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¿Era Newton un neurótico, difícil de tratar, llorón, dogmático en sus creencias y un recaudador que condenó a muerte a varios deudores? ¿Darwin era cardíaco, chagásico e hipocondríaco? ¿Pasteur hemipléjico? ¿Dalton, daltónico? ¿Han sido geniales "por" o "pese" a su enfermedad? ¿De qué modo padecer una grave patología afecta las emociones, el talento y las ideas de los grandes hombres de la humanidad? En un libro apasionante, Martín De Ambrosio recorre las vidas de algunos de los hombres más talentosos de la historia que padecieron serios trastornos físicos o mentales. La idea es original y estimulante, indagar en la condición clínica de personajes como Darwin, Newton, Stephen Hawking, Marie Curie, Ameghino, Pasteur, Galileo, Pascal y muchos otros para poner en contexto su producción intelectual. Ya nadie pone en duda que cuerpo y mente constituyen una unidad. El dualismo psico-físico ha quedado sepultado entre los mitos del pasado. Pero todavía desconocemos de qué modo esa interacción actúa en cada persona en particular. De Ambrosio ofrece una serie de relatos repeltos de anécdotas y datos curiosos que nos descubren una dimensión poco conocida de personajes a quienes todos admiramos por una u otra razón. Es imposible abandonar cada historia contada con rigor y con talento narrativo. Acá se encontrará usted con el costado oculto de personas que creía conocer. ¡No se lo pierda! Les adelantamos un capítulo del libro: Isaac Newton, neurasténico “Hágase Newton, dijo Dios. Y la luz se hizo.” Alexander Pope. “Detestar a las mujeres no es propio de un alma armoniosa.” John Aubrey. Una vez le preguntaron a Isaac Asimov quién era el científico más grande de la historia de la humanidad. Sintió la pregunta más como un alivio que como una inquisición. “Si me hubieran preguntado por el segundo más importante, habría estado en problemas”, aseguró el viejo escritor ruso-norteamericano de ciencia, ciencia ficción y todo lo demás. Entre los candidatos a segundo mejor científico de la historia citó a Einstein, Darwin, Galileo, Arquímedes, Pasteur, y alguno más. Pero respecto del primer puesto no tenía la más mínima duda: “Isaac Newton fue el talento científico más grande que jamás haya visto el mundo. Tenía sus faltas: era un mal conferencista, tenía algo de cobarde moral y de llorón autocompasivo y víctima de sus serias depresiones. Pero como científico no tenía igual”, dijo Asimov. Entre las hazañas de Newton: fundó el cálculo infinitesimal, la óptica moderna, la física moderna y la astronomía moderna con la Ley de Gravitación Universal en la que se basan artilugios científicos actuales como sondas espaciales y menudencias tales... ¡Entre otras cosas! (Lo que no hizo, o mejor dicho no le pasó, es haber estado bajo un árbol y que le cayera una manzana y a partir de ahí se le ocurriera la ley de gravedad; lindo cuentito que parece haber sido más bien un invento de Francois-Marie Arouet, conocido por uno de sus pseudónimos: Voltaire. El menciona que se lo contó una sobrina de Newton, doña Conduitt.) Pues bien, ese científico tan genial no era precisamente un dechado de virtudes en otros órdenes[1]. No sólo por sus agrias disputas con Leibniz sobre la prioridad en el cálculo infinitesimal, y con Robert Hooke sobre la luz como onda o como partícula para decirlo en términos modernos (con la curiosidad de que, visto el bajo el prisma cuántico, ambos tenían razón). Esas tampoco fueron las únicas polémicas científico-personales newtonianas sino apenas las más eminentes. Isaac Newton (1643-1727[2]) si no hubiera hecho todo lo anterior, si no se lo reconociera como el mejor de todos, también tendría su lugar en la historia por su afán alquímico y sus arduas interpretaciones de las Sagradas Escrituras, que leía con fervor a la espera de hallar claves, tanto como lo hizo con el libro de la naturaleza (que como todos sabemos está escrito en caracteres matemáticos y viene con odiosas ecuaciones). De hecho, Newton tiene mucho más escrito e interpretado sobre la Biblia que sobre la naturaleza; millones de palabras que publicadas actualmente insumirían numerosos volúmenes y no precisamente de bolsillo. Sus preferidas eran las profecías de Daniel y se jactaba de haberlas comprendido de modo cabal: el mundo terminaría con la Segunda Venida y el Juicio Final; primero lo calculó para 1867, y después ajustó los términos y condiciones y dijo que sería durante el siglo XXI, lo que quizás nos hable en definitiva de su sinceridad, ya que no tiene mayor sentido decir que el fin del mundo vendría en cinco siglos; los predicadores necesitan que el Fin sea el año que viene[3]. Para él, el papa era el Anticristo. No creía en la división de Dios en Padre-Hijo-Espíritu Santo, algo que se cuidó de decir, sobre todo para que no le trajera inconvenientes con sus empleadores del llamado, precisamente, Trinity Collage. Eppur, Dios es uno. En cuanto pudo acumular poder, Newton lo usó de modo despótico. Fue titular de la Casa de la Moneda en 1699 –antes ocupó puestos menores en el escalafón– más como premio que para que verdaderamente trabajara como director; pero él se tomó el cargo a pecho, buscó formas de punir la falsificación y condenó a la muerte por ahorcamiento a varios de los que cometieron tal pecado. También fue tiránico cuando en 1703 quedó al mando de la Royal Society, entidad que reunía a los principales científicos del país y de la que era miembro desde 1672. Así fue como definió la controversia con Leibniz: armó un comité bajo su mando que debía dictaminar quién tenía razón. Juez y parte, le dicen a eso en algunos lugares. ¿A que no saben quién ganó y a quién se condenó por plagiario? Hay biógrafos que sostienen que él mismo escribió el dictamen e incluso algunos comentarios que sobre el asunto se publicaron en otras revistas. Había que hundir al alemán y lo hundió. Pero lo que realmente ayuda a dar un panorama de las perturbaciones psico-físicas de ese exniño solitario, que nunca conoció a su padre, es el resto de sus investigaciones. La parte “oficial”, lo que recalcan todas las biografías (se diría sus hagiografías de insólito santo científico laico), sus trabajos sobre matemática y física, son apenas un tercio del total. El afán de Newton era descubrir el modo secreto en que funciona el cosmos; en semejante búsqueda, la matemática era una herramienta más. Como la alquimia, que emprendió con fruición. O, como se dijo, las Sagradas Escrituras. El notable John Maynard Keynes, quien gastó horas y horas en la lectura de esos newtonianos manuscritos ocultos, por las dudas de que hubiera algo valioso –luego de comprarlos en una subasta de la casa Sotheby´s en 1936– afirmó: “Newton padecía de un tipo muy conocido de lo que hoy vulgarmente llamamos neurosis aguda –de acuerdo con los testimonios– en grado extremo. Sus más profundos instintos estaban ocultos y eran esotéricos, semánticos, con un abismal retraimiento del mundo, un paralizador miedo a exponer sus pensamientos, sus creencias y descubrimientos en toda su desnudez a la inspección y a la crítica del mundo”. Y agregó Keynes, no sin cierta redundancia, que Newton era “un hombre arrebatado, consagrado, solitario, concentrado en sus estudios con intensa introspección, con una fuerza mental que tal vez nunca haya tenido igual (…) Newton no fue el primero de la era de la razón; fue el último de los magos, el último de los babilonios y los sumerios, la última gran mente que contempló el mundo visible e intelectual con los mismos ojos que los que empezaron a construir nuestro legado intelectual hace bastante menos de diez mil años”[4]. Ser el más grande científico de todos los tiempos no le impedía creer en un Dios vengativo y que vigila siempre y castiga aún con más frecuencia. En este contexto, entender la naturaleza era también entender los oscuros motivos divinos. Desde luego, Newton era un genio obsesivo, que no descansaba a la hora de dedicarse al trabajo, lo que lo hacía pender del hilo de sus tensiones emocionales, y hasta se olvidaba de comer. No le interesaban las mujeres, ni el sexo o el deporte; Newton nunca dejó de ser virgen. Al respecto, el chismoso de Voltaire escribió: “En el curso de una vida tan larga, no tuvo pasión ni debilidad; nunca se acercó a ninguna mujer; es lo que me ha sido confirmado por el médico y el cirujano en cuyos brazos ha muerto”[5]. Sí tuvo una estrecha relación con Nicolas Fatio de Duillier, un discípulo suizo, que duró poco tiempo. Sus pocos amigos, a quienes traicionó no bien pudo, eran colegas intelectuales. Por ejemplo, John tábula-rasa Locke[6]. En 1693, tuvo su episodio más grave de colapso nervioso y acusó al autor del Ensayo sobre el entendimiento humano de haberlo implicado en un asunto de mujeres, algo que todo el mundo sabía que era inverosímil. Y casi prueba de las alucinaciones newtonianas. Más tarde le escribió a Locke, lejos del tacto británico: “Me dijeron que usted estaba enfermo y que difícilmente sobreviviría. Respondí que estaría mejor muerto”. Era tal el delirio de Newton que sus biógrafos no tienen claro siquiera si el diálogo mediante el cual se disculpó con Locke en realidad tuvo lugar, o fue una invención más. Después, sí, se disculpó de verdad: “Cuando te escribí no había dormido ni una hora cada noche desde hacía una quincena y durante cinco noches consecutivas ni un parpadeo. Recuerdo haber escrito, pero no recuerdo lo que dije de tu libro”. Locke, que sí era un caballero, aceptó las disculpas y se puso contento por no haber perdido a un amigo tan valorado. Pero su peor crisis fue poco después de la publicación de los llamados Principia, su obra cumbre, en 1687. Padeció insomnios, depresión, amnesia y delirios paranoicos. Para esa misma época, Newton debió sobrellevar el incendio de una de sus habitaciones del que aparentemente se enteró al regresar a casa (vaya a saber de dónde); los papeles que se le habían quemado incrementaron su desesperación (Newton tenía algo con el fuego: a los 19 años había amenazado a su madre y a su padrastro –ya mencionamos que no conoció a su padre– con quemarlos con casa y todo). Ni su sobrino Humphrey Newton lo describe con benevolencia: “Siempre se mantuvo enfrascado en sus estudios, muy raras veces visitaba a alguien y recibía muy pocas visitas. Nunca lo vi tomarse un descanso ni un asueto, ni pasear a caballo para tomar el aire, ni jugar al bowling, ni hacer ninguna clase de ejercicio; pensaba todo el tiempo en sus estudios. Venía con poca frecuencia y cuando lo hacía era muy descuidado, con zapatos rotos, medias arrugadas, despeinado”. (Aunque el párrafo es claro, el detalle de pedirle que planche las medias resulta insólito para el autor de estas líneas.) Newton, cuando dormía, lo hacía a las dos o tres de la mañana y sin cambiarse, es decir, con la misma ropa que había usado durante el día; se despertaba tres o cuatro horas después, y seguía como si nada. Se ha especulado con que sus padeceres se hayan debido al envenenamiento, o autoenvenenamiento como resultado de sus investigaciones alquímicas; de hecho, análisis de cuatro de los que muy probablemente hayan sido sus cabellos, realizados en 1979 (por los investigadores P.E. Spargo y C.A. Pounds y publicados en Science en 1981 en una artículo titulado con precisión descriptiva “Sir Isaac Newton: loco como una cabra”[7]) demostraron altas tasas de mercurio y plomo, así como oro, plata y antimonio; su paranoia e insomnio podrían deberse al mercurio. Pero por la falta de otros síntomas físicos y una recuperación que demandó 18 meses el consenso indica que era maníaco depresivo o, como se sostenía antiguamente, neurasténico (quizás una variante de la histeria femenina). El matemático y divulgador estadounidense Martin Gardner, fallecido en 2010, en uno de sus entretenidísimos libros sobre pseudociencia, ¿Tenían ombligo Adán y Eva?, se despacha y ajusta cuentas con el lado oscuro de Newton. Allí recalca que además del Newton oficial, existen otros dos: el alquímico y el fundamentalista protestante: “Aceptaba al pie de la letra la versión del Génesis sobre la Creación en seis días, la tentación y caída de Adán y Eva, el arca de Noé y el diluvio universal, la sangrienta redención a cargo de Jesús, su nacimiento de una virgen, la resurrección de su cuerpo y la vida eterna de nuestras almas en el cielo o en el infierno. Jamás dudó de la existencia de ángeles y demonios, y de un Satán destinado a ser arrojado a un lago de fuego el día del Juicio Final. El obispo James Ussher, erudito irlandés del siglo XVII, había determinado que la Creación tuvo lugar en el año 4004 a.C. Newton revisó esta fecha en la dirección equivocada, fijándola quinientos años después”. Conceptos fuertes para tratar al más grande científico de todos los tiempos. Gardner lo remata con un lamento (casi idéntico al de la dupla Bell-Pascal del capítulo anterior): “Da pena imaginar los descubrimientos que Newton podría haber hecho en matemáticas y física si su gran intelecto no se hubiera distraído con tan extravagantes especulaciones.” Referencias [1] Importante nota de orden lógico-moral: no conviene creer que alguien que reúne esas cualidades negativas en grado sumo es necesariamente un genio a la altura de Newton. [2] La diferencia entre los calendarios juliano y gregoriano, antes de la unificación, produjo irregularidades como el año de nacimiento de Newton, que con el primero es 1642. La más insigne es que nominalmente Shakespeare y Cervantes murieron el mismo día, pero no fue el mismo día. [3] Nótese que escribo esto antes de la supuesta predicción maya del fin de los tiempos en diciembre de 2012. [4] Si hay por ahí alguien que quiere hacer la gran Keynes y ponerse a leer a Newton durante buenos meses, el Newton Project de la Universidad de Sussex ya ha colocado online casi 5 millones de palabras. Disponible en http://www.newtonproject.sussex.ac.uk/prism.php?id=1 (última visita, agosto de 2013.) [5] Qué vieron o pudieron haber visto los cirujanos es tema de otro libro; o quizás de un capítulo de CSI. [6] Filósofo al que no hay que confundir con el pelado de la serie Lost. [7] En el mismo sentido hubo un estudio previo encabezado por L. W.Johnson y M. L. Wolbarsht. Martín De Ambrosio Es periodista y escritor. Nació en Santa Rosa, La Pampa, en 1977. Estudió Ciencias de la Comunicación en la UBA. Trabajó como subeditor del diario Perfil y colabora para distintos medios de la Argentina y el mundo, en temas de ciencia, salud y cultura. Ha trabajado en el diario Página/12, en el Planetario de la Ciudad de Buenos Aires, el Centro Cultural Ricardo Rojas, y colaboró en guiones para programas de televisión. Además, dicta cursos y seminarios. Obtuvo en tres oportunidades el premio Perfil y fue becado por CCMP para la cobertura de la cumbre climática de la ONU en Cancún (2010). Ha publicado también El mejor amigo de la ciencia (2004). Es autor además de Guardapolvos. Sexo y mentiras de hospital (2012) y de Por qué corremos (2012, con Alfredo Ves Losada), entre otros. |
Los avances de la medicina en el campo de la genética, por ende de la herencia, están modificando el paisaje del conocimiento médico de las enfermedades. Este BLOG intenta informar acerca de los avances proveyendo orientación al enfermo y su familia así como información científica al profesional del equipo de salud de habla hispana.
viernes, 31 de enero de 2014
Mentes brillantes en cuerpos enfermos - IntraMed - Arte y Cultura
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