Los niños tuberculosos son invisibles
El bacilo infecta a medio millón de menores cada año y mata a más de 85.000, pero durante décadas no se ha atendido a la enfermedad porque los más pequeños no la contagian
PABLO LINDE Barcelona 27 NOV 2014 - 16:46 CET
Durante décadas, la tuberculosis infantil ha sido una enfermedad invisible. Los niños se pueden contagiar de ella, como cualquier adulto. Pero no suelen transmitirla. Así que no se han dedicado esfuerzos suficientes para prevenirla, detectarla (algo bastante más complicado que en los mayores) ni curarla. Sin embargo, según las cifras más optimistas de la Organización Mundial de la Salud (OMS), medio millón de niños enferma cada año por culpa del bacilo y 85.000 mueren.
"Después de décadas de ser relegada a las sombras, la epidemia de tuberculosis infantil está ahora en el centro de atención mundial". Así comienza la hoja de ruta de la OMS sobre esta enfermedad en niños, publicada en 2013. Estaba en la oscuridad hasta el punto de que no fue hasta 2012 cuando la organización comenzó a recopilar datos desagregados para menores. Y todavía hoy existen muchos países que no discriminan las cifras. Mozambique, uno de los que padecen mayor incidencia de la enfermedad, es uno de ellos. En cierta forma, seguimos a oscuras cuando hablamos de tuberculosis infantil.
"El bacilo en un niño se expande hacia dentro, no hacia fuera, podríamos decir. Corre riesgo de que la infección se complique, de sufrir una meningitis y de morir, pero no tose esparciéndolo en su entorno. El principal foco de control de la enfermedad tradicionalmente ha sido detectar los contagios, con lo cual los niños han quedado fuera del debate", explica Steve Graham, presidente del subgrupo de tuberculosis infantil de la OMS. "Además, los pequeños no tienen voz, alguien ha de hablar por ellos. Y esto no siempre ha sucedido", añade Graham, que participó durante la última semana de octubre en la 45ª Conferencia Mundial sobre Salud Pulmonar en Barcelona, el encuentro más relevante sobre tuberculosis.
Sucede, además, que los síntomas son más inespecíficos en niños. "Muchos no presentan esa característica tos y expectoración con sangre de los adultos. A veces se traduce solo en malnutrición y decaimiento, que son manifestaciones comunes en otras muchas enfermedades. Esto ocurre porque suelen tener menos cantidad de bacteria en los pulmones y por lo tanto la confirmación (encontrar la bacteria a través de las técnicas de microscopio y cultivo) es más difícil. Porque no consiguen expectorar solos y se necesitan procedimientos que en ocasiones son un poco invasivos: aspirar jugo gástrico en ayunas, o inducir con sueros la tos, para poder extraer los mocos con un aspirador nasal", detalla Elisa López, investigadora de ISGlobal Centro de Investigación en Salud de Manhiça (Mozambique).
A partir de aquí, todo es incertidumbre. No está clara realmente su incidencia ni su mortalidad, especialmente entre los niños más pequeños. La cifra de 85.000 fallecidos que da la OMS lleva un asterisco detrás: "Solo incluye a niños sin VIH. De hecho, el número de la prevalencia es probablemente mayor, sobre todo teniendo en cuenta el reto en el diagnóstico". López explica que en las sesiones dedicadas a pediatría del congreso sobre salud pulmonar de Barcelona se han barajado estimaciones que muestran que la incidencia puede doblar a la que calcula la OMS.
En este contexto, no es de extrañar que no exista un tratamiento específico en niños. Se aplica el de adultos (con algunas diferencias), uno muy agresivo con efectos secundarios fortísimos. Graham explica que la incidencia de la pérdida de oído, una dolencia que conllevan con relativa frecuencia los fármacos que luchan contra la tuberculosis más agresiva, es incluso más frecuente en niños, si bien otros efectos secundarios suelen ser más livianos. Todo esto, siempre teniendo en cuenta que se sabe muy poco del desarrollo de la enfermedad en los más pequeños.
Lo que tienen claro los especialistas es que allí donde hay tuberculosis en adultos, existe también en niños. Clara Menéndez, investigadora de ISGlobal, estudia la enfermedad entre embarazadas, otra gran desconocida. Aunque no se suele producir transmisión durante el embarazo, es probable que un niño que nazca en un hogar con tuberculosis acabe contagiándose. Menéndez cuenta que su organización ha realizado recientemente en Mozambique el primer estudio de mortalidad materna por tuberculosis. Las autopsias revelaron que un 8% de las embarazadas moría por causa de esta enfermedad. Un 75% de los casos no estaba diagnosticado. He aquí otra zona oscura. "Casi no se ha estudiado incidencia en mujeres encintas y es algo que debemos solucionar. El chequeo médico de las preñadas debería incluir una prueba para detectarla, como sucede con el sida", reclama Menéndez.
Si algo positivo hay entre tanta oscuridad es que, poco a poco, se va haciendo la luz. La mera existencia de la hoja de ruta de la OMS sobre tuberculosis infantil es un hito que muestra que el problema está sobre la mesa. A partir de aquí está comenzando una labor de concienciación para que las políticas públicas de los países más afectados tengan en cuenta a los más pequeños cuando abordan la tuberculosis, una epidemia mundial que el año pasado sufrieron nueve millones de personas y por la que murieron 1,5 millones.
El camino todavía es largo. La OMS estima que hacen falta 64 millones de euros al año para abordar la tuberculosis infantil y otros 32 millones adicionales para la terapia antirretroviral para los que tienen coinfección con VIH. "Pero al menos ahora hemos concienciado al mundo de que existe un problema", matiza Graham.
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