martes, 2 de julio de 2013

En busca de los virus silenciosos | Código Salud | elmundo.es

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En busca de los virus silenciosos

El virus de la hepatitis C está instaurado entre la sociedad de una forma alarmante. Los datos que se tienen de los países desarrollados confirman que entre el 1,5% y el 2% de la población está infectada con ese microorganismo, y la mayoría de los afectados no lo sabe. Un virus que aún no tiene vacuna, con altas posibilidades de cronificarse en el hígado, producir cirrosis con el paso del tiempo y que es responsable de casi todos los cánceres de hígado que se diagnostican en la actualidad.

Es una infección que no da síntomas durante mucho tiempo porque la historia natural de la hepatitis C suele durar dos décadas al menos. En un porcentaje discreto de los casos, el virus permanece en el huésped para siempre sin provocar trastornos pero buena parte de las veces acaba generando una hepatitis crónica y, desde allí en ocasiones, un tumor.

La institución que en EEUU se encarga de hacer las recomendaciones sobre medidas preventivas que debe tomar la población ha consensuado que el análisis de sangre que detecta el virus C de la hepatitis debería realizarse en todos los llamados 'baby boomers', es decir, en los nacidos entre los años 1945 y 1965, sobre la base de que el análisis que detectaba la presencia de virus C -y que ahora se hace de rutina a toda la sangre que se va a transfundir- no existía hasta 1992. La decisión con seguridad irá acompañada de polémica. 

Los expertos reconocen que la evidencia que apoya esta recomendación tan generalizada aún no es contundente pero que cuando se valoran los riesgos y los beneficios de la medida, la balanza se inclina hacia los beneficios. Fundamentalmente, ahora que existen tratamientos eficaces, de duración limitada, y que disminuyen drásticamente la carga viral y pueden, como afirman algunos hepatólogos, curar la enfermedad. 

Buscar la presencia o el rastro de los virus hepáticos, de la misma manera que se ha hace con la medición de glucosa en sangre o con la del colesterol no añadiría demasiada carga a la factura de un chequeo sensato. A este tipo de pruebas le sobra rutina costosa y prescindible pero le falta, por ejemplo, evitar que se escapen las infecciones largo tiempo silentes que tienen un pronóstico bueno si se tratan precisamente cuando no han producido síntomas y el paciente no sabe si quiera que lo es.

Tanto en el caso del virus de la hepatitis C como en el del VIH, los sistemas sanitarios que son de financiación pública no parecen demasiado interesados en que se haga prevención secundaria de ambas enfermedades. Porque si afloran muchos más casos de una y otra infección que los que ya se conocen, la factura terapéutica de tratarlas de una forma temprana se elevará bastante.

Como pasa casi siempre en la política, el medio y largo plazo no es algo que interese. Muchas veces de lo que se trata es de llegar a fin de mes como se pueda, lograr los votos que te permitan disfrutar del poder algo de tiempo más, ya que que las secuelas de no planificar caerán sobre los sucesores y ellos tendrán que lidiar con lo que entonces pase.

Esa táctica, carente por completo de estrategia, no ganará la guerra contra el VIH y el VCH. Ninguna gran contienda se ha vencido pensando en la batalla que hay que librar mañana, se hace planificando el cómo conseguir un objetivo final. Ejemplos de este axioma existen a puñados en biomedicina.

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