Crítica:PENSAMIENTO
El valor de lo imperfecto
JOSÉ MANUEL SÁNCHEZ RON 30 JUL 2011
La Nobel italiana Rita Levi-Montalcini analiza en su autobiografía las ventajas de la imperfección como motor para mejorar continuamente
Al igual que hay inicios de obras que se enquistan en la memoria colectiva e histórica ("Érase una vez", "En un lugar de La Mancha"), existen títulos que nos enamoran y que nos hacen desear leer el texto que encabezan. Para mí, uno de éstos es Elogio de la imperfección. No es porque yo mismo sea imperfecto y desee, tal vez, justificarme, sino porque creo que la imperfección constituye un motor indispensable para aspirar si no a la perfección sí a mejorar continuamente. La neurobióloga italiana Rita Levi-Montalcini explica con claridad las ventajas de la imperfección, a la que rinde tributo a través de su autobiografía. Una imperfección que según ella también es conveniente desde el punto de vista evolutivo: "El progresivo aumento del cerebro y el espectacular desarrollo de las capacidades intelectuales de nuestra especie son producto de una evolución inarmónica que ha originado infinidad de complejos psíquicos y de comportamientos aberrantes. No es el caso de compañeros de viaje nuestros como los primates antropomorfos o los insectos, infinitamente más numerosos, que nos precedieron cientos de millones de años y probablemente nos sobrevivirán: los que hoy pueblan la superficie del planeta no son sustancialmente distintos de sus antepasados de hace seiscientos millones de años. Desde la aparición del primer ejemplar, su minúsculo cerebro se reveló tan apto para adaptarse al ambiente y enfrentarse a los predadores que pudo quedar fuera de juego caprichoso de las mutaciones: su fijeza evolutiva se debe a la perfección del modelo primordial". "Fijeza evolutiva" como incapacidad de cambiar y de hacer cambiar -para bien o, cierto es, para mal- el mundo.
Probablemente sean los científicos los más conscientes del valor de la imperfección, porque ¿qué es la ciencia sino mejorar continuamente explicaciones imperfectas de la naturaleza? En el pasado no faltaron científicos que pensaron que ya se había logrado la perfección. "Una inteligencia que en un momento determinado conociera todas las fuerzas que animan a la naturaleza, así como la situación respectiva de los seres que la componen", escribió Laplace en su Ensayo filosófico de las probabilidades (1814) pensando en el poder -para él absoluto- de la física newtoniana, "si además fuera lo suficientemente amplia como para someter a análisis tales datos, podría abarcar en una sola fórmula los movimientos de los cuerpos más grandes del universo y los del átomo más ligero; nada le resultaría incierto y tanto el futuro como el pasado estarían presentes ante sus ojos". Y ochenta años más tarde (1894), el físico estadounidense Albert Abraham Michelson, premio Nobel de Física en 1907, sostenía que parecía "probable que la mayoría de los grandes principios básicos hayan sido ya firmemente establecidos y que haya que buscar los futuros avances sobre todo aplicando de manera rigurosa estos principios. Las futuras verdades de la Ciencia Física se deberán buscar en la sexta cifra de los decimales". Justo el año siguiente, sin embargo, Röntgen descubría los rayos X, a los que siguió (1896) la radiactividad, una de las puntas de una lanza tan afilada que terminó destruyendo el firme y seguro mundo newtoniano, abriendo las puertas a la física cuántica. Un mundo newtoniano que también se vio castigado con las dos teorías (especial y general) de la relatividad que Albert Einstein produjo en 1905 y 1915.
No existe, por consiguiente, perfección ni en los humanos (esto lo sabemos muy bien) ni en uno de sus productos más logrados, la ciencia; únicamente ansias de perfección y mejoras temporales. El Elogio de la imperfección de Rita Levi-Montalcini, publicado en español por primera vez en 1999 por Ediciones B y que ahora recupera, con una nueva traducción, Tusquets, constituye una magnífica metáfora de todo esto. Narra la historia de una mujer de origen judío que quiso dedicarse a la ciencia en una época y en un país (la Italia de Mussolini) que no veía con demasiada simpatía -sí con extrañeza (tuvo, por ejemplo, que vencer la oposición de su padre)- a las mujeres que deseaban ser científicas, y mucho menos a los judíos. Siguiendo caminos complejos -complejidad que no surgía únicamente del mundo sociopolítico que le tocó vivir sino también de la propia ciencia, con sus avenidas de difícil acceso, cuando no engañosas-, esa mujer llegó a aliviar la imperfección de uno de los universos científicos más complejos que se conocen, el del estudio del cerebro, identificando un "factor de crecimiento" de las células nerviosas, hallazgo por el que recibió en 1986 el Premio Nobel de Medicina.
Una de las consecuencias de la importancia social que ha adquirido la ciencia a lo largo de, especialmente, el último siglo es que cada vez sean más frecuentes las autobiografías de científicos. Pocas de éstas, no obstante, pueden competir con la de Levi-Montalcini en ese atributo tan precioso que es humanidad. Una humanidad que transpira por todas y cada una de las páginas de este Elogio de la imperfección. Una humanidad que se ha mostrado de muy diversas maneras durante la larga vida de su autora (ha cumplido 102 años). Una es a través de una fundación que preside y que creó en 1994, dedicada a -como ella misma escribe con orgullo en un sencillo libro Las pioneras (subtitulado 'Las mujeres que cambiaron la sociedad y la ciencia desde la Antigüedad hasta nuestros días'), cuya versión al español también ve ahora la luz- "prestar ayuda para la alfabetización y la educación de las mujeres jóvenes de los países africanos, a las que concede becas para realizar estudios a todos los niveles". Sin duda pretende así que la imperfección que se manifiesta en el desequilibrio que todavía existe entre la presencia de hombres y mujeres en la ciencia desaparezca, un fin éste aún más precioso que descubrir el, por otra parte extremadamente valioso, factor de crecimiento nervioso.
Probablemente sean los científicos los más conscientes del valor de la imperfección, porque ¿qué es la ciencia sino mejorar continuamente explicaciones imperfectas de la naturaleza? En el pasado no faltaron científicos que pensaron que ya se había logrado la perfección. "Una inteligencia que en un momento determinado conociera todas las fuerzas que animan a la naturaleza, así como la situación respectiva de los seres que la componen", escribió Laplace en su Ensayo filosófico de las probabilidades (1814) pensando en el poder -para él absoluto- de la física newtoniana, "si además fuera lo suficientemente amplia como para someter a análisis tales datos, podría abarcar en una sola fórmula los movimientos de los cuerpos más grandes del universo y los del átomo más ligero; nada le resultaría incierto y tanto el futuro como el pasado estarían presentes ante sus ojos". Y ochenta años más tarde (1894), el físico estadounidense Albert Abraham Michelson, premio Nobel de Física en 1907, sostenía que parecía "probable que la mayoría de los grandes principios básicos hayan sido ya firmemente establecidos y que haya que buscar los futuros avances sobre todo aplicando de manera rigurosa estos principios. Las futuras verdades de la Ciencia Física se deberán buscar en la sexta cifra de los decimales". Justo el año siguiente, sin embargo, Röntgen descubría los rayos X, a los que siguió (1896) la radiactividad, una de las puntas de una lanza tan afilada que terminó destruyendo el firme y seguro mundo newtoniano, abriendo las puertas a la física cuántica. Un mundo newtoniano que también se vio castigado con las dos teorías (especial y general) de la relatividad que Albert Einstein produjo en 1905 y 1915.
No existe, por consiguiente, perfección ni en los humanos (esto lo sabemos muy bien) ni en uno de sus productos más logrados, la ciencia; únicamente ansias de perfección y mejoras temporales. El Elogio de la imperfección de Rita Levi-Montalcini, publicado en español por primera vez en 1999 por Ediciones B y que ahora recupera, con una nueva traducción, Tusquets, constituye una magnífica metáfora de todo esto. Narra la historia de una mujer de origen judío que quiso dedicarse a la ciencia en una época y en un país (la Italia de Mussolini) que no veía con demasiada simpatía -sí con extrañeza (tuvo, por ejemplo, que vencer la oposición de su padre)- a las mujeres que deseaban ser científicas, y mucho menos a los judíos. Siguiendo caminos complejos -complejidad que no surgía únicamente del mundo sociopolítico que le tocó vivir sino también de la propia ciencia, con sus avenidas de difícil acceso, cuando no engañosas-, esa mujer llegó a aliviar la imperfección de uno de los universos científicos más complejos que se conocen, el del estudio del cerebro, identificando un "factor de crecimiento" de las células nerviosas, hallazgo por el que recibió en 1986 el Premio Nobel de Medicina.
Una de las consecuencias de la importancia social que ha adquirido la ciencia a lo largo de, especialmente, el último siglo es que cada vez sean más frecuentes las autobiografías de científicos. Pocas de éstas, no obstante, pueden competir con la de Levi-Montalcini en ese atributo tan precioso que es humanidad. Una humanidad que transpira por todas y cada una de las páginas de este Elogio de la imperfección. Una humanidad que se ha mostrado de muy diversas maneras durante la larga vida de su autora (ha cumplido 102 años). Una es a través de una fundación que preside y que creó en 1994, dedicada a -como ella misma escribe con orgullo en un sencillo libro Las pioneras (subtitulado 'Las mujeres que cambiaron la sociedad y la ciencia desde la Antigüedad hasta nuestros días'), cuya versión al español también ve ahora la luz- "prestar ayuda para la alfabetización y la educación de las mujeres jóvenes de los países africanos, a las que concede becas para realizar estudios a todos los niveles". Sin duda pretende así que la imperfección que se manifiesta en el desequilibrio que todavía existe entre la presencia de hombres y mujeres en la ciencia desaparezca, un fin éste aún más precioso que descubrir el, por otra parte extremadamente valioso, factor de crecimiento nervioso.
Elogio de la imperfección. Rita Levi-Montalcini. Prefacio de Luigi Cavalli-Sforza. Traducción de Juan Manuel Salmerón. Tusquets. Barcelona, 2011. 296 páginas. 20 euros. Las pioneras. Rita Levi-Montalcini y Giuseppina Tripodi. Traducción de Lara Cortés. Crítica. Barcelona, 2011. 123 páginas. 16 euros.
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