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23 ABR 12 | Por Angela Pradelli
La lectura, una aventura cotidiana
¿Quién no puede leer en el cuerpo del otro el dolor, la angustia, el fracaso, la infelicidad? Leer produce significados que nos limpian la arena de los ojos y nos rescatan de la desintegración, nos recomponen.
Clarin.com
Por Angela Pradelli ESCRITORA
El desarrollo de una nueva edición de la Feria del Libro es una buena ocasión para valorar la capacidad de transformar la realidad y movilizar nuestros sentidos a partir del sencillo arte de leer, una poderosa herramienta al alcance de todos.
Las señales de los días y las noches corren a nuestro alrededor. Nosotros las leemos una y otra vez hasta que nuestra interpretación construya un mundo en el que podamos sentirnos dentro del deseo de la respiración del universo. Nuestros cuerpos son tablas de lectura pero a veces naufragan. Sin embargo, las inscripciones que pueden leerse en ellos alcanzarían para salvarnos de la desolación y de nuestros abismos.
¿Quién no puede leer en el cuerpo del otro el dolor, la angustia, el fracaso, la infelicidad? Leer produce significados que nos limpian la arena de los ojos y nos rescatan de la desintegración, nos recomponen.
Somos eso: la composición que la lectura hace de nosotros, de nuestro pasado. Estamos hechos también de las lecturas imposibles, quiero decir, de aquellos discursos que se nos desarman entre los labios porque no podemos leerlo s. Para bien o para mal, también nos constituyen los enunciados y los signos que no podemos interpretar porque nos enfrentan en su aridez impenetrable. La imposibilidad de leer, ese vacío, acentúa en nosotros zonas que, en su mudez, no logran explicarse y nos impiden entender nuestra inmanente confusión. Sino leemos ¿cómo vamos a descifrarnos, a comprendernos? Somos eso: mujeres y hombres hechos de lecturas.
Algunas noches nos aturden el vacío, la oscuridad. No obstante, cuando empieza a amanecer, las letras siempre terminan acomodándose en el plano y nos orientan, hacen más liviana nuestra desazón. Y este es el punto: abrirnos para poder leer esa cosmogonía. Descifrar los íconos y las señales en los mapas, interpretar los signos de la poesía, de los gestos y las cartas del amor, diferenciar los palos del mazo de barajas, y reconocer las rúbricas en los testamentos, las herencias, distinguir los dioses falsos de las palabras divinas. Si podemos leer esa cosmogonía, el desasosiego del mundo que habita en nosotros por estar en él comenzará a disolverse.
Vivimos en un mundo cifrado en el que también somos un signo que los otros leen a diario. Antón Chejov afirmó sobre nuestras vidas que “cada existencia se apoya en un secreto”. La lectura de ojos más despiertos y agudos quizá logre esa revelación: penetrar las sutilezas, comprender al otro en lo que tiene de oculto, desentrañar esa clave que a los sujetos comunes y corrientes nos hace sin embargo únicos .
Cada día un misterio espera su turno para abordarnos en las calles que caminamos mientras vamos a nuestros trabajos, a comprar un poco de pan fresco o mientras recorremos la feria buscando las mejores verduras.
Hay que atravesar ese misterio, desarmarlo en una lectura que lo preserve sin embargo inalterable . Ejercer el arte de leer el misterio hasta hacernos uno con él en el desciframiento.
Desde el susurro y la densidad de los seres que somos, nos revelamos incluso en las significaciones que construimos.
Hasta la muerte es una lectura posible que acontece en la tristeza y puede desgarrarnos: ¿es el final?, ¿una nueva vida?, ¿el más allá, la eternidad, trasmutación?, ¿la muerte es el infierno, el paraíso? Es verdad, estamos llenos de dilemas. Que no logremos resolverlos ¿es porque no acertamos en sus lecturas? La vida, que cuelga débil de nuestra voz, cuelga frágil también de nuestras lecturas. Algunas mañanas, al destapar el frasco de jalea de naranjas, se huele una acidez que perfuma el aire, es una esencia que aun en su amargor endulza nuestra respiración. Entonces, con ese vaho breve de las naranjas ácidas, pareciera que las incertidumbres se alejaran y que un orden glorioso y sagrado rigiera nuestra vida.
La lectura construye el mundo y sostiene su peso.
Leemos las horas, leemos los instantes incluso, siempre a la intemperie, siempre en una lengua vulnerable a las traducciones.
A pesar de todo, tanta inconsistencia por momentos, ciertas fragilidades, a pesar de todo, leemos. La lectura lo abarca todo, los libros, pero también los cuerpos, los gestos, las escenas, los ríos, los árboles, los cielos, los movimientos.
Que leamos, entonces, que encontremos algo que nos aliente aún en los repliegues ciegos y los oídos casi dormidos, algo que bulla por el hervor o un vaho que jadee en los rebordes. Que leamos, porque a pesar del caos, al leer los motivos vienen a nosotros, seres vacilantes, para que por fin construyamos una significación sobre la vida, nos comprendamos sujetos y celebremos la manifestación de un mundo en el que explotan los sentidos.
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