domingo, 11 de agosto de 2013

Acerca de la repulsión - 11.08.2013 - lanacion.com  

Acerca de la repulsión - 11.08.2013 - lanacion.com  


Ciencia a lo loco

Acerca de la repulsión

El disgusto es una emoción universal: todo el mundo lo siente alguna vez, y hasta pone el mismo tipo de expresión facial, levantando la nariz y bajando los labios en una antisonrisa
Por   | LA NACION

Pobre mi madre querida. cuántos disgustos le he dado. Todo muy bien con el tango, pero, ¿qué clase de disgusto? ¿Moral, fisiológico, sensorial? ¿O es todo lo mismo, compañeros? La ciencia del disgusto, o de la repulsión, nos puede dar unas cuantas sorpresas (algunas desagradables, pero otras no tanto, y vale la pena descubrirlas).
En principio, el disgusto es una emoción universal: todo el mundo lo siente alguna vez, y hasta pone el mismo tipo de expresión facial, levantando la nariz y bajando los labios en una antisonrisa, la boca se tiende a abrir y se disparan unos cuantos cambios en el cuerpo (bajan la presión y la sudoración, se nos revuelven las tripas y otras delicias).
Por supuesto que el primer nivel de disgusto viene dado por olores o visiones de comida en mal estado. Esto es muy lógico: el cuerpo nos está diciendo de esa cosa no has de comer, porque sospecha la presencia de bacterias o parásitos no especialmente saludables. Pero por algún motivo, los humanos pasamos a nuevos niveles de repulsión: aquella que podemos llegar a sentir por determinadas personas (en particular, relacionada con cuestiones sexuales tabú o prohibidas) y, finalmente, el disgusto moral, que sentimos frente a cuestiones que no nos parecen correctas. ¿Será que todos estos disgustos tienen algo que ver? Parece que sí, al menos en el cerebro, ya que en simulaciones de situaciones de estos diferentes tipos de disgusto se encendieron áreas similares de la corteza cerebral.
En términos evolutivos el disgusto por la comida en mal estado, o con determinadas cualidades (muy amargo o muy ácido, por ejemplo), se relacionan con el disgusto moral. ¿Quién no ha dicho que tiene la conciencia limpia o que tal o cual comportamiento le dejó un mal sabor en la boca? Y no es casual que la respuesta de la cara del disgustado es la misma, ya sea que huela aromas de El Cairo o que le cuenten alguna escena particularmente repulsiva moralmente.
Como sea, el disgusto podría tener un rol protector: nos aleja de lo que no es bueno para nosotros (enfermedades, novios que por algún motivo no son de lo mejorcito, roña, sopa de gusanos). Incluso imaginar una situación repulsiva (o verla en una película) genera la misma sensación. Ojo: hay investigaciones que afirman que si durante un juicio el juez o los jurados son inducidos a sentir este disgusto, los fallos serán mucho más duros e inapelables.
Pero siguen las sorpresas: manipular el ambiente en cuanto a cuán agradable o repulsivo pueda ser cambia completamente nuestro comportamiento. En una serie de experimentos increíbles, David Pizarro (que estuvo el año último en TEDxRíodelaPlata) modificó la forma de pensar de una serie de voluntarios cambiando el olor de la habitación. Cuando rociaba el cuarto con aroma a. gases humanos (¿se entiende?), la gente fue mucho más prejuiciosa en una encuesta, considerando menos amigablemente a aquellos con orientación homosexual. En otro experimento, mostrar previamente imágenes de insectos patógenos y de enfermedades infecciosas hizo que las actitudes frente a inmigrantes africanos fueran mucho más duras.
Por el contrario, el aroma a limpio nos hace sentir mejores y actuar de manera más cooperativa y amistosa. Como lady Macbeth o Poncio Pilatos, que aconsejaban el profuso lavado de manos para librarse de toda culpa, parece que si la gente se lava, usa palabras relacionadas con la limpieza, o está en un cuarto con el aroma a limón que exudan las publicidades de productos hogareños, se siente más a gusto, presta dinero, juzga a los otros de manera más benévola y, tal vez hasta le perdone al árbitro un penal mal cobrado. Un secreto a voces entre los vendedores de autos usados es el rociarlos con olor a auto nuevo, que lo vuelve más apetecible para el comprador.
No todos son igualmente susceptibles a situaciones disgustantes: en general, las mujeres lo sufren más que los hombres (en particular cuando están embarazadas o luego de ovular) y los jóvenes más que los viejos. Pero, ya lo dijimos, todos ponen la misma cara de asco. Pues bien: hecha la cara, hecho el remedio: se supone que si sostenemos un lápiz entre los labios evitamos poner la típica cara de disgusto. ¡y con eso lo sentimos menos! Ya lo saben; ahora pruébenlo y vayan a comerse un camembert bien podridito

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