miércoles, 2 de septiembre de 2020

Detrás de la escena - Arte y Cultura - IntraMed

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Historias de médicos y pacientes | 30 AGO 20

Detrás de la escena

Me ha tocado en suerte –mala suerte, en realidad- el estar afectada por una enfermedad compleja que a mi edad madura no augura buenos presagios
Autor/a: Carlos Spector 
Soy un ser humano ordinario, lo que se dice una persona común. Me ha tocado en suerte –mala suerte, en realidad- el estar afectada por una enfermedad compleja que a mi edad madura no augura buenos presagios. Por el tipo de afección, se requiere el concurso de numerosos especialistas médicos, psicólogo, kinesiólogo, bioquímico, bacteriólogo, en fin, toda una facultad de ciencias de la salud o un centro de alta complejidad. Mi deambular por consultorios, laboratorios, clínicas, centros de diagnóstico y demás instituciones, me hizo conocer todo tipo de salas de espera donde aguardar con paciencia que me toque el turno de entrar.

Entretanto, empiezo a leer revistas antiguas que abandono por desinterés, y escucho con atención conversaciones de otros pacientes y sus acompañantes en las que a veces introduzco algún bocadillo si la situación cuadra. Sin embargo, reconozco que no quisiera que me preguntaran por mis dolencias, por eso cuando la charla se pone comprometida me escapo por la tangente y hablo de intrascendencias. Muchas veces, si me encuentro en soledad, reflexiono, me hago preguntas e imagino respuestas, asumiendo que son ciertas o al menos verosímiles.

Mi estado es relativamente crítico, de pronóstico dudoso, aunque probablemente pueda superarse si acepto someterme a una operación de considerable magnitud. Entiendo que el cirujano deberá asistirse por dos ayudantes, habrá un anestesista y además un cardiólogo vigilará el funcionamiento de mi corazón en la pantalla de un monitor. Me informaron que la intervención duraría varias horas y que me despertaría con varios drenajes y sondas.

Créanme que es todo un esfuerzo para mi memoria recordar los nombres y especialidades de todos los profesionales que me atienden. Ni qué hablar de las diferentes formas como se dirigen a mí, las inflexiones de sus voces, sus mímicas faciales, el tiempo que me dedican y las sensaciones que cada uno despiertan en mi ánimo. Siento que sería importante tener presente esos detalles, porque yo quisiera actuar acorde, para que el vínculo con cada uno sea armónico, siempre en mi provecho. Imagino que si nuestra relación se presenta fácil y amable, me irá mejor. Por eso mi comportamiento se adapta a cada uno. Siempre trato de mostrarme confiada, tranquila, locuaz pero no invasiva y nunca manifiesto los conocimientos adquiridos por la lectura de los sitios de internet donde se describe mi enfermedad, porque sé que eso molesta a los profesionales, y bastante razón tienen porque se creen examinados o por lo menos controlados.

Muchas veces se me da por preguntarme si es que cuando estoy en consulta siempre el médico me presta atención o es que pone la cara y piensa en otra cosa, tal como podrían ser sus propios problemas de vida. Quisiera saber si el ginecólogo tiene fantasías eróticas cuando examina las mamas de una mujer joven y bonita y si también siente lo mismo antes de realizar un tacto vaginal. Si fuera una mujer médica o una kinesióloga ¿se excitaría ante un cuerpo masculino esbelto? Parecería que a mi edad los temas sexuales deberían ser asunto del pasado, pero no puedo negar que todavía conservo el pudor como hace años. ¿Será cierto que los integrantes de un equipo quirúrgico se cuentan chistes mientras el paciente está siendo operado? ¿Será verdad que los anestesistas se ponen auriculares para escuchar música mientras controlan con la vista la pantalla del monitor conectado por cables al paciente dormido? ¿Y si la música los distrajera de lo importante y subestimaran alteraciones que preceden a complicaciones graves? ¿Qué siente el psicólogo que escucha de su paciente un problema idéntico al que le ocurre a él? ¿Cómo puede resolver, sugerir o aconsejar lo que no es capaz de arreglar para sí mismo?

Cuando me recetan una droga muy cara, ¿lo hacen porque realmente la necesito o porque el laboratorio le retorna algún beneficio a quien la prescribe? ¿La operación que me propondrán es absolutamente necesaria o se la indica con finalidades espurias? Al respecto, me han dicho que está demostrado que muchas cesáreas que se pagan más podrían evitarse a pesar de que el parto normal sería perfectamente viable. ¿Serán necesarios todos los estudios que me piden, algunos de ellos cruentos e invasivos, o sólo los indican para cubrirse ante eventuales demandas judiciales? A propósito de esto, ya escuché la expresión “medicina defensiva”, consistente en requerir en forma superflua numerosos análisis “para cubrirse”, aunque esa forma de ejercer la medicina resulte riesgosa para el paciente e innecesariamente cara. La versión opuesta, por la que tengo los mismos temores, es la omisión, es decir que para no asumir los riesgos de los procedimientos de gran magnitud pero con potencialidades curativas como en mi caso, se prefiera prescribir tratamientos con menores posibilidades de eventos adversos pero también menos efectivos por sus resultados inciertos. Si así fuera es seguro que no me curaré; prefiero tomar los riesgos y aceptar el desafío.

Llevé todas estas dudas a mi psicólogo. Me aconsejó sincerarme con mi primo mayor que es médico de familia retirado, con experiencia suficiente en el ejercicio de la profesión y que por hablar con franqueza nada tiene que perder ya que está fuera del servicio activo. Lo hice y me contestó sin dudar lo siguiente:

“Los médicos somos personas igual que tú. Tenemos instintos y pulsiones. Al ingresar, traemos a la facultad los valores que nos inculcaron en la familia y la escuela. Podemos controlar esas pulsiones sin por ello negarlas. También nosotros en secreto “jugamos al doctor” como los niños, pero sabemos que nuestro paciente, sea varón o mujer, no viene a consultarnos para eso, por lo tanto debemos controlarnos a fin de poder cumplir nuestro cometido asistencial. Los pacientes se desnudan de cuerpo y alma en el entendimiento de que hemos de respetar sus intimidades, guardar sus secretos y hacer honor a la confidencialidad. Es cierto que sólo cuando cursamos por situaciones personales conflictivas a veces escuchamos parte de los problemas ajenos y si nos sentimos identificados con ellos ocupamos el resto de la entrevista para cavilar sobre lo nuestro, pero rara vez el paciente sufre merma en la atención. También es vedad que durante algunas operaciones conversamos sobre asuntos ajenos al acto quirúrgico y hasta hacemos chistes, pero eso sólo ocurre en las postrimerías, cuando el problema está resuelto y no hay riesgo de distracciones perjudiciales. Se sabe que hay pocos colegas míos que efectúan conscientemente operaciones fútiles, es decir de las que razonablemente no se esperan beneficios terapéuticos. Cuando tomamos conocimiento, los repudiamos. Hay especialidades que se prestan a manejos comerciales de medicamentos y procedimientos de efectividad no probada. La inmensa mayoría de nosotros condena esas prácticas. Es conocido que algunos rehúsan involucrarse en casos complejos pudiendo y sabiendo hacerlo, ya sea porque no se sienten suficientemente remunerados o porque temen afrontar las dificultades que presumen probables. Es que no piensan que alguna vez pueden ser pacientes graves y requerir que un colega se juegue por ellos. Conozco varios que en su vida social y familiar son hoscos y poco comunicativos, pero en el consultorio actúan con simpatía simulada por lo cual son muy exitosos. Algunos de ellos confiesan que esa forma de comportarse es apenas un recurso de ventas ejercido de modo deliberado”.

“Antes que decidas iniciar el tratamiento, te aconsejo consultar la trayectoria de quienes lo tomarán a su cargo. Puedes hacerlo en las redes sociales y averiguar cómo les ha ido a otros pacientes afectados por enfermedades similares a la tuya. Hay países en los que se puede recabar información por internet de los datos más sensibles de los profesionales, sustentada en estadísticas sobre cantidad de pacientes atendidos, número de operaciones realizadas, complicaciones ocurridas, y otras referencias útiles. En nuestro medio no es tan fácil, pero se puede acopiar información suficiente como para estar tranquila”.

“En mi experiencia, una persona con esa confianza evoluciona mejor, tiene menos dolores, sufre menos complicaciones y supera más rápido las eventualidades no deseadas de los tratamientos”

Ahora que se aproxima con velocidad la fecha de la operación, empiezo a jerarquizar las habilidades del cirujano, su destreza, la presencia de ánimo frente a una posible complicación, la capacidad para organizar su equipo. No deja de importarme su comportamiento social, pero lo pongo en un segundo plano. Me dediqué a explorar en la computadora. Lo primero “Googleé” su nombre con lo cual la máquina me derivó a Linkedin y a Facebook. En el primer sitio se habían consignado sus antecedentes científicos, los centros en que había trabajado, dónde se desempeña en la actualidad, así como sus viajes de estudios y los premios recibidos. Me importó mucho reconocer en Facebook que es un hombre afecto a su familia, deportista como era yo, amante de las mascotas como yo, muy culto e intérprete de piano como yo. A través de Google Scholar, reconocí que ha publicado en el país y en el extranjero muchos artículos sobre temas vinculados a mi enfermedad. Ese descubrimiento me tranquilizó, porque reconocí que al menos estoy en manos expertas.

Debo confesar que con todo el entorno a favor no dejo de estar inquieta, porque soy consciente de que en medicina compleja hay imponderables que pueden torcer la evolución de mi posoperatorio aunque todo se haya hecho según la mejor ciencia y el arte más refinado. No soy supersticiosa, creo en el destino pero también tengo fe. En este sentido, espero un premio por haber llevado una vida honesta y proba, si bien conocí muchas personas buenas a las que les fue bastante mal. Ayudaré a los designios superiores mediante oraciones con el expreso pedido de que las manos y el entendimiento de mis médicos sean guiados por el buen camino.


El autor
  • Profesor Dr. Carlos Spector
  • Cirujano torácico
  • Decano de la Facultad de Ciencias de la Salud de UCES
  • Profesor Consulto Titular de UBA
  • Emérito de la Academia Argentina de Cirugía

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