El avance en la tecnología es clave para tratar a los pacientes
Tener mejores medios ayuda al cuerpo a centrar los esfuerzos contra el virus
JAIME PRATS Valencia 4 AGO 2014 - 21:25 CEST
El hospital de la Universidad de Emory en Atlanta (EE UU) recibió el sábado al médico Kent Brantly, que contrajo el ébola mientras trataba a pacientes afectados en Liberia. Está previsto que hoy llegue al mismo centro su compatriota Nancy Writebol, también infectada. Pero, si no existe tratamiento contra el patógeno ¿qué sentido tiene repatriar a un paciente para atenderlo? “Controlar mejor las complicaciones médicas que pudiera provocar la enfermedad, aunque eso no garantiza que no vaya a morir”, responde un especialista en enfermedades infecciosas que trabaja en uno de los hospitales seleccionados para atender a potenciales pacientes en España. Es especialmente importante contar con la tecnología que permita mantener con vida al enfermo y darle la posibilidad de que su sistema inmune acabe por vencer al virus.
Una vez confirmado el caso, al no haber tratamiento curativo, todos los esfuerzos se dirigen a promover todos los cuidados posibles dirigidos a que el cuerpo pueda concentrar sus esfuerzos en desarrollar anticuerpos para vencer a tiempo al virus. Tanto los inmediatos —la reacción aguda a la infección— como lo que le otorgarán una protección de por vida frente al patógeno.
Hasta cierto punto, esto se puede hacer en las zonas afectadas. El tratamiento consiste en antitérmicos para combatir la fiebre, antibióticos para evitar infecciones secundarias y suplementos nutricionales ricos en proteínas. Cuando el paciente lo requiere se recurre a la alimentación por vía nasogástrica y, frente a la deshidratación, los enfermos reciben suero intravenoso, dos de los aspectos en los que Miriam Alía, deMédicos sin Fronteras, destaca que se ha avanzado respecto a brotes de años anteriores.
El problema es si estas medidas no son suficientes. Sobre todo, cuando la enfermedad evoluciona hacia problemas en el funcionamiento de órganos vitales (riñones, hígado, pulmones) que pueden acabar en fracaso multiorgánico y muerte (este brote tiene una mortalidad del 60%). En este momento, es cuando interviene la tecnología. A medida que fallan los órganos, se puede ir sustituyendo su función, por ejemplo con equipos de respiración asistida y ventilación; en el caso de que el enfermo entre en coma o sufra un edema en el pulmón; o diálisis, si se trata de los riñones. Y así, ganar tiempo para que el sistema inmune trate de imponerse al virus. “Estos sí son aspectos fundamentales que allí [en referencia a la asistencia a los enfermos en las zonas afectadas] no se pueden hacer”, admite Alía.
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