lunes, 11 de junio de 2012

IntraMed - Puntos de vista - Neuroficciones


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11 JUN 12 | Escepticemia, por Gonzalo Casino
Neuroficciones

Sobre la tentación literaria en neurociencia y el derroche de fantasía en la divulgación

Escepticemia
 
Mucha de la investigación que se hace sobre el cerebro no es ciencia, sino literatura. Esta es la impresión que tienen algunos investigadores y que expresaba en una entrevista, exactamente con esas palabras, el neurocientífico español José María Delgado. Por “literatura” hay que entender aquí las interpretaciones gratuitas, los saltos especulativos, las investigaciones sesgadas por prejuicios y otras transgresiones del método científico. Queremos entender el cerebro y, como no nos alcanza con la ciencia, echamos mano de la literatura, que es otra manera de entender, pero muy diferente.

Parece llegado el momento de comprender científicamente la conciencia y el libre albedrío, la toma de decisiones y la creatividad, las bases neurológicas de la moral y de amor, de la adicción y de tantas otras conductas. Espoleados por el avance de la ciencia y la tecnología, en especial la supercomputación y la neuroimagen funcional, es fácil creer que la neurociencia está madura para entender todas estas cuestiones. Pero el problema, como advierten no pocos neurocientíficos, es que no es tan fácil diseñar los experimentos adecuados.

Disponemos de técnicas que nos crean la ilusión de “ver el cerebro” y de “leer la mente”. Pero lo que nos muestran las espectaculares imágenes de resonancia magnética funcional (fRM) o de tomografía por emisión de positrones (PET) son reconstrucciones estadísticas de la actividad cerebral que son difíciles de interpretar. Es verdad que con un PET es ya posible distinguir un tumor cerebral maligno de uno benigno, pero los investigadores están muy lejos de poder estudiar el amor filiar, la ideología o la moralidad de una persona. Sencillamente porque no pueden diseñar experimentos controlados.

Cada año se publican 60.000 estudios en el apasionante campo de la neurociencia. La mayoría son estudios que están centrados en un pequeño rinconcito del cerebro: una molécula, un circuito, una función más o menos conocida. Sólo un minoría se dedica a cuestiones más ambiciosas o más integradoras, porque ahí la ciencia empieza a perder pie. La realidad científica es que sabemos todavía demasiado poco sobre el funcionamiento del cerebro y que las explicaciones actuales son muy especulativas.

Sin embargo, la impresión que se traslada a la sociedad no es esa. La neurociencia, tal y como se presenta en los medios de comunicación, parece capaz de lidiar y explicar las más peliagudas cuestiones, desde la conducta antisocial y el cerebro homosexual, a las decisiones sobre asuntos económicos o cómo mejorar nuestras capacidades intelectuales. En un reciente estudio sobre la comunicación de la neurociencia en la prensa, publicado en la revista Neuron, se pone de manifiesto que las interpretaciones y conclusiones van más allá de los resultados científicos y tienden a apoyar los valores predominantes.

Los autores de este estudio identifican tres ideas o categorías predominantes: el cerebro como “capital” que puede optimizarse y administrarse; el cerebro como prueba diferencial (lo que distingue a hombres y mujeres, heterosexuales y homosexuales, adolecentes y adultos, criminales y gente de bien), y el cerebro como prueba biológica de las más diversas conductas y, por tanto, como legitimación de las correspondientes normas sociales.

La neurociencia, está claro, no puede desarrollarse al margen de la sociedad. Tanto la definición de los experimentos como la interpretación de sus resultados están condicionados por el modelo vigente de funcionamiento del cerebro. Y esto implica dos riesgos: para los investigadores, el de resbalar por la pendiente literaria, y para los comunicadores, el de caer en la pura ficción científica al servicio de ciertos valores dominantes. Para mantenerlos a raya y no crear neuroficciones conviene distinguir claramente la ciencia de la ficción.

Gonzalo Casino (Vigo, España, 1961) es periodista y pintor. Su curiosidad se enfoca hacia las confluencias del arte y la ciencia, el lenguaje y la salud, la neurobiología y la imaginación, la imagen y la palabra. Licenciado en Medicina, con postgrados en edición y bioestadística, trabaja en Barcelona como periodista científico e investigador y docente de comunicación biomédica, además de realizar proyectos individuales y colectivos como artista visual. Ha sido coordinador de las páginas de salud del diario El País y director editorial de Ediciones Doyma (después Elsevier), donde ha escrito desde 1999 y durante 11 años la columna semanal Escepticemia, con el lema “la medicina vista desde Internet y pasada por el saludable filtro del escepticismo”. Ahora ha reanudado esta mirada sobre la salud y sus intersecciones con la biomedicina, la ciencia, el arte, el lenguaje y otros artefactos en Escepticemia.com y en el portal IntraMed.
* Archivo completo de Escepticemia desde 1999

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