El acoso escolar daña la salud
física y mental a largo plazo
DÍA 17/02/2014 - 12.41H
El «bullying» tiene un impacto severo sobre la salud del niño ya que sus efectos negativos se pueden acumular y empeorar con el tiempo
ISABEL PERMUY
Las secuelas del acoso escolar o «bullying» se prolongan durante la vida de la persona acosada. Y, cuanto más largo y peor haya sido ese acoso,más grave y duradero será el impacto en la salud de un niño, asegura un estudio del Hospital Infantil de Boston, EE.UU. que se publica «Pediatrics».
«Nuestra investigación muestra que el acoso escolar a largo plazo tiene un impacto severo sobre la salud del niño y que sus efectos negativos se pueden acumular y empeorar con el tiempo», afirma Laura Bogart. En su opinión, los datos refuerzan la idea de que se necesita una mayor intervención sobre este tipo de acoso infantil en las escuelas «porque –sostiene- cuanto antes evitemos el ‘bullinyg’, menos probable será que su efecto sea duradero y que deteriore su salud futura».
El equipo de Bogart ha analizado los datos de 4.297 niños y adolescentes. Los investigadores entrevistaron a los niños periódicamente acerca de su salud mental y física y sus experiencia con el acoso escolar.
Mental y física
Así, comprobaron que el acoso a cualquier edad se asociaba con un deterioro de la salud mental y física, un aumento de los síntomas depresivos y una baja autoestima. Aquellos niños que había sido acosados de forma crónica en el colegio también reconocieron mayores dificultades para llevar a cabo actividades físicas como caminar, correr o determinados deportes. La peor situación era para aquellos que habían sufrido acoso en el pasado, pero que seguían padeciéndolo en el momento del estudio.
Según los autores, el estudio refuerza la importancia de la intervención temprana para detener la intimidación y, además, para tomar conciencia de la necesidad de intervenir de nuevo, incluso si la intimidación no es permanente, con el objetivo de hacer frente a los efectos persistentes.
«Cuando se habla de acoso escolar y de sus soluciones es imposible generalizar: no hay una ‘talla única’», señala la investigadora. Sin embargo, reconoce que «si ponemos ante los maestros, padres y médicos las mejores prácticas basadas en la evidencia se podría ayudar mejor a los que trabajan para ayudar a los niños a hacer frente a este grave problema y disminuir el daño a alargo plazo que causa».
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