La curación por el espíritu o el poder de la palabra
Carmen Martínez González
Pediatra. Magíster en Bioética. Experta universitaria en psicoterapia psicoanalítica. Centro de Salud San Blas. Madrid
JANO.es / ELSEVIER
22 Octubre 2010
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Tomo prestado para este artículo el titulo de un libro1 de S. Zweig (1881-1942), ensayista y novelista austriaco muy valorado entre otros por Freud, a juzgar por el reconocimiento que así expresó en un intercambio epistolar: “cuánto admiro el arte de su lenguaje, que se adapta al pensamiento como los vestidos transparentes que pensaron los antiguos para los cuerpos de las estatuas”. Ambos, Zweig y Freud, maestros de la palabra en diferentes campos, nos permiten abordar el tema del poder de la palabra, de la comunicación humana, de lo que define y caracteriza primordialmente al ser humano, de su poder curativo, de su capacidad de ser un bálsamo para el espíritu sano, y auténtica y poderosa arma terapéutica para el enfermo. Particularmente pertinente en el contexto de la ética, puesto que mantener una relación ética con el otro implica estar siempre dispuesto a concederle la palabra y a poner en palabras lo que le pedimos.
Pero no vamos a conducir el tema en la línea actual de la sociedad que tiende a la fe ciega en la técnica, en la ciencia y en la prevención. No vamos a ir en la línea medicalizadora que parece buscar como fin último de la vida el triunfo de la medicina, al más puro estilo (Dr.) Knock2. Esta tendencia actual que hace que el hombre desconfíe de sus propios instintos de búsqueda de felicidad y delegue la manera de conducir su vida en los profesionales, hace peligrar la autonomía. Por eso esta reflexión no se referirá a la curación de fuera hacia dentro, sino más bien en la que iría de dentro hacia fuera, entendiendo la salud no sólo como salud del cuerpo sino también que el alma posea un ordenado sistema de persuasiones, convicciones y virtudes intelectuales. Ya que, si buscamos activamente esta salud, obtendremos también más autonomía, y probablemente más felicidad.
De las múltiples acepciones del término espíritu, asumiremos que espíritu es todo aquello inmaterial que nos diferencia de cualquier otro ser vivo, toda realidad humana que trascienda lo orgánico, donde reside la razón y a la vez las emociones. En el contexto de la ética, especialmente pertinente es entender el espíritu como la “parte del ser por la cual penetran los valores”3.
Nos referiremos a salud también, no sólo como ese ordenado sistema de virtudes intelectuales, sino como lo entendía Freud: la capacidad de amar y trabajar, es decir, de tener relaciones afectivas satisfactorias y vida productiva. Curar sería sinónimo de remover los obstáculos que frenan los impulsos que nos orientan a la salud y la felicidad 4.
Desde este posicionamiento que introduce el tema, inevitablemente surgen numerosas cuestiones que no podemos —ni quizá debemos— responder aquí y ahora, sino de dentro hacia fuera y allá cada cual: ¿conocerse es una obligación moral?, ¿estar sano es una virtud?, ¿qué es la salud del espíritu?, ¿se puede buscar la felicidad sin buscar la salud?, ¿es posible amar sin estar sano?...
Vamos a intentar poner palabras, y que la palabra —que es lo que más humaniza al hombre— sea la protagonista. Porque el hombre es un animal de palabra. La persona que no se comunica no existe como tal: es imposible existir sin palabra oral, escrita, pensada.
El pensamiento adulto está constituido por signos lingüísticos, basta detenernos en nuestra vida mental para experimentar que es un constante fluir de palabras. Y muy temprano en la vida de un niño que empieza a hablar, las palabras de- finen y categorizan el mundo de las personas y los objetos. Desde los primeros sonidos guturales ya existe comunicación, con la única condición de que sonidos, jerga, o palabras sean recogidos e interpretados por alguien. Nuestra existencia toma cuerpo con un nombre, iniciamos nuestra vida como seres humanos con una palabra que nos define y nos identifica: que nos llamen por nuestro nombre, ser llamados por otro, es la precondición para existir como seres humanos y comunicarnos como tales. Por eso en algunos escenarios figurados, de pesadillas, de ciencia ficción o reales como los campos de concentración, la máxima deshumanización que acaba anulando a la persona, ocurre cuando éstas son etiquetadas con números, despojadas de una simple palabra que les identifica como humanos.
Nuestra existencia toma cuerpo con un nombre, iniciamos nuestra vida como seres humanos con una palabra que nos define y nos identifica.
Nada humano es ajeno a la palabra. En lo sagrado (“...en el principio existía la Palabra y la Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios…”5) y en lo profano, las palabras protagonizan la vida. Construimos nuestra personalidad con ladrillos de palabras, que son también las que cimentan nuestras relaciones personales. Las palabras elevan o hunden, construyen o destruyen, con ellas se mueven los sentimientos pero también el poder; pueden usarse para formar o deformar, para informar o manipular, te hacen sentir vulnerable o fuerte, te acercan o te alejan del otro. Pueden ser un canto que embelese el alma6, pero también provocar consecuencias devastadoras o acciones terapéuticas. Tienen que ver con la fantasía y con la realidad, construyen nuestras ideas y soportan nuestras creencias. Pueden hacer cambiar la percepción de algo o de alguien, pueden culpabilizar o aliviar. ¿Quién conoce otra arma con semejante poder y tan escaso arsenal?
Si tuviéramos que elegir entre todos los ámbitos donde reina la palabra, quizá los más significativos serían la literatura en general y la poesía en particular; la psicología y especialmente el psicoanálisis; la filosofía, en su búsqueda permanentemente de respuestas a los grandes interrogantes de la vida, y dentro de ella la ética. Y por supuesto la medicina.
Poesía y literatura
La poesía como forma de expresar emociones, sentimientos, ideas y construcciones de la imaginación, promueve la creatividad, comunica y desvela los sentimientos del otro, tiene una función catártica y una alta capacidad simbólica. Además, sostiene los sueños y los ideales utópicos de una sociedad, por eso la profecía de Adorno, aquella frase que auguraba que no habría poesía después de Auschwitz, afortunadamente se quedó sin cumplir: justamente por la capacidad del ser humano de superar casi todo poniendo palabras, como las poéticas.
Para algunos inútil, para otros imprescindible, la poesía sirve “para recuperar el gusto por el silencio en un mundo desquiciado y ruidoso, para sentir el gusto por la palabra en un mundo terriblemente mediatizado, para restituir el gusto por la intimidad en un mundo incierto, para reafirmar el gusto por la libre reflexión en un mundo de pensamiento único” (Miquel Martí i Pol).
Poeta es aquel que cede la iniciativa a la palabra para producir esa honda palpitación del espíritu que es la poesía. Hölderlin dedicó gran parte de su obra a poetizar sobre la poesía. Decía que al hombre se le ha dado el más peligroso de los bienes, el lenguaje, para que con él cree y destruya, para que muestre lo que es. Se refiere al lenguaje por una parte como la más inocente de todas las ocupaciones, y por otra como el más peligroso de los bienes. Nuestro ser-hombre se “funda en el habla” como diálogo, estamos constituidos de habla, somos habla, somos diálogo. Cuando nace el lenguaje, nace también el mundo. Por eso, de forma simbólica, Pablo Neruda expresa la creación del hombre en esta poesía mejor que el mito de Adán y Eva:
“He aquí que el silencio fue integrado
Por el total de la palabra humana
Y no hablar es morir entre los seres”
En la literatura, la palabra crea, recrea, y es real y simbólicamente salvadora. En Las mil y una noches, obra homenaje a la palabra, salva al rey de su odio hacia las mujeres. La historia cuenta como el sultán Schahriar descubre que su mujer le traiciona y la mata. Creyendo que todas las mujeres son igual de infieles, ordena a su visir conseguirle una esposa cada día, para pasar la noche con ella y ordenar matarla por la mañana. Este cruel destino es quebrado por Scherezade, hija del visir, que trama un plan y lo lleva a cabo: se ofrece como esposa del sultán y la primera noche logra sorprenderle contándole un cuento. El sultán se entusiasma con el cuento, pero la muchacha hábilmente interrumpe el relato antes del alba y promete el final para la noche siguiente. Así le entretiene mil noches, durante las cuales da a luz a 3 hijos y en la mil y una noche, el sultán le conmuta la pena de muerte y viven felices. “Tu voz me apacigua y tus cuentos me vuelven bueno” le dice el sultán. En este juego de seducción, la palabra actúa como bálsamo frente al odio y la irracionalidad.
Platón pensaba que el “agente catártico para la enfermedad del alma es la palabra idónea y eficaz de quien sepa ser a la vez maestro y médico”, lo que él llamó psicagogo.
Un cambio de perspectiva nos hará ver a Sherezade no sólo como mito clásico de belleza y erotismo, sino como personaje inteligente y creativo que utiliza la palabra como terapia. Una mujer que no sólo consigue que su vida sea perdonada, sino que pone fin a la locura del sultán. Precioso mensaje simbólico del poder civilizador de la palabra frente a la barbarie a través de una mujer.
Sin embargo, la sociedad actual del homo videns7 privilegia la imagen frente a la literatura, disminuyendo así la posibilidad de crear imágenes mentales, de simbolizar. Capacidad que justamente es la que distancia al Homo sapiens del animal.
Si he perdido la vida, el tiempo, todo
lo que tiré, como un anillo, al agua,
si he perdido la voz en la maleza,
me queda la palabra.
Si he sufrido la sed, el hambre, todo
lo que era mío y resultó ser nada,
si he segado las sombras en silencio,
me queda la palabra en la maleza,
me queda la palabra.
(Blas de Otero)
Medicina
En todas las culturas, la palabra ha tenido un papel terapéutico. En la griega, ya desde la época homérica, se utilizaba el hechizo, el ensalmo o conjuro (epodé), las palabras secretas con finalidad curativa. De esta primitiva manera de utilizar el efecto mágico hechizador de las palabras, se pasó a una forma más evolucionada de producir efecto en los otros, a través del relato propiamente. Los antiguos griegos sienten en sus almas y observan que hablar (bien) es a la vez saber y poder, hasta el punto de que ser “bienhablante” es equiparable a ser un hombre con poderes mágicos. El fundamento psicológico de esa eficacia de la palabra se llamó “persuasión” y Peithó, la Persuasión, llegó a alcanzar entre griegos y romanos la condición divina. Peithó fue acompañante de Eros y la personificación de la eficacia psicológica y social de la palabra. En el Pantheon griego Peithó corresponde al poder de la palabra sobre los otros, su templo es la Palabra y la consideraban la antítesis de Ananke, la Fuerza8.
Recordemos que la salud humana, algo más que la salud del cuerpo y el equilibrio de las potencias, requiere también que el alma posea un ordenado sistema de persuasiones, convicciones y virtudes intelectuales. Desde esta convicción, Platón pensaba que el “agente catártico para la enfermedad del alma es la palabra idónea y eficaz de quien sepa ser a la vez maestro y médico”, lo que él llamó psicagogo. Por eso Lain Entralgo considera a Platón, sin sombra de duda, el inventor de una psicoterapia verbal rigurosamente técnica, al ser el primero que observó que la palabra actúa por sí misma, por la virtud conjunta de su propia naturaleza y la naturaleza del paciente, no por ninguna potencia mágica.
Hoy día no hay duda. La palabra es el arma terapéutica por excelencia en la relación clínica; la apuesta por dar la palabra al paciente y el uso adecuado de la nuestra son pilares básicos de todo proceso asistencial.
Psicoanálisis y ética
“Todos estos astrólogos del cielo del alma poseen su ciencia gracias a la mirada introspectiva”. S. Zweig.
El psicoanálisis, además de ser un método psicoterapéutico, es un sistema de pensamiento que ofrece una idea del ser humano y su desarrollo emocional, pero también una interpretación de la historia y la cultura. El desconocimiento profundo hace que sea frecuentemente menospreciado y reducido a algo así como una teoría sexual, sin entender que para Freud términos como libido o sexualidad no tienen nada que ver con el significado y el uso popular de dichos términos.
La tarea fundamental que propone el psicoanálisis es descubrir a través de la palabra, la patología latente que produce la negación y la represión de la vida emocional: poner palabras al contenido del inconsciente, transformando en el acto intersubjetivo de la transferencia, aquello que tiende a escapar a todo tipo de lenguaje. Para reemplazar en lo posible lo irracional por lo racional, el terapeuta no debe dirigir al paciente activamente sino buscar que sea el paciente quien descubra su inconsciente, algo muy parecido a la mayéutica de Sócrates.
Freud es la antítesis de la medicina positivista del siglo XIX, en la cual el médico apenas contemplaba los síntomas del paciente, por definición subjetivos. El acto médico requería pasar cuanto antes a la parte considerada como más importante, la exploración, mediante la cual el médico accedía, directamente o a través de instrumentos, al conocimiento objetivo de la enfermedad. Freud, sin embargo da un giro a este planteamiento y reivindica la importancia del síntoma, a través de la palabra, como vehículo de expresión de emociones, deseos, esperanzas, creencias, valores, etc.9
Algunos autores han relacionado la ética y el psicoanálisis, como E. Fromm. En el contexto que nos ocupa, encontramos múltiples puntos comunes:
• Tanto el psicoanálisis como la ética contemplan al hombre como un conjunto inseparable de razón y sentimientos o emociones, atravesados por la palabra: para uno, vehículo de expresión del inconsciente, para otro, instrumento privilegiado para la persuasión y la deliberación.
• Ambas son disciplinas comprometidas con la verdad, a la vez que rigurosamente antidogmáticas: renuncian a la Razón y a la Verdad con mayúsculas, manteniendo una prudente tensión entre la ignorancia y la certeza. Para el psicoanálisis, si hay alguna verdad, será una verdad individual, subjetiva, incompleta, dinámica, pero nunca impuesta por el terapeuta desde ningún tipo de postura dogmática. Para la ética, la verdad absoluta entraría en franca contradicción con la prudencia, virtud por antonomasia.
• Otro punto en común sería el firme e incuestionable reconocimiento de límites y limitaciones como algo constitutivo del ser humano. En este sentido la bioética debe trabajar dentro del marco de limitaciones reales que son las leyes y parte de su tarea es establecer los límites morales al progreso científico y técnico. Para el psicoanálisis, existen límites simbólicos inscritos en nuestro psiquismo que nos enfrentan con la incompletud: reconocerse mortal, aceptar la diferencia de sexos, las prohibiciones universales como el incesto y la instauración de la ley impuesta por un tercero (significado del complejo de Edipo) no sólo son fenómenos universales, sino hechos estructurantes del psiquismo humano.
• Un punto importante es que ambos buscan la felicidad, y que ésta, para ambos, nada tiene que ver en esencia con la salud del cuerpo. Para la ética será una búsqueda del ideal de vida buena y felicidad. Para el psicoanálisis, no tener mecanismos de defensa patológicos que, a modo de frenos, impidan desarrollar una vida con plena capacidad de amar y trabajar.
Epílogo
Si el espíritu es la parte del ser por donde penetran los valores, estar sanos espiritualmente exige que seamos agentes activos de nuestra vida. Elegir la vida intelectual y el estímulo del pensamiento, profundizar en nuestro propio conocimiento a través de la introspección, el uso adecuado de la palabra como arma terapéutica y el trabajo activo promoviendo un debate público de calidad a través de ámbitos como la bioética, son algunas propuestas hacia ese fin.
En este sentido, probablemente los que nos hemos sentido tocados por el psicoanálisis o por la bioética tengamos en común la percepción de haber iniciado un estimulante camino sin retorno. Una suerte de ilustración particular en donde nuestro mundo interior y el mundo exterior que percibimos se expande en todas direcciones y algo nos apremia a intuir que atrévete a conocerte y atrévete a saber, son premisas fundamentales para la búsqueda de la felicidad y la salud. Esta salud.
“Le tengo rabia al silencio
Por lo mucho que perdí
Que no se quede callado
Quien quiera vivir feliz”
(A.Yupanqui)
BIBLIOGRAFÍA
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1. Zweig S. La curación por el espíritu. Mesmer, Mary Baker- Eddy, Freud.Ed. Acantilado. 2006.
2. Romains J. Knock o el triunfo de la medicina. Ed. Bruño. 1989.
3. Ferrater Mora. Diccionario de filosofía. Alianza Editorial.1979.
4. Fromm E. Ética y psicoanálisis. Ed. Fondo de cultura Económica.1947.
5. Evangelio de S.Juan 1 ,1.
6. Gabilondo A. Trazos del eros. Ed Tecnos. 1997.
7. Sartori G. Homo Videns: la sociedad teledirigida. Taurus, México.1998 .
8. Lain Entralgo P. La curación por la palabra en la Grecia antigua. Ed. Anthropos, Barcelona. 2005.
9. Gracia D. Medice cura te ipsum. Sobre la salud física y mental de los profesionales sanitarios .Discurso de inauguración del curso académico 2004.
documento original:
Humanidades medicas - Carmen Martinez Gonzalez - La curacion por el espiritu o el poder de la palabra - JANO.es - ELSEVIER
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