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La hora de los pacientes
Foto: Mennonite Community Photographs
Hace ya años que la mayoría de los actores de la sanidad de medio mundo reclaman la presencia de los pacientes como protagonistas principales en todo lo que se relaciona con la salud y la enfermedad. Porque los ciudadanos han estado demasiado tiempo relegados a ser meros agentes pasivos cuando les acechaba una patología. Como ha ocurrido también en muchos países mediterráneos, en España siempre se ha aceptado una medicina paternalista y reactiva y los individuos pocas veces han participado en las decisiones que tenían que ver con su salud, ni de forma individual ni colectiva. Ha sido un mayúsculo error puesto que la sociedad en general tiene un porcentaje alto de responsabilidad en la gestión de su salud: antes, durante la enfermedad y, más aún, en el caso de que esta última se convierta en un asunto crónico.
Esta misma semana se ha publicado un excelente artículo en la revista 'The New England Journal of Medicine' que pone en su contexto los 14 años transcurridos desde la creación del NICE en el Reino Unido. El National Institute of Clinical Excelence (NICE) fue una idea pensada para evaluar el cómo se deberían implantar -en función de su utilidad, eficacia y eficiencia- las nuevas tecnologías médicas que llegaban con gran asiduidad al mercado sanitario británico.
A lo largo de casi tres lustros, el organismo ha ido evolucionando y ha servido asimismo para implementar protocolos de actuación en muchas patologías y regular la puesta en las farmacias, o no, de los fármacos que se han ido aprobando en la UE. Dado las dificultades económicas por las que pasa gran parte de los sistemas sanitarios en el mundo, el NICE –paladín de pensar en la compleja relación entre el coste y beneficio de cualquier actuación médica- se ha convertido en un deseo velado de poder replicarlo por parte de muchos otros países. Incluso en EEUU, con un ingente gasto sanitario per capita que parece que no va a tocar techo, se añora su existencia. Por otra parte, el NICE, según dice el artículo del NEJM, está dando voz a los pacientes en todos los comités en los que se debate el cómo mejorar la calidad de la salud y la asistencia médica.
Sólo comprometiendo a la sociedad civil será posible tomar decisiones importantes que atiendan las necesidades sanitarias sin que éstas arrasen las limitadas arcas que hay para pagarlas.
En España hay quien dice que no hace falta un NICE. Se argumenta que tenemos muchísimas agencias que controlan procesos y aprobaciones y que no es necesario dar muchos pasos más. Sin embargo, también voces autorizadas reconocen que vendría muy bien consensuar desde una plataforma nacional cómo hay que avanzar en la asistencia sanitaria de una forma sensata y sostenible. Un organismo a salvo de vaivenes políticos que armonizara un poco las 17 sanidades que tenemos. España está aún lejos del gasto sanitario público que tienen otros muchos países parecidos al nuestro. Un gasto que además se reduce un año detrás de otro desde que entramos en crisis. Hace falta, por tanto, que todos los actores le echen imaginación, buen hacer y mucho compromiso.
Si políticos, gestores, profesionales y sociedad civil lograrán generar un entramado serio que mantuviera y elevara la calidad de la asistencia médica y promoviera la salud entre los ciudadanos, el riesgo de que el sistema acabe desmoronándose cualquier día de estos disminuiría bastante. Porque ese riesgo existe aunque pocos se atrevan a denunciarlo con datos de calado.
Esta misma semana se ha publicado un excelente artículo en la revista 'The New England Journal of Medicine' que pone en su contexto los 14 años transcurridos desde la creación del NICE en el Reino Unido. El National Institute of Clinical Excelence (NICE) fue una idea pensada para evaluar el cómo se deberían implantar -en función de su utilidad, eficacia y eficiencia- las nuevas tecnologías médicas que llegaban con gran asiduidad al mercado sanitario británico.
A lo largo de casi tres lustros, el organismo ha ido evolucionando y ha servido asimismo para implementar protocolos de actuación en muchas patologías y regular la puesta en las farmacias, o no, de los fármacos que se han ido aprobando en la UE. Dado las dificultades económicas por las que pasa gran parte de los sistemas sanitarios en el mundo, el NICE –paladín de pensar en la compleja relación entre el coste y beneficio de cualquier actuación médica- se ha convertido en un deseo velado de poder replicarlo por parte de muchos otros países. Incluso en EEUU, con un ingente gasto sanitario per capita que parece que no va a tocar techo, se añora su existencia. Por otra parte, el NICE, según dice el artículo del NEJM, está dando voz a los pacientes en todos los comités en los que se debate el cómo mejorar la calidad de la salud y la asistencia médica.
Sólo comprometiendo a la sociedad civil será posible tomar decisiones importantes que atiendan las necesidades sanitarias sin que éstas arrasen las limitadas arcas que hay para pagarlas.
En España hay quien dice que no hace falta un NICE. Se argumenta que tenemos muchísimas agencias que controlan procesos y aprobaciones y que no es necesario dar muchos pasos más. Sin embargo, también voces autorizadas reconocen que vendría muy bien consensuar desde una plataforma nacional cómo hay que avanzar en la asistencia sanitaria de una forma sensata y sostenible. Un organismo a salvo de vaivenes políticos que armonizara un poco las 17 sanidades que tenemos. España está aún lejos del gasto sanitario público que tienen otros muchos países parecidos al nuestro. Un gasto que además se reduce un año detrás de otro desde que entramos en crisis. Hace falta, por tanto, que todos los actores le echen imaginación, buen hacer y mucho compromiso.
Si políticos, gestores, profesionales y sociedad civil lograrán generar un entramado serio que mantuviera y elevara la calidad de la asistencia médica y promoviera la salud entre los ciudadanos, el riesgo de que el sistema acabe desmoronándose cualquier día de estos disminuiría bastante. Porque ese riesgo existe aunque pocos se atrevan a denunciarlo con datos de calado.
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