Días de espera en el laboratorio español que busca la vacuna contra el coronavirus
En el Centro Nacional de Biotecnología (Madrid) ya han dado los primeros pasos para desarrollar la vacuna contra el virus de Wuhan. Y ahora esperan. Solo cuando lleguen los permisos podrán empezar un proceso que pasa por rescatar al virus: generarlo en el laboratorio a partir de su secuencia genética, sin necesidad de obtenerlo de un humano.
Isabel Sola en el Centro Nacional de Biotecnología. / Álvaro Muñoz Guzmán, SINC
La viróloga Isabel Sola nos atiende encantada en el laboratorio de coronavirus del Centro Nacional de Biotecnología (CNB, CSIC), en Madrid. Se detiene a explicarnos cada detalle a pesar de que la interrumpimos en un día clave. Estamos en la emergencia internacional de salud causada por el nuevo virus 2019-nCoV, que en apenas un mes ha infectado a 31.000 personas en 28 países y provocado más de 900 muertes. Miles de nuevos contagios se confirman cada día. Y Sola tiene el tiempo cronometrado.
No es porque en este laboratorio, dirigido por Luis Enjuanes, se esté ya trabajando a destajo con el nuevo coronavirus. Aún no lo están haciendo. Pero el día de nuestra visita, 5 de febrero, acababa el plazo para solicitar la participación en un consorcio internacional que pretende desarrollar una vacuna, y para este grupo es el momento de sacar partido al saber acumulado durante décadas.
Fuera de China, solo una decena de laboratorios tiene capacidad para lograr una vacuna contra el coronavirus
Aquí fue donde se inventó, en el año 2000, la técnica que permitió por primera vez manipular genéticamente coronavirus. Y en la epidemia del SARS —el coronavirus muy similar al actual que saltó a humanos en 2002— estos investigadores ensayaron con éxito una vacuna en animales. Finalmente esa vez no llegó a hacer falta una vacuna, porque las medidas de salud pública contuvieron la epidemia en menos de un año.
Con el nuevo coronavirus “todavía no se puede saber qué pasará”, dice Sola. Por ahora no hay duda de que la vacuna es el objetivo, algo que, fuera de China, solo una decena de laboratorios en todo el mundo tiene capacidad para lograr. Uno de ellos es este.
Aún no trabajan con él
Pero, pese a la sensación de urgencia global, seguramente muy pocos o ninguno de esos laboratorios debe de estar ya manipulando materialmente el coronavirus de Wuhan.
Desde luego no el del CNB, donde realmente el coronavirus aún no ocupa una parte sustancial del tiempo del equipo —dos investigadores sénior, dos posdoctorales, cinco doctorandos y tres técnicos—. Esto, si no se cuentan las horas dedicadas a atender a periodistas.
Rescatar un virus es nada menos que crear en el laboratorio un ente biológico del todo funcional partiendo solo de una secuencia de letras
“Realmente todavía no hemos empezado con el nuevo coronavirus, hemos pedido los permisos y estamos esperando”, explica Sola.
Los permisos de la Administración son indispensables para hacer algo que Sola llama “rescatar el virus” y que es el punto de partida de cualquier investigación en pos de una vacuna contra el coronavirus.
Rescatar un virus es nada menos que crear en el laboratorio un ente biológico del todo funcional partiendo casi únicamente de una secuencia de letras, las famosas A, T, C y G, que designan las moléculas del material genético. “Sí”, dice Sola, en respuesta al comentario de la periodista: “¡Es una pasada!”.
El proceso empieza por obtener una copia del material genético del virus, pero en su versión ADN. La información genética de los coronavirus está en forma de ARN, una molécula que no se puede cortar y pegar a voluntad; por eso antes hay que traducirla a ADN, algo que el grupo de Enjuanes consiguió hacer por primera vez con coronavirus hace dos décadas.
Ahora aplicarán el mismo método desarrollado entonces, y para ello han encargado ya a una compañía estadounidense la síntesis química de fragmentos pequeños del genoma del coronavirus, en versión ADN. Cuando lleguen, dentro de unas semanas, procederán a ensamblarlos “como en un puzle”, explica Sola.
El resultado será un genoma de ADN que funcionará como un virus. Si se infectan células con él, voilà, estas empezarán a producir coronavirus. Los investigadores tendrán virus rescatados sin haber tratado jamás con un enfermo.
Se trata al fin y al cabo de crear y manipular un agente biológico capaz de infectar a humanos, de ahí la necesidad de los permisos. Los investigadores tienen que trabajar con este virus en un laboratorio de seguridad como el que hay a pocos metros del laboratorio de Enjuanes, donde se cubren por completo y utilizan sistemas que filtran el aire que respiran.
Generar virus atenuados
Con la versión ADN del coronavirus los investigadores pondrán en marcha la estrategia para hacer la vacuna. Primero identificarán los genes responsables de causar la enfermedad y los eliminarán para “hacer una variante atenuada del virus”. El fin es activar la respuesta inmunitaria del organismo, pero sin hacerlo enfermar. Lo siguiente será infectar animales con este virus atenuado y ver si efectivamente los protege frente al original.
La cooperación entre grupos internacionales resultará indispensable y convivirá con una inevitable sensación de carrera
El trabajo llevará bastantes meses y no será fácil, con muchos puntos críticos en que algo podrá fallar. La cooperación entre grupos internacionales resultará indispensable y convivirá con una inevitable sensación de carrera. “Colaboramos, pero todos tenemos que sacar nuestras publicaciones”, explica Sonia Zúñiga, investigadora posdoctoral.
Sola cree que su grupo podría llevar cierta ventaja. El nuevo coronavirus y el SARS se parecen tanto, que se espera que la proteína usada en la vacuna experimental contra el SARS también funcione ahora. Habrá que verlo.
Los ensayos de la vacuna en personas son, obviamente, el último paso, y uno que no puede recaer sobre un único laboratorio. En esa fase participarían no solo otros grupos de investigación sino también compañías especializadas. De ahí la importancia de consorcios internacionales como el que se está formando, y del que aspira a formar parte el grupo del CNB.
Nos despedimos. Isabel Sola se gira al instante hacia su pantalla para completar la solicitud.
“No soy un virus”
Cuando Isabel Sola supo del coronavirus de Wuhan, pensó ante todo que “no era una buena noticia, claro”. Pero “enseguida me entró la curiosidad: cómo era, a quién se parecía…”, cuenta con una cierta emoción. “En estos momentos se ve la importancia de lo que hacemos”.
La mayoría de los muchos coronavirus conocidos infectan a animales. Para Sola y sus colegas a veces es difícil explicar la necesidad de estudiarlos, pero ahora está claro. El 2019-nCoV, como el SARS, viene de los murciélagos; lo que no se sabe aún es si antes de su salto a humanos pasó por otra especie.
Es una de las muchas incógnitas que la comunidad científica trata de esclarecer a una velocidad inusitada. En esta epidemia el coronavirus viaja rápido, pero también la información. Así, laboratorios de todo el mundo pueden acceder ya a decenas de secuencias del virus, lo que entre otras cosas ayuda a entender cómo está mutando.
Pero con las prisas también se cuelen más errores en las publicaciones científicas. Sola no lo considera muy grave para la investigación: “Hay trabajos que ves enseguida que no están bien”. La combinación con las redes sociales, en cambio, puede ser explosiva.
En esta crisis la comunidad científica muestra en público sus tripas, con expertos —o no— comentando en Twitter trabajos técnicos. El proceso de discusión y revisión, habitual en ciencia, puede convertirse así en fuente de desinformación. Un grupo indio relacionó hace días el coronavirus con el VIH, y el error se viralizó antes de que otros científicos lo desmintieran. Algo parecido pasó con el rumor de que el coronavirus había sido diseñado.
Las consecuencias pueden ir de la alarma excesiva al fomento de la xenofobia. La hija de Sola le enseñó ayer una foto: un hombre chino con una camiseta que ponía “I am not a virus”. Los rumores “sí que son virales, más que los propios virus”, dice Sola, y recuerda: “No todos los que hablan en las redes saben de lo que hablan. Y eso incluye a científicos, que también son humanos”.
Zona geográfica: España
Fuente: SINC
Mónica G. Salomone
Periodista especializada en ciencia. He escrito de ciencia, medio ambiente y medicina para numerosos medios españoles y alguno internacional. Autora de Morir Joven a los 140 y Un universo gravitacional.
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