El ‘ungüento amarillo’ está todavía verde
Las células madre todavía no han conseguido hacerse un hueco en la práctica clínica
Ungüento amarillo, bala de plata, bálsamo de Fierabrás… El descubrimiento de que éramos capaces de diferenciar células madre para crear otro tipo de materiales biológicos más especializados abrió hace ya más de una década todo tipo de expectativas. Pero este proceso, prometedor para todo, desde diabetes a infartos, desde cáncer a párkinson, desde trasplantes a lesiones medulares, todavía no ha conseguido hacerse un hueco en la práctica clínica.
La idea es muy simple: si somos capaces de producir células (u órganos) como las neuronas, los cardiocitos o los osteocitos a partir de células de embriones, se podrían fabricar parches a medida para una gran cantidad de enfermedades. El problema es que todavía no hemos conseguido nada de eso.
Quizá la aplicación más cercana a su futuro uso sea el trasplante de médula ósea para regenerar el sistema hematopoyético (generador de células sanguíneas) en personas sometidas a radioterapia por cáncer que se hace actualmente. O lo mismo hecho a partir de células de cordón umbilical, que no son embrionarias, pero se les parecen.
Ha habido algunos ensayos —siempre polémicos—, como, por ejemplo, insertar neuronas en cerebros de personas con párkinson o restaurar médulas espinales en personas después de un accidente. Pero los resultados todavía no pueden considerarse un éxito.
Eso no quiere decir que no haya habido avances. Se ha visto que las células madre ayudan a regenerar un corazón después de un infarto, y se ensaya su uso en personas con procesos degenerativos como la artrosis o que necesitan prótesis.
Incluso este tratamiento puede verse superado por un uso de células madre para generar las células sanguíneas, algo que ya está en estudio en Japón.
Pero los peligros de la técnica se vieron muy pronto. Un famoso ensayo con una mujer con párkinson demostró que se podían regenerar neuronas para suplir las que no funcionaban por la enfermedad. Pero el tumor cerebral que sufrió después aconsejó esperar hasta tener el proceso más controlado.
En España se hicieron muy conocidos los trabajos de Bernat Soria para crear células productoras de insulina en ratones diabéticos, pero desde que el investigador dejó el cargo de ministro de Sanidad no se ha sabido mucho de su trabajo.
La aparición de otro tipo de células madre, las iPS, obtenidas de grasa o piel del propio paciente han abierto otras posibilidades, ya que evitarían otro de sus problemas: el posible rechazo.
Eso no quiere decir que no haya que seguir investigando. La potencialidad —la palabra que mejor describe este material biológico— está ahí, y no hay duda de que algún día seremos capaces de controlarlo. Mientras tanto, lo más acertado que se puede decir es que cada día que pasa queda uno menos para que la utilidad de las células madre —embrionarias o no— sea una realidad.
La idea es muy simple: si somos capaces de producir células (u órganos) como las neuronas, los cardiocitos o los osteocitos a partir de células de embriones, se podrían fabricar parches a medida para una gran cantidad de enfermedades. El problema es que todavía no hemos conseguido nada de eso.
Quizá la aplicación más cercana a su futuro uso sea el trasplante de médula ósea para regenerar el sistema hematopoyético (generador de células sanguíneas) en personas sometidas a radioterapia por cáncer que se hace actualmente. O lo mismo hecho a partir de células de cordón umbilical, que no son embrionarias, pero se les parecen.
Ha habido algunos ensayos —siempre polémicos—, como, por ejemplo, insertar neuronas en cerebros de personas con párkinson o restaurar médulas espinales en personas después de un accidente. Pero los resultados todavía no pueden considerarse un éxito.
Eso no quiere decir que no haya habido avances. Se ha visto que las células madre ayudan a regenerar un corazón después de un infarto, y se ensaya su uso en personas con procesos degenerativos como la artrosis o que necesitan prótesis.
Incluso este tratamiento puede verse superado por un uso de células madre para generar las células sanguíneas, algo que ya está en estudio en Japón.
Pero los peligros de la técnica se vieron muy pronto. Un famoso ensayo con una mujer con párkinson demostró que se podían regenerar neuronas para suplir las que no funcionaban por la enfermedad. Pero el tumor cerebral que sufrió después aconsejó esperar hasta tener el proceso más controlado.
En España se hicieron muy conocidos los trabajos de Bernat Soria para crear células productoras de insulina en ratones diabéticos, pero desde que el investigador dejó el cargo de ministro de Sanidad no se ha sabido mucho de su trabajo.
La aparición de otro tipo de células madre, las iPS, obtenidas de grasa o piel del propio paciente han abierto otras posibilidades, ya que evitarían otro de sus problemas: el posible rechazo.
Eso no quiere decir que no haya que seguir investigando. La potencialidad —la palabra que mejor describe este material biológico— está ahí, y no hay duda de que algún día seremos capaces de controlarlo. Mientras tanto, lo más acertado que se puede decir es que cada día que pasa queda uno menos para que la utilidad de las células madre —embrionarias o no— sea una realidad.
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