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MIGUEL ÁNGEL CRIADO
¿Que tiene en común el creador de BitTorrent, Bram Cohen, con el británico Gary McKinnon, que entró en los ordenadores del Pentágono buscando datos sobre una supuesta fuente de energía inagotable que acabaría con los males que asolan el planeta? Son las mismas dos características que comparten el antiguo hacker y colaborador del Gobierno de EEUU Adrian Lamo y el hacktivista de Ano-nymous Ryan Cleary: todos son fanáticos de la tecnología y todos tienen el síndrome de Asperger. Sus problemas para las relaciones sociales desaparecen cuando están delante de un ordenador. A diferencia de otras formas de autismo, los asperger mantienen la capacidad para la comunicación verbal aunque se les escapan las sutilezas del lenguaje. "Estas personas tienen un perfil neurocognitivo característico que hace que presenten déficits en el procesamiento de información compleja, dificultades para el razonamiento abstracto y poca capacidad para generar representaciones mentales", concreta el profesor de la Universidad de Salamanca Ricardo Canal, especializado en trastornos de la conducta. "Sus dificultades, sin embargo, son fortalezas para campos de conocimiento donde la información carece de significado semántico como es el de las matemáticas, la música y algunos ámbitos de las ciencias de la computación", añade. Bram Cohen programó en 2001 un software que llevaría al intercambio de archivos (P2P) a su mayoría de edad. Programas como Napster o eMule servían para compartir pequeños archivos, como imágenes o música. Pero la circulación de películas, programas o grandes bases de datos no fueron posibles en internet hasta que llegó BitTorrent. Y no sólo entre los particulares. Empresas como Facebook, Asus o Blizzard usan este procedimiento para actualizar sus sistemas y programas. "Era evidente que había algo que fallaba en mí", dijo en una ocasión a la revista Business Week un Cohen que, a los 16 años, ya programaba en tres lenguajes pero no tenía amigos. "El Asperger presupone una falta de habilidades o intereses sociales", explica a Público el profesor de Neurología de la Universidad de Nueva York, Elkhonon Goldberg. Para el autor de El cerebro ejecutivo (Ed. Crítica), "puesto que la vida es a menudo un juego de suma cero, un mayor interés en la tecnología a veces se asocia con una disminución de las habilidades sociales", añade. Esto les lleva a un aislamiento de un entorno que no entienden. Se refugian en zonas que consideran seguras y con normas claras, y la informática es un mundo de reglas. "Las computadoras y el mundo virtual son un refugio natural para aquellos incómodos en el mundo real", sostiene Goldberg. El ataque de 'Solo' Gary McKinnon, un escocés de 45 años, encontró ese refugio en las máquinas. Hace diez años entró y salió de las redes de ordenadores del Pentágono y la NASA en lo que la Fiscalía de EEUU calificó como el mayor ataque informático militar de todos los tiempos. Con el apodo de Solo, buscó con un ahínco cercano a la obsesión información sobre extraterrestres. También estaba convencido de hallar pruebas de una veterana teoría de la conspiración: la existencia de un contubernio entre los gobiernos y los poderes económicos para ocultar una fuente de energía inagotable que aliviaría los problemas energéticos del planeta. McKinnon pelea desde entonces para evitar su extradición a EEUU. "No ha hecho nada inmoral, sólo buscaba información; ni tenía intención de hacer daño ni de aprovecharse", opina Rafael Jorreto, de la Asociación Asperger de Andalucía y padre de una chica de 15 años con el síndrome. Jorreto reconoce que la tecnología les ha ayudado. "Muchos de los que tienen problemas en el contacto interpersonal no tienen ninguno a la hora de relacionarse por el chat", asegura. Fue chateando cómo Wikileaks recibió uno de sus mayores golpes. En un chat se conocieron el soldado Bradley Manning y el analista de seguridad Adrian Lamo. Según las autoridades estadounidenses, Manning habría sido el responsable de filtrar a Wikileaks los 250.000 cables de sus embajadas. El soldado se lo contó a Lamo y este a las autoridades militares. El personaje de Adrian Lamo muestra la frágil frontera moral en la que se mueven algunos hackers. Se hizo famoso a comienzos de la década pasada por sus intrusiones informáticas en el periódico The New York Times y en Microsoft o Yahoo. Aunque fue condenado a custodia en casa de sus padres, desde hace un tiempo se le relaciona con Project Vigilant, un plan del Gobierno de EEUU que, supuestamente, rastrea el tráfico de una decena de operadoras. En 2010, a Lamo se le diagnosticó síndrome de Asperger. "Los matices sociales y éticos pueden escapar a las personas con este síndrome", recuerda el profesor Goldberg. Quizá por ello se pueden encontrar altruistas como Cohen o McKinnon, personajes ambivalentes como Lamo, y también crackers, los que sí dañan sistemas, o activistas. Un caso de hacktivismo es el del inglés Ryan Cleary, enrolado en el fenómeno Anonymous y detenido hace dos meses. Otros nombres, como los de Albert González o Viacheslav Berkovich, llevan a cabo actos ilícitos. El primero se hizo con los datos de 170 millones de tarjetas de crédito en 2007. El segundo ideó un sistema para conseguir portes de camiones de la autoridad federal de transportes de EEUU. "Una persona con Asperger que llega a la vida adulta aislado, incapaz de verse integrado socialmente y con falta de apoyo de la familia o de la sociedad, puede ser una persona muy inadaptada y algunos de ellos pueden derivar en conductas incorrectas", explica el director del Instituto de Investigación de Enfermedades Raras, Manuel Posada. Esto no significa, sin embargo, que sean amorales. "Si la persona tiene referentes claros sobre qué es lo correcto y ha sido educada con normas concretas sobre lo que se debe hacer o no, lo normal es que estas personas se comporten de acuerdo a las normas morales de su cultura, e incluso que las impongan", añade su colega de investigación Ricardo Canal. Jorreto, el padre de la niña de 15 años, coincide en que con el adecuado entrenamiento pueden hacer suya la moral de su entorno. "En el trabajo, quizás no hablen de fútbol, pero siempre llegarán a tiempo y no se irán antes", dice. Y en la vida, "no saben mentir, no entienden que alguien diga una cosa y piense otra". http://www.intramed.net/contenidover.asp?contenidoID=75354 |
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