Más de cinco siglos curando males
Los monjes de San Martiño Pinario recuperan la botica original del siglo XVI
Habrá las mismas plantas medicinales con las que más de 1.000 monjes curaban a los enfermos
Los muros de piedra y el ambiente húmedo y oscuro trasladan al visitante al final de la Edad Media. Anchas puertas de madera, dos claustros -uno de ellos en obras por culpa de un derrumbe de piedras del tejado-, una hospedería que atiende al peregrino desde el siglo XII, un jardín botánico, un hospital, una imprenta y la iglesia, hacían del monasterio de San Martíño Pinario un verdadero centro de actividad. Ahora, además, con la ayuda de Mari Carmen Furelos, directora de la hospedería, y la ilusión de Carlos Álvarez, rector del seminario benedictino del que todo depende, se está recuperando la botica original (siglos XVI y XVII), una de las más importantes de España que, junto con las de Samos (Lugo) y Oseira (Ourense), formará parte de un recorrido único en Galicia: el de las farmacias monacales.
Desde el punto de vista del business, el monasterio está ubicado en un sitio casi perfecto; en la plaza de la Inmaculada frente a la entrada del lateral izquierdo de la Catedral, por donde asoma una larga fila de peregrinos que espera para abrazar al Apóstol. Además, un gaitero que suele tocar en un pasadizo cercano hace del entorno un lugar ideal para el trasiego de turistas. El proyecto, que surgió el año pasado, abrirá las puertas al público a principios de septiembre. Fue idea de Mari Carmen, que con ninguna financiación excepto lo que le proporciona la hospedería y la tienda, le propuso al rector esta "espectacular idea", como lo califica el clérigo mientras pasea entusiasmado por la farmacia ya en fase final. "No hay que construir nada", comenta la directora de la hospedería. "El espacio estaba aquí desde hace siglos y lo que queremos es recuperarlo", explica.
"Aquí mismo es donde originalmente estaba la botica", comenta Furelos con la mirada hacia el techo abovedado de lo que hoy es la tienda de productos artesanales. Se trata de un pasillo largo y con luz tenue que alberga todo tipo de productos; licores, aceites, mermeladas y jabones que están a la venta de todo el que pasea por allí. "Viene muchísima gente", afirma orgullosa. Hoy en día, las plantas medicinales que se venden en la tienda son "exactamente las mismas" que las que se ofrecían en el siglo XVII a los enfermos en este mismo lugar. "Vamos a recuperar también el jardín botánico", anuncia, para completar los servicios que, desde el siglo XVI hasta el siglo XIX, tenía este complejo monacal. Se trata de 16 plantas que curan desde un resfriado hasta los efectos de un aborto, y desde las más conocidas como la menta y el romero hasta las más exóticas como el heno griego o el sariette. "Todas ellas se dan en Galicia de forma natural", afirma la directora. Las que produzcan ellos mismos no estarán a la venta. “Hay que tener una licencia y pasar demasiados controles de Sanidad”, explica. Van a plantar exactamente cada hierba que antaño creció en el claustro de la oficina –como se conocía en el siglo XVI- y curó a tantos enfermos y peregrinos. Encargarán idénticos productos a empresas con licencia y, esos sí, los venderán. “El dinero que se saque será para continuar con el proyecto”, afirma Mari Carmen desde el antiguo laboratorio. "Es autogestión", dice.
Tras una puerta diminuta por la que hay que pasar algo inclinado se abre un espacio indefinido, casi vacío. Los modernos restos de Galicia Digital –un proyecto de la Xunta- se despedazan mientras que las ideas boticarias de Mari Carmen Furelos afloran desde un pasado esplendoroso. "Aquí haremos talleres gratuitos para todo el que quiera conocer las propiedades de las plantas", cuenta entusiasmada señalando unas macetas vacías. "La gente vendrá a ver, tocar y oler". Junto al taller está la rebotica, un espacio con piezas de imitación que decoran los muebles originales de los monjes. Furelos quiere hacer de la farmacia un lugar didáctico donde los niños puedan aprender mientras toquetean el material. "No queremos un museo muerto", dice don Carlos buscando la aprobación de su socia. Mari Carmen, mientras tanto, intenta encender un horno donde se destilaban las plantas para generar un líquido con propiedades curativas: el medicamento. "Esto sí funciona y lo encenderemos para enseñarle al público cómo se hacía", comenta mientras busca la manera de accionarlo ella misma.
Todo el botamen original -recipientes de cerámica de Talavera (Toledo) donde se guardaban las plantas medicinales- está expuesto en el museo de la iglesia adyacente desde hace más de diez años al que se puede acceder por 2,50 euros (hay descuentos para estudiantes, jubilados y parados). Son más de 120 piezas que hacen que sea la colección "más importante de Galicia", comenta Elena Montero, encargada del museo, "y la segunda de España después de la de Silos (Burgos), por supuesto", matiza entre risas. "Todo esto nos los encontramos en cajas haciendo una limpieza hace cinco años", dice Elena mientras señala un montón de frascos viejos -que aún supuran por las reacciones químicas- acumulados en medio de una de las salas del museo.
En pleno siglo XXI, y con una escasísima financiación, Mari Carmen Furelos y Carlos Álvarez han conseguido recuperar de una forma original y rigurosa –a través de tesis doctorales y anotaciones de los siglos XVII y XVIII- una labor que hace más de cinco siglos hacían unos 1.000 monjes benedictinos. "Me di cuenta de que a la gente le gusta lo real", confiesa la promotora del proyecto.
Desde el punto de vista del business, el monasterio está ubicado en un sitio casi perfecto; en la plaza de la Inmaculada frente a la entrada del lateral izquierdo de la Catedral, por donde asoma una larga fila de peregrinos que espera para abrazar al Apóstol. Además, un gaitero que suele tocar en un pasadizo cercano hace del entorno un lugar ideal para el trasiego de turistas. El proyecto, que surgió el año pasado, abrirá las puertas al público a principios de septiembre. Fue idea de Mari Carmen, que con ninguna financiación excepto lo que le proporciona la hospedería y la tienda, le propuso al rector esta "espectacular idea", como lo califica el clérigo mientras pasea entusiasmado por la farmacia ya en fase final. "No hay que construir nada", comenta la directora de la hospedería. "El espacio estaba aquí desde hace siglos y lo que queremos es recuperarlo", explica.
"Aquí mismo es donde originalmente estaba la botica", comenta Furelos con la mirada hacia el techo abovedado de lo que hoy es la tienda de productos artesanales. Se trata de un pasillo largo y con luz tenue que alberga todo tipo de productos; licores, aceites, mermeladas y jabones que están a la venta de todo el que pasea por allí. "Viene muchísima gente", afirma orgullosa. Hoy en día, las plantas medicinales que se venden en la tienda son "exactamente las mismas" que las que se ofrecían en el siglo XVII a los enfermos en este mismo lugar. "Vamos a recuperar también el jardín botánico", anuncia, para completar los servicios que, desde el siglo XVI hasta el siglo XIX, tenía este complejo monacal. Se trata de 16 plantas que curan desde un resfriado hasta los efectos de un aborto, y desde las más conocidas como la menta y el romero hasta las más exóticas como el heno griego o el sariette. "Todas ellas se dan en Galicia de forma natural", afirma la directora. Las que produzcan ellos mismos no estarán a la venta. “Hay que tener una licencia y pasar demasiados controles de Sanidad”, explica. Van a plantar exactamente cada hierba que antaño creció en el claustro de la oficina –como se conocía en el siglo XVI- y curó a tantos enfermos y peregrinos. Encargarán idénticos productos a empresas con licencia y, esos sí, los venderán. “El dinero que se saque será para continuar con el proyecto”, afirma Mari Carmen desde el antiguo laboratorio. "Es autogestión", dice.
Tras una puerta diminuta por la que hay que pasar algo inclinado se abre un espacio indefinido, casi vacío. Los modernos restos de Galicia Digital –un proyecto de la Xunta- se despedazan mientras que las ideas boticarias de Mari Carmen Furelos afloran desde un pasado esplendoroso. "Aquí haremos talleres gratuitos para todo el que quiera conocer las propiedades de las plantas", cuenta entusiasmada señalando unas macetas vacías. "La gente vendrá a ver, tocar y oler". Junto al taller está la rebotica, un espacio con piezas de imitación que decoran los muebles originales de los monjes. Furelos quiere hacer de la farmacia un lugar didáctico donde los niños puedan aprender mientras toquetean el material. "No queremos un museo muerto", dice don Carlos buscando la aprobación de su socia. Mari Carmen, mientras tanto, intenta encender un horno donde se destilaban las plantas para generar un líquido con propiedades curativas: el medicamento. "Esto sí funciona y lo encenderemos para enseñarle al público cómo se hacía", comenta mientras busca la manera de accionarlo ella misma.
Todo el botamen original -recipientes de cerámica de Talavera (Toledo) donde se guardaban las plantas medicinales- está expuesto en el museo de la iglesia adyacente desde hace más de diez años al que se puede acceder por 2,50 euros (hay descuentos para estudiantes, jubilados y parados). Son más de 120 piezas que hacen que sea la colección "más importante de Galicia", comenta Elena Montero, encargada del museo, "y la segunda de España después de la de Silos (Burgos), por supuesto", matiza entre risas. "Todo esto nos los encontramos en cajas haciendo una limpieza hace cinco años", dice Elena mientras señala un montón de frascos viejos -que aún supuran por las reacciones químicas- acumulados en medio de una de las salas del museo.
En pleno siglo XXI, y con una escasísima financiación, Mari Carmen Furelos y Carlos Álvarez han conseguido recuperar de una forma original y rigurosa –a través de tesis doctorales y anotaciones de los siglos XVII y XVIII- una labor que hace más de cinco siglos hacían unos 1.000 monjes benedictinos. "Me di cuenta de que a la gente le gusta lo real", confiesa la promotora del proyecto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario