Aprender a no estar gordo
Un 19% de los niños españoles son obesos y un 26% tiene sobrepeso. El Hospital General de Valencia completa el tratamiento dietético con psicólogos, entrenadores y videojuegos educativos para enseñarles a cambiar su alimentación y sus hábitos
ELENA SEVILLANO 07/09/2011
El fotógrafo empieza a sudar cuando ve quitarse la camiseta a Jhon, de 13 años y complexión normal más allá de algún michelín. "¿No hay ningún chico más?, ¿solo él?", dice. Porque este chico de origen colombiano y nacionalidad española, educado, responsable, es nuestro modelo para ilustrar un reportaje sobre obesidad infantil. El encargo hubiera sido coser y cantar hace año y medio, cuando pesaba 68 kilos y medía 1,57 metros de altura. Obesidad leve. En España, el 19,1% de los menores de seis a nueve años son obesos y un 26,1% tiene sobrepeso, según el reciente estudio de prevalencia ALADINO (alimentación, actividad física, desarrollo infantil y obesidad) de la Agencia Española de Seguridad Alimentaria y Nutrición.
Eso suma un 45,2% de niños y niñas con kilos de más. ¿Culpables? El sedentarismo y los malos hábitos alimentarios, concluyen los investigadores. Curiosamente, solo Italia, otro país con dieta mediterránea, supera a España en el ranking europeo.
Si el problema está cuantificado y las causas identificadas, queda preguntar por las posibles soluciones. Y buscándolas nos hemos encontrado con Jhon, paciente del Programa de Atención Integral de la Obesidad Infantil (PAIDO) del hospital general universitario de Valencia, donde ha hecho gimnasia en el patio, ha sudado como nunca con la consola Wii y ha acudido a talleres de cocina. Ahora incluye ensalada en el almuerzo, fruta en la merienda y pescado en la cena. "Me encanta el gazpacho", enfatiza; "la lechuga, no tanto". Mide 1,65 metros y pesa 64 kilos (sobrepeso), y está a punto de que le den el alta.
Lo acompañamos en la que probablemente sea su última consulta. "Estarás desayunando, ¿verdad?", quiere saber su pediatra, Julio Álvarez Pezzi. "Un tazón de leche con cereales", responde. Aquí no valen atajos como saltarse comidas ni se utiliza la palabra dieta, un término que molesta a este facultativo. "El peso es casi lo último que miro, me interesa ver si cambia actitudes e incorpora hábitos saludables. Se trata de que aprenda a comer bien". Tanto él como su madre, que está dejando lastre al mismo tiempo que su hijo.
"He perdido 10 kilos", sonríe radiante la mujer, que tenía sobrepeso cuando llegó al programa; el padre, del que está separada, era obeso. Jhon fue el típico bebé tragón y gordito, demasiado gordito desde los cuatro meses. "A mí no me gustaba", reconoce la madre, pero a su alrededor nadie parecía darle importancia, ni siquiera su doctor de atención primaria de aquel entonces, según recuerda. A los 9 o 10 años se había consolidado en la categoría de niño gordo, no especialmente traumatizado ni acomplejado -"cuando se metían conmigo, pasaba"-, pero sí limitado para correr o jugar al fútbol, su gran pasión.
Apenas desayunaba, buena parte de su alimentación se basaba en bocadillos de embutido graso y entre comidas se atiborraba de chucherías. Sufría cefaleas y dolores abdominales. Hasta que su médico, esta vez sí, decidió que lo mejor era que lo vieran en el PAIDO.
"Cuando el chaval tiene 12 años, ya vamos tarde; hay que actuar antes, desde los primeros momentos de la vida", tercia Basilio Moreno, jefe de endocrinología y nutrición del hospital Gregorio Marañón de Madrid. Habrá de hacerlo el pediatra del centro de salud, dando las pautas sobre la cantidad y composición de las papillas.
"Hablamos de un problema social de los países desarrollados", reconoce. De compleja solución, lamenta, puesto que intervienen muchos factores para desencadenarlo, pero solo existen dos armas para enfrentarlo: "La alimentación y el ejercicio físico".
El diagnóstico
La prevención no funcionó en el caso de Jhon, que acabó necesitando tratamiento clínico. Acudió derivado de su centro de salud, como casi todos. Lo pesaron y midieron, lo sometieron a exámenes para descartar daños en órganos diana (ojos, arterias), le hicieron análisis para determinar si su obesidad arrastraba consigo hipertensión, colesterol o diabetes. Los resultados fueron normales excepto en el caso del HDL (el colesterol bueno), un poco bajo.
Por este programa pasan de 450 a 500 niños al año, y un 33% de ellos vienen con al menos un factor de riesgo cardiovascular, propio de adultos, según remacha Empar Lurbe, jefa de pediatría del centro hospitalario valenciano. Un 14% se encuentra en peligro de padecer una apnea del sueño. Su mal causa estragos en articulaciones y en la espalda, es la primera causa de hipertensión entre adolescentes, puede provocar pubertad precoz en las jóvenes y se relaciona con determinados cánceres ya en la edad adulta, según enumera el Centro de Investigación Biomédica en Red-Fisiopatología de la Obesidad y la Nutrición (CIBERobn).
PAIDO, que funciona desde 2003, está planteado como un gran puzle que da soluciones multidisciplinares: sesiones de ejercicio con dos profesores de educación física, actividades y charlas con las familias (como los talleres de cocina o las reuniones con el dietista): una labor coordinada con un nefrólogo, un endocrino y un cardiólogo del hospital.
Desde 2006 forma parte del CIBERobn, lo que le ha permitido añadir más piezas, más colaboradores externos, al engranaje: dos psicólogos que se encargan de la valoración inicial de los pacientes (muchos aterrizan con la autoestima por los suelos) y los acompañan durante el proceso; un ingeniero que diseña software educativo y videojuegos para lograr que se muevan. En junio recogió el Premio Estrategia NAOS en el ámbito sanitario.
¿Se nace o se hace?
Y a todo esto, la genética ¿qué papel juega? O, en otras palabras, ¿un obeso nace o se hace? "Se hace", salta como un resorte Empar Lurbe. "En los primeros años puede haber una patología que provoque el aumento de peso, pero lo normal es que con seis o siete años sea consecuencia de estilos de vida poco saludables; al menos así ha sido en todos los casos de nuestro programa", incide. "Se dice que en la obesidad hay un 40% de condicionante genético y un 60% de factores ambientales", apunta, menos tajante, Basilio Moreno.
Jhon, que nunca tuvo tele en su cuarto, dejó la maquinita en el sofá y se pasó a la Wii. Tomó conciencia de que durante toda su vida había llevado una indeseable mochila que dificultaba sus movimientos e hipotecaba su futuro.
"¿Cuánto ejercicio haces?", interroga el pediatra. "Ahora, en verano [esta visita tiene lugar en agosto] nado en la playa y en la piscina, juego a correr en el parque por las tardes y paseo con mi madre", contesta. En septiembre se reincorpora a su equipo de fútbol, con el que entrena cuatro días a la semana. "¿Las chucherías?", inquiere Álvarez Pezzi. "Hace unas semanas me tomé una bolsita", confiesa un poco avergonzado. El facultativo lo tranquiliza: "No hay alimentos prohibidos, no pasa nada si de vez en cuando te comes una piza o una hamburguesa; el problema es que abuses". Como le sucedió hace dos veranos, cuando apenas llevaba un mes de tratamiento y viajó a Colombia, con sus abuelos. "Había un montón de chetos que no conocía y los probé todos", rememora. Subió a los 72 kilos. Al regreso de sus vacaciones lo esperaba su madre, y se puso las pilas; en diciembre volvía a los 68 kilos y medía 1,60 metros.
Frenar la escalada es el primer gran reto del programa y se alcanza "casi al 100%", según resaltan sus responsables; el segundo paso consiste en reducir, y se cumple, aseguran, aunque sin precisar cuánto ni en qué medida. No hay manera de que Lurbe suelte prenda sobre el porcentaje de éxitos del PAIDO. "El índice de abandonos es de menos del 5%", le da la vuelta a la pregunta.
La progresión de Jhon ha sido vertiginosa, reconocen los especialistas que lo tratan. "Los compañeros se sorprenden, me dicen: 'Pero ¿qué has hecho?", comenta el aludido con orgullo. Venía muy motivado y con un enorme respaldo materno. "Si la familia no le da importancia, o ve el exceso de kilos como algo normal, las posibilidades bajan drásticamente", sabe por experiencia la doctora. Dentro de unos meses, si todo va bien, habrá alcanzado un peso normal. Misión cumplida.
Pero las cosas no siempre marchan tan fluidas. Hay chicos que llevan en la unidad dos o tres años. No pasa nada. En los casos más graves, el éxito puede estribar en conseguir atarse los cordones de los zapatos; en otros, en correr durante media hora seguida. "Los estratificamos, tenemos claro qué escalones ha de subir cada uno y vamos reduciendo con objetivos realistas, no cuantitativos, paso a paso y sin angustias", zanja la facultativa.
"Parece que el aumento de la obesidad infantil se está estabilizando", concluye ALADINO tras comparar sus datos con los de su predecesor, el estudio enKid (1998-2000), y observar cómo la obesidad infantil ha crecido ligeramente y el sobrepeso ha bajado mínimamente en esta década. "Es una de las pocas buenas noticias de los últimos años", apostilla Moreno, que considera que sí se están haciendo cosas, pero poco tangibles y de difícil medición a corto plazo. "Intervenir antes de que aparezca el problema es una cuestión de salud y prevención de costes humanos, sociales y sanitarios de cara al futuro: no es lo mismo un infarto a los 30 que a los 70 años", enfatiza Lurbe.
Las estadísticas rebaten el mito de que los kilos de más desaparecen cuando el adolescente da el estirón: un obeso de 10 a 14 años tiene un 22,3% más de probabilidades de seguir siéndolo entre los 21 y los 29. Lo que no significa que no se pueda salir. Con deporte y comiendo bien, "que no es comer poco ni mucho, sino adecuadamente", matiza el endocrino. Para demostrarlo tenemos a Jhon, a quien hemos dejado saltando frente a la consola.
Es un mito que los adolescentes adelgazan cuando pegan el estirón
Eso suma un 45,2% de niños y niñas con kilos de más. ¿Culpables? El sedentarismo y los malos hábitos alimentarios, concluyen los investigadores. Curiosamente, solo Italia, otro país con dieta mediterránea, supera a España en el ranking europeo.
Si el problema está cuantificado y las causas identificadas, queda preguntar por las posibles soluciones. Y buscándolas nos hemos encontrado con Jhon, paciente del Programa de Atención Integral de la Obesidad Infantil (PAIDO) del hospital general universitario de Valencia, donde ha hecho gimnasia en el patio, ha sudado como nunca con la consola Wii y ha acudido a talleres de cocina. Ahora incluye ensalada en el almuerzo, fruta en la merienda y pescado en la cena. "Me encanta el gazpacho", enfatiza; "la lechuga, no tanto". Mide 1,65 metros y pesa 64 kilos (sobrepeso), y está a punto de que le den el alta.
Lo acompañamos en la que probablemente sea su última consulta. "Estarás desayunando, ¿verdad?", quiere saber su pediatra, Julio Álvarez Pezzi. "Un tazón de leche con cereales", responde. Aquí no valen atajos como saltarse comidas ni se utiliza la palabra dieta, un término que molesta a este facultativo. "El peso es casi lo último que miro, me interesa ver si cambia actitudes e incorpora hábitos saludables. Se trata de que aprenda a comer bien". Tanto él como su madre, que está dejando lastre al mismo tiempo que su hijo.
"He perdido 10 kilos", sonríe radiante la mujer, que tenía sobrepeso cuando llegó al programa; el padre, del que está separada, era obeso. Jhon fue el típico bebé tragón y gordito, demasiado gordito desde los cuatro meses. "A mí no me gustaba", reconoce la madre, pero a su alrededor nadie parecía darle importancia, ni siquiera su doctor de atención primaria de aquel entonces, según recuerda. A los 9 o 10 años se había consolidado en la categoría de niño gordo, no especialmente traumatizado ni acomplejado -"cuando se metían conmigo, pasaba"-, pero sí limitado para correr o jugar al fútbol, su gran pasión.
Apenas desayunaba, buena parte de su alimentación se basaba en bocadillos de embutido graso y entre comidas se atiborraba de chucherías. Sufría cefaleas y dolores abdominales. Hasta que su médico, esta vez sí, decidió que lo mejor era que lo vieran en el PAIDO.
"Cuando el chaval tiene 12 años, ya vamos tarde; hay que actuar antes, desde los primeros momentos de la vida", tercia Basilio Moreno, jefe de endocrinología y nutrición del hospital Gregorio Marañón de Madrid. Habrá de hacerlo el pediatra del centro de salud, dando las pautas sobre la cantidad y composición de las papillas.
"Hablamos de un problema social de los países desarrollados", reconoce. De compleja solución, lamenta, puesto que intervienen muchos factores para desencadenarlo, pero solo existen dos armas para enfrentarlo: "La alimentación y el ejercicio físico".
El diagnóstico
La prevención no funcionó en el caso de Jhon, que acabó necesitando tratamiento clínico. Acudió derivado de su centro de salud, como casi todos. Lo pesaron y midieron, lo sometieron a exámenes para descartar daños en órganos diana (ojos, arterias), le hicieron análisis para determinar si su obesidad arrastraba consigo hipertensión, colesterol o diabetes. Los resultados fueron normales excepto en el caso del HDL (el colesterol bueno), un poco bajo.
Por este programa pasan de 450 a 500 niños al año, y un 33% de ellos vienen con al menos un factor de riesgo cardiovascular, propio de adultos, según remacha Empar Lurbe, jefa de pediatría del centro hospitalario valenciano. Un 14% se encuentra en peligro de padecer una apnea del sueño. Su mal causa estragos en articulaciones y en la espalda, es la primera causa de hipertensión entre adolescentes, puede provocar pubertad precoz en las jóvenes y se relaciona con determinados cánceres ya en la edad adulta, según enumera el Centro de Investigación Biomédica en Red-Fisiopatología de la Obesidad y la Nutrición (CIBERobn).
PAIDO, que funciona desde 2003, está planteado como un gran puzle que da soluciones multidisciplinares: sesiones de ejercicio con dos profesores de educación física, actividades y charlas con las familias (como los talleres de cocina o las reuniones con el dietista): una labor coordinada con un nefrólogo, un endocrino y un cardiólogo del hospital.
Desde 2006 forma parte del CIBERobn, lo que le ha permitido añadir más piezas, más colaboradores externos, al engranaje: dos psicólogos que se encargan de la valoración inicial de los pacientes (muchos aterrizan con la autoestima por los suelos) y los acompañan durante el proceso; un ingeniero que diseña software educativo y videojuegos para lograr que se muevan. En junio recogió el Premio Estrategia NAOS en el ámbito sanitario.
¿Se nace o se hace?
Y a todo esto, la genética ¿qué papel juega? O, en otras palabras, ¿un obeso nace o se hace? "Se hace", salta como un resorte Empar Lurbe. "En los primeros años puede haber una patología que provoque el aumento de peso, pero lo normal es que con seis o siete años sea consecuencia de estilos de vida poco saludables; al menos así ha sido en todos los casos de nuestro programa", incide. "Se dice que en la obesidad hay un 40% de condicionante genético y un 60% de factores ambientales", apunta, menos tajante, Basilio Moreno.
Jhon, que nunca tuvo tele en su cuarto, dejó la maquinita en el sofá y se pasó a la Wii. Tomó conciencia de que durante toda su vida había llevado una indeseable mochila que dificultaba sus movimientos e hipotecaba su futuro.
"¿Cuánto ejercicio haces?", interroga el pediatra. "Ahora, en verano [esta visita tiene lugar en agosto] nado en la playa y en la piscina, juego a correr en el parque por las tardes y paseo con mi madre", contesta. En septiembre se reincorpora a su equipo de fútbol, con el que entrena cuatro días a la semana. "¿Las chucherías?", inquiere Álvarez Pezzi. "Hace unas semanas me tomé una bolsita", confiesa un poco avergonzado. El facultativo lo tranquiliza: "No hay alimentos prohibidos, no pasa nada si de vez en cuando te comes una piza o una hamburguesa; el problema es que abuses". Como le sucedió hace dos veranos, cuando apenas llevaba un mes de tratamiento y viajó a Colombia, con sus abuelos. "Había un montón de chetos que no conocía y los probé todos", rememora. Subió a los 72 kilos. Al regreso de sus vacaciones lo esperaba su madre, y se puso las pilas; en diciembre volvía a los 68 kilos y medía 1,60 metros.
Frenar la escalada es el primer gran reto del programa y se alcanza "casi al 100%", según resaltan sus responsables; el segundo paso consiste en reducir, y se cumple, aseguran, aunque sin precisar cuánto ni en qué medida. No hay manera de que Lurbe suelte prenda sobre el porcentaje de éxitos del PAIDO. "El índice de abandonos es de menos del 5%", le da la vuelta a la pregunta.
La progresión de Jhon ha sido vertiginosa, reconocen los especialistas que lo tratan. "Los compañeros se sorprenden, me dicen: 'Pero ¿qué has hecho?", comenta el aludido con orgullo. Venía muy motivado y con un enorme respaldo materno. "Si la familia no le da importancia, o ve el exceso de kilos como algo normal, las posibilidades bajan drásticamente", sabe por experiencia la doctora. Dentro de unos meses, si todo va bien, habrá alcanzado un peso normal. Misión cumplida.
Pero las cosas no siempre marchan tan fluidas. Hay chicos que llevan en la unidad dos o tres años. No pasa nada. En los casos más graves, el éxito puede estribar en conseguir atarse los cordones de los zapatos; en otros, en correr durante media hora seguida. "Los estratificamos, tenemos claro qué escalones ha de subir cada uno y vamos reduciendo con objetivos realistas, no cuantitativos, paso a paso y sin angustias", zanja la facultativa.
"Parece que el aumento de la obesidad infantil se está estabilizando", concluye ALADINO tras comparar sus datos con los de su predecesor, el estudio enKid (1998-2000), y observar cómo la obesidad infantil ha crecido ligeramente y el sobrepeso ha bajado mínimamente en esta década. "Es una de las pocas buenas noticias de los últimos años", apostilla Moreno, que considera que sí se están haciendo cosas, pero poco tangibles y de difícil medición a corto plazo. "Intervenir antes de que aparezca el problema es una cuestión de salud y prevención de costes humanos, sociales y sanitarios de cara al futuro: no es lo mismo un infarto a los 30 que a los 70 años", enfatiza Lurbe.
Las estadísticas rebaten el mito de que los kilos de más desaparecen cuando el adolescente da el estirón: un obeso de 10 a 14 años tiene un 22,3% más de probabilidades de seguir siéndolo entre los 21 y los 29. Lo que no significa que no se pueda salir. Con deporte y comiendo bien, "que no es comer poco ni mucho, sino adecuadamente", matiza el endocrino. Para demostrarlo tenemos a Jhon, a quien hemos dejado saltando frente a la consola.
La consola como aliada
La OMS recomienda al menos 30 minutos de actividad física moderada diaria y otros 20 más de actividad "vigorosa" tres días a la semana, en el caso de niños y adolescentes. Pero la realidad es que el sedentarismo infantil va en aumento a causa de la televisión y los videojuegos, según denuncian los expertos. En lugar de señalar las nuevas tecnologías como causantes de todos los males, el Programa de Atención Integral de la Obesidad Infantil (PAIDO) ha decidido ponerlas de su parte, utilizarlas como herramientas para enganchar, motivar y conseguir que sus chicos y chicas quemen calorías. Además de los videojuegos educativos, la Wii, y ahora también la Xbox, a partir de septiembre comienza a implementar ETIOBE,
e-terapia inteligente para el tratamiento de la obesidad infantil. La iniciativa incluye camiseta biomédica, que permite medir en tiempo real el ritmo cardiaco y el movimiento; PDA o smartphones en los que los pacientes van apuntando lo que comen o el ejercicio que realizan (hasta ahora lo hacen en un diario, en papel); una web donde vuelcan toda esa información, juegan y reciben consejos nutricionales y refuerzo positivo ante sus progresos.
e-terapia inteligente para el tratamiento de la obesidad infantil. La iniciativa incluye camiseta biomédica, que permite medir en tiempo real el ritmo cardiaco y el movimiento; PDA o smartphones en los que los pacientes van apuntando lo que comen o el ejercicio que realizan (hasta ahora lo hacen en un diario, en papel); una web donde vuelcan toda esa información, juegan y reciben consejos nutricionales y refuerzo positivo ante sus progresos.
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