Sonia Moreno. Madrid | soniamb@diariomedico.com | 12/06/2017 00:00
- "Ahora estoy investigando en cómo la bacteria es capaz de adquirir esa inmunidad innata"
Los trabajos en las arqueas de Francisco J. Martínez Mojica están detrás de uno de los hallazgos científicos de mayor impacto de este siglo: la tecnología Crispr. La publicación de una de las principales contribuciones en este campo se remonta a 2005. Tras años de rechazo e incredulidad por parte de revisores, este profesor de Fisiología, Genética y Microbiología de la Universidad de Alicante publicó entonces su descripción de un sistema inmunológico de las bacterias en Journal of Molecular Evolution. Pero el reconocimiento de la comunidad científica y el eco mediático no le llegaron hasta 2016, más bien por el empeño de sus colegas de poner merecidos apellidos españoles a la ciencia. Martínez Mojica parece aceptar los parabienes no sin cierta modestia y perplejidad: "En realidad, la tecnología Crispr tal como se entiende ahora está muy alejada de lo que yo hago". Lo cierto es que su carrera describe lo que ocurre con la investigación básica, que "contribuye a aumentar el conocimiento, pero en la que muchas veces cuesta trazar la conexión hasta un hallazgo de impacto. Pero eso da igual: la pretensión de lo que uno hace puede distar mucho de la aplicación en que se deriva".
En este caso, Martínez Mojica tiene clara qué aportación fue decisiva en la consecución de la herramienta de edición genómica: "Sylvain Moineau, de la Universidad de Laval, en Quebec, fue el que demostró en 2010 que lo que hacía este sistema Crispr era cortar ADN. Ese ha sido el punto de inflexión, en mi opinión, lo que ha permitido dar el paso hacia la edición genómica".
- "Habría que quemar el estudio de 'Nature Methods' sobre las mutaciones no intencionales con Crispr"
También es categórico a la hora de criticar el último escándalo en la comunidad Crispr, el estudio publicado hace dos semanas en Nature Methods que sugería que el corta-pega genómico introduce cientos de mutaciones no intencionales en el ADN. "Habría que quemarlo. Metodológicamente no hay por dónde cogerlo: han empleado diez veces más cantidad de la proteína Cas9 de lo normal y además usaron plásmido, y sin ningún criterio". Mucho más cauto se muestra sobre las posibles aplicaciones de esta tecnología, como la manipulación embrionaria: "Eso no me corresponde a mí", reconoce.
Con todo, su trabajo actual sigue centrado en los sistemas Crispr. Indaga en la parte menos conocida, en cómo las bacterias adquieren la inmunidad frente a los virus fagos y estudiar cómo emplear componentes de los virus como alternativas a los antibióticos. "En un futuro, este conocimiento podría tener aplicaciones interesantes, si se pudiera transferir esta suerte de sistema inmune de los procariotas a otros organismos". ¿Y por qué no?, se pregunta sonriente.
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