viernes, 27 de febrero de 2015

NICARAGUA: Epidemia mortal en los cañaverales | Internacional | EL PAÍS

NICARAGUA: Epidemia mortal en los cañaverales | Internacional | EL PAÍS



Epidemia mortal en los cañaverales

La insuficiencia renal sufrida por los trabajadores de los campos de caña ha causado más de 24.000 muertes en Centroamérica

Las malas condiciones laborales pueden ser una causa, pero los gobiernos no han tomado medidas





Una niña sobre una tumba del cementerio de la localidad. / DIANA ULLOA


Nos encontramos a mediados de la zafra en Centroamérica. Las temperaturas en muchos cañaverales suelen estar entre los 32 y 40 grados, con una humedad relativa que puede llegar al 75%. En el ingenio San Antonio, en Chichigalpa, el más grande de Nicaragua, más de dos mil trabajadores cortan a machete la caña de azúcar desde primera hora de la mañana. Los riñones de muchos de ellos empezarán a fallar. Lo mismo les ha pasado a cientos de sus familiares y compañeros; a la mitad de los hombres de Chichigalpa; y a 24.000 muertos en la última década en esta región.
Poco a poco, va esclareciéndose el misterio de la epidemia de Insuficiencia Renal Crónica (IRC), que afecta, en la costa del Pacífico centroamericano, a temporeros agrícolas, sobre todo, cortadores de caña de azúcar. Una buena parte de ellos en Chichigalpa. En el resto del mundo, las causas de la IRC suelen ser la diabetes y la hipertensión. No aquí, entre los cañeros. Aquí se le asignó el nombre de “nefropatía mesoamericana de origen desconocido”. Pero un artículo reciente publicado en la Revista Internacional de Salud Ocupacional y Ambiental por el doctor Daniel Brooks, de la Escuela de Salud Pública de la universidad de Boston, reveló que al menos uno de los factores principales que contribuye a la incidencia de la enfermedad en la región es el trabajo extenuante a altas temperaturas que se practica en los ingenios.
La evidencia está en “el hecho de que la función del riñón se redujo en la mayoría de los cortadores de semilla, irrigadores y cortadores de caña, en comparación con los trabajadores de fábrica”, explica el doctor Brooks, quien lidera el equipo investigador de IRC en Nicaragua. “El estrés por calor es un factor contribuyente, probablemente en combinación con uno o más factores ocupacionales o no ocupacionales”.
Un estudio revela que las altas temperaturas son un factor principal
A falta de que se amplíen nuevas investigaciones sobre otros factores como la exposición a pesticidas y otros químicos, efectos secundarios de fármacos, o presencia de la enfermedad en adolescentes, las evidencias del estudio de la escuela de Boston representan un pequeño espaldarazo a las demandas de atención que los trabajadores, enfermos de IRC, han exigido a los representantes azucareros y las autoridades políticas.
El temor a verse obligados a responsabilizarse de indemnizar a las familias de las víctimas ha hecho que el mayor grupo empresarial del país, el Grupo Pellas, propietario del primer ingenio azucarero y productor del Ron Flor de Caña, haya ofrecido ayudas paliativas como bonos alimenticios, becas y otras prebendas. Todo ello dentro de su programa de responsabilidad social corporativa. Pero no responde a las demandas principales de los trabajadores. Por su parte, el gobierno sandinista guarda silencio ante un asunto que le resulta particularmente incómodo.
Marcas causadas por la enfermedad. / DIANA ULLOA
Durante la madrugada, la caña se quema y, tras el corte, todo va muy rápido porque la carga de azúcar disminuye rápidamente si se tarda demasiado en transportarla para su procesamiento. El año pasado se batió un récord de producción en el país: ocho millones de toneladas. Además del azúcar, la caña tiene el valor agregado que proporciona el ron, la producción de energía eléctrica y los biocombustibles como el etanol. Los dos principales compradores del azúcar nica son Estados Unidos y Venezuela, además de la Unión Europea y otros países de la región. El Banco Mundial ha financiado a los empresarios azucareros para la ampliación de los cultivos de caña con el objetivo de aumentar la exportación de bioetanol. Pero ante la alarma de la epidemia, participó en la financiación a posteriori de los estudios coordinados por el doctor Brooks.
Mario Amador, gerente del Comité Nacional de Productores de Azúcar de Nicaragua (CNPA), sospecha de malas intenciones por parte de algunas personas contra el ingenio de San Antonio. Sin embargo, también su comité financia una parte de los estudios de la universidad de Boston. Los mismos que ahora alertan de un vínculo claro entre los factores laborales y la epidemia. “Están totalmente equivocados”, contesta Amador; “cualquiera puede ir a ver las condiciones en las que trabajan los cañeros en cualquier ingenio de Nicaragua. Hemos sido reconocidos a nivel centroamericano por tener las mejores condiciones laborales de los trabajadores. Hay clínicas móviles, hidratación...”.
Si se atendieran recomendaciones como las de la agencia norteamericana de Administración de Seguridad y Salud Ocupacionales (OSHA por sus siglas en inglés), los jornaleros tendrían que descansar 45 minutos por cada 15 de trabajo en esas condiciones ambientales.


Cada hombre corta entre cinco y siete toneladas de caña diariamente



En las afueras de Chichigalpa, aledaños al ingenio, hay varios barrios de máxima pobreza. En casas de cinc, cartón o madera, vive una gran parte de la mano de obra de la zafra. Muchos hombres, enfermos ya de IRC. Franklin tiene 24 años y acaba de “salir pegado”, como dicen cuando reciben el diagnóstico positivo. Tiene dos hijos y sólo piensa en la posibilidad de recibir un subsidio. Ha trabajado durante 8 zafras. En teoría no puede volver. El ingenio azucarero no permite que sigan trabajando los que están enfermos. Pero muchos jornaleros acostumbran a “reengancharse” con identidades de otros compañeros sanos. La mayoría entra al ingenio mediante empresas de subcontrata, algunas de cuyas prácticas estarían vulnerando también las leyes de seguridad de los trabajadores.
Franklin tiene los brazos y piernas llenos de arañazos porque, según explica, si la caña no arde bien, quedan restos filosos que hieren al cortador. Su hermano también está enfermo, pero apenas ha trabajado durante tres zafras y no tendrá derecho a subsidio. Igual que él, vive con dos hijos y una mujer, hacinados en un cuarto de cartón bajo techo de cinc y una sola bujía eléctrica. Franklin confirma que el salario se paga por tonelada cortada, y no les queda mucho al final del día. ¿Y los descansos? “Ahí no se descansa. Cuando uno se detiene, le llaman la atención. El año pasado pusieron unos toldos para que nos paráramos a la sombra. Pero nadie lo hacía”.
Cada hombre puede cortar entre cinco y siete toneladas de caña de azúcar diariamente. El año pasado, el grupo Pellas premió con un par de pequeñas casas, valoradas en 6.000 dólares, a los dos trabajadores que más caña cortaron al final de esa zafra. El ganador fue Lázaro Báez, con 2.405 toneladas métricas durante toda la zafra, que duró 288 días. Eso significa que Báez cortó más de ocho toneladas de caña diariamente él solo. Entre el resto de cortadores se repartieron 28 bicicletas.
El ingenio azucarero San Antonio, donde también se produce el prestigioso ron de Caña, está ligado a la ciudad de Chichigalpa desde que lo fundó aquí el primer magnate de la familia Pellas, de origen genovés, a finales del siglo XIX. Desde que se tiene noticia de la enfermedad, se estima que la mitad de los hombres en Chichigalpa sufren daños renales. La IRC está registrada como primera causa de muerte (se estima que hay cuatro fallecidos cada semana). En los últimos años se ha duplicado la mortalidad de los hombres. Por cada mujer, mueren seis hombres, la mayoría agricultores en edad de trabajar.
Un trasplante de riñón cuesta 14.000 dólares: el salario es de 100 al mes
La ciudad tuvo que abrir un cementerio nuevo. La alcaldía cede gratis las tumbas a las familias sin recursos. Lo constatamos en varias ocasiones al acompañar a los familiares en diversos funerales, y caminar entre las tumbas de tierra con cruces y, a veces con nombres borrosos, o ya sin ellos.
En las calles de Chichigalpa, se pueden ver las huellas de la enfermedad en los quistes que muestran los hombres tumbados en suelos y hamacas a las entradas de sus casas. La enfermedad arde por dentro. No tiene cura y, en su fase aguda, se requieren sesiones de diálisis (usualmente tres a la semana) que cuestan unos 140 dólares cada una. El trasplante de riñón, en caso de encontrar al donante ideal, cuesta unos 14.000 dólares. Todo ello hace que el diagnóstico por IRC sea casi una condena de muerte para trabajadores que no llegan a vivir con más de 100 dólares al mes en el mejor de los casos.
Julio Rivas recibe una pensión de apenas 2.400 córdobas (unos 78 euros u 89 dólares). Se somete a diálisis en un hospital del seguro social en la ciudad de León, a una hora de Chichalpa. Ha trabajado 22 de sus 53 años en el ingenio, y hace 10 que cayó enfermo de IRC. Él, como muchos de sus compañeros enfermos se declara sandinista, pero decepcionado con el actual gobierno por la falta de respaldo ante la demanda principal frente a azucareros como los Pellas. Muchos de estos hombres estuvieron en la guerra de los 80 frente a la Contra, y por eso la decepción con la vuelta del que entonces fue el líder de aquella revolución, es aún mayor.
La ciudad de Chichigalpa tuvo que abrir un cementerio nuevo



Aunque, durante años, la empresa ha argumentado que la epidemia de IRC es “multicausal” y no se puede acusar directamente a las condiciones laborales, los trabajadores siempre sospecharon que el mal estaba ahí, entre los cañaverales. Lo mismo que ahora evidencia el estudio liderado por Brooks, lo han repetido cientos de veces los enfermos de IRC. Y lo dicen con una lógica difícil de replicar: “Ahí (en el ingenio) entramos sanos y salimos enfermos”.
El secretario general de la Central Sandinista de Trabajadores, Roberto González, se muestra prudente ante la investigación: “Me parece importante verificar en detalle qué quiere decir este estudio, cuáles son los vínculos con la actividad laboral en los ingenios, porque nos veríamos obligados a que esta base de información sea considerada por las autoridades competentes del país”. Y añadió que si la IRC se considera una enfermedad profesional, tendría que haber repercusiones trascendentales en la legislación el país y en las obligaciones del Instituto Nacional de Seguridad Social.
Ha habido pocas zafras tranquilas. Cada cierto tiempo, hay grupos de trabajadores que vuelven con su enfermedad a las puertas del ingenio y bloquean las carreteras exigiendo que se les atienda. En enero del año pasado intervinieron miembros de la Policía Nacional. Mataron a un antiguo trabajador con IRC y dejaron paralítico a un niño de 14 años por un balazo en la cabeza. Recientemente, otro grupo de enfermos caminó durante varios días, 130 kilómetros, hasta Managua a exigir nuevamente que los diputados de la Asamblea Nacional los escuchasen. Muchos, en la marcha, no eran enfermos, sino familiares. Allí encontramos precisamente a la madre de Julio Rivas, Victoria Estela. Su marido trabajó en el ingenio y también murió. Cerca del cañaveral hay un barrio al que llaman La isla de las viudas por el número de mujeres que perdieron a sus maridos por IRC.
Un grupo de personas en el panteón del pueblo. / DIANA ULLOA
Victoria tiene tres hermanos con la enfermedad. Ella caminó los 130 kilómetros a Managua en nombre de su hijo, que no pudo acompañarla por estar en diálisis. A sus 70 años, camina con agilidad, pero se ha cansado de que la enfermedad le quite a su gente y nadie responda por ello. También se ven menores de edad que marchaban en nombre de sus padres enfermos. Y algunos ya cortan caña en pequeñas plantaciones. En Managua, sólo consiguieron ser escuchados por algunos diputados, pero nada más. “Este es un problema de salud pública y como tal el gobierno debería tomar cartas en el asunto. Desafortunadamente no ha habido eco en el Ministerio de Salud, que es el que debería estar al frente mitigando un poco el problema, porque hay una gran cantidad de enfermos, fuera de lo normal para una comunidad”, dijo Alberto Lacayo, presidente de la Comisión de Asuntos Laborales y Gremiales de la Asamblea Nacional.
En la entrada a Chichigalpa hay dos grandes carteles que dan la bienvenida al visitante. Uno, del presidente Ortega mirando al horizonte. Otro, de la prestigiosa marca del ron Flor de Caña. El silencio del gobierno sandinista es especialmente llamativo porque en otras problemáticas sociales no escatima recursos en alabar lo que autodefine no como un gobierno, sino como una revolución y un proyecto “cristiano, socialista y solidario”. Desde que Daniel Ortega ganó por segunda vez las elecciones, mantiene un buen entendimiento con el sector privado empresarial del país. Algo que en otro tiempo (el de la revolución de los 80) hubiera sido impensable.
Paradójicamente, desde 2004 las leyes nicaragüenses consideran que la IRC es una enfermedad laboral. Pero eso no significa prácticamente nada para la mayoría de los trabajadores. El subsidio, si es que llegan a cobrarlo, no cubre las necesidades mínimas, y aún menos las de su enfermedad. Muchos trabajadores no llegan a sumar el número de cotizaciones para tener derecho a ese subsidio y quedan en el desamparo. El ingenio de los Pellas, por su parte, no se hace cargo de la situación de ellos hasta que no se demuestre que se enfermaron mientras trabajaban en sus instalaciones.
El gobierno sandinista guarda silencio ante un asunto que le resulta particularmente incómodo
En otros foros de salud internacionales, ha cundido la alarma por la epidemia de IRC. A finales de 2013, la Organización Panamericana de la Salud (OPS) hizo un llamamiento a los gobiernos de la región para que enfrentasen la enfermedad por ser un problema apremiante y grave de salud pública, tomando en cuenta “su alta incidencia, prevalencia y mortalidad, así como la demanda insatisfecha de atención de salud, y la carga para las propias familias, comunidades, sistemas de salud y sociedad en general”. De momento, en Nicaragua, uno de los países más afectados, el Ministerio de Salud no desea pronunciarse.
El estudio de la universidad de Boston no descarta la incidencia de otros factores ocupacionales y no ocupacionales, pero estarían combinados con las condiciones de trabajo en el ingenio azucarero. A esta evidencia, se suma una aún más notoria: las condiciones de vida de miles de familias en la miseria.

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