“¿Por qué son tan terriblemente caros los alimentos sin gluten?”
La sección Vida&Artes en www.elpais.com abrió sus puertas para que los lectores ofrecieran sus comentarios sobre la enfermedad celíaca
Marga: “No soy celiaca, pero he decidido no comer alimentos con gluten. Llevo cinco años y me encuentro mucho mejor”.
Carmen: “Si lo que nos sana es una dieta sin gluten, ¿por qué tiene que ser tan terriblemente caro adquirir estos productos? El elevado e injustificado precio atenta directamente contra la salud de las personas que padecemos esta enfermedad y es uno de los problemas más graves que pueden tener familias donde haya varios celiacos”.
Francisco: “Vivo en Inglaterra y desde enero, hay una ley por la que todos los fabricantes deben especificar si los productos contienen gluten o si ha habido posibilidad de contaminación cruzada. ¿Para cuándo en España? Además, en casi todo el país (menos un par de provincias) tu médico de cabecera te puede recetar productos sin gluten. Según tu sexo y edad te corresponde un número de unidades. En mi caso, me da para cubrir un 80% del pan, pasta y galletas. Y solo pagas el precio básico de una receta (unos ocho euros)”.
Salmacis: “Los problemas gastrointestinales son minusvalorados por los médicos de cabecera. Desde los 14 años —y tengo 30— los he tenido y nunca, nunca, me habían hecho pruebas de intolerancia a nada. Decían que era síndrome de colon irritable, y ya está”.
Uxia: “Me diagnosticaron la celiaquía con casi 42 años, después de episodios largos de ‘trastornos estomacales’, ‘problemas nerviosos’ y no sé cuántos diagnósticos más, hasta que tuve la suerte de acudir a un profesional excelente que dio con el problema cuando pensaba en lo peor. Hoy no me produce ninguna limitación en mi vida cotidiana”.
Alfredo: “Se deberían difundir normas básicas relacionadas con el manejo de alimentos: no poner pastas sobre la cucharilla del café, no mezclar los cubiertos en las cocinas al elaborar un plato y tener cuidado con las migas cuando saltan del pan si estás comiendo con un celiaco”.
Beatriz: “Tengo 24 años y me detectaron la enfermedad en marzo, después de insistir a muchos médicos que me hicieran las pruebas. Es difícil ir acostumbrándose. La cerveza está prohibida e ir a bares se vuelve mucho más complicado. Cuando tienen cerveza sin gluten te cobran la botella a unos tres euros, algo prohibitivo para estudiantes como yo”.
Óscar: “No entiendo que la prueba diagnóstica por marcadores, tan sencilla como una analítica, no esté incluida dentro del protocolo de salud infantil. Las consecuencias de una celiaquía no diagnosticada pueden ser muy graves”.
Ana: “Nuestro hijo de ocho años es celiaco. Le cambió y nos cambió la vida, para bien, cuando le diagnosticaron con dos años. Había tenido una infancia dolorosa y era un niño de mal humor. También quería comentar que los niños viven como un problema no ser igual que los demás (fiestas de cumpleaños, restaurantes). Pero es emocionante cuando en los cumpleaños del colegio algún niño (o sus padres) se acuerda de los que no son como él y le llevan algo sin gluten”.
Carmen: “Si lo que nos sana es una dieta sin gluten, ¿por qué tiene que ser tan terriblemente caro adquirir estos productos? El elevado e injustificado precio atenta directamente contra la salud de las personas que padecemos esta enfermedad y es uno de los problemas más graves que pueden tener familias donde haya varios celiacos”.
Francisco: “Vivo en Inglaterra y desde enero, hay una ley por la que todos los fabricantes deben especificar si los productos contienen gluten o si ha habido posibilidad de contaminación cruzada. ¿Para cuándo en España? Además, en casi todo el país (menos un par de provincias) tu médico de cabecera te puede recetar productos sin gluten. Según tu sexo y edad te corresponde un número de unidades. En mi caso, me da para cubrir un 80% del pan, pasta y galletas. Y solo pagas el precio básico de una receta (unos ocho euros)”.
Salmacis: “Los problemas gastrointestinales son minusvalorados por los médicos de cabecera. Desde los 14 años —y tengo 30— los he tenido y nunca, nunca, me habían hecho pruebas de intolerancia a nada. Decían que era síndrome de colon irritable, y ya está”.
Uxia: “Me diagnosticaron la celiaquía con casi 42 años, después de episodios largos de ‘trastornos estomacales’, ‘problemas nerviosos’ y no sé cuántos diagnósticos más, hasta que tuve la suerte de acudir a un profesional excelente que dio con el problema cuando pensaba en lo peor. Hoy no me produce ninguna limitación en mi vida cotidiana”.
Alfredo: “Se deberían difundir normas básicas relacionadas con el manejo de alimentos: no poner pastas sobre la cucharilla del café, no mezclar los cubiertos en las cocinas al elaborar un plato y tener cuidado con las migas cuando saltan del pan si estás comiendo con un celiaco”.
Beatriz: “Tengo 24 años y me detectaron la enfermedad en marzo, después de insistir a muchos médicos que me hicieran las pruebas. Es difícil ir acostumbrándose. La cerveza está prohibida e ir a bares se vuelve mucho más complicado. Cuando tienen cerveza sin gluten te cobran la botella a unos tres euros, algo prohibitivo para estudiantes como yo”.
Óscar: “No entiendo que la prueba diagnóstica por marcadores, tan sencilla como una analítica, no esté incluida dentro del protocolo de salud infantil. Las consecuencias de una celiaquía no diagnosticada pueden ser muy graves”.
Ana: “Nuestro hijo de ocho años es celiaco. Le cambió y nos cambió la vida, para bien, cuando le diagnosticaron con dos años. Había tenido una infancia dolorosa y era un niño de mal humor. También quería comentar que los niños viven como un problema no ser igual que los demás (fiestas de cumpleaños, restaurantes). Pero es emocionante cuando en los cumpleaños del colegio algún niño (o sus padres) se acuerda de los que no son como él y le llevan algo sin gluten”.
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