorio un pequeño depósito que había en el sótano de la escuela donde enseñaba física. En aquel cuartucho comenzó Marie sus investigaciones, utilizando las técnicas piezoeléctricas inventadas por Pierre para medir cuidadosamente las radiaciones de la pecblenda, mineral que contenía el uranio.

Allí, descubrió que la radiactividad era mucho más fuerte de lo que podía atribuirse a la cantidad de uranio contenido en la pieza. Por tanto, debía existir en este mineral otra sustancia, también radiactiva, hasta entonces desconocida. Pierre abandonó sus propias investigaciones para ayudar a su esposa y juntos fueron separando y midiendo pacientemente la radiactividad de todos los elementos que contenía la pecblenda, hasta que en julio de 1898 los esposos Curie anunciaron el descubrimiento de una nueva sustancia “el polonio”. Marie le dio este nombre en recuerdo de su amada Polonia, y meses más tarde, revelaron la existencia de un segundo elemento, “el radio”, pero aún tendrían que pasar cuatro años para que pudieran probar la existencia de ambos elementos, ya que era preciso disponer de grandes cantidades de material en bruto de donde extraerlos.

De las minas de St. Joachimsthal, en Bohemia, se extraía pecblenda, material utilizado para la fabricación de lentes. Era muy costoso, pero según los cálculos de los esposos Curie, podían tratar químicamente sus residuos de escaso valor comercial, en los que el uranio, el polonio y el radio permanecían intactos. Lograron que el gobierno austriaco facilitara una tonelada de tales residuos, y ellos empezaron a trabajar en una barraca abandonada cercana al cuartucho donde Marie empezó sus experimentos. Tiempo después, Marie escribiría: “en aquella miserable barraca pasamos los mejores y más felices años de nuestra vida”.

Sin embargo, el sueldo de Pierre no era muy holgado, por lo que Marie tuvo que buscar un empleo como profesora en un colegio de señoritas cercano a Versalles. Finalmente, en 1902, lograron preparar un decigramo de radio puro. Las cualidades del radio eran extraordinarias, pero lo más maravilloso era que el radio podía convertirse en un aliado del hombre en su lucha contra el cáncer. Este descubrimiento revolucionó el campo de la Ciencia y sentó las bases para el nacimiento de una nueva especialidad, la Medicina nuclear.

Los esposos Curie renunciaron a la explotación de su descubrimiento y a la fortuna que hubieran conseguido con ello. A propósito de esto, Marie escribió años más tarde: “Pero yo permanezco convencida de que nosotros teníamos una razón para actuar así. La humanidad tiene ciertamente necesidad de hombres prácticos que saquen el máximo partido de su trabajo sin olvidar el bien general, salvaguardando sus propios intereses. Pero tiene también necesidad de soñadores para quienes las prolongaciones desinteresadas de una empresa son tan cautivadoras que les resulta imposible mirar por sus propios beneficios materiales”.

El reconocimiento llegó el 10 de diciembre de 1903, cuando la Academia de Ciencias de Estocolmo anunció que el Premio Nobel de Física correspondiente a aquel año sería compartido por Becquerel y los esposos Curie por sus descubrimientos sobre la radiactividad.

Este premio era una suma equivalente a 15.000 dólares, así que Marie pudo hacer regalos a sus hermanas, al hermano de Pierre, donaciones a varias sociedades científicas, a estudiantes polacos y a una amiga de su infancia. Además, se dio el gusto de instalar un baño moderno en su casa y de renovar el empapelado de una habitación; pero no se le ocurrió comprarse nada para ella, ni siquiera un sombrero nuevo, continuando sus clases como en la situación anterior a la obtención del premio. Pronto adquirieron gran fama, y los honores y telegramas de felicitación se apilaban encima de su mesa de trabajo; sin embargo, ella opinaba que la popularidad había estropeado sus vidas.

En 1905, Pierre ingresó en la Academia de Ciencias, y además obtuvo una Cátedra de Física en la Sorbona, aunque no pudo disfrutar mucho de esta nueva situación, ya que en abril de 1906, murió instantáneamente al ser atropellado por un enorme carro cuando cruzaba la calle.

El Consejo de la Facultad de Ciencias otorgó entonces a la viuda Curie la Cátedra que había desempeñado su esposo en la Sorbona. Era la primera vez que se concedía tan alta posición en la enseñanza universitaria a una mujer en Francia. El día de su primera lección, Marie se dirigió a ocupar su sillón en el aula en medio de una tempestad de aplausos. El aula estaba completamente llena de personas que esperaban con curiosidad las primeras palabras de Marie. Sin embargo, ella se limitó a iniciar su lección reanudando el curso con la misma frase con que había terminado Pierre.

A partir de entonces recibió diplomas y honores de distintas academias extranjeras, a pesar de lo cual nunca fue admitida como miembro de la Academia Francesa de Ciencias, ya que ello no estaba permitido a las mujeres. No obstante, en 1910 Marie obtuvo por segunda vez el Premio Nobel, aunque esta vez de Química, convirtiéndose así en la primera persona que recibía este galardón dos veces.

La Sorbona y el Instituto Pasteur fundaron conjuntamente el Instituto Curie de Radio, que fue para Marie el centro de su existencia hasta el final de sus días. En todas partes del mundo le otorgaron medallas, títulos y grados honoríficos. Era tanto su prestigio personal que con su sola presencia podía asegurarse el éxito de cualquier obra en que ella estuviera interesada.

En 1914, con motivo de la Primera Guerra Mundial marchó al frente de combate para formar a las enfermeras. Allí, en el propio frente, conducía una ambulancia a la que apodaron la petite Curie. Gracias a sus enseñanzas en la utilización de los rayos X se salvaron muchas vidas de combatientes.

En mayo de 1934, víctima de una gripe, se vio obligada a guardar cama. Ya no volvió a levantarse. Cuando al fin falló su corazón, el Dr. Tobé del Sanatorio de Sancallemoz escribió: “La enfermedad que se la ha llevado es una anemia perniciosa aplásica de curso rápido, febril. La médula ósea no ha reaccionado, probablemente porque estaba alterada por una gran acumulación de rayos”.

En 1934 murió Marie Curie, la primera de su promoción de la carrera de Física, la primera mujer en doctorarse en Francia, la primera mujer en obtener un Premio Nobel, la primera mujer Catedrática en la Sorbona y la primera persona de la Historia en obtener dos Premios Nobel, y a la que se le había negado su ingreso en la Academia Francesa de Ciencias, simplemente por ser mujer.

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