Relato del profesor Dr. Carlos Presman | 18 DIC 17
La vida por celular
Un relato del Dr. Carlos Presman (Córdoba) acerca de cómo la dependecia del celular se devora la vida personal
Autor: Dr. Carlos Presman Fuente: IntraMed
Relato
Tenía programado su celular a las 7:15, pero se despertaba antes que sonara la alarma. Años con esa rutina. Ya no percibía la cama vacía: llevaba tiempo separado, no recordaba cuánto. Se levantaba a prepararse el café mientras la agenda del teléfono le indicaba los medicamentos de la mañana. Con el café aún humeante, revisaba los correos electrónicos, los WhatsApp, el Facebook, el Instagram y el Twitter. En general, no había nada nuevo.
Durante el desayuno veía las noticias en el celular. Leía los titulares de los principales diarios, las publicidades y al final miraba las cotizaciones de monedas extranjeras y otros datos económicos. ¿Cuánto hacía que no leía el diario en papel o veía un noticiero por televisión? Luego consultaba el pronóstico del clima: la temperatura, las probabilidades de lluvia, y dejaba esa información en la pantalla del celular, mientras se vestía. ¿Cuánto hacía que no sentía frío, calor o se mojaba bajo la lluvia?
A las 7:50 salía para la inmobiliaria donde trabajaba hacía una cantidad de años. En el auto encendía las aplicaciones de GPS y Waze del celular, que lo guiaban por el camino más corto y con menos tránsito. La conexión de Bluetooth le permitía atender el teléfono mientras manejaba. Tenía Spotify, así que iba escuchando la música preferida que bajaba cada semana. ¿Cuánto hacía que no se fijaba en las calles y que no iba a un recital?
La recesión no aflojaba, no se vendía casi nada. Si debía renovar algún alquiler o actualizar los precios al ritmo de la inflación en la página web de la empresa, hacía las tareas con la calculadora del celular. ¿Cuánto hacía que no realizaba ninguna cuenta mentalmente?
Junto con los precios actualizaba las imágenes de las viviendas, los terrenos, los departamentos para Airbnb, y agregaba algún video breve del entorno que él mismo filmaba o bajaba de Google Street View. Todo con el celular. ¿Cuánto hacía que no usaba la máquina de fotos o la filmadora?
Con las nuevas tecnologías no tenía necesidad de moverse de su casa, pero igual debía ir a la oficina. Se pasaba horas sentado en su escritorio, sin consultas, por lo que decidió bajarse la aplicación de Ibook. Le llegaron cantidad de novelas y textos clásicos de la literatura universal. No supo si fue por la pantalla o el tiempo que requería de atención, pero lo cierto es que no leyó ninguna. ¿Cuánto hacía que no leía en papel?
Bajó también la aplicación de televisión Netflix, que le cambió la vida. Llegó a estar toda la jornada laboral viendo series con el celular, incluso las seguía en su casa hasta la madrugada. ¿Cuánto hacía que no iba al cine o al teatro? Sólo detenía el capítulo cuando entraba algún mensaje de WhatsApp de su hijo, que se había ido a Nueva Zelanda. ¿Cuánto hacía que no hablaban?
Durante el día le llegaban cantidad de mensajes: su ex mujer lo perseguía con reclamos, los políticos lo perseguían por el voto, ofertas imperdibles, campañas solidarias. Y los videítos de los grupos: los ex compañeros del colegio secundario, los del consorcio del edificio, los de la inmobiliaria, los del grupo de fútbol. Seguían por el celular todos los partidos de la Champions League y se pasaban los goles de Messi por el grupo Aguante el Barça. ¿Cuánto hacía que no se juntaban a jugar al fútbol?
Casi infalibles, a la hora de la siesta le entraban los videos de Cacho, un amigo de Facebook a quien nunca vio personalmente. Jamás pudo saber de dónde sacaba ese material: imágenes sexuales de todo tipo, color, género, edad y especie. Pasaba entonces el celular a modo avión y se encerraba unos minutos en el baño. ¿Cuánto hacía que no tenía relaciones?
Por la tarde, con el falso motivo de mostrar un departamento, se escapaba al shopping y al supermercado. Iba por las ofertas y publicidades que le habían entrado vía mail y mientras leía los diarios por la mañana. Con el celular registraba el código de barras de los productos y también pagaba con el teléfono en el cajero automático. ¿Cuánto hacía que no hablaba con alguien?
La alarma del celular le recordó la medicación de la tarde y un anuncio de Facebook le avisó del cumpleaños de su mamá. De inmediato le mandó unos SMS con emoticones y un saludo que bajó de YouTube. ¿Cuánto hacía que no iba a verla?
Ya no recordaba ninguna fecha de cumpleaños salvo la propia, ni ningún número de teléfono incluido el propio. Sí recordaba una frase de la serie Dr. House: «Lo que no se usa se atrofia, se pierde». Pensó en su salud y decidió hacerse un chequeo con la aplicación Mediktor. Se controló con su celular la frecuencia cardíaca y la presión arterial, se hizo un trazado electrocardiográfico y una oximetría de pulso; de paso consultó con el especialista en salud mental por sus noches de insomnio. ¿Cuánto hacía que no lo atendía un médico?
Pagó todo con débito desde el celular, revisó sus cuentas por Home Banking, y de paso controló el resumen de la tarjeta de crédito. ¿Cuánto hacía que no tocaba dinero?
A las 20:25 regresó a la oficina para el cierre. Hasta aquí su rutina normal, sin pensar en nada. ¿Para qué? Si todo lo resolvía su celular. Hasta que sucedió lo de esa noche.
Él tenía cargado en el teléfono la dirección de su casa y bastaba con subirse al auto y decir, por comando de voz, «a casa». Estaba convencido de que había hecho eso. Era su hábito automático. Manejaba de manera refleja, siguiendo las indicaciones del GPS. Al oír «arribando a destino por la izquierda», se detuvo. La sorpresa fue mayúscula: el GPS lo había llevado a las canchas de fútbol 5 donde jugaba con sus amigos. El cartel que ocupaba todo el parabrisas no admitía equívocos: «Doña Pelota». Volvió a encender el auto, aplicó otra vez el modo GPS y ahora, sin lugar dudas, repitió «a casa». De nuevo desconectó su cabeza y se dejó llevar.
Desde que usaba el GPS había perdido el poder de orientación en el tiempo y el espacio. Como un autómata detuvo el auto y se bajó al instante de haber escuchado «arribando a destino por la izquierda». Cuando encaró hacia donde debía estar su edificio, su departamento, se topó con la entrada de la casa de su madre. La verja le disparó infinidad de recuerdos, de aromas de infancia.
Miró la hora en el celular: 21:48. Sabía que la vieja se iba a dormir temprano. Regresó al auto. Sentía palpitaciones. A pesar de que las manos le transpiraban, decidió cargar otra vez la dirección de su casa, esta vez por escrito. Se sentía al borde de una crisis de pánico, como las que tenía antes del nacimiento de su hijo. El andar bajo el mando del celular lo tranquilizó, puso música y se dijo que ya habría tiempo para explicarse lo sucedido. De última, haría los reclamos a la compañía del teléfono o a la empresa de la aplicación del GPS.
Cuando según el celular había llegado a destino, otra vez no estaba en su casa. Se empezó a desesperar. Comenzó a hacer unos ejercicios de respiración que había aprendido en yoga y se puso un clonazepan sublingual. ¡Y el celular que se quedaba sin carga! Lo guardó en el bolsillo, cruzó la vereda e ingresó al hall de entrada del edificio donde lo llevó el GPS. El sitio le resultó familiar. Se acercó al portero eléctrico y reconoció dónde estaba al leer, al lado de 4ºA, «Dr. Kopelman Psiquiatría». Se sentó en el cordón de la vereda. ¿Cuánto hacía que no se sentaba en la calle?
Lo inundó una soledad sin fondo y tuvo ganas de llorar. ¿Cuánto hacía que no lloraba? Se quedó sentado un tiempo sin tiempo.
Pensó en él. Pensó en ese día y en tantos días repetidos, rutinarios, alienados. Pensó en su vida. Pensó por él mismo. ¿Cuánto hacía que no pensaba? Pensó y comenzó a repetir, como un rezo laico, como un loco, solo: «recalculando, recalculando, recalculando…».
Dr. Carlos Presman
Nació en Córdoba Capital en 1961. Es médico clínico y docente universitario del Hospital Nacional de Clínicas, titular de la cátedra de Smiología. Colabora en medios gráficos, radiales y televisivos en temas de salud. Fue uno de los realizadores del programa radial de humor Los Galenos, que se emitió por radio Universidad (Premio Martín Fierro 1996). Fue columnista del noticiero televisivo Teleocho Noticias y colabora periódicamente en el diario La Voz del Interior. Como escritor publicó la novela Ni vivo ni muerto (Ediciones del Boulevard) que fuera traducida al alemán. Participó de la antología de cuentos Cuarto Oscuro (editorial Raíz de Dos) y es columnista de la revista La Recta. Se confiesa aficionado a las caminatas, bicicleta de montaña y pesca de truchas en las sierras de Córdoba. Presman es autor de los libros "Letra de médico I y II" , la novela "Ni vivo ni muerto" y "Vivir 100 años".
Tenía programado su celular a las 7:15, pero se despertaba antes que sonara la alarma. Años con esa rutina. Ya no percibía la cama vacía: llevaba tiempo separado, no recordaba cuánto. Se levantaba a prepararse el café mientras la agenda del teléfono le indicaba los medicamentos de la mañana. Con el café aún humeante, revisaba los correos electrónicos, los WhatsApp, el Facebook, el Instagram y el Twitter. En general, no había nada nuevo.
Durante el desayuno veía las noticias en el celular. Leía los titulares de los principales diarios, las publicidades y al final miraba las cotizaciones de monedas extranjeras y otros datos económicos. ¿Cuánto hacía que no leía el diario en papel o veía un noticiero por televisión? Luego consultaba el pronóstico del clima: la temperatura, las probabilidades de lluvia, y dejaba esa información en la pantalla del celular, mientras se vestía. ¿Cuánto hacía que no sentía frío, calor o se mojaba bajo la lluvia?
A las 7:50 salía para la inmobiliaria donde trabajaba hacía una cantidad de años. En el auto encendía las aplicaciones de GPS y Waze del celular, que lo guiaban por el camino más corto y con menos tránsito. La conexión de Bluetooth le permitía atender el teléfono mientras manejaba. Tenía Spotify, así que iba escuchando la música preferida que bajaba cada semana. ¿Cuánto hacía que no se fijaba en las calles y que no iba a un recital?
La recesión no aflojaba, no se vendía casi nada. Si debía renovar algún alquiler o actualizar los precios al ritmo de la inflación en la página web de la empresa, hacía las tareas con la calculadora del celular. ¿Cuánto hacía que no realizaba ninguna cuenta mentalmente?
Junto con los precios actualizaba las imágenes de las viviendas, los terrenos, los departamentos para Airbnb, y agregaba algún video breve del entorno que él mismo filmaba o bajaba de Google Street View. Todo con el celular. ¿Cuánto hacía que no usaba la máquina de fotos o la filmadora?
Con las nuevas tecnologías no tenía necesidad de moverse de su casa, pero igual debía ir a la oficina. Se pasaba horas sentado en su escritorio, sin consultas, por lo que decidió bajarse la aplicación de Ibook. Le llegaron cantidad de novelas y textos clásicos de la literatura universal. No supo si fue por la pantalla o el tiempo que requería de atención, pero lo cierto es que no leyó ninguna. ¿Cuánto hacía que no leía en papel?
Bajó también la aplicación de televisión Netflix, que le cambió la vida. Llegó a estar toda la jornada laboral viendo series con el celular, incluso las seguía en su casa hasta la madrugada. ¿Cuánto hacía que no iba al cine o al teatro? Sólo detenía el capítulo cuando entraba algún mensaje de WhatsApp de su hijo, que se había ido a Nueva Zelanda. ¿Cuánto hacía que no hablaban?
Durante el día le llegaban cantidad de mensajes: su ex mujer lo perseguía con reclamos, los políticos lo perseguían por el voto, ofertas imperdibles, campañas solidarias. Y los videítos de los grupos: los ex compañeros del colegio secundario, los del consorcio del edificio, los de la inmobiliaria, los del grupo de fútbol. Seguían por el celular todos los partidos de la Champions League y se pasaban los goles de Messi por el grupo Aguante el Barça. ¿Cuánto hacía que no se juntaban a jugar al fútbol?
Casi infalibles, a la hora de la siesta le entraban los videos de Cacho, un amigo de Facebook a quien nunca vio personalmente. Jamás pudo saber de dónde sacaba ese material: imágenes sexuales de todo tipo, color, género, edad y especie. Pasaba entonces el celular a modo avión y se encerraba unos minutos en el baño. ¿Cuánto hacía que no tenía relaciones?
Por la tarde, con el falso motivo de mostrar un departamento, se escapaba al shopping y al supermercado. Iba por las ofertas y publicidades que le habían entrado vía mail y mientras leía los diarios por la mañana. Con el celular registraba el código de barras de los productos y también pagaba con el teléfono en el cajero automático. ¿Cuánto hacía que no hablaba con alguien?
La alarma del celular le recordó la medicación de la tarde y un anuncio de Facebook le avisó del cumpleaños de su mamá. De inmediato le mandó unos SMS con emoticones y un saludo que bajó de YouTube. ¿Cuánto hacía que no iba a verla?
Ya no recordaba ninguna fecha de cumpleaños salvo la propia, ni ningún número de teléfono incluido el propio. Sí recordaba una frase de la serie Dr. House: «Lo que no se usa se atrofia, se pierde». Pensó en su salud y decidió hacerse un chequeo con la aplicación Mediktor. Se controló con su celular la frecuencia cardíaca y la presión arterial, se hizo un trazado electrocardiográfico y una oximetría de pulso; de paso consultó con el especialista en salud mental por sus noches de insomnio. ¿Cuánto hacía que no lo atendía un médico?
Pagó todo con débito desde el celular, revisó sus cuentas por Home Banking, y de paso controló el resumen de la tarjeta de crédito. ¿Cuánto hacía que no tocaba dinero?
A las 20:25 regresó a la oficina para el cierre. Hasta aquí su rutina normal, sin pensar en nada. ¿Para qué? Si todo lo resolvía su celular. Hasta que sucedió lo de esa noche.
Él tenía cargado en el teléfono la dirección de su casa y bastaba con subirse al auto y decir, por comando de voz, «a casa». Estaba convencido de que había hecho eso. Era su hábito automático. Manejaba de manera refleja, siguiendo las indicaciones del GPS. Al oír «arribando a destino por la izquierda», se detuvo. La sorpresa fue mayúscula: el GPS lo había llevado a las canchas de fútbol 5 donde jugaba con sus amigos. El cartel que ocupaba todo el parabrisas no admitía equívocos: «Doña Pelota». Volvió a encender el auto, aplicó otra vez el modo GPS y ahora, sin lugar dudas, repitió «a casa». De nuevo desconectó su cabeza y se dejó llevar.
Desde que usaba el GPS había perdido el poder de orientación en el tiempo y el espacio. Como un autómata detuvo el auto y se bajó al instante de haber escuchado «arribando a destino por la izquierda». Cuando encaró hacia donde debía estar su edificio, su departamento, se topó con la entrada de la casa de su madre. La verja le disparó infinidad de recuerdos, de aromas de infancia.
Miró la hora en el celular: 21:48. Sabía que la vieja se iba a dormir temprano. Regresó al auto. Sentía palpitaciones. A pesar de que las manos le transpiraban, decidió cargar otra vez la dirección de su casa, esta vez por escrito. Se sentía al borde de una crisis de pánico, como las que tenía antes del nacimiento de su hijo. El andar bajo el mando del celular lo tranquilizó, puso música y se dijo que ya habría tiempo para explicarse lo sucedido. De última, haría los reclamos a la compañía del teléfono o a la empresa de la aplicación del GPS.
Cuando según el celular había llegado a destino, otra vez no estaba en su casa. Se empezó a desesperar. Comenzó a hacer unos ejercicios de respiración que había aprendido en yoga y se puso un clonazepan sublingual. ¡Y el celular que se quedaba sin carga! Lo guardó en el bolsillo, cruzó la vereda e ingresó al hall de entrada del edificio donde lo llevó el GPS. El sitio le resultó familiar. Se acercó al portero eléctrico y reconoció dónde estaba al leer, al lado de 4ºA, «Dr. Kopelman Psiquiatría». Se sentó en el cordón de la vereda. ¿Cuánto hacía que no se sentaba en la calle?
Lo inundó una soledad sin fondo y tuvo ganas de llorar. ¿Cuánto hacía que no lloraba? Se quedó sentado un tiempo sin tiempo.
Pensó en él. Pensó en ese día y en tantos días repetidos, rutinarios, alienados. Pensó en su vida. Pensó por él mismo. ¿Cuánto hacía que no pensaba? Pensó y comenzó a repetir, como un rezo laico, como un loco, solo: «recalculando, recalculando, recalculando…».
Prof. Dr. Carlos Presman
Dr. Carlos Presman
Nació en Córdoba Capital en 1961. Es médico clínico y docente universitario del Hospital Nacional de Clínicas, titular de la cátedra de Smiología. Colabora en medios gráficos, radiales y televisivos en temas de salud. Fue uno de los realizadores del programa radial de humor Los Galenos, que se emitió por radio Universidad (Premio Martín Fierro 1996). Fue columnista del noticiero televisivo Teleocho Noticias y colabora periódicamente en el diario La Voz del Interior. Como escritor publicó la novela Ni vivo ni muerto (Ediciones del Boulevard) que fuera traducida al alemán. Participó de la antología de cuentos Cuarto Oscuro (editorial Raíz de Dos) y es columnista de la revista La Recta. Se confiesa aficionado a las caminatas, bicicleta de montaña y pesca de truchas en las sierras de Córdoba. Presman es autor de los libros "Letra de médico I y II" , la novela "Ni vivo ni muerto" y "Vivir 100 años".
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