Lunes 02 de julio de 2012 | Publicado en edición impresa
Cada vez afecta a más jóvenes
Preocupación por el aumento de la adicción al juego
Es sábado a la noche. Padre e hijo cruzan la entrada que da al enorme salón repleto de máquinas tragamonedas: "Cumplió 18 -dice el padre, orgulloso, casi al borde de la emoción-. Ahora puede empezar a jugar". Sin perder la sonrisa de bienvenida, los empleados del lugar, que tienen mil y una historias como ésta, los orientan hasta las máquinas "más pagadoras" del día. En el salón, nadie puede asegurar sin mirar el reloj si afuera es de día o de noche, si hace frío o calor.
"Lo que antes era llegar a los 18 para poder sacar el registro de conducir o ir a ver películas prohibidas, ahora es para muchos ir al casino o el bingo. De ellos, algunos vuelven solos durante la semana y así comienzan a ir cada vez más seguido. A veces, ganan 20 o 50 pesos, y con eso se mueven. Pero la mayoría de las veces pierden lo que juegan, y así empiezan", comentó la licenciada Débora Blanca, especialista en juego patológico.
La ludopatía hace que la persona quiera jugar, pero no por placer, "sino porque tiene un vínculo tóxico con el juego -precisó la especialista-. Me pregunto: ¿qué diferencia hay entre los chicos de 13 o 14 años que pasan horas jugando a la Play en la casa y les sacan la tarjeta de crédito a los padres para poder pasar de nivel y los jugadores que no quieren dejar su lugar en la máquina para que no venga otro y gane?".
En el último año, siete de cada diez porteños de entre 18 y 24 años jugaron al bingo, las cartas, los caballos, las máquinas tragamonedas, la lotería o el juego online, que cada vez atrae a más jóvenes. De ellos, el 40% dijo que lo había hecho con apuestas.
Sólo en la ciudad de Buenos Aires, más de 58.000 mayores de 18 años están preocupados por su modo de jugar y 16.300 de ellos reúnen por lo menos cinco de los ocho criterios diagnósticos de la ludopatía que define el Manual Diagnóstico y Estadístico de Trastornos Mentales (DSM, por su siglas en inglés). Así lo revelan los resultados del "Estudio sobre prevalencia del juego patológico en mayores de 17 años de la ciudad de Buenos Aires", que se presentó hace dos meses en el Congreso Argentino de Psiquiatría.
Dirigido por la doctora Verónica Dubuc y coordinado por el licenciado Sebastián Ibarzábal, el estudio determinó que el 80% había vuelto a apostar para recuperar lo perdido y que casi el 50% les mentía a los familiares sobre lo que habían aportado o perdido. Una proporción similar había intentado sin éxito dejar de jugar, mientras que un 40% admitía que se irritaba si tenía que interrumpir el juego. Dos de cada diez jugadores "problemáticos" tenía deudas por el juego y había pedido prestado para jugar.
"Hay que pensar que la adicción al juego es una enfermedad y si la familia detecta algo, lo mejor es pedir ayuda. El jugador se puede recuperar cuando lo decide", dijo Blanca, compiladora del Tratado sobre el juego patológico (Lugar Editorial) y directora del centro Entrelazar.
En crecimiento
A la multiplicación de las salas de juego en el país, se suman las invitaciones a jugar por canales no convencionales, como el juego online. Y aunque resulta muy difícil obtener cifras precisas sobre el fenómeno en los jóvenes, todas las personas consultadas manifestaron una enorme preocupación porque en las salas de juego el promedio de edades de los asistentes es cada vez más bajo."Se percibe el ingreso de gente más joven y se ha triplicado la cantidad de personas que consultan pidiendo ayuda por el crecimiento del juego en el país", dijo Pablo F., miembro del Grupo Nacimiento de Jugadores Anónimos de la Argentina.
A los 49 años -lleva diez de recuperación-, puede describir en unos minutos "la caída libre" en la que entra un jugador en poco tiempo. "Dejás todo lo que tenés en el bolsillo y la tarjeta... Es la inercia de ir a jugar -resumió-. Antes, el juego era de salón, los naipes, el casino en las vacaciones o las carreras. Ahora, uno camina 200 metros y tiene una sala de máquinas."
En el celular (011) 4412-6745, un ex jugador de Jugadores Anónimos recibe las 24 horas los pedidos de ayuda de ludópatas y, también, de sus familiares.
Con la urgencia que demuestra la experiencia de saber que ese contacto es una oportunidad única para la recuperación, se brinda contención gratuita al jugador compulsivo y se lo deriva al grupo más próximo para recibir asistencia contra la compulsión. Otra oportunidad son las reuniones para la comunidad, como la de pasado mañana (informes en www.jugadoresanonimos.org.ar).
El Departamento de Ludopatía del Instituto de Juegos de Apuestas porteño, que realizó el estudio de prevalencia, también posee una línea de ayuda (0800-666-6006), que recibe consultas sólo de lunes a viernes, de 10 a 17; "fuera de ese horario", según indica una grabación, aun dentro del horario de atención, como se comprobó en estas dos semanas, hay que dejar un mensaje para que respondan la llamada.
Julio P., de relaciones públicas de Jugadores Anónimos, que ofrece asistencia gratuita, aseguró que "no es anormal" recibir a jóvenes de 20 o 24 años en los grupos. "Es muy difícil que el jugador se dé cuenta o reconozca que tiene un problema con el juego porque las salas de juego son un mundo de ensueño, y él o ella no quiere ver la realidad. Esto hace que los primeros que empiezan a notar que algo pasa es la familia. Lo mismo ocurre con los más jóvenes -dijo-. Estamos hablando de una enfermedad que es emocional."
A diferencia de los adultos, los más jóvenes tienen menos dinero. Entonces, empiezan a sacárselo a los padres o recurrir a cualquier estrategia para poder satisfacer esa inercia de ir a la ruleta electrónica, las máquinas tragamonedas o, más nuevo, el juego online. "Algunos llegan traídos de los pelos y otros lo hacen convencidos. Y a todos les decimos lo mismo: «Ojalá a tu edad hubiese tenido la posibilidad de saber que es una enfermedad y que tengo un lugar adonde recurrir»", finalizó Julio..
Lunes 02 de julio de 2012 | Publicado en edición impresa
Nicolás, 20 años
"Le saqué 4000 pesos a mi viejo y los jugué"
A los 20 años, Nicolás estudia y trabaja. Asegura que superó la compulsión por jugar con la ayuda de su familia. "Se sale rápido [del juego] si uno es inteligente", afirma a LA NACION con voz firme. Y también recuerda: "Desde chiquito me llamaba la atención".
"Un día decidí ir solo porque con mis amigos me controlaba más con la plata -cuenta-. Me gustaba ir antes de ir a la facultad o a jugar al fútbol. Hasta me quedé sin salir o ir a un partido por quedarme sin plata."
Dice que ahí, en las salas, muy pocos saben cuándo parar. "Yo trabajaba medio día e iba a jugar con la ambición de tener más plata. La última vez le saqué 4000 pesos a mi viejo y lo jugué todo."
Ese fue su punto límite. "Al principio, uno va para pasar una mejor noche, está aburrido, y de a poco va sintiendo que tiene la necesidad de ir. Pero nunca salís con el doble de la plata que llevás encima -asegura-. Con mis amigos teníamos el mismo ritmo, pero todavía no se animaban a sacarles la plata a los padres. Yo les mentía y les decía que no era de mi viejo."
Nicolás estuvo ocho meses sin jugar, después de recibir asistencia especializada.
Cuando se le pregunta si es común su historia, no lo duda un segundo y asegura que sí. "Van muchos chicos a los bingos -dice-. Lo que más juegan es la ruleta electrónica.
Lunes 02 de julio de 2012 | Publicado en edición impresa
Marina, 32 años
"Es como estar en una montaña rusa constante"
El primer contacto de Marina con una sala de juegos fue a los 16 años. De vacaciones, quiso vivir con amigos la aventura de entrar sin documentos adonde podían ir los mayores de edad. "Vi lo que era y me aburrí -recuerda-. Pero a los 18 empecé a ir una o dos veces por año y a los 29 ya iba todos los días. Nada me llamaba la atención. Buscaba algo que me provocara adrenalina."
En esa etapa de carrera de juego violenta, se pierde el control. "En meses me quedé sin trabajo y la indemnización, que me podría haber durado 2,5 años, me duró 6 meses. Estaba anestesiada y aún tengo lagunas en blanco." Así estuvo durante dos años, en los que su familia no podía conocer qué hacía con su dinero. "No salí a robar un banco porque no tenía el coraje para agarrar un arma, tampoco para prostituirme", admite.
Su límite fue haberle sacado dinero a su mamá. Después de negarlo, debió admitirlo porque la empleada de la casa podía perder el trabajo. "Me puedo bancar todo, menos perder a mi familia. Cuando vi llorar a mi madre desde los más profundo del corazón, decidí frenar. Si no hubiese tenido una base espiritual profunda, no sé si hoy seguiría adelante."
Con 2 años y 17 días de abstinencia, afirma que la respuesta al llamar a Jugadores Anónimos la salvó. "Lo importante -dice- es no mentirse y tomar la decisión de recuperarse."
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