La dislipidemia no suele causar síntomas por sí misma, pero puede ocasionar enfermedad vascular sintomática, incluso enfermedad coronaria, accidente cerebrovascular y enfermedad arterial periférica. A menos que sea grave, la mayoría de las personas con dislipidemia no saben que la tienen.
La dislipemia puede ser hereditaria, aunque buena parte de las causas se asocian con el comportamiento, como ciertos hábitos poco adecuados y dietas nada saludables. Así, el sedentarismo, las dietas ricas en grasas o el tabaquismo son factores de riesgo importantes para acabar desarrollando la enfermedad. De modo secundario, también pueden aparecer enfermedades como diabetes, hipotiroidismo u obesidad.
Al ser asintomática, su detección se da cuando la enfermedad ya se encuentra avanzada, manifestándose entonces los síntomas derivados de las complicaciones asociadas a la enfermedad. Tanto la enfermedad coronaria como la enfermedad arterial periférica pueden causar serias complicaciones de salud.

Las dietas ricas en grasas saturadas, factor de riesgo de la dislipidemia

Los principales factores de riesgo de las dislipemias son las dietas ricas en grasas saturadas, obesidad, estilo de vida sedentario, tabaquismo, consumo de alcohol, hipotiroidismo y la edad. También el uso de ciertos fármacos, como betabloqueantes, tiazidas,… y las mutaciones genéticas también se consideran un factor de riesgo asociado.
El tratamiento farmacológico de la dislipemia debe elegirse con criterio en función del tipo de dislipemia. Si se pretende controlar los niveles de colesterol, triglicéridos o ambos, así como la intensidad del descenso necesario para alcanzar los niveles objetivo.
En el caso de los triglicéridos, aunque su control no constituye la prioridad en la prevención del riesgo cardiovascular, cuando su control se considera necesario, se dispone de fármacos, como los fibratos y los ácidos grasos omega-3, que son eficaces en la reducción de los niveles de triglicéridos.

Prevención de la dislipidemia

El control del colesterol, en especial del unido a lipoproteínas de baja densidad es el que se deposita y ocluye los vasos arteriales, es el objetivo primordial en la prevención cardiovascular, tanto en las personas que todavía no han padecido la enfermedad, como, con mayor motivo, en aquellos que ya han sufrido un evento.
Para controlar las cifras de colesterol, los fármacos más utilizados son las estatinas. Dentro de este grupo, existen diferentes medicamentos, con distinta potencia, por lo que el facultativo debe elegir la más adecuada, teniendo en cuenta el descenso del nivel de colesterol necesario.

Combinación

Si las estatinas de mayor potencia no son suficientes para alcanzar el objetivo, se puede optar a un fármaco de segunda línea, como es ezetimibe, que inhibe la absorción intestinal de colesterol y asociado a estatinas produce un notable descenso de los niveles de cLDL. Si la asociación de estatinas y ezetimibe resulta insuficiente, se puede recurrir a los inhibidores de PCSK9. Estos fármacos se administran mediante inyección subcutánea cada 15 días y son muy eficaces en la reducción del colesterol.
Para valorar la eficacia del tratamiento, hay que esperar unos tres meses y realizar una analítica que incluya los niveles de colesterol total y sus fracciones, así como de triglicéridos.

Estilo de vida

El tratamiento farmacológico debe acompañarse de una dieta y un estilo de vida que esté dispuesto a mantener de forma indefinida. Por eso, hay que comprobar que con los hábitos de vida y el tratamiento instaurado el paciente presenta un perfil lipídico adecuado que minimiza el riesgo de padecer futuros eventos cardiovasculares. Las últimas evidencias científicas han conducido a exigir niveles cada vez más ambiciosos, con un único objetivo: mejorar la expectativa de vida de los pacientes.
La modificación de hábitos de vida debe ser coadyuvante, nunca sustituida por el tratamiento farmacológico. La adquisición de hábitos de vida saludables supone un beneficio tanto para los pacientes con alto RCV como para el resto de la población; por lo tanto, es aplicable a todas las edades desde la infancia.
Así, es recomendable el control de peso con una pérdida ponderal de al menos un 10% del peso corporal si el índice de masa corporal es >25 mediante dieta hipocalórica y ejercicio físico. Hay que potenciar los cambios dietéticos y la adopción de hábitos saludables como la dieta mediterránea. Se recomienda usar aceite de oliva y cereales integrales, el consumo diario de cinco porciones de fruta y verdura y pescado al menos dos veces a la semana, una de ellas de pescado azul.
Con respecto al alcohol, su consumo debe ser moderado, máximo 1 UBE/día para mujeres y 2 UBE/día para varones.

Sedentarismo

Hay que tener en cuenta que el sedentarismo se ha asociado a un incremento del riesgo cardiovascular. El ejercicio físico previene la obesidad, reduce los TG, eleva el cHDL y disminuye la hipertensión arterial. Es recomendable la práctica de actividad física de carácter moderado al menos 30 min/día o 150 min/semana repartidos en cinco días o a días alternos de ejercicios cardiovasculares aeróbicos como nadar, montar en bicicleta o caminar a paso rápido. Evidentemente, siempre hay que favorecer la práctica de deportes acordes con la edad, la capacidad y los gustos del paciente.
Para la elaboración de este artículo se ha contado con la colaboración de los doctores Moisés Barrantes Castillo, Marco Antonio Paz Bermejo, Héctor González Soares, Cristina Campoamor Cela, de Girona; los cardiólogos Ferran Bernaus Balasch, Berthy Rivero Souco y Annerys Mendez, de Terrassa, y Verónica D´Alicandro, Bárbara Campos, Dres. Francisco Cámara Aguilera y José Antonio Tuero Marín.