Editorial II
Masculinidad y violencia familiar
Para los especialistas, hay que cambiar el modelo cultural tradicional que proponía la superioridad del varón sobre la mujer
EL hondo problema humano y social de la violencia ejercida contra la mujer está lamentablemente distribuido en el espacio mundial y arraigado en el tiempo. Aunque las estadísticas puedan dar testimonios desiguales, esta práctica aberrante aparece en países tan diversos como Australia, los Estados Unidos, Sudáfrica o Israel. Desde luego, también se aprecian diferencias significativas, como ocurre, por ejemplo, entre Japón y Etiopía. Pero el aspecto más estremecedor de la violencia concentrada en la mujer lo revelan los hechos criminales de los que han sido autores el esposo o el miembro masculino de la pareja, en un porcentaje que oscila entre el 40 y el 70 por ciento de los casos registrados universalmente, según la Organización Mundial de la Salud (OMS).
La Argentina no es ajena a esa situación, como lo demuestran los datos recogidos por la Casa del Encuentro, asociación civil que computó 260 asesinatos de mujeres en el año 2010, cuyos responsables fueron hombres con vínculo familiar o afectivo con las víctimas.
Cuadros así se han reiterado en el orden mundial, lo que ha llevado al secretario general de la ONU, Ban Ki-moon, a proponer el desarraigo del tipo humano adicto a las conductas violentas y promover, en cambio, otros "modelos de masculinidad saludables".
Esa convocatoria señala indirectamente la influencia adversa que ha tenido la educación tradicional según modelos culturales que han exaltado la necesidad de que el hombre haga valer su voluntad aun con la violencia. De ese modo, se estimuló al varón para que marginara o anulara la personalidad femenina, como lo ha descripto el psicólogo español Andrés Montero Gómez.
Entre nosotros, un especialista tan destacado como Sergio Sinay ha tratado con solvencia la cuestión, en la que ha calificado de "masculinidad tóxica" el supuesto paradigma que ha incidido en la formación de muchas generaciones y ha servido para promover comportamientos autoritarios, agresiones, humillaciones, castigos injustos y una vida sexual sin consideración por la mujer. En todos esos casos estuvo presente la errada creencia de que se poseía el derecho de imponerse a la mujer por cualquier medio, porque no hacerlo demostraba ser "poco hombre".
Desterrar una concepción de la personalidad de larga vigencia en la sociedad mundial es un propósito que requiere tiempo. Sin embargo, sobre todo a partir del pasado siglo, se han venido dando pasos importantes para afirmar los derechos de la mujer, su protección y la reparación por injustos males sufridos. Esto marca un ascenso valioso en la calidad de la vida.
Hay un doble aprendizaje que reclama el cambio deseable. Por una parte, el varón debe educarse desde el ámbito doméstico en un respeto por la mujer y sus legítimas aspiraciones. Por otra, la mujer debe ser consciente de la posición que hoy se le reconoce en la familia y en la sociedad, defender con convicción esos logros y educar a sus hijos según modelos de personalidad positivos..
No hay comentarios:
Publicar un comentario