La clase en casa como terapia
Los escolares enfermos con asistencia docente a domicilio experimentan buenos resultados
También mejora su estado de salud
Esperança Costa Valencia 7 MAY 2013 - 20:35 CET
Paula Sofia Bustos ya está de nuevo en casa. Tras cinco meses ingresada en la unidad de Oncología Pediátrica del hospital La Fe de Valencia, esta niña de 10 años ha dejado atrás las sesiones de quimioterapia y el aislamiento padecidos desde que le detectaron un tumor de hipófisis. Pero hasta que no acabe su tratamiento y suban sus defensas, los médicos no le permiten volver a su colegio, el Sant Bertomeu de Godella. “Creíamos que iba a perder este curso”, dice su madre, Mariela Nemes, “pero afortunadamente lo va a sacar y pasará seguro a sexto de Primaria”.
Las responsables de la continuidad académica de la niña son Juana Barrera y Sofía Coco, dos profesoras que diariamente acuden a su casa para instruirle en las materias troncales y, dentro de lo posible, en el resto de asignaturas. Participan en lo que se denomina atención educativa a los niños de hospitalización domiciliaria, un programa coordinado desde la consejería de Educación y del que se han beneficiado durante este curso 43 alumnos de primaria y ESO. El espectro de dolencias que padecen estos alumnos recluidos en casa es amplio, “desde niños que se han roto una pierna hasta enfermos oncológicos o crónicos”, explica Barrera.
Cuando un médico establece que un menor no puede asistir al colegio, se activa un protocolo en el que participan los padres, los centros educativos y la consejería. Los niños de Primaria reciben a la semana siete horas y media de clase en su propia casa; los de ESO, 12 horas. La consejería, que el próximo curso ampliará estos horarios para aquellos alumnos que puedan asumir más tareas, es la encargada de adjudicar a cada estudiante los profesores que necesita.
Lejos de parecer una tortura añadida a su enfermedad, “los niños lo agradecen muchísimo”, asegura Sofía Coco. “Lo que más necesitan es volver a la normalidad, e incluso los malos estudiantes están deseando que vayas a su casa a darles deberes”, agrega esta profesora itinerante con 25 años de experiencia. Volver a estudiar al mismo ritmo que sus compañeros, aunque sea en su dormitorio o en el salón, se convierte para ellos en una terapia que les ayuda a superar, o como mínimo olvidar, la enfermedad.
Tanto Coco como Barrera pertenecen a la fundación Valencia Auxilia, que cuenta con siete docentes dedicados específicamente a la escolarización domiciliaria. Para ello, se coordinan con el tutor y con el resto de maestros para que el menor haga las mismas tareas que sus colegas de curso. “Lo ideal”, explica Coco, “sería que les dieran clase sus propios profesores, pero desafortunadamente no sobran maestros en los colegios”.
En este sentido, José Tolsá, de 14 años, ha tenido más suerte. Tras permanecer cinco meses ingresado en La Fe a causa de un linfoma, el colegio La Concepción de Ontinyent, donde estudia segundo de ESO, se volcó en su caso y solicitó a la consejería que las clases domiciliarias fueran impartidas por profesores del mismo centro. “El objetivo era que José tuviera un contacto continuo con su entorno”, explica Rafael Pla, el maestro que, junto a Isabel Bellver, visita diariamente a José. “Además de darle las mismas unidades didácticas y los mismos exámenes, le llevamos noticias y mensajes de sus compañeros”, agrega Pla. Por su parte, Isabel Bellver, afirma que José “está mucho mejor, está muy motivado y obtiene muy buenos resultados”.
Y el chaval lo confirma orgulloso: “he sacado un 9,8 en inglés y un 8,75 en matemáticas”. “El hospital era muy aburrido, aunque había gente que te lo hacía agradable”, explica con toda la naturalidad del mundo. Cuando estaban ingresados en La Fe, tanto él como Paula Sofía asistían a las aulas de escolarización del hospital. “Pero no es lo mismo”, asegura el padre de José. “Allí, con la quimioterapia, se cansaba mucho, y estaba continuamente conectado a las máquinas”. “Ha sido un año muy crítico”, señala José Tolsá padre, “pero su meta ahora es aprobar el curso y volver en septiembre a clase con sus compañeros de siempre”. Como a la pequeña Paula Sofía, estar de nuevo en casa, aunque bajo tratamiento, ha supuesto para José una gran inyección de ánimo y optimismo.
José quiere ser de mayor ingeniero, y Paula Sofía “médico oncóloga”. “Y tengo un proyecto”, advierte con una inaudita decisión para su corta edad. “Voy a escribir un libro sobre cómo fue mi enfermedad para ayudar a otros niños a afrontarla”. Y, como primer paso hacia esa visibilidad del cáncer infantil, la pequeña ha pedido expresamente, con permiso de su madre, aparecer en la foto de este reportaje. Y no quiere acabar la entrevista sin enviar “un saludo a los niños de mi clase de quinto del Sant Bertomeu y a mi profesor Javier”. “Y, bueno”, agrega por si acaso, “también a las profes de mi casa”.
Las responsables de la continuidad académica de la niña son Juana Barrera y Sofía Coco, dos profesoras que diariamente acuden a su casa para instruirle en las materias troncales y, dentro de lo posible, en el resto de asignaturas. Participan en lo que se denomina atención educativa a los niños de hospitalización domiciliaria, un programa coordinado desde la consejería de Educación y del que se han beneficiado durante este curso 43 alumnos de primaria y ESO. El espectro de dolencias que padecen estos alumnos recluidos en casa es amplio, “desde niños que se han roto una pierna hasta enfermos oncológicos o crónicos”, explica Barrera.
Cuando un médico establece que un menor no puede asistir al colegio, se activa un protocolo en el que participan los padres, los centros educativos y la consejería. Los niños de Primaria reciben a la semana siete horas y media de clase en su propia casa; los de ESO, 12 horas. La consejería, que el próximo curso ampliará estos horarios para aquellos alumnos que puedan asumir más tareas, es la encargada de adjudicar a cada estudiante los profesores que necesita.
Lejos de parecer una tortura añadida a su enfermedad, “los niños lo agradecen muchísimo”, asegura Sofía Coco. “Lo que más necesitan es volver a la normalidad, e incluso los malos estudiantes están deseando que vayas a su casa a darles deberes”, agrega esta profesora itinerante con 25 años de experiencia. Volver a estudiar al mismo ritmo que sus compañeros, aunque sea en su dormitorio o en el salón, se convierte para ellos en una terapia que les ayuda a superar, o como mínimo olvidar, la enfermedad.
Tanto Coco como Barrera pertenecen a la fundación Valencia Auxilia, que cuenta con siete docentes dedicados específicamente a la escolarización domiciliaria. Para ello, se coordinan con el tutor y con el resto de maestros para que el menor haga las mismas tareas que sus colegas de curso. “Lo ideal”, explica Coco, “sería que les dieran clase sus propios profesores, pero desafortunadamente no sobran maestros en los colegios”.
En este sentido, José Tolsá, de 14 años, ha tenido más suerte. Tras permanecer cinco meses ingresado en La Fe a causa de un linfoma, el colegio La Concepción de Ontinyent, donde estudia segundo de ESO, se volcó en su caso y solicitó a la consejería que las clases domiciliarias fueran impartidas por profesores del mismo centro. “El objetivo era que José tuviera un contacto continuo con su entorno”, explica Rafael Pla, el maestro que, junto a Isabel Bellver, visita diariamente a José. “Además de darle las mismas unidades didácticas y los mismos exámenes, le llevamos noticias y mensajes de sus compañeros”, agrega Pla. Por su parte, Isabel Bellver, afirma que José “está mucho mejor, está muy motivado y obtiene muy buenos resultados”.
Y el chaval lo confirma orgulloso: “he sacado un 9,8 en inglés y un 8,75 en matemáticas”. “El hospital era muy aburrido, aunque había gente que te lo hacía agradable”, explica con toda la naturalidad del mundo. Cuando estaban ingresados en La Fe, tanto él como Paula Sofía asistían a las aulas de escolarización del hospital. “Pero no es lo mismo”, asegura el padre de José. “Allí, con la quimioterapia, se cansaba mucho, y estaba continuamente conectado a las máquinas”. “Ha sido un año muy crítico”, señala José Tolsá padre, “pero su meta ahora es aprobar el curso y volver en septiembre a clase con sus compañeros de siempre”. Como a la pequeña Paula Sofía, estar de nuevo en casa, aunque bajo tratamiento, ha supuesto para José una gran inyección de ánimo y optimismo.
José quiere ser de mayor ingeniero, y Paula Sofía “médico oncóloga”. “Y tengo un proyecto”, advierte con una inaudita decisión para su corta edad. “Voy a escribir un libro sobre cómo fue mi enfermedad para ayudar a otros niños a afrontarla”. Y, como primer paso hacia esa visibilidad del cáncer infantil, la pequeña ha pedido expresamente, con permiso de su madre, aparecer en la foto de este reportaje. Y no quiere acabar la entrevista sin enviar “un saludo a los niños de mi clase de quinto del Sant Bertomeu y a mi profesor Javier”. “Y, bueno”, agrega por si acaso, “también a las profes de mi casa”.
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