BLOG | Mejorar la comunicación
La otra medicina personalizada
Ante un diagnóstico, los pacientes necesitan hablar con su médico y valorar opciones. | El Mundo
Hablar de medicina personalizada está hoy de moda. Los avances científicos, la genómica y la moderna farmacología han empujado el término y han logrado que esté presente en muchas áreas de nuestra sociedad. El ciudadano, el médico también, entiende que personalizar la medicina es, sobre todo, profundizar en genes y mutaciones para acertar con el fármaco que más se ajuste al perfil molecular del paciente y su dolencia. Quizá en un futuro no lejano los dolores de cabeza se traten con un medicamento u otro en dependencia del genoma de aquél que los padece. Los expertos presumen, asimismo, que hasta comeremos en función del ADN que muy probablemente nos hayan secuenciado a cada uno. Al tiempo.
Sin embargo, hay otra medicina personalizada -más importante incluso que la molecular- que corre el riesgo de quedar relegada a un segundo plano debido a la profusión de análisis de sangre, marcadores y biochips frente a la escasez de tiempo para hablar y entender las características personales que permitan "personalizar" información, terapia y seguimiento del paciente más allá de lo que dice un biochip.
Porque la verdadera medicina personalizada es aquella que llevan a cabo los profesionales sanitarios cuando comparten con sus pacientes, y no necesariamente de la misma forma con todos, decisiones diagnósticas y terapéuticas de forma estructurada y moldeable. Su trascendencia es superior a cualquier otra cosa.
Se ha hablado mucho del famoso consentimiento informado: un escrito, la mayoría de las veces ininteligible para el ciudadano medio, en el que se relatan las posibles complicaciones que puede acarrear una actuación médica.
Por el contrario, se habla poco de cómo plantear, de forma individualizada, las diversas opciones que siempre existen ante una enfermedad teniendo en cuenta, claro, las características psicosociales de cada enfermo.
El nivel de alfabetización sanitaria básica de nuestra sociedad es pobre. Si a eso se añade el impacto emocional que produce un diagnóstico determinado, sobre todo el de una enfermedad grave, los médicos deberían entender que hay que hacer algo más que pedir al enfermo que tome decisiones, después de exponerle una larga serie de estadísticas muy poco comprensibles para ellos.
Buena parte de los pacientes, hasta los más sagaces y fríos en la vida real, se asustan y confunden cuando se encuentran ante una situación médica trascendente. Incluso ni preguntan, aunque el médico les ofrezca respuestas a sus posibles dudas. Y ahí es dónde el profesional debe volcarse: Aconsejar, "mojarse".
Esa es la primera medicina personalizada que se debe ejercer. Luego, y sin menoscabar un ápice su importancia, está la que tiene que ver con la genómica.
Sin embargo, hay otra medicina personalizada -más importante incluso que la molecular- que corre el riesgo de quedar relegada a un segundo plano debido a la profusión de análisis de sangre, marcadores y biochips frente a la escasez de tiempo para hablar y entender las características personales que permitan "personalizar" información, terapia y seguimiento del paciente más allá de lo que dice un biochip.
Porque la verdadera medicina personalizada es aquella que llevan a cabo los profesionales sanitarios cuando comparten con sus pacientes, y no necesariamente de la misma forma con todos, decisiones diagnósticas y terapéuticas de forma estructurada y moldeable. Su trascendencia es superior a cualquier otra cosa.
Se ha hablado mucho del famoso consentimiento informado: un escrito, la mayoría de las veces ininteligible para el ciudadano medio, en el que se relatan las posibles complicaciones que puede acarrear una actuación médica.
Por el contrario, se habla poco de cómo plantear, de forma individualizada, las diversas opciones que siempre existen ante una enfermedad teniendo en cuenta, claro, las características psicosociales de cada enfermo.
El nivel de alfabetización sanitaria básica de nuestra sociedad es pobre. Si a eso se añade el impacto emocional que produce un diagnóstico determinado, sobre todo el de una enfermedad grave, los médicos deberían entender que hay que hacer algo más que pedir al enfermo que tome decisiones, después de exponerle una larga serie de estadísticas muy poco comprensibles para ellos.
Buena parte de los pacientes, hasta los más sagaces y fríos en la vida real, se asustan y confunden cuando se encuentran ante una situación médica trascendente. Incluso ni preguntan, aunque el médico les ofrezca respuestas a sus posibles dudas. Y ahí es dónde el profesional debe volcarse: Aconsejar, "mojarse".
Esa es la primera medicina personalizada que se debe ejercer. Luego, y sin menoscabar un ápice su importancia, está la que tiene que ver con la genómica.
No hay comentarios:
Publicar un comentario