Los textos sagrados y las neurociencias | 07 SEP 14
Isaías y la Neurociencia Social
Saber lo que el otro piensa y poder anticiparnos en su toma de decisiones es el sueño de todo ser humano en medio del mundo.
Autor: Prof. Dr. Ricardo Teodoro Ricci Antropología Médica. Facultad de Medicina de la UNT teodoro.ricci@gmail.com
“Compartir tu pan con el hambriento y albergar a los pobres sin techo, cubrir al que veas desnudo y no despreocuparte de tu propia carne. / Entonces despuntará tu luz como la aurora, y tu llaga no tardará en cicatrizar, delante de ti avanzará la justicia y detrás de ti irá la gloria del Señor. / Entonces llamarás, y el Señor responderá; pedirás auxilio, y el dirá: ¡Aquí estoy! Si ofreces tu pan al hambriento, y sacias al que vive en la penuria, la luz se alzará en las tinieblas y tu oscuridad será como el mediodía” Is. 58, 7 – 10
Resulta llamativo recurrir a un texto sagrado para vincular con los nuevos hallazgos en el campo de la Neurociencia Social, es cierto. Sin embargo, traer desde la memoria remota contenidos de la sabiduría humana de la antigüedad resulta un modo muy poderoso de constatar que los mecanismos que hoy se descubren y aparecen a la luz de la ciencia y la divulgación científica, fueron y son de práctica habitual entre los seres humanos de todas las épocas. De hecho recientemente leí un atinado artículo en el que se recurre a textos talmúdicos y a experiencias de rabís con el fin de instruir a estudiantes de medicina en la práctica de las entrevistas médicas, con el fin de desarrollar un mayor nivel de empatía y de pensamiento integrador. Vale decir entonces que, recurrir a estos textos, tiene ventajas nada despreciables: despiertan nuestra atención, condensan sabiduría de siglos, y permiten que al vincularlos con conocimientos actuales desarrollemos nuestro propio pensamiento integrador.
Debo destacar una ventaja adicional: nos advierte que la historia humana no comenzó con nosotros, que el homo sapiens ha desarrollado una sabiduría eficaz y eficiente aún antes de que naciera lo que hoy conocemos como ciencia, y que la sabiduría de los siglos bien puede ser integrada lo que redunda necesariamente en una potenciación de los saberes y vuelve más poderosos nuestros propios fundamentos.
Niveles de análisis:
El sustancioso texto de Isaías acepta por lo menos tres niveles de análisis.
El primero de ellos es el del contenido teológico al que incluso podríamos llamar religioso sin caer en una confusión de ambos términos. En este nivel, se pondera la interacción humana a la luz de la mirada de lo sagrado que valora en grado sumo el servicio que los hombres se prestan entre sí. Esa actitud servicial posee su mérito y promueve una respuesta amorosa de Dios que se congracia con los hombres manifestándoles su complacencia. Estas actitudes serán aún más fomentadas en el Evangelio, dándoles valor de obras de misericordia, siendo especialmente destacadas en la parábola del Buen Samaritano en donde se identifica al otro necesitado como al genuino prójimo / próximo.
Un segundo nivel de análisis es el sociológico. El cuidado, la atención por aquel que pertenece a la misma comunidad o grupo, contribuye a la consolidación del tejido social. Quien auxilie a un prójimo acuciado por algún tipo de necesidad, colabora con el restablecimiento de un miembro de la comunidad, fortaleciendo de ese modo a la totalidad del grupo. Esa actitud merece el agradecimiento y el reconocimiento del resto de la sociedad que ambos contribuyen a constituir.
Finalmente podemos considerar el nivel de existencia. El hombre es quien es, sólo en el seno de un grupo en el que es reconocido, nombrado y distinguido. El hombre no existe en soledad, depende de una comunidad en cuyo seno nace, se desarrolla y muere, no sólo como una entidad biológica que cumple su ciclo vital, sino como integrante de un mundo social en el que ocupa un lugar único al que accede rodeado del cuidado de una madre, la contención de una familia, protegido y circunstanciado en el seno de un grupo social en el que es reconocido por su nombre.
Nos concedemos la licencia de denominarlo nivel de existencia, pues en el cuidado del otro que implica su reconocimiento como un genuino otro, el yo se edifica y fortalece al punto de poseer una auto y hétero confirmación de su propia existencia. El ser humano ‘es’ en el ‘mundo’ en la medida en que su singularidad ha sido iniciada, sostenida y fomentada por una serie más o menos extensa de otros. Podríamos decir que el ser humano, es el resultado de las interacciones humanas de las que participó a lo largo de su existencia. Su dotación genética originalmente única, redobla la apuesta de singularidad al estar expuesta a los cambios epigenéticos provocados por el ambiente físico / geográfico, por las circunstancias históricas / biográficas, y por el contacto ininterrumpido con los otros hombres constituidos en grupo, por lo tanto, rodeado de un ‘mundo’ social cultural y normativamente diferenciado y diferenciante. Ese es el ser humano que, al decir de Isaías mediante una sencilla inferencia del tipo p entonces q, se siente confirmado en su existencia gracias a sus acciones generosas: “Si ofreces tu pan al hambriento, y sacias al que vive en penuria, (entonces) tu luz se alzará en las tinieblas y tu oscuridad será como el mediodía”. Si cuidas de tu prójimo, entonces serás reconocido como el que eres.
Siempre es conveniente recordar que las cosas pueden ser de otro modo. El carácter de recomendación enfática, casi de mandato, que el texto de Isaías posee, está determinado justamente por la posibilidad humana de hacer todo lo contrario a lo indicado. Es preciso tener acceso a lo íntimamente humano como para humillar, torturar, envilecer y aniquilar a otro ser humano. Los mismos mecanismos que nos acercan a los hombres, nos separan de ellos. El odio racial, la exclusión definitiva del otro, presupone el reconocimiento de la diferencia y la confirmación de su existencia. El ser humano es capaz de aniquilar a ese único otro que, entre las nebulosas de la miseria y la negrura del odio, reconoce y afirma su existencia. Es decir cometer el crimen más absurdo, hacer desaparecer a aquel gracias al cual mi identidad original estaba asegurada. La introducción de este párrafo se funda en que es conveniente anunciar la propia pérdida de la inocencia. Habiendo sido ciudadanos del siglo XX, debemos reconocer en el hombre toda su abnegación y a la vez toda su abyección, además es preciso, a los fines del presente escrito, destacar que ambas se fundan en los mismos mecanismos subyacentes. Hecha esta salvedad, continuemos con nuestro recorrido.
Hacia la Neurociencia Social:
Matt Lieberman, acaso el neurocientífico social de mayor vigencia en la actualidad, en la introducción de su libro “Social” de reciente aparición detalla algunos aspectos que podemos, a nuestros fines considerar básicos. Hace un pormenorizado recorrido sosteniendo la afirmación básica de la obra: “Somos criaturas sociales, aún más de lo que nos atrevemos a reconocer” Es una elaborada y concienzuda publicación de la cual sólo destacaremos algunos aspectos rudimentarios.
La superposición neural de los sistemas del dolor físico con los del malestar social. Esa realidad facilita los procesos empáticos ya que las experiencias que a otros les ocurren pueden ser traducidas en nuestro propio sistema neural de acuerdo a nuestras experiencias previas y las sensaciones de dolor físico o social que pueden producirnos. Ello significa que podemos entender en nuestro propio sistema los sufrimientos ajenos, y además que las experiencias de dolor social, como la exclusión, el castigo o la vergüenza son registradas por regiones cerebrales comunes con las que registran el dolor físico.
Podemos entender empáticamente el dolor físico del otro cuando se golpea el dedo con un martillo o se cae de una bicicleta, es como si nos doliera a nosotros. Asimismo nos resulta posible entender el dolor social del otro cuando resulta ser un marginado social, un habitante de la calle, o ha sufrido la pérdida de un ser querido. En nuestro cerebro se activan los centros del dolor cuando vemos que alguien es menospreciado o sometido a una situación vergonzante. Lo que afirma Lieberman es que ese proceso empático, localizado en centros comunes al dolor físico y dolor social es que efectivamente podemos ponderar, en grados de dolor personal, las experiencias negativas de los demás.
Sea por manifestaciones de displacer o por explosiones de alegría de personas o grupo de personas, somos influidos en nuestro propio estado anímico y también en los comportamientos que puedan surgir a partir de ellos. Lo más probable es que reaccionemos con pánico ante una situación que produce pánico generalizado, es altamente posible que acompañemos con una sonrisa la explosión de alegría de un grupo de personas que asiste a una situación placentera. Es decir, somos muy propensos al contagio social, y ese contagio no sólo se produce por solidaridad cognitiva o adhesión simpática, sino porque áreas vinculadas con el placer y el displacer físico y social se hallan en una vinculación muy estrecha, es más, de acuerdo a lo afirmado por Lieberman, son las mismas.
Los pensamientos, los sentimientos y las personalidades son entidades invisibles que sólo pueden ser inferidas por nosotros. Lo interesante es que nuestra capacidad de inferencia de esos estados, al contar con un aparato cerebral de alta sensibilidad, tiene muchas posibilidades de resultar acertada. Afirma Lieberman que el éxito evolutivo del Homo Sapiens se funda en esta habilidad de pensar socialmente.
Para ampliar y aclarar podemos ir adelantando conceptos que contextúan lo dicho y a la vez anticipan lo por venir. “Los procesos psicosociales (también llamados en conjunto Cognición Social) Tienen que ver básicamente con el entendimiento de lo que hacen los demás y de sus estados mentales. Este proceso comienza con la percepción de los rostros, cuerpos y acciones de los otros. Con base en la percepción de estos estímulos visuales inferimos además que sus acciones poseen intencionalidad, y que tienen, como nosotros, estados mentales privados.”
Esto puede ser denominado estado de conexión entre los integrantes de la especie, situación que puede ser extendida a la mayoría de los mamíferos, sobre todo aquellos que tienen hábitos gregarios o emprenden con frecuencia acciones colectivas. Es propio también del estado del niño humano a poco de nacer y hasta más o menos el año de vida. Se trata de un estado fundamentalmente egocéntrico basado en el reconocimiento del otro y en la necesidad que se tiene de él a la hora de acometer acciones conjuntas o de recibir cuidado cuando es necesario que así acontezca.
Nuestra capacidad de leer la mente de los otros
“Según algunas investigaciones recientes en neurociencia cognitiva, entendemos las acciones de los demás porque la observación de éstas provoca que en nuestros cerebros se activen representaciones motoras de las mismas acciones.”
Ya han pasado más de dos décadas desde que científicos italianos descubrieran, en el cerebro de monos, las tan célebres neuronas en espejo. Ese sistema de imitación especular de características motoras fue luego asimilado al cerebro humano en una región de la corteza premotora denominada F5. Las expectativas que rodearon al descubrimiento de las neuronas espejo como modo explicativo sólido y completo acerca del proceso empático, parece no haber satisfecho tanto entusiasmo. Hoy se entiende que hay mecanismos espontáneos tanto de tipo motor como sensitivos que se activan despertando similitud empática inmediata, sin embargo se entiende que el conjunto de los procesos de relacionados con la empatía y la imitación social, se basan en complejos mecanismos en los cuales están incluidos la proximidad afectiva de las personas, sus interacciones previas y, fundamentalmente el contexto general y particular en el que se realiza la interacción.
Es decir, el proceso de ‘lectura’ mental implica todo un intrincado sistema que compromete a diversas áreas cerebrales y es capaz de proveernos de una información valiosa y detallada acerca de los estados mentales de otros individuos, así como de su complejo entramado cultural, contexto normativo, gustos personales, escala axiológica y creencias. Esa realidad nos otorga una idea concreta acerca de quién tenemos en frente y cuál puede ser nuestro modo de acción más eficaz para el éxito del valor social.
El Dr. Mattheuw D. Lieberman en su citado libro “Social” se atreve a efectuar una afirmación plena de sentido y de alto valor descriptivo: “Mi yo se parece más a una superautopista para la influencia social, que a esa impenetrable fortaleza que pensamos ser”.
Conviene aclarar que la Neurociencia Social tiene una pretendida capacidad explicativa que es menester considerar que se realiza en un multinivel que puede llegar a confundir y a sacar conclusiones apresuradas. Nos estamos refiriendo a que estamos valorando simultáneamente el nivel molecular, el celular, el tisular, el orgánico, el personal y en sistema social. En ese contexto es muy importante no caer en reduccionismos ni en determinismos eliminativistas apresurados. Es menester ser conscientes del nivel en el que se halla nuestra fuente de información, y a partir de ello realizar inferencias a otros niveles con un cuidado extremo. Desde el punto de vista epistemológico es una advertencia que es necesario efectuar con el fin de evitar afirmaciones aventuradas e irresponsables. El universo de las Neurociencias Sociales es inmenso y variadamente multidisciplinario, por lo tanto riquísimo para el intercambio de saberes, para efectuar síntesis creativas, pero peligroso para realizar aseveraciones conclusivas con pretensiones de afirmaciones definitivas.
Armonización Social
Finalmente, en su tercer estadio Lieberman propone una adaptación cerebral que se hace presente en los seres humanos después de los 11 años de edad y se desarrolla durante la adolescencia y la adultez. Esta adaptación es, además, propia de los seres humanos y consiste en lo que él denomina "armonización". Se trata de un estado en el cual nuestro self que como hemos destacado, es socialmente muy maleable, puede llevarnos a asistir y cooperar con los otros incluso contra nuestros propios intereses y prioridades.
“La sensación de self (ser uno mismo) es el más reciente regalo que de la evolución, los humanos hemos recibido. Si bien el self puede ser distinguido como un mecanismo para distinguirnos de los otros y de ese modo acentuar nuestra particular originalidad, en realidad realmente opera como una poderosísima fuerza de cohesión social. Mientras la conexión se refiere a nuestro deseo de ser social, la armonización se refiere a las adaptaciones neurales que permiten que los valores y creencias del grupo influyan en nosotros mismos.”
Se trata de un paso inmenso en pos de la cohesión social, ya que permite un posicionamiento que permite el desplazamiento del Yo al Nosotros en el contexto social. Permite la creación consensuada de normas y códigos de convivencia y a la vez nos capacita para saltar por sobre lo que se halla consensuado para ir en beneficio del otro sin priorizar el interés propio, es más priorizando el interés del otro. Nos permite saltar de una justicia basada en la equidad distributiva a una justicia basada en el amor. Nos habilita a superar las premisas clásicas y las éticas normativa y utilitarista a una ética de la virtud. “Incluyen no sólo la red de la cognición social, sino una red de ‘mentalización’ (intuir lo que los otros piensan) y una de ‘armonización’ (usar el autocontrol para no alienar a los demás).”
Llegados a este punto del presente texto, podemos considerar pertinente incursionar en toda la bibliografía generada por la Filosofía del Diálogo (G. Marcel, M. Buber, Rosensweig, y tantos otros). Soportados en estas consideraciones procedentes desde las Neurociencias Sociales, nos podemos atrever a enunciar algunos rasgos de las más genuinas manifestaciones humanas.
Martin Buber fué un pensador judío que nació en Austria y más tarde se fue a vivir a Israel, es famoso por su Filosofía de las Relaciones. Sus escritos tuvieron impacto en varios campos del saber, como la filosofía, la psicología, el asesoramiento filosófico y la religión. También ha tenido notable influencia en la Teoría de la Comunicación Humana, y resulta ser un referente en la construcción de una ética de la interacción entre los seres humanos. A diferencia de muchos otros pensadores, Buber prevé la transformación de sí que, no es una transformación interior. No es un cambio dentro de mí (self), sino entre yo y los demás. Esto es así porque, según él, las relaciones son un aspecto central de lo que somos. Una persona nunca es un átomo aislado, sino que siempre es una “persona-en-relación”.
La identidad personal se basa en las relaciones con los amigos y miembros de la familia, con compañeros y vecinos, con árboles, animales, naturaleza, incluso con Dios. Estas relaciones son una parte esencial de lo que el ser humanos es, no puede estar separado de ellas. Puesto en palabras propias del presente escrito, el ser humano ‘es’ en relación con los otros, el ser humano ‘es’ un ser social. Gracias a nuestra dotación neural nuestro ‘si mismo’ se va edificando en la capacidad de conexión con el otro y en la capacidad de ‘leer’ la mente de los demás y se manifiesta de manera plena en la armonización que se produce en el contexto social humano. El ser humano en ese contexto social, se manifiesta como el ‘animal social’ al que Aristóteles hacía referencia, en el que sin dejar de lado la introspección como fundamentación del self, se solidifica y prioriza la interacción como fundante de ese mismo ‘Self’.
Buber distingue entre dos tipos de relaciones: Yo-Ello y Yo-Tú.
En las relaciones Yo-Ello, nos referimos a la otra persona como un "Ello", como una cosa. Es considerada como algo que está ahí delante, como algo sobre lo cual se puede pensar, algo que experimento o conozco, manipulo, deseo, o trato de ayudar o explotar. Si, por ejemplo, pensamos: "Me pregunto cómo se siente ahora", entonces estamos en una relación Yo-Ello.
Por el contrario, Yo-Tú es una relación de cercanía, de estar juntos. En las relaciones Yo-Tú en las que yo estoy con la otra persona (o con un animal, un árbol, etc.) Yo no trato de entenderlo, Yo no lo uso, Yo no lo experimento, Yo no lo examino desde la distancia. No usamos instrumentos de medida ni lo sometemos a comparaciones, no usamos adjetivos de calidad ni de cantidad. Estoy totalmente junto con él, y no hay ninguna distancia que nos separe entre nosotros. Aunque continuamos siendo dos personas y no una (las relaciones sólo pueden existir entre dos individuos diferentes), estamos plenamente el uno con el otro. Esta cercanía implica todo mi ser, a diferencia de las relaciones “Yo-Ello” que involucran sólo a una parte limitada de mí: sólo mi pensamiento, por ejemplo, o sólo la curiosidad, la necesidad, la utilidad, la ventaja, etc.
“Así como una melodía no está compuesta por tonos, ni un poema está compuesto por palabras, ni una escultura está compuesta por líneas… Así pasa con el ser humano a quien yo le digo: Tú. Puedo abstraer de Él el color de su pelo o el color de su habla o el color de su bondad… pero entonces Él inmediatamente dejaría de ser Tú.”
Concluyendo:
Hemos hecho un recorrido multidisciplinario. Hemos partido de un texto religioso, transcurrimos por afirmaciones y constataciones científicas de la Neurociencia Social, finalmente hemos recurrido a aportaciones filosóficas y éticas. ¿Es que es correcto hacer esta mixtura? Desde el punto de vista de un texto científico se trata de una desprolijidad y de una riesgosa mezcla de saberes que no necesariamente pueden se traducidos o vinculados sin correr graves peligros semánticos. Somos conscientes de eso, pero nos aferramos a las ventajas de un ensayo, es decir, crear un texto que ponga de manifiesto las reflexiones y sentimientos del autor con la mayor creatividad y libertad expresiva.
Ahora volvamos a Isaías:
Podemos ahora reencontrarnos y asignar una nueva significación al texto de Isaías. Nos resulta posible entrever los tres niveles asignados en el comienzo, y complementarlos con los contenidos provenientes de las neurociencias. De ese modo registramos el nivel del reconocimiento básico del otro en tanto posibilitador de mi propia identidad. Un nivel para el cual la neurociencia afirma que nacemos con la dotación suficiente y necesaria para comenzar, en la jerga neurocientífica decimos que ‘venimos cableados’ para lograr de manera eficaz y eficiente la conexión esencial.
Reconocemos en segundo lugar el nivel de la conexión social, el que habíamos denominado sociológico. Aquel que permite la lectura de la mente de los otros, la detección de la intencionalidad y la previsibilidad de sus acciones. Podríamos además llamarlo el nivel del acuerdo y la convivencia. En él se edifican los códigos y las normas que permiten asegurar una convivencia relativamente pacífica que fomente la humanidad de los que concurren al acuerdo. Un nivel de riesgo, en el que pueden ocurrir profundas e insalvables diferencias que acaso deriven en explosivas pujas de poder, y en la mutua aniquilación.
Por fin, advertimos el nivel que denominamos teológico, en el que impera el reconocimiento del otro más allá de lo pragmático y utilitario, y más allá de lo acordado y de las obligaciones contraídas. Es el nivel del amor, en donde palabras como culpa, justicia, castigo, equidad, propiedad, libertad, adquieren una nueva dimensión bajo el signo del amor y la responsabilidad. Es el momento en el que el Rostro del otro acontece y me lanza un imperativo – ¡no me mates! – y tal como lo afirmaba Emmanuel Levinas se inaugura el espacio – tiempo de la ética de la responsabilidad y el amor.
Resulta llamativo recurrir a un texto sagrado para vincular con los nuevos hallazgos en el campo de la Neurociencia Social, es cierto. Sin embargo, traer desde la memoria remota contenidos de la sabiduría humana de la antigüedad resulta un modo muy poderoso de constatar que los mecanismos que hoy se descubren y aparecen a la luz de la ciencia y la divulgación científica, fueron y son de práctica habitual entre los seres humanos de todas las épocas. De hecho recientemente leí un atinado artículo en el que se recurre a textos talmúdicos y a experiencias de rabís con el fin de instruir a estudiantes de medicina en la práctica de las entrevistas médicas, con el fin de desarrollar un mayor nivel de empatía y de pensamiento integrador. Vale decir entonces que, recurrir a estos textos, tiene ventajas nada despreciables: despiertan nuestra atención, condensan sabiduría de siglos, y permiten que al vincularlos con conocimientos actuales desarrollemos nuestro propio pensamiento integrador.
Debo destacar una ventaja adicional: nos advierte que la historia humana no comenzó con nosotros, que el homo sapiens ha desarrollado una sabiduría eficaz y eficiente aún antes de que naciera lo que hoy conocemos como ciencia, y que la sabiduría de los siglos bien puede ser integrada lo que redunda necesariamente en una potenciación de los saberes y vuelve más poderosos nuestros propios fundamentos.
Niveles de análisis:
El sustancioso texto de Isaías acepta por lo menos tres niveles de análisis.
El primero de ellos es el del contenido teológico al que incluso podríamos llamar religioso sin caer en una confusión de ambos términos. En este nivel, se pondera la interacción humana a la luz de la mirada de lo sagrado que valora en grado sumo el servicio que los hombres se prestan entre sí. Esa actitud servicial posee su mérito y promueve una respuesta amorosa de Dios que se congracia con los hombres manifestándoles su complacencia. Estas actitudes serán aún más fomentadas en el Evangelio, dándoles valor de obras de misericordia, siendo especialmente destacadas en la parábola del Buen Samaritano en donde se identifica al otro necesitado como al genuino prójimo / próximo.
Un segundo nivel de análisis es el sociológico. El cuidado, la atención por aquel que pertenece a la misma comunidad o grupo, contribuye a la consolidación del tejido social. Quien auxilie a un prójimo acuciado por algún tipo de necesidad, colabora con el restablecimiento de un miembro de la comunidad, fortaleciendo de ese modo a la totalidad del grupo. Esa actitud merece el agradecimiento y el reconocimiento del resto de la sociedad que ambos contribuyen a constituir.
Finalmente podemos considerar el nivel de existencia. El hombre es quien es, sólo en el seno de un grupo en el que es reconocido, nombrado y distinguido. El hombre no existe en soledad, depende de una comunidad en cuyo seno nace, se desarrolla y muere, no sólo como una entidad biológica que cumple su ciclo vital, sino como integrante de un mundo social en el que ocupa un lugar único al que accede rodeado del cuidado de una madre, la contención de una familia, protegido y circunstanciado en el seno de un grupo social en el que es reconocido por su nombre.
Nos concedemos la licencia de denominarlo nivel de existencia, pues en el cuidado del otro que implica su reconocimiento como un genuino otro, el yo se edifica y fortalece al punto de poseer una auto y hétero confirmación de su propia existencia. El ser humano ‘es’ en el ‘mundo’ en la medida en que su singularidad ha sido iniciada, sostenida y fomentada por una serie más o menos extensa de otros. Podríamos decir que el ser humano, es el resultado de las interacciones humanas de las que participó a lo largo de su existencia. Su dotación genética originalmente única, redobla la apuesta de singularidad al estar expuesta a los cambios epigenéticos provocados por el ambiente físico / geográfico, por las circunstancias históricas / biográficas, y por el contacto ininterrumpido con los otros hombres constituidos en grupo, por lo tanto, rodeado de un ‘mundo’ social cultural y normativamente diferenciado y diferenciante. Ese es el ser humano que, al decir de Isaías mediante una sencilla inferencia del tipo p entonces q, se siente confirmado en su existencia gracias a sus acciones generosas: “Si ofreces tu pan al hambriento, y sacias al que vive en penuria, (entonces) tu luz se alzará en las tinieblas y tu oscuridad será como el mediodía”. Si cuidas de tu prójimo, entonces serás reconocido como el que eres.
Siempre es conveniente recordar que las cosas pueden ser de otro modo. El carácter de recomendación enfática, casi de mandato, que el texto de Isaías posee, está determinado justamente por la posibilidad humana de hacer todo lo contrario a lo indicado. Es preciso tener acceso a lo íntimamente humano como para humillar, torturar, envilecer y aniquilar a otro ser humano. Los mismos mecanismos que nos acercan a los hombres, nos separan de ellos. El odio racial, la exclusión definitiva del otro, presupone el reconocimiento de la diferencia y la confirmación de su existencia. El ser humano es capaz de aniquilar a ese único otro que, entre las nebulosas de la miseria y la negrura del odio, reconoce y afirma su existencia. Es decir cometer el crimen más absurdo, hacer desaparecer a aquel gracias al cual mi identidad original estaba asegurada. La introducción de este párrafo se funda en que es conveniente anunciar la propia pérdida de la inocencia. Habiendo sido ciudadanos del siglo XX, debemos reconocer en el hombre toda su abnegación y a la vez toda su abyección, además es preciso, a los fines del presente escrito, destacar que ambas se fundan en los mismos mecanismos subyacentes. Hecha esta salvedad, continuemos con nuestro recorrido.
Hacia la Neurociencia Social:
Matt Lieberman, acaso el neurocientífico social de mayor vigencia en la actualidad, en la introducción de su libro “Social” de reciente aparición detalla algunos aspectos que podemos, a nuestros fines considerar básicos. Hace un pormenorizado recorrido sosteniendo la afirmación básica de la obra: “Somos criaturas sociales, aún más de lo que nos atrevemos a reconocer” Es una elaborada y concienzuda publicación de la cual sólo destacaremos algunos aspectos rudimentarios.
"El éxito evolutivo del Homo Sapiens se funda en esta habilidad de pensar socialmente"
El autor refiere que son tres los procesos adaptativos ocurridos en nuestros cerebros que nos capacitan para conectar con el mundo social, y en él obtener un lugar desde el cual disfrutar de las ventajas de la inserción en grupos y organizaciones, a las cuales además contribuimos a edificar más sólidamente:La superposición neural de los sistemas del dolor físico con los del malestar social. Esa realidad facilita los procesos empáticos ya que las experiencias que a otros les ocurren pueden ser traducidas en nuestro propio sistema neural de acuerdo a nuestras experiencias previas y las sensaciones de dolor físico o social que pueden producirnos. Ello significa que podemos entender en nuestro propio sistema los sufrimientos ajenos, y además que las experiencias de dolor social, como la exclusión, el castigo o la vergüenza son registradas por regiones cerebrales comunes con las que registran el dolor físico.
Podemos entender empáticamente el dolor físico del otro cuando se golpea el dedo con un martillo o se cae de una bicicleta, es como si nos doliera a nosotros. Asimismo nos resulta posible entender el dolor social del otro cuando resulta ser un marginado social, un habitante de la calle, o ha sufrido la pérdida de un ser querido. En nuestro cerebro se activan los centros del dolor cuando vemos que alguien es menospreciado o sometido a una situación vergonzante. Lo que afirma Lieberman es que ese proceso empático, localizado en centros comunes al dolor físico y dolor social es que efectivamente podemos ponderar, en grados de dolor personal, las experiencias negativas de los demás.
Sea por manifestaciones de displacer o por explosiones de alegría de personas o grupo de personas, somos influidos en nuestro propio estado anímico y también en los comportamientos que puedan surgir a partir de ellos. Lo más probable es que reaccionemos con pánico ante una situación que produce pánico generalizado, es altamente posible que acompañemos con una sonrisa la explosión de alegría de un grupo de personas que asiste a una situación placentera. Es decir, somos muy propensos al contagio social, y ese contagio no sólo se produce por solidaridad cognitiva o adhesión simpática, sino porque áreas vinculadas con el placer y el displacer físico y social se hallan en una vinculación muy estrecha, es más, de acuerdo a lo afirmado por Lieberman, son las mismas.
Los pensamientos, los sentimientos y las personalidades son entidades invisibles que sólo pueden ser inferidas por nosotros. Lo interesante es que nuestra capacidad de inferencia de esos estados, al contar con un aparato cerebral de alta sensibilidad, tiene muchas posibilidades de resultar acertada. Afirma Lieberman que el éxito evolutivo del Homo Sapiens se funda en esta habilidad de pensar socialmente.
Para ampliar y aclarar podemos ir adelantando conceptos que contextúan lo dicho y a la vez anticipan lo por venir. “Los procesos psicosociales (también llamados en conjunto Cognición Social) Tienen que ver básicamente con el entendimiento de lo que hacen los demás y de sus estados mentales. Este proceso comienza con la percepción de los rostros, cuerpos y acciones de los otros. Con base en la percepción de estos estímulos visuales inferimos además que sus acciones poseen intencionalidad, y que tienen, como nosotros, estados mentales privados.”
Esto puede ser denominado estado de conexión entre los integrantes de la especie, situación que puede ser extendida a la mayoría de los mamíferos, sobre todo aquellos que tienen hábitos gregarios o emprenden con frecuencia acciones colectivas. Es propio también del estado del niño humano a poco de nacer y hasta más o menos el año de vida. Se trata de un estado fundamentalmente egocéntrico basado en el reconocimiento del otro y en la necesidad que se tiene de él a la hora de acometer acciones conjuntas o de recibir cuidado cuando es necesario que así acontezca.
Nuestra capacidad de leer la mente de los otros
"Nuestros cerebros están equipados para detectar signos y efectuar inferencias que nos permitan ‘leer’ la mente de nuestros congéneres"
Saber lo que el otro piensa y poder anticiparnos en su toma de decisiones es el sueño de todo ser humano en medio del mundo. Para quien efectúa una negociación, define una táctica militar, programa una acción de juego en cualquier deporte, conocer lo que el contrincante hará representa una ventaja no sólo considerable sino definitiva. Nuestros cerebros están equipados para detectar signos y efectuar inferencias que nos permitan ‘leer’ la mente de nuestros congéneres. Poder efectuar dicha lectura, sin lugar a dudas representa una ventaja evolutiva que parece haberse inaugurado en nuestro planeta con la aparición de los primates. Sin embargo, en el ser humano ha alcanzado sus mayores niveles de sensibilidad y definición. Nuestros cerebros no sólo están capacitados para entender conductas de los otros, predecir acciones, compartir acciones coordinadas, sino que va más allá. Nuestro cerebro nos capacita para acceder de manera conjetural al sistema de valores de nuestros congéneres, incluso a su universo de creencias.“Según algunas investigaciones recientes en neurociencia cognitiva, entendemos las acciones de los demás porque la observación de éstas provoca que en nuestros cerebros se activen representaciones motoras de las mismas acciones.”
Ya han pasado más de dos décadas desde que científicos italianos descubrieran, en el cerebro de monos, las tan célebres neuronas en espejo. Ese sistema de imitación especular de características motoras fue luego asimilado al cerebro humano en una región de la corteza premotora denominada F5. Las expectativas que rodearon al descubrimiento de las neuronas espejo como modo explicativo sólido y completo acerca del proceso empático, parece no haber satisfecho tanto entusiasmo. Hoy se entiende que hay mecanismos espontáneos tanto de tipo motor como sensitivos que se activan despertando similitud empática inmediata, sin embargo se entiende que el conjunto de los procesos de relacionados con la empatía y la imitación social, se basan en complejos mecanismos en los cuales están incluidos la proximidad afectiva de las personas, sus interacciones previas y, fundamentalmente el contexto general y particular en el que se realiza la interacción.
Es decir, el proceso de ‘lectura’ mental implica todo un intrincado sistema que compromete a diversas áreas cerebrales y es capaz de proveernos de una información valiosa y detallada acerca de los estados mentales de otros individuos, así como de su complejo entramado cultural, contexto normativo, gustos personales, escala axiológica y creencias. Esa realidad nos otorga una idea concreta acerca de quién tenemos en frente y cuál puede ser nuestro modo de acción más eficaz para el éxito del valor social.
"Somos lo que son los otros"
Somos nuestros valores y creencias sin embargo podemos hablar de una ‘inoculación’ durante toda nuestra vida con los valores y creencias de las otras personas. Por lo tanto de algún modo y en una nueva y original síntesis, somos lo que son los otros. “Las investigaciones han dejado en claro que la autoconciencia no puede explorarse sin atender a la conciencia que tenemos de los demás. De hecho la investigación en neurociencias cognitivas ha mostrado que las representaciones a nivel neuronal que tenemos de nosotros mismos y de los demás se superponen, lo que ha conducido a la sugerencia de que a nivel neuronal existen representaciones compartidas yo – otro. Nuestras decisiones y acciones están condicionadas y coordinadas con las acciones de los otros, nos retroalimentamos de los otros para conseguir un aceptable entendimiento de nosotros mismos. Sobre la base de ello, y confiados en nuestra Teoría de la Mente (ToM) damos sentido a las acciones de las otras personas y regulamos las nuestras atentos a una armonización de los grupos sociales que integramos.El Dr. Mattheuw D. Lieberman en su citado libro “Social” se atreve a efectuar una afirmación plena de sentido y de alto valor descriptivo: “Mi yo se parece más a una superautopista para la influencia social, que a esa impenetrable fortaleza que pensamos ser”.
Conviene aclarar que la Neurociencia Social tiene una pretendida capacidad explicativa que es menester considerar que se realiza en un multinivel que puede llegar a confundir y a sacar conclusiones apresuradas. Nos estamos refiriendo a que estamos valorando simultáneamente el nivel molecular, el celular, el tisular, el orgánico, el personal y en sistema social. En ese contexto es muy importante no caer en reduccionismos ni en determinismos eliminativistas apresurados. Es menester ser conscientes del nivel en el que se halla nuestra fuente de información, y a partir de ello realizar inferencias a otros niveles con un cuidado extremo. Desde el punto de vista epistemológico es una advertencia que es necesario efectuar con el fin de evitar afirmaciones aventuradas e irresponsables. El universo de las Neurociencias Sociales es inmenso y variadamente multidisciplinario, por lo tanto riquísimo para el intercambio de saberes, para efectuar síntesis creativas, pero peligroso para realizar aseveraciones conclusivas con pretensiones de afirmaciones definitivas.
Armonización Social
Finalmente, en su tercer estadio Lieberman propone una adaptación cerebral que se hace presente en los seres humanos después de los 11 años de edad y se desarrolla durante la adolescencia y la adultez. Esta adaptación es, además, propia de los seres humanos y consiste en lo que él denomina "armonización". Se trata de un estado en el cual nuestro self que como hemos destacado, es socialmente muy maleable, puede llevarnos a asistir y cooperar con los otros incluso contra nuestros propios intereses y prioridades.
“La sensación de self (ser uno mismo) es el más reciente regalo que de la evolución, los humanos hemos recibido. Si bien el self puede ser distinguido como un mecanismo para distinguirnos de los otros y de ese modo acentuar nuestra particular originalidad, en realidad realmente opera como una poderosísima fuerza de cohesión social. Mientras la conexión se refiere a nuestro deseo de ser social, la armonización se refiere a las adaptaciones neurales que permiten que los valores y creencias del grupo influyan en nosotros mismos.”
Se trata de un paso inmenso en pos de la cohesión social, ya que permite un posicionamiento que permite el desplazamiento del Yo al Nosotros en el contexto social. Permite la creación consensuada de normas y códigos de convivencia y a la vez nos capacita para saltar por sobre lo que se halla consensuado para ir en beneficio del otro sin priorizar el interés propio, es más priorizando el interés del otro. Nos permite saltar de una justicia basada en la equidad distributiva a una justicia basada en el amor. Nos habilita a superar las premisas clásicas y las éticas normativa y utilitarista a una ética de la virtud. “Incluyen no sólo la red de la cognición social, sino una red de ‘mentalización’ (intuir lo que los otros piensan) y una de ‘armonización’ (usar el autocontrol para no alienar a los demás).”
Llegados a este punto del presente texto, podemos considerar pertinente incursionar en toda la bibliografía generada por la Filosofía del Diálogo (G. Marcel, M. Buber, Rosensweig, y tantos otros). Soportados en estas consideraciones procedentes desde las Neurociencias Sociales, nos podemos atrever a enunciar algunos rasgos de las más genuinas manifestaciones humanas.
Martin Buber fué un pensador judío que nació en Austria y más tarde se fue a vivir a Israel, es famoso por su Filosofía de las Relaciones. Sus escritos tuvieron impacto en varios campos del saber, como la filosofía, la psicología, el asesoramiento filosófico y la religión. También ha tenido notable influencia en la Teoría de la Comunicación Humana, y resulta ser un referente en la construcción de una ética de la interacción entre los seres humanos. A diferencia de muchos otros pensadores, Buber prevé la transformación de sí que, no es una transformación interior. No es un cambio dentro de mí (self), sino entre yo y los demás. Esto es así porque, según él, las relaciones son un aspecto central de lo que somos. Una persona nunca es un átomo aislado, sino que siempre es una “persona-en-relación”.
La identidad personal se basa en las relaciones con los amigos y miembros de la familia, con compañeros y vecinos, con árboles, animales, naturaleza, incluso con Dios. Estas relaciones son una parte esencial de lo que el ser humanos es, no puede estar separado de ellas. Puesto en palabras propias del presente escrito, el ser humano ‘es’ en relación con los otros, el ser humano ‘es’ un ser social. Gracias a nuestra dotación neural nuestro ‘si mismo’ se va edificando en la capacidad de conexión con el otro y en la capacidad de ‘leer’ la mente de los demás y se manifiesta de manera plena en la armonización que se produce en el contexto social humano. El ser humano en ese contexto social, se manifiesta como el ‘animal social’ al que Aristóteles hacía referencia, en el que sin dejar de lado la introspección como fundamentación del self, se solidifica y prioriza la interacción como fundante de ese mismo ‘Self’.
Buber distingue entre dos tipos de relaciones: Yo-Ello y Yo-Tú.
En las relaciones Yo-Ello, nos referimos a la otra persona como un "Ello", como una cosa. Es considerada como algo que está ahí delante, como algo sobre lo cual se puede pensar, algo que experimento o conozco, manipulo, deseo, o trato de ayudar o explotar. Si, por ejemplo, pensamos: "Me pregunto cómo se siente ahora", entonces estamos en una relación Yo-Ello.
Por el contrario, Yo-Tú es una relación de cercanía, de estar juntos. En las relaciones Yo-Tú en las que yo estoy con la otra persona (o con un animal, un árbol, etc.) Yo no trato de entenderlo, Yo no lo uso, Yo no lo experimento, Yo no lo examino desde la distancia. No usamos instrumentos de medida ni lo sometemos a comparaciones, no usamos adjetivos de calidad ni de cantidad. Estoy totalmente junto con él, y no hay ninguna distancia que nos separe entre nosotros. Aunque continuamos siendo dos personas y no una (las relaciones sólo pueden existir entre dos individuos diferentes), estamos plenamente el uno con el otro. Esta cercanía implica todo mi ser, a diferencia de las relaciones “Yo-Ello” que involucran sólo a una parte limitada de mí: sólo mi pensamiento, por ejemplo, o sólo la curiosidad, la necesidad, la utilidad, la ventaja, etc.
“Así como una melodía no está compuesta por tonos, ni un poema está compuesto por palabras, ni una escultura está compuesta por líneas… Así pasa con el ser humano a quien yo le digo: Tú. Puedo abstraer de Él el color de su pelo o el color de su habla o el color de su bondad… pero entonces Él inmediatamente dejaría de ser Tú.”
Concluyendo:
Hemos hecho un recorrido multidisciplinario. Hemos partido de un texto religioso, transcurrimos por afirmaciones y constataciones científicas de la Neurociencia Social, finalmente hemos recurrido a aportaciones filosóficas y éticas. ¿Es que es correcto hacer esta mixtura? Desde el punto de vista de un texto científico se trata de una desprolijidad y de una riesgosa mezcla de saberes que no necesariamente pueden se traducidos o vinculados sin correr graves peligros semánticos. Somos conscientes de eso, pero nos aferramos a las ventajas de un ensayo, es decir, crear un texto que ponga de manifiesto las reflexiones y sentimientos del autor con la mayor creatividad y libertad expresiva.
Ahora volvamos a Isaías:
Podemos ahora reencontrarnos y asignar una nueva significación al texto de Isaías. Nos resulta posible entrever los tres niveles asignados en el comienzo, y complementarlos con los contenidos provenientes de las neurociencias. De ese modo registramos el nivel del reconocimiento básico del otro en tanto posibilitador de mi propia identidad. Un nivel para el cual la neurociencia afirma que nacemos con la dotación suficiente y necesaria para comenzar, en la jerga neurocientífica decimos que ‘venimos cableados’ para lograr de manera eficaz y eficiente la conexión esencial.
Reconocemos en segundo lugar el nivel de la conexión social, el que habíamos denominado sociológico. Aquel que permite la lectura de la mente de los otros, la detección de la intencionalidad y la previsibilidad de sus acciones. Podríamos además llamarlo el nivel del acuerdo y la convivencia. En él se edifican los códigos y las normas que permiten asegurar una convivencia relativamente pacífica que fomente la humanidad de los que concurren al acuerdo. Un nivel de riesgo, en el que pueden ocurrir profundas e insalvables diferencias que acaso deriven en explosivas pujas de poder, y en la mutua aniquilación.
Por fin, advertimos el nivel que denominamos teológico, en el que impera el reconocimiento del otro más allá de lo pragmático y utilitario, y más allá de lo acordado y de las obligaciones contraídas. Es el nivel del amor, en donde palabras como culpa, justicia, castigo, equidad, propiedad, libertad, adquieren una nueva dimensión bajo el signo del amor y la responsabilidad. Es el momento en el que el Rostro del otro acontece y me lanza un imperativo – ¡no me mates! – y tal como lo afirmaba Emmanuel Levinas se inaugura el espacio – tiempo de la ética de la responsabilidad y el amor.
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