El apartheid de los simios
El jueves murió Nelson Mandela, símbolo de la caída de uno de los crímenes contra la humanidad más abominables cometidos por la especie humana: el apartheid (separación en afrikáans). Este sistema de segregación tuvo confinados en guetos a millones de sudafricanos por el simple hecho de pertenecer a una raza diferente; una distinción que algunos científicos dudan que exista. El cruel sistema comenzó en 1950 y obligaba a las personas a identificarse nada más nacer en uno de las siguientes grupos raciales: blanco, bantú (negro africano), de color u otros. Mandela, primero desde el Congreso Nacional Africano y después desde la cárcel, luchó con energía y serenidad por acabar con el odio a lo diferente, tanto de los boers como de los africanos.
Sin llegar a los extremos patológicos del apartheid, el miedo a lo distinto es un rasgo universal entre los primates. La primatóloga Jane Goodall, averiguó en las selvas de Gombe (Tanzania) que por lo general los chimpancés temen lo diferente. En 1966, una epidemia de polio afectó a varios individuos de la selva de Gombe. A consecuencia de la enfermedad, a tres miembros se les paralizó alguna de sus extremidades, impidiéndoles andar correctamente. La extraña manera de moverse de los enfermos aterrorizó al grupo, el cual respondió primero con miedo y después con agresividad. Desafortunadamente, los humanos también poseemos estas tendencias. Casos como el apartheid, la exterminación de los judíos o el conflicto palestino-israelí lo evidencian.
La violencia dentro de los grupos o países se controla por varios medios, como por ejemplo el uso de normas y castigos. Pero fuera de ellos, cuando tratamos con desconocidos o personas de otros países, las cosas cambian. En este tipo de sucesos, como sucede en las guerras, se produce lo que se denomina deshumanización del enemigo. Consiste en mirar a los rivales como si fueran de otra especie, lo que anula la posibilidad de empatía hacia las víctimas.
Entre los chimpancés, las peleas en el seno de la comunidad rara vez llegan a provocar heridas; pero en las que están involucradas grupos vecino sí son graves y pueden acabar en muerte. Acciones basadas en una doble moral similares también son empleadas por los países, como el caso de Estados Unidos creando las prisiones de Guantánamo y Abu-Graib, o Sudáfrica durante los más de 40 años que estuvieron vigentes las leyes del apartheid. Prácticas que un Estado jamás se atrevería a emplear en territorio nacional o con sus súbditos son usadas sin remordimiento en territorios lejanos con extranjeros. La agresividad es bastante común en la naturaleza cuando se trata de interaccionar con grupos vecinos. Los chimpancés cooperan y son altruistas con sus compañeros pero desconfían de extraños o desean eliminar a rivales que habitan en los territorios limítrofes.
Debo aclarar que este tipo de conclusiones a las que llega la ciencia no persiguen exculpar a los protagonistas de estos crímenes. El interés radica en su utilidad a la hora de diseñar políticas y programas educativos. Desde la negación de su existencia sólo escondemos debajo de la alfombra una verdad ancestral que puede convertirse en una bomba de relojería de un día para otro sin previo aviso. Unos instintos tribales que todos poseemos y que Mandela supo gestionar a la perfección desde la presidencia. Jean Monnet, uno de los fundadores de la Unión Europea, también recurrió a la estrategia de recuperar el instinto tribal de los europeos para centrar sus sentimientos de "nosotros frente a ellos" en los no europeos, en lugar de en las tradicionales rivalidades continentales.
Pero una vez más, los bonobos nos demuestran cuál es la mejor estrategia en estos casos. Esta especie tan cercana a genéticamente a nosotros como lo están los chimpancés, cuando se acerca un extranjero, en vez de reaccionar con agresividad los invitan a comer. Así acaban con las malas intenciones de un plumazo: un estilo y legado similares que Mandela ha dejado a la humanidad. Al igual que los bonobos, Mandela nos demostró que otra manera de relacionarnos con el odio es posible.
Sin llegar a los extremos patológicos del apartheid, el miedo a lo distinto es un rasgo universal entre los primates. La primatóloga Jane Goodall, averiguó en las selvas de Gombe (Tanzania) que por lo general los chimpancés temen lo diferente. En 1966, una epidemia de polio afectó a varios individuos de la selva de Gombe. A consecuencia de la enfermedad, a tres miembros se les paralizó alguna de sus extremidades, impidiéndoles andar correctamente. La extraña manera de moverse de los enfermos aterrorizó al grupo, el cual respondió primero con miedo y después con agresividad. Desafortunadamente, los humanos también poseemos estas tendencias. Casos como el apartheid, la exterminación de los judíos o el conflicto palestino-israelí lo evidencian.
La violencia dentro de los grupos o países se controla por varios medios, como por ejemplo el uso de normas y castigos. Pero fuera de ellos, cuando tratamos con desconocidos o personas de otros países, las cosas cambian. En este tipo de sucesos, como sucede en las guerras, se produce lo que se denomina deshumanización del enemigo. Consiste en mirar a los rivales como si fueran de otra especie, lo que anula la posibilidad de empatía hacia las víctimas.
Entre los chimpancés, las peleas en el seno de la comunidad rara vez llegan a provocar heridas; pero en las que están involucradas grupos vecino sí son graves y pueden acabar en muerte. Acciones basadas en una doble moral similares también son empleadas por los países, como el caso de Estados Unidos creando las prisiones de Guantánamo y Abu-Graib, o Sudáfrica durante los más de 40 años que estuvieron vigentes las leyes del apartheid. Prácticas que un Estado jamás se atrevería a emplear en territorio nacional o con sus súbditos son usadas sin remordimiento en territorios lejanos con extranjeros. La agresividad es bastante común en la naturaleza cuando se trata de interaccionar con grupos vecinos. Los chimpancés cooperan y son altruistas con sus compañeros pero desconfían de extraños o desean eliminar a rivales que habitan en los territorios limítrofes.
Debo aclarar que este tipo de conclusiones a las que llega la ciencia no persiguen exculpar a los protagonistas de estos crímenes. El interés radica en su utilidad a la hora de diseñar políticas y programas educativos. Desde la negación de su existencia sólo escondemos debajo de la alfombra una verdad ancestral que puede convertirse en una bomba de relojería de un día para otro sin previo aviso. Unos instintos tribales que todos poseemos y que Mandela supo gestionar a la perfección desde la presidencia. Jean Monnet, uno de los fundadores de la Unión Europea, también recurrió a la estrategia de recuperar el instinto tribal de los europeos para centrar sus sentimientos de "nosotros frente a ellos" en los no europeos, en lugar de en las tradicionales rivalidades continentales.
Pero una vez más, los bonobos nos demuestran cuál es la mejor estrategia en estos casos. Esta especie tan cercana a genéticamente a nosotros como lo están los chimpancés, cuando se acerca un extranjero, en vez de reaccionar con agresividad los invitan a comer. Así acaban con las malas intenciones de un plumazo: un estilo y legado similares que Mandela ha dejado a la humanidad. Al igual que los bonobos, Mandela nos demostró que otra manera de relacionarnos con el odio es posible.
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