Hola, me llamo Angelica y tengo síndrome de Apert, que ha terminado siendo una auténtica bendición. Mi madre no supo que estaba embarazada de mí hasta que el cuarto mes. Durante todo el embarazo, no sabía que iba a tener síndrome de Apert. El hecho de que iba a tener otro bebé ya era en sí una sorpresa maravillosa. Notó que había algo diferente en cuanto me vio por primera vez. El primer comentario de mi hermano Michael fue: “¿Qué le pasa?” En aquel momento mi madre no supo qué contestar. Pero en nada de tiempo ya me querían más que nunca. Su gran gesto de amor verdadero fue tomar la decisión de criarme como a cualquier otro niño: con amor, respeto y libertad para elegir, ser educada y desafiada, y esos desafíos acabaron haciéndome más fuerte. No me protegieron de nada, me enseñaron la verdad y el mundo de la amabilidad y la comprensión personal; me apoyaron en todo lo que quisiera hacer que fuera positivo para mí. Los primeros años de colegio fueron un poco difíciles en Filipinas. La única escuela que aceptaba a un niño con síndrome de Apert era una escuela católica privada, infravaloraban mi salud mental y a su juicio yo debía estar en una institución mental. Mis padres lloraron por esto, pero en aquel entonces yo no sabía nada. Ahora que tengo 22 años y destaco en la universidad de Brigham Young, el mundo, en sentido figurado, ha cambiado. Por entonces no estaba en ningún programa de educación especial - probablemente porque no realmente no tenían ninguno. Pero participaba en actividades extraescolares tales como las mencionadas arriba, así como en clubs de arte. Mi familia y yo nos mudamos a California y me incorporé al sistema escolar americano. La clase a la que iba a unirme celebró un día entero de “Bienvenida, Angelica”. Unos por uno, todos los niños se acercaron a mí y me dieron un abrazo. Recibí ayuda con los proyectos y trabajos, y para mejorar mi lenguaje. La parte más problemática era las matemáticas - pero mis excelentes profesores me apoyaron y animaron en todo momento. La escuela secundaria fue un cambio bastante grande. No tenía problemas sociales, pero a veces no acababa los trabajos a tiempo. Con mis compañeros: Como yo no me sentía mal conmigo misma ni creía que mi discapacidad me limitara, los demás tampoco. Cuando tenía 17 años, el equipo de apoyo educativo de mi escuela planeó que fuera al Saddleback College y después hiciera una especie de programa de transición para estudiantes que requieren educación especial. No parecía ser el futuro que yo quería. Así que me decidí a elegir mi propio curso y ruta de preparación para la universidad, continué; presenté mi solicitud a la BYU-Idaho y conseguí una admisión justa (sin ningún sesgo especial) en su programa universitario. Terminé el instituto con un diploma que conseguí justamente (K-12 normal) y ahora estoy estudiando Humanidades/Administración de empresas. |
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