OBITUARIO
Albert Jovell, el médico que dio voz a los pacientes
Defendió el sistema público como el mejor legado de futuro
Compromiso. Si hubiera que definir con una palabra a Albert Jovell, esa sería la que mejor definiría su intensa, brillante y generosa trayectoria. Murió este martes, a los 51 años, después de haber mantenido una tenaz lucha de más de 12 contra un tumor raro y de mal pronóstico que al final ha acabado venciéndole. Pero en ese tiempo, Albert Jovell ha tenido tiempo de construir un legado que perdurará mucho más de lo que él podía aceptar, porque la humildad se lo impedía. Impulsor del Foro Español de Pacientes, que agrupa a más de 1.000 asociaciones, y de experiencias pioneras como la Universidad de los Pacientes, su obra, por la que ha recibido múltiples premios, se compone tanto de una solida producción académica y científica —más de 130 trabajos publicados—, como de una intensa labor divulgativa y de organización.
Llegó a la medicina por vocación inoculada de niño, cuando acompañaba los fines de semana a su padre, médico, a visitar enfermos en las barriadas pobres de Sabadell. Pero la carrera le defraudó. Él había visto una medicina con poca tecnología, pero mucha humanidad, y no era eso lo que se le ofrecía. Decidió ampliar el foco. Estudio Sociología y Política, y al terminar, obtuvo una beca para la Universidad de Harvard (EE UU), donde cursó un doble máster en Salud Pública y Gestión Sanitaria. Regresó a Barcelona para acompañar a su padre, diagnosticado de cáncer terminal, y llevaba dos años dirigiendo un proyecto innovador, la Biblioteca Josep Laporte, cuando el cáncer le atrapó también a él.
Todo cambió, todo se volvió más intenso, pero ni la corta expectativa de vida ni los inconvenientes de la quimioterapia le impidieron convertir la enfermedad en una oportunidad de servicio a los demás. Tenía las mejores condiciones: una formación teórica de altísimo nivel, la experiencia y la formación del médico, y la condición de paciente. Hasta entonces había visto la medicina en posición vertical. Ahora podía verla también desde la horizontal. Y desde ambas podía observar que la medicina tenía cada vez más ciencia, pero menos humanidad. Decidió convertir su conocimiento y su experiencia en una herramienta para mejorar la relación entre el médico y el paciente, entre el sistema sanitario y la ciudadanía.
Albert Jovell ha empoderado a los pacientes y ha obligado a los médicos a reflexionar sobre su rol y su manera de actuar. Ha estimulado el debate y ha actuado como un activista del pensamiento, siempre en defensa de la sanidad pública, el mejor legado que dejar a nuestros hijos porque, decía, es el único que garantiza la equidad. La defendió señalando tanto las ineficiencias a corregir como los peligros que se derivan de la creciente desigualdad. “Con salarios de 400 euros, será difícil salvar la sanidad pública”, advertía. Y pedía el compromiso de los ciudadanos: Te puede pasar a ti es el título de su último libro.
Pero Albert Jovell lucho sobre todo por normalizar la condición de enfermo, para que se le reconozca en su dignidad de paciente, del que padece. Proclamaba que, como enfermo de cáncer, podía aceptar que no pudieran curarle, pero nunca que no le pudieran cuidar. Y aunque en su caso la enfermedad era como un partido de tenis en el que se lucha por ganar el próximo set pero sabes que perderás el último, proclamaba que la vida del superviviente valía la pena porque, aunque agotado y siempre bajo la tiranía de la incertidumbre, podía medirse en “unidades de felicidad”.
Llegó a la medicina por vocación inoculada de niño, cuando acompañaba los fines de semana a su padre, médico, a visitar enfermos en las barriadas pobres de Sabadell. Pero la carrera le defraudó. Él había visto una medicina con poca tecnología, pero mucha humanidad, y no era eso lo que se le ofrecía. Decidió ampliar el foco. Estudio Sociología y Política, y al terminar, obtuvo una beca para la Universidad de Harvard (EE UU), donde cursó un doble máster en Salud Pública y Gestión Sanitaria. Regresó a Barcelona para acompañar a su padre, diagnosticado de cáncer terminal, y llevaba dos años dirigiendo un proyecto innovador, la Biblioteca Josep Laporte, cuando el cáncer le atrapó también a él.
Todo cambió, todo se volvió más intenso, pero ni la corta expectativa de vida ni los inconvenientes de la quimioterapia le impidieron convertir la enfermedad en una oportunidad de servicio a los demás. Tenía las mejores condiciones: una formación teórica de altísimo nivel, la experiencia y la formación del médico, y la condición de paciente. Hasta entonces había visto la medicina en posición vertical. Ahora podía verla también desde la horizontal. Y desde ambas podía observar que la medicina tenía cada vez más ciencia, pero menos humanidad. Decidió convertir su conocimiento y su experiencia en una herramienta para mejorar la relación entre el médico y el paciente, entre el sistema sanitario y la ciudadanía.
Albert Jovell ha empoderado a los pacientes y ha obligado a los médicos a reflexionar sobre su rol y su manera de actuar. Ha estimulado el debate y ha actuado como un activista del pensamiento, siempre en defensa de la sanidad pública, el mejor legado que dejar a nuestros hijos porque, decía, es el único que garantiza la equidad. La defendió señalando tanto las ineficiencias a corregir como los peligros que se derivan de la creciente desigualdad. “Con salarios de 400 euros, será difícil salvar la sanidad pública”, advertía. Y pedía el compromiso de los ciudadanos: Te puede pasar a ti es el título de su último libro.
Pero Albert Jovell lucho sobre todo por normalizar la condición de enfermo, para que se le reconozca en su dignidad de paciente, del que padece. Proclamaba que, como enfermo de cáncer, podía aceptar que no pudieran curarle, pero nunca que no le pudieran cuidar. Y aunque en su caso la enfermedad era como un partido de tenis en el que se lucha por ganar el próximo set pero sabes que perderás el último, proclamaba que la vida del superviviente valía la pena porque, aunque agotado y siempre bajo la tiranía de la incertidumbre, podía medirse en “unidades de felicidad”.
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