Matar la tristeza a cañonazos
El consumo de antidepresivos se ha duplicado en diez años
De acuerdo, la crisis económica ha golpeado a muchas personas, que han perdido el trabajo y deben afrontar crecientes dificultades en la vida. No cabe duda de que los problemas materiales influyen en el ánimo y pueden provocar estados depresivos, pero ¿está justificado que en la última década se haya disparado el consumo de antidepresivos? De 30 dosis por cada 1.000 habitantes en 2000 a 64 en 2011. Más del doble.
Hay indicios de que la crisis ha podido influir, pero el exagerado aumento en el consumo de estos fármacos se explica más por factores culturales que económicos. Tiene que ver con unos valores cada vez más hedonistas que toleran mal, no ya el sufrimiento físico, sino cualquier contrariedad en la vida. Habiendo como hay analgésicos eficaces y seguros, es natural que recurramos a ellos ante el más mínimo dolor. Pero, ¿es razonable que nos atiborremos de antidepresivos ante el más mínimo malestar psicológico? No lo es. Los fármacos antidepresivos son seguros y eficaces en los casos de trastorno depresivo mayor, es decir, en las depresiones endógenas. En cambio, diferentes estudios han demostrado que no tienen más efecto que el de un azucarillo a largo plazo en los trastornos del ánimo de tipo reactivo.
No están indicados, por ejemplo, para afrontar una pérdida o para levantar el ánimo tras una ruptura sentimental, que es para lo que muchas veces se recetan. En estos casos, un bombón sería mejor para el paladar y mucho más barato para el erario público, que es el que paga la factura.
A favor del consumo innecesario juega la tendencia, estimulada por cierta industria farmacéutica, a medicalizar cualquier aspecto de la vida, incluidos estados de ánimo muy normales como la tristeza, el duelo o el simple miedo a hablar en público.
No es casualidad que entre los antidepresivos más recetados figuren la fluoxetina (el famoso Prozac), que se presentó como la píldora de la felicidad, o la paroxetina (Serotax), que fue objeto de un lanzamiento planetario en Londres como la nueva pildora de la timidez. Pero cuidado, porque cuando no está justificado, el consumo de antidepresivos no solo no aporta ninguna mejora, sino que puede provocar apatía y distanciamiento emocional. Y la vida está para vivirla.
Hay indicios de que la crisis ha podido influir, pero el exagerado aumento en el consumo de estos fármacos se explica más por factores culturales que económicos. Tiene que ver con unos valores cada vez más hedonistas que toleran mal, no ya el sufrimiento físico, sino cualquier contrariedad en la vida. Habiendo como hay analgésicos eficaces y seguros, es natural que recurramos a ellos ante el más mínimo dolor. Pero, ¿es razonable que nos atiborremos de antidepresivos ante el más mínimo malestar psicológico? No lo es. Los fármacos antidepresivos son seguros y eficaces en los casos de trastorno depresivo mayor, es decir, en las depresiones endógenas. En cambio, diferentes estudios han demostrado que no tienen más efecto que el de un azucarillo a largo plazo en los trastornos del ánimo de tipo reactivo.
No están indicados, por ejemplo, para afrontar una pérdida o para levantar el ánimo tras una ruptura sentimental, que es para lo que muchas veces se recetan. En estos casos, un bombón sería mejor para el paladar y mucho más barato para el erario público, que es el que paga la factura.
A favor del consumo innecesario juega la tendencia, estimulada por cierta industria farmacéutica, a medicalizar cualquier aspecto de la vida, incluidos estados de ánimo muy normales como la tristeza, el duelo o el simple miedo a hablar en público.
No es casualidad que entre los antidepresivos más recetados figuren la fluoxetina (el famoso Prozac), que se presentó como la píldora de la felicidad, o la paroxetina (Serotax), que fue objeto de un lanzamiento planetario en Londres como la nueva pildora de la timidez. Pero cuidado, porque cuando no está justificado, el consumo de antidepresivos no solo no aporta ninguna mejora, sino que puede provocar apatía y distanciamiento emocional. Y la vida está para vivirla.
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