Tres pacientes renuncian a una mano inútil a cambio de una biónica
El uso de las prótesis inteligentes rompe una barrera: se extiende a pacientes que aceptan amputarse extremidades atrofiadas para ganar movilidad
JAIME PRATS Valencia 25 FEB 2015 - 10:58 CET
El uso de las prótesis inteligentes ha cruzado una nueva frontera: amputar una mano atrofiada para sustituirla por una biónica y ganar de esta forma movilidad. La revistaThe Lancet analiza en un artículo de su último número esta polémica y arriesgada estrategia, cargada de condicionantes éticos, que se ha empleado ya en tres personas (el primer caso es de abril de 2011 y el último de mayo de 2014). La conclusión, que exponen los responsables de estas intervenciones, es que la apuesta ha valido la pena.
En los tres pacientes, con lesiones para las que no existe tratamiento, “la reconstrucción biónica ha supuesto una forma de recuperar la función a la mano”, explican. Gracias a ello, han sido capaces de acometer tareas sencillas como verter agua de una jarra, recoger una pelota, usar una llave, cortar comida con un cuchillo o, con la ayuda de la otra mano, desabrochar un botón.
“Que yo sepa es la primera vez que se hace algo así; es un trabajo muy significativo y rompedor”, comenta José Luis Pons, del grupo de neurorehabilitación del Instituto Ramón y Cajal del CSIC. “Se trata de un paso muy importante”.
Lo habitual es partir de la falta de una extremidad. Y, ante esta circunstancia, recurrir a dispositivos que, a través de una sofisticada combinación de electrónica, informática, robótica y cirugía, traten de suplir algunas de las funciones de la pierna, brazo, pie o mano perdida y mejoren la calidad de vida del paciente al permitir manipular objetos o desplazarse.
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En los casos incluidos en la revisión de The Lancet, sin embargo, los pacientes habían sufrido un accidente que no les había llevado a perder la mano, sino su función. Padecían desgarros en el plexo braquial, la red nerviosa que transmite las señales desde la columna hasta el hombro, y de la que depende la movilidad de todo el brazo. Como consecuencia de ello, eran incapaces de usar la mano, que tenían gravemente atrofiada.
Ante la falta de soluciones médicas, el equipo de Oskar Aszmann, delLaboratorio Christian Doppler para la recuperación de la Función de las Extremidades de la Universidad de Medicina de Viena (Austria), junto a ingenieros de la Universidad de Gotinga (Alemania) ofrecieron a estas personas la posibilidad de cortar la extremidad a la altura del antebrazo para sustituirla por una prótesis con la que ganarían funcionalidad.
La tecnología que se emplea no es nueva. Consiste en utilizar los impulsos eléctricos que contraen los músculos (en la jerga, la señal electromiográfica) para activar unos sensores que controlan los movimientos de la prótesis. De esta forma, el cerebro transmite al nervio la orden de activar un músculo que, a su vez, traslada la señal al sensor que activa el dispositivo.
Debido a la naturaleza de la lesión de los tres pacientes, los tejidos musculares estaban muy dañados por lo que los cirujanos tuvieron que modificar la técnica convencional empleada hasta el momento. Para conseguir una intensidad en los impulsos musculares suficiente como para activar los sensores de la prótesis, los investigadores tuvieron que trasplantar e inervar (conectar un nervio a un músculo distinto) tejidos musculares sanos en la zona de contacto con la prótesis.
Finalmente, cada paciente cuenta con dos grupos musculares activos capaces de interactuar con el dispositivo. Es decir, dos señales de control, lo que permite una habilidad en la mano artificial relativamente limitada (cada señal de control activa un movimiento).
“El hecho de que el mecanismo no ofrezca demasiada movilidad es un tema menor, siempre que aporte funcionalidad”, indica José Luis Pons. Este investigador, que ha participado en distintos proyectos de prótesis de este tipo (mioeléctricas), pone el acento en otras cuestiones. Por ejemplo, en el hecho de que esta estrategia implica asumir una decisión tan agresiva y radical como es la amputación y “descartar que en el futuro se pueda desarrollar alguna técnica que permita devolver la movilidad a la mano sin llegar a estos extremos”. “Es una decisión con muchas implicaciones éticas”, destaca.
En un comentario al trabajo, Simon Kay, el cirujano que practicó el primer trasplante de mano en el Reino Unido, plantea que tanto este como otros trabajos similares ofrecen nuevas posibilidades a los pacientes. Aunque cuestiona la validez de las prótesis, sobre todo, respecto a su uso a largo plazo. “La clave [del éxito] de estos dispositivos está en el uso continuado, y suele decaer con el paso del tiempo ya que son pesados, necesitan energía, suelen ser ruidosos y, cuando se averían, requieren personal especializado para arreglarlos”.
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