Gran parte de la tarea cotidiana del médico se realiza en el consultorio, un ámbito al que el paciente concurre por sus propios medios y, en la mayoría de los casos, según su libre albedrío. El médico, a medida que va transitando su camino e interactuando con sus pacientes, aprende que las herramientas que utiliza en su práctica están impregnadas por la subjetividad, la experiencia y el contexto.
Ese momento aparece el intersticio, un espacio que se muestra y que a la vez se oculta, una brecha imprecisa, sin bordes definidos, pero muy rica en cuanto a lo que sucede dentro de ella; un lugar que define, de algún modo, la singularidad del encuentro entre un médico y un paciente.
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