Un nuevo trabajo publicado en la revista Journal of Hypertension ha constatado que la contaminación atmosférica derivada del tráfico está asociada a niveles altos de presión arterial. Se trata de una investigación liderada por el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) y que se ha centrado en la concentración media diaria de partículas ultrafinas en Barcelona y su impacto en más de 500 pacientes.
En concreto, los investigadores han observado que un incremento de la concentración diaria de contaminación atmosférica por material particulado ultrafino (con un diámetro inferior a 100 nanómetros) está asociada a un aumento significativo de la presión arterial, medida a través del monitoreo ambulatorio mediante holter (un dispositivo portátil que mide la frecuencia cardiaca) durante 24 horas.
Asimismo, en su estudio recuerdan que la presión arterial es uno de los factores de riesgo más importantes de las enfermedades cardiovasculares. Un incremento significativo de la presión arterial puede conllevar riesgo de sufrir un accidente cerebrovascular, un ataque cardíaco, insuficiencia cardíaca, enfermedad renal o muerte prematura.
Medidas insuficientes
Además de señalar este hecho, la investigación también incide en que las medidas puestas en marcha para reducir el tráfico en las grandes ciudades no son suficientes.  Así, en el proyecto AIRUSE, investigadores del IDAEA dirigidos por Xavier Querol proponen seis medidas para lograr ciudades respirables: ceder competencias en materia de calidad ambiental a las áreas metropolitanas; mejorar el transporte metropolitano; reducir los coches con un peaje de entrada a la ciudad; fijar zonas de bajas emisiones para que los coches que entren sean limpios; repensar la distribución urbana de mercancías, y transformar, rediseñar y pacificar las ciudades y su entorno urbano cuando se haya reducido el volumen del tráfico.
Por último, los investigadores recuerdan que, a parte de incrementar los síntomas cardiovasculares, la contaminación atmosférica también aumenta los respiratorios. De hecho, recientes muestran los efectos negativos en el aparato reproductor y el sistema nervioso. También afecta al desarrollo neuronal e incrementa el riesgo de cáncer, sin olvidar el gasto derivado que conlleva para el sistema sanitario.