martes, 6 de marzo de 2012

Jóvenes en grupos violentos - 06.03.2012 - lanacion.com  

Jóvenes en grupos violentos - 06.03.2012 - lanacion.com

Un fenómeno que crece y preocupa

Jóvenes en grupos violentos

 
Los adolescentes transitan el mundo en grupo. En el lejano pasado o en la actualidad, el grupo es marca registrada de ese universo conformado por quienes ya han salido de la niñez sin haber entrado todavía en la edad adulta y, como pueden, van atravesando nuevos territorios con mapas a veces confusos, cuando no directamente diseñados para llevarlos por "el mal camino".

Junto a un quiosco, mientras charlan y beben, en los boliches, en playas, en recitales, en colegios, en manifestaciones de diverso tinte político, los chicos y chicas son parte ruidosa, a veces molesta y hasta terrible de un paisaje que, si no contara con ellos, sería tristísimo y, sin dudas, estaría dando cuenta de una humanidad con rumbo de extinción.

Por fortuna, no nos estamos extinguiendo, y ellos están allí, ubicándose en sus "tribus" de pertenencia o sufriendo por no tener una a la que acudir mientras las hormonas están a pleno; la música, fuerte, y la vida transita entre la incertidumbre respecto de la propia identidad, el temor a lo que se viene (temor que se potencia al ver el rostro asustado de sus padres frente a los noticieros) y la fiesta de la vitalidad en estado de plenitud.

Los adolescentes y jóvenes van así abriéndose paso por la vida con entusiasmos de diverso color y viéndoselas con los miedos, que asoman de manera proporcional al alejamiento que tienen respecto del protegido mundo infantil.

Ellos se juntan, se cuidan, compiten, pelean, se refieren unos a otros, juegan y se divierten, en el mejor de los casos con esa sensación intensa de pertenecer a grupos en los que sienten que se expresa, aunque sea en parte, su manera de ser. Si no logran ese "pertenecer", sufren, ya que el exilio respecto de sus pares es casi lo más temido a esa edad, sólo algo por debajo al miedo terrible a que se hagan visibles sus deseos ocultos de volver a sentir aquel cobijo que sus padres le ofrecían en la infancia.

En general, más allá de esos temores, física o cibernéticamente casi todos logran un grupo, aunque sea el de los que se sienten rechazados por el mundo o por sus pares, y así consiguen esa vivencia grupal que tanto se cotiza en el mundo juvenil.

Afinidades, gustos musicales, actividades en equipo, rituales, filosofías de vida, visiones de lo político, actividades solidarias, todo sirve para generar una escenografía dentro de la cual ellos y ellas, recién salidos del cascarón, pueden encontrar una plataforma para desplegar esa energía nueva que se asoma en sus vidas. Sobre esa plataforma los adolescentes y jóvenes conocerán qué lugar ocupan, cómo lo ocupan y qué horizontes y sueños avizoran a la hora de ir creciendo.

En este paisaje, existen temas importantes que en la actualidad aparecen con fuerza, tanto en su sentido saludable y gozoso como en el doloroso y dramático. Uno de ellos es el del "aguante" y la bravura, elementos genuinos y valorados de la búsqueda juvenil (sobre todo por los varones, aunque las mujeres también viven algo similar en su estilo), que, sin embargo, en ocasiones son falsificados por actitudes que esconden, sin éxito, el miedo, la orfandad y la extrema fragilidad que domina cuando los jóvenes están echados a su suerte, sin ley y sin horizontes.

Un ejemplo de esto se vio con claridad esta temporada en Pinamar, cuando varios chicos de un grupo de rugbiers, traicionando el espíritu de su deporte, golpearon a un muchachito de 15 años por una nimiedad, con la brutalidad que sólo tienen los que han perdido el rumbo y los referentes. Esas patadas en la cabeza del caído indican una ferocidad que sólo tiene quien está bajo la tiranía de impulsos alimentados por la rabia, el miedo y la fragilidad.

La virulencia del ataque, ejemplo de tantos que se ven día tras día, marca además que hay muchos jóvenes que consideran que para tener éxito en la vida literalmente hay que pisar cabezas, expresión que muchos adultos, sobre todo los que cultivan el cinismo, suelen pronunciar junto a la que dice que "en la vida nadie te regala nada", y menos, decimos nosotros, un poco de piedad cuando otro está caído y lastimado.

Podríamos pensar que, para esos muchachitos violentos hoy condenados a ocultar culposamente su acto (con el precio que pagarán por ello), dejar de pertenecer al grupo de los que "se la bancan" a la hora de pelearse sería una pesadilla. Sólo ahora, tras tomar conciencia de lo que hicieron, advertirán seguramente que es peor lastimar de manera grave a un chico por una zoncera que dejar pasar de largo la posibilidad de pelea para hacer cosas más interesantes que andar demostrando coraje de esa manera. Esas cuestiones "más interesantes" a veces no son fáciles de encontrar, sobre todo cuando a cierta edad la vida parece tan liviana y pava y no se generan causas que despierten entusiasmos más sustentables.

En el grado de violencia de ese tipo de hechos se advierte una diferencia con situaciones parecidas de otras épocas. La estructura de la situación existió siempre, pero hoy se ven profundizadas algunas conductas que, como las descriptas y tantas otras, son signo de problemas con matices propios de este tiempo.
Se percibe que, más allá de la lógica lejanía parental en la edad adolescente, lo que se produce hoy en una parte de las familias (por suerte, no en todas ni mucho menos) es una suerte de claudicación parental que deja sin mapas a los hijos a la hora de dejarlos partir. Ocurre que una cosa es respetar la creciente independencia de los hijos adolescentes y otra, muy diferente, es dejarlos sin referencias, sin anclas y sin rumbos.

Cuando la dilución de los padres es superlativa y se patologiza -con papás que piden perdón por marcar su autoridad, viven amargados, regalan a sus hijos a la sociedad de consumo en vez de darles herramientas para que se cuiden dentro de ella y despliegan su día tras día con miedos y poca confianza-, las cosas se complican. Es allí cuando el "grupo refugio" del chico, algo normal y deseable para su desarrollo, se vuelve "todo" y su pertenencia a él aparece como esencial y salvadora, por lo que el sometimiento a los dictados del grupo es absoluto.

Es verdad que alguna batalla iniciática deben dar los jóvenes para pasar al terreno de los grandes, demostrándose a sí mismos y a los otros que tienen la fuerza requerida para crecer. Está bien que así sea y no es aconsejable pretender que lo que se entiende como juventud sana sea una versión pasteurizada de esa etapa. El problema, digámoslo, no es que los chicos corran ciertos riesgos dentro de su universo grupal. Pero sí lo es cuando se banaliza y distorsiona esa épica natural y deseable en batallas de aguante alcohólico, en peleas torpes y sangrientas, en ejercicios de la velocidad tonta y en bravuconadas inversamente proporcionales al verdadero coraje del que las pronuncia. y todo en estado de orfandad, de carencia de una ley confiable, vivida como amorosa y no sólo como aguafiestas y represora.

Cuando no hay límites que marquen el mapa del mundo, los chicos se asustan y ahondan sus conductas transgresoras para encontrarse con ese contorno o límite que les indique que no están huérfanos, que hay alguien "allí afuera" que los contiene y acompaña, sea con un abrazo, con un "parate" significativo o simplemente marcando existencia allí, a su lado. Si no encuentran ese "otro" que les dé referencia, se sienten frágiles, si se sienten frágiles, se sienten atacados por el mundo, y si se sienten atacados, golpean primero a otros... o a sí mismos.

Los grupos en los que se despliegan los jóvenes amplían la familia, no la sustituyen. De hecho, en esos grupos siempre hay un miembro que no se ve, pero se siente: el amor de los padres que dejaron en la conciencia del hijo una referencia de vida que, como la luz del faro, permite que sobre esa referencia el hijo haga su vida.

Sin esa luz, todo se confunde, todo es locura, y es allí cuando los chicos se alejan de la playa buscando tierras sobre las que hacer pie, nadando a veces mar adentro, lejos ya del punto de retorno.
© La Nacion
El autor es psicólogo, especialista en vínculos. Su último libro es Criar sin miedo .

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