SOBRE EL AUTOR
Juan Carlos Blanco, filólogo y periodista, tiene una larga trayectoria profesional vinculada al archivo de EL PAÍS, del que ha sido responsable durante más de 15 años. Por sus manos ha pasado mucho de la Historia, con mayúsculas, de este periódico y este país.
De Eluana y su albedrío
Por: Juan Carlos Blanco | 09 de febrero de 2014
Beppino Englaro posa junto a fotografías de su hija Eluana el 7 de noviembre de 2007 / iht
A las 20:10 horas del 9 de febrero de 2009 murió Eluana Englaro. Se cumplen hoy cinco años. Su muerte culminó una indecente batalla. Puesto que esta mujer llevaba 17 años en estado vegetativo, fue su padre Beppino quien soportó que sus vidas, y la muerte de su hija, se convirtieran en el teatro de operaciones de escaramuzas legislativas y declamaciones éticas que no pararon en barras a la hora de cercenar el deseo del padre de aligerar y acortar el indudable sufrimiento, estéril, de su hija.
La vida de Eluana se truncó un mal día de 1992, el 18 de enero, cuando sufrió un gravísimo accidente de coche que la dejó en coma irreversible. Tenía 19 años. Fue internada en el hospital de la ciudad de Lecco, al norte de Milán (Italia). Desde entonces, y hasta su muerte, vivió como un vegetal postrada en una cama y era, como decía su padre, sólo un cuerpo en las manos de quienes la asistían. Trascurridos doce meses del accidente, su coma se consideraba "definitivo". En ese trance, Beppino comenzó su batalla para conseguir que se pemitiera desenchufar las máquinas que mantenían artificialmente la vida de su hija. Siete años después del accidente tuvo la primera sentencia contraria a sus deseos en el tribunal de Lecco; poco después hizo lo mismo el tribunal de Milán, desestimando la petición de cesar la alimentación de su hija.
Al cumplirse el décimo aniversario del accidente, se dice pronto, el padre retomó la batalla apelando a las más altas magistraturas italianas, como el presidente de la República, Ciampi, y a los medios de comunicación. Beppino pedía a las autoridades "un acto de piedad humana". Iba acumulando recursos y fracasos hasta que llegó al Tribunal Supremo en 2005. En 2007, "en una nota emitida por la Corte Suprema, su presidente, Vincenzo Carbone, precisó que la interrupción de la alimentación sólo puede autorizarla un juez "en presencia de dos circunstancias". La primera tiene que ver con la "condición de estado vegetativo". Una condición que tiene que ser evaluada clínicamente, bajo estándares internacionales y sin lugar a duda.
La segunda circunstancia contempla la voluntad del "enfermo", y establece que hay que demostrar que, "vistos los convencimientos éticos, religiosos y filosóficos del paciente, éste habría rechazado la continuación de la terapia". En definitiva, dice "que se pruebe que se trata de un estado vegetativo irreversible y que se compruebe que Eluana, en el caso de poder elegir, habría preferido no continuar el tratamiento".
Como puede verse, era una rendija abierta en la monolítica resistencia a siquiera admitir discutir el asunto, aunque con cauciones que rozaban el paroxismo garantista. Primero que se estuviera ante un coma irreversible, lo que está bien, después, que se comprobara que no se lesionaba la libre elección de Eluana, si la hubiera podido ejercer, lo que es sencillamente un delirio.
Puede comprenderse que a los jueces les repugnara sentar un precedente que pudiera servir de coladero para futuros casos que pervirtieran el sentido humanitario que animaba esta resolución. A todo el mundo le pareció un gran paso, menos a Beppino, herido por una pena corrosiva que no entendía las disquisiciones legales y éticas que se emitían a su costa: "Desde el 18 de enero de 1992, cuando tuvo el accidente, Eluana no ha existido", dijo sin dudar a Corriere TV Beppino Englaro, que lleva años pidiendo que "cese la agonía" que está viviendo su hija. Englaro afirmó que estaba seguro de poder ganar su batalla para que Eluana deje de ser alimentada artificialmente, aunque es consciente de que esto le puede llevar mucho tiempo. "Desconectad las máquinas, dejad morir a mi hija, tened un poco de dignidad", repitió."
Tan pequeño resquicio le pareció intolerable al Vaticano, que se apresuró a rechazar la sentencia del Supremo italiano: ningún experto puede, "en el estado actual", declarar "la irreversibilidad de las condiciones de estado vegetativo si no es en base a una elección puramente subjetiva". Beppino contestó al respecto: "El Vaticano puede decir lo que quiera, yo sé lo que ella me dijo. Si no me creen, no me importa. No busco nada. No tengo que convencer a nadie. No necesito pedir que me crean. El Vaticano es libre de pensar y decir lo que quiera. Pero estos no son mis problemas. Los estados civiles tienen que ser laicos."
El 9 de julio de 2008, el tribunal de Apelación de Milán dictó una sentencia que permitía desconectar las máquinas del cuerpo de Eluana. "¡Vamos a liberar a Eluana!", dijo su padre de su hija, quien ya tenía 36 años y llevaba 16 años y medio en coma. Más le hubiera valido a Beppino reprimir su verbo, porque a la luz de lo que ocurrió podría pensarse que desató la tempestad. Desde ese mes de julio, en los ocho meses que transcurrieron hasta la muerte de Eluana, el relato sucinto de la peripecia político-judicial se resumen en esta apretada cronología:
Julio-octubre. Parlamento y Senado plantean un conflicto de atribuciones contra el Supremo. Lombardía se niega a cumplir la sentencia. El Constitucional da la razón al Supremo.
- Noviembre. La subsecretaria de Sanidad: "Sería la primera vez que en Italia se mate a alguien por una sentencia".
- 16 de diciembre. Ante el traslado a una clínica que iba a cumplir la sentencia, Sanidad prohíbe a los hospitales suspender la alimentación a pacientes en coma vegetativo.
- 22 de diciembre. La Corte Europea de DD. HH. rechaza el recurso contra la sentencia de la Corte de Apelación.
- 27 enero de 2009. La justicia de Lombardía anula la disposición que prohibía a sus centros sanitarios interrumpir la alimentación artificial. Al día siguiente lo hace la región de Udine.
- 3 de febrero. Eluana llega a la clínica La Quiete de Udine.
- 6 de febrero. El Gobierno aprueba un decreto de urgencia para impedir la desconexión de la sonda. El presidente Giorgio Napolitano afirma que no lo firmará.
- 7 de febrero. La clínica retira toda la alimentación a Eluana.
- 8 de febrero. El padre de Eluana invita a Berlusconi y Napolitano a visitar a su hija para que vean su situación.
- 9 de febrero. El Senado examina el proyecto de ley para obligar a alimentar a Eluana. Ella muere a las 20.10.
Detrás del frío relato, la tensión y el encarnizamiento sufridos por ese padre y alimentado por el poder, el Gobierno de Belusconi y las jerarquías eclesiásticas italiana y vaticana, si fuera posible deslindarlas, empeñados en salvar a Eluana.
Ocho meses obscenos, en los que a Berlusconi, primer ministro entonces, poco importó forzar las costuras constitucionales presentando un conflicto de poderes, nada menos que cuestionando una inapelable sentencia del Supremo, avalada por el Constitucional. ¿Y qué? Boicoteo judicial y amedrentamiento médico. Al fondo, aplausos vaticanos y gritos de asesino dirigidos a Beppino. ¡Pobre!
"Con la instrumentalización de una tragedia nacional y familiary los ecos oscuros de quien intenta transformar la muerte en política, empieza la fase más peligrosa de nuestra historia reciente". Eso escribió Ezio Mauro, y al director de Repubblica no se le pueden negar ciertos poderes adivinatorios tras este lustro canalla.
Escuchemos pasajes de esta sinfonía horrísona:
"Sería la primera vez que en Italia se mate a alguien por una sentencia", dijo en noviembre la subsecretaria de Sanidad.
"El cardenal Rino Fisichella, presidente de la Pontifica Academia para la Vida, calificó la sentencia como un hecho "totalmente ajeno a la cultura del pueblo italiano, sumamente grave desde un punto de vista ético y moral". "Es una condena a muerte que autoriza el primer homicidio de Estado en nombre del pueblo italiano", dijo el diputado y jefe de grupo de la Unión de Centro (UDC), Luca Volonté. La asociación Scienza e Vita comparte la opinión y pide incluso que la muerte sea "pública", grabada en vídeo y con testigos."
Javier Lozano Barragán, cardenal y presidente del Pontificio Consejo para la Salud, advirtió de que suspender la hidratación y la alimentación de un paciente en coma irreversible es "una monstruosidad inhumana y un asesinato". Y tras morir Eluana,se despachó: "Hace falta ver cómo ha muerto, si por la suspensión de la alimentación y la hidratación o por otras causas. Si la intervención humana se revela decisiva para la muerte de Eluana, seguiré afirmando que es un delito".
Deleitense con este relato de Miguel Mora de la sesión parlamentaria celebrada cuando murió Eluana y sobre todo de la política de vertedero encumbrada por Berlusconi, cuya brega fue incansable para intentar aprobar una ley ad hoc de encaje constitucional muy dudoso que salvara la vida a Eluana saltándose olímpicamente la sentencia dictada... y que salga el sol por Antequera: "En el momento preciso en que se apagó Eluana, en el Senado hablaba el oncólogo Umberto Veronesi, especialista en testamento vital del Partido Demócrata. Pedía a los políticos que no aprobaran una ley "ilógica, irracional y emotiva" cuyo único objetivo, señaló, era "condenar a Eluana a vivir artificialmente hasta el infinito". Fue un discurso maravilloso, el mejor homenaje posible. Habló de la libertad inviolable de las personas, de la invasión tecnológica que es capaz de producir la medicina moderna, de la "pésima información" que ha rodeado el debate sobre el fin de la vida en Italia, de la ola de emociones levantadas por el discurso de la Iglesia y el Gobierno, "víctimas del cambio de paradigma que abre a la conciencia la vida artificial".
Cuando acabó, llegó a la cámara la noticia de la agencia Ansa. El presidente, Renato Schifani, pidió un minuto de silencio. Tras la pausa se alzó una voz en las filas de la derecha: "¡Eluana no ha muerto, la han matado!". Era el vicepresidente del grupo del Pueblo de la Libertad, Gaetano Quagliariello. La asamblea derivó entonces en una bronca impresionante. La oposición insultaba a la derecha; éstos gritaban "asesinos, asesinos" a la izquierda.
Schifani apremió a los grupos a calmarse y proseguir con la iniciativa legislativa, pero la derecha ya no le encontró sentido. "Nosotros", espetó Quagliarello, "no tragamos". La líder de los senadores del Partido Demócrata (PD), Anna Finocchiaro, le replicó con voz alterada: "Siguen ustedes perpetrando el enésimo acto de vandalismo político".
Berlusconi no ocultaba tras presuntas elevaciones morales una lucha descarnada por el poder y por torcer la mano de quien osara no plegarse, fuera el propio Presidente de la República o el poder judicial, cuya independencia le ha parecido siempre una cosa comunista. Un golpe de Estado posmoderno. ¿Tardaría en bendecirlo el Vaticano?
Resumamos su discurso sobre el particular, brillante y elaborado: "Para defender la prisa por aprobar el decreto y la ley que salvara a Eluana, Berlusconi apeló a motivos variopintos. "No quiero sentirme responsable de omisión de socorro". "No quiero la responsabilidad de la muerte de Eluana. Tiene células vivas en el cerebro, e hipotéticamente podría todavía tener hijos". "No sabemos cómo es de persistente su estado vegetativo", añadió, tirando del hilo de la superstición. Luego, confesó que había leído un libro de un tipo que estuvo 20 años en coma y se despertó ("es muy bueno, se lo recomiendo").
Un par de días antes de que Eluana muriera, Mora relataba la transformación del personaje: "El pagano Silvio Berlusconi, divorciado, mujeriego, adúltero confeso y acumulador de poder y riquezas sin fin, ha visto la luz. En 17 años no había pronunciado en público una sola vez la palabra Englaro. En 48 horas, se ha convertido en el más ardiente agitador pro-vida de un país donde no faltan ese tipo de voces. Imbuido de ese nuevo personaje, Berlusconi atacó ayer a todo lo que se le puso por delante. De los médicos que el viernes suspendieron la alimentación artificial de Eluana destacó su "crueldad". A los partidarios de respetar la sentencia firme del Tribunal Supremo les dijo que pertenecen a "la cultura de la muerte y del estatalismo" (mientras él representa "la cultura de la vida y la libertad"). Y al padre de la mujer, le espetó esta lindeza: "Me dicen que Eluana] tiene buen aspecto, funciones activas, ciclo menstrual... Si fuera mi hija, no podría desconectarle la sonda". Pura provocación, indecencia. Un insulto. Porque además, el interés de Berlusconi por Eluana era sobrevenido, como demostraba el padre, que envió una carta a il Cavaliere en 2004 que tuvo la callada por respuesta.
Beppino decía, a estas alturas de la inundación de su privacidad, del enlodamiento de su nombre, que la Iglesia no podía imponerle sus valores y que él vivía en un Estado laico (corría demasiado la cabeza de Beppino). Faltaban dos días para que muriera Eluana, ese sábado 7 de febrero de 2009, 17 años largos desde el accidente y el coma, y el Vaticano amonestaba a Italia. "El Vaticano reveló que el cardenal Tarcisio Bertone, número dos del Papa, telefoneó el sábado a Giorgio Napolitano, presidente de la República, para hablar del caso Eluana y "de otros asuntos de mutuo interés". La llamada "refleja la intención del Vaticano de mantener relaciones positivas con todas las instituciones", dice la nota oficial. Y añade: "Por parte del secretario de Estado se ha recordado tanto la estima personal por el jefe del Estado como la voluntad de no interferir en los asuntos italianos, si bien recordando las conocidas posiciones de la Santa Sede sobre los problemas en cuestión". Es decir: una advertencia en toda regla." Bertone habló un par de días antes con Berlusconi... Se desmintió que se produjese el telefonazo, aunque luego se supo que sí, que hablaron. Andreotti, la democracia cristiana sobre dos piernas, dijo que eso no podía ser. ¡Cómo sería la cosa!
Se ordenó una autopsia para descartar que su muerte fuera forzada. Acabemos la tortura. Beppino dijo esto en entrevista a EL PAÍS poco antes de morir su hija: "Espero que su historia [la de Eluana] sirva para que la gente entienda que la medicina debe pensar mil veces antes de crear situaciones que no existen en la naturaleza. Eso es de locos. La vida es vida, la muerte es muerte. Blanco o negro. Las personas vivas son capaces de entender y decidir por sí mismas. Yo he pedido por caridad que la dejen morir. La condena a vivir sin límites es peor que la condena a muerte. En la familia, los tres habíamos dejado clara nuestra posición. Lo hablamos muchas veces. Vida, muerte, libertad, dignidad. Somos tres purasangres de la libertad. No necesitamos escuchar letanías. Ni culturales, ni religiosas, ni políticas."
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