Los cócteles antivirales para curar la hepatitis C llaman a la puerta
EE UU ya ha aprobado las primeras combinaciones, y se espera que Europa lo haga este año
Los hepatólogos españoles reclaman que el trámite se agilice porque evitarían cirrosis y trasplantes
A partir de este año, cuando se hable de cócteles antivirales ya no habrá que pensar solo en VIH. Otra enfermedad infecciosa, la hepatitis C, se acerca a “una revolución como la de la penicilina” por esta causa, en palabras de Jaume Bosch, presidente de la Asociación Española para el Estudio del Hígado (AEEH). Se refiere con ello el médico, quien también dirige el Centro de Investigación Biomédica en red de Enfermedades Hepáticas y Digestivas, a la llegada a la clínica de tratamientos antivirales que, combinados, pueden curar más del 90% de los casos de esta enfermedad.
En España se calcula que puede haber hasta 900.000 infectados por la hepatitis C, aunque la mitad no lo sepa. Esta enfermedad puede permanecer latente mucho tiempo, y luego producir cirrosis o cáncer hepático. Se le atribuyen unas 10.000 muertes al año solo en España, y es responsable de la mitad de los mil trasplantes de hígado que se hacen al día.
Como casi siempre, en EE UU van por delante y ya han aprobado dos de estos fármacos, y hay un tercero pendiente. La Agencia Europea del Medicamento acaba de dar el visto bueno al primero de ellos, y se espera que lo haga con los otros dos en unos meses. Con ello, los afectados dispondrán de una combinación de antivirales que atacan distintas fases de su ciclo vital. Estos cócteles tienen ventajas considerables frente al tratamiento actual, en el que se usa una combinación de fármacos más antiguos, como el interferón y la ribavirina. La primera es la tasa de curación, cuando la combinación anterior solo lo hacía en algo más de la mitad de los casos; la segunda, que sirve para todos los tipos de virus (los cuatro genotipos); la tercera, que se trata de tratamientos cortos (de 12 a 24 semanas) por vía oral, con lo que se evitan las inyecciones de interferón; y, la cuarta, que se podrán dar prescindiendo del interferón, con lo que se evitan sus efectos secundarios (irritación, depresión, insomnio, pérdida de peso, anemia), que podrían ser tan fuertes que los pacientes dejaban el tratamiento.
Pero no todo son ventajas. El precio de la medicación es un inconveniente grave. En EE UU cada uno de los medicamentos cuesta unos 80.000 dólares (60.000 euros). Aunque los precios en Europa no tienen por qué ser iguales (de hecho, en España suelen ser más bajos), puede suponer gastar unos 120.000 euros por persona. Todo esto no son más que suposiciones, porque el precio se negocia tras la aprobación entre el ministerio de sanidad y los laboratorios correspondientes.
La próxima llegada de estos medicamentos ha puesto en situación de alerta a los hepatólogos, que creen que es el momento de que se establezca una estrategia nacional contra la enfermedad. Esta, debería cubrir tres aspectos clave, ha dicho José Luis Calleja, secretario de la AEEH: el diagnóstico y la prevención, la formación de la población y los profesionales y el acceso a los fármacos. Y, aquí, se vuelve al tema del precio. Bosch cree que si se financian los antivirales para el VIH, no debería haber problema para hacerlo con estos fármacos, aunque fuera estableciendo pautas de acceso: no empezar dándoselo a todos los afectados, sino a grupos de riesgo (coinfectados por VIH, trasplantados, personas con enfermedad hepática avanzada o con insuficiencia renal).
Calleja, en cualquier caso, cree que en este caso la aprobación, “vistos los beneficios”, no debería retrasarse. Pero los especialistas admiten que el antecedente (unos antivirales específicos para el genotipo 1 de la hepatitis C que había que recetar combinado con el interferón y la ribavirina) hay riesgo de que la negociación del precio y, sobre todo, los procesos para administrar el fármaco, que definen las comunidades e, incluso, los gestores hospitalarios, supongan un retraso de “un año o más”
Lo que tienen claro es que, de cara a esta revolución, haría falta una estrategia nacional que estableciera los diagnósticos y prevención de la enfermedad, campañas de información y formación y protocolos para el acceso al tratamiento.
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