Escepticemia por Gonzalo Casino | 03 SEP 19
Experiencia y talento
Sobre el descrédito de la teoría de las 10.000 horas de práctica para ser un experto
Autor: Gonzalo Casino Fuente: IntraMed / Fundación Esteve
El psicólogo sueco K. Anders Eriksson, profesor de la Universidad Estatal de Florida (EE UU), es reconocido como el mayor experto en cómo se llega a ser un experto. En 1993 publicó con Ralf Krampe y Clemens Tesh-Römer un artículo que se ha convertido en canónico sobre el papel de la práctica deliberada y sistemática para conseguir un rendimiento propio de un experto y que es uno de los más citados en la literatura científica sobre psicología (9.873 citas actualmente). Este estudio, realizado con violinistas expertos de tres niveles (los mejores, los buenos y los normales), llegó a la conclusión de que el tiempo dedicado a la práctica se “corresponde totalmente” con el nivel alcanzado, y entronizó la práctica sistemática como el principal factor predictor –por delante de los genes o la personalidad– del nivel del rendimiento en una tarea compleja, como puede ser tocar un instrumento, practicar un deporte competitivo o realizar investigación científica.
El estudio de Eriksson et al. ha inspirado la famosa regla de las 10.000 horas, popularizada por el periodista Malcolm Gladwell en su libro Outliers: The Story of Success (Fueras de serie: Por qué unas personas tienen éxito y otras no), según la cual, para convertirse en un experto en cualquier actividad hacen falta al menos 10.000 horas de experiencia. Tanto la comunidad científica como el público general no ha dejado de interesarse por el estudio de Eriksson et al. y su principal implicación: el ejercicio sistemático es la clave para conseguir la excelencia. Sin embargo, mientras la idea de que “la experiencia es la madre de la ciencia” resulta indiscutible, en los últimos años se han publicado otros estudios que indican que la magnitud del efecto (rendimiento experto) atribuido a la práctica se había sobreestimado y que entre los mejores expertos la experiencia no era tan importante.
Las conclusiones de este estudio echan por tierra la regla de las 10.000 horas como fórmula para el éxito y, sobre todo, la idea de que simplemente con esfuerzo y dedicación se puede conseguir un nivel de experto, es decir, convertirse en un violinista, un deportista o un científico sobresaliente. Como nos dice el sentido común y la simple observación de los mejores en cada actividad, para destacar en una actividad compleja hace falta lo que comúnmente se llama talento. Y la práctica sería, por tanto, un factor más, como lo son la genética, algunos rasgos de la personalidad y la historia personal, entre otros, sin olvidar el azar. El periodista especializado en psicología Brian Resnick interpreta este descrédito de la regla de las 10.000 horas como un alivio, pues quita presión y frustraciones a la gente común, que comprueba que por más empeño y dedicación que le ponga a pintar, tocar el violín o cualquier otra actividad no logra sobresalir. Y esto, dice Resnick, puede quitarnos “la alegría que se puede encontrar en la mediocridad”.
El estudio de Eriksson et al. ha inspirado la famosa regla de las 10.000 horas, popularizada por el periodista Malcolm Gladwell en su libro Outliers: The Story of Success (Fueras de serie: Por qué unas personas tienen éxito y otras no), según la cual, para convertirse en un experto en cualquier actividad hacen falta al menos 10.000 horas de experiencia. Tanto la comunidad científica como el público general no ha dejado de interesarse por el estudio de Eriksson et al. y su principal implicación: el ejercicio sistemático es la clave para conseguir la excelencia. Sin embargo, mientras la idea de que “la experiencia es la madre de la ciencia” resulta indiscutible, en los últimos años se han publicado otros estudios que indican que la magnitud del efecto (rendimiento experto) atribuido a la práctica se había sobreestimado y que entre los mejores expertos la experiencia no era tan importante.
La práctica, con ser importante, no lo es todo y probablemente no sea lo más relevante para establecer la diferencia entre los buenos y los mejores.Un reciente trabajo que ha replicado el original de Eriksson et al. con violinistas –pero con prerregistros del estudio, comparaciones a doble ciego y, en general, un mayor celo científico para evitar sesgos– ha ofrecido resultados bien diferentes, confirmado las sospechas de que se había sobreestimado la importancia de la práctica deliberada en la adquisición del rendimiento de un experto (la magnitud del efecto o diferencia observada se reduce del 48% al 26%). De hecho, en este estudio de replicación, los mejores violinistas habían acumulado menos horas de práctica que los buenos. Además, constata que la práctica dirigida por un profesor no tiene mayor valor predictivo que la simple práctica individual sin supervisión. En definitiva, indica que la práctica, con ser importante, no lo es todo y probablemente no sea lo más relevante para establecer la diferencia entre los buenos y los mejores.
Las conclusiones de este estudio echan por tierra la regla de las 10.000 horas como fórmula para el éxito y, sobre todo, la idea de que simplemente con esfuerzo y dedicación se puede conseguir un nivel de experto, es decir, convertirse en un violinista, un deportista o un científico sobresaliente. Como nos dice el sentido común y la simple observación de los mejores en cada actividad, para destacar en una actividad compleja hace falta lo que comúnmente se llama talento. Y la práctica sería, por tanto, un factor más, como lo son la genética, algunos rasgos de la personalidad y la historia personal, entre otros, sin olvidar el azar. El periodista especializado en psicología Brian Resnick interpreta este descrédito de la regla de las 10.000 horas como un alivio, pues quita presión y frustraciones a la gente común, que comprueba que por más empeño y dedicación que le ponga a pintar, tocar el violín o cualquier otra actividad no logra sobresalir. Y esto, dice Resnick, puede quitarnos “la alegría que se puede encontrar en la mediocridad”.
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