El 90% de los casos de ictus se pueden prevenir
El ictus es la segunda causa de muerte en España (la primera en mujeres), la primera de discapacidad adquirida en el adulto y la segunda de demencia. Según datos de la Sociedad Española de Neurología (SEN), cada año entre 110.000 y 120.000 personas sufren un ictus en nuestro país.
De ellos, un 50% quedan con secuelas discapacitantes o fallecen. Actualmente más de 330.000 españoles presentan alguna limitación en su capacidad funcional por haber sufrido un ictus. Aunque en los últimos 20 años, la mortalidad y la discapacidad por ictus ha disminuido, gracias a la mejora en la detección precoz de los síntomas, en el control de los principales factores de riesgo y en la introducción de nuevas medidas terapéuticas, como las Unidades de Ictus, la trombólisis o la trombectomía mecánica, su incidencia sigue aumentando. La Organización Mundial de la Salud (OMS) estima en que los próximos 25 años su incidencia se incrementará un 27%.
Un informe titulado "The Burden of Stroke in Europe" que aborda el impacto del ictus en Europa y ha sido realizado por un grupo de expertos del King´s College London alerta de que en los próximos 15 años aumentarán un 34% los casos de este accidente cerebrovascular en la Unión Europea (UE). El informe también detalla que el coste total estimado del accidente cerebrovascular en Europa fue de 45.000 millones de euros en el año 2015, coste que el estudio prevé que se elevará en años sucesivos.
También concluye que sólo el 30% de los pacientes reciben atención temprana en unidades de ictus en toda la UE. La proporción de personas que reciben tratamiento en una unidad de ictus varía de menos del 10% a más del 80%, dependiendo del lugar de Europa en dónde viva. Además, no hay servicios de terapia ambulatoria en dos de cada cinco estados miembros de la UE.
Por todo ello, el estudio, que revela que cada año se producen 17 millones de casos en todo el mundo (120.000 en España), pide que se mejoren los sistemas de información, que se apueste por la prevención, sobre todo en relación con la hipertensión arterial y la fibrilación auricular, que se apoye la investigación y que se considere el ictus como un caso de emergencia.
Urgencia
Un ictus es un trastorno brusco en la circulación sanguínea del cerebro que puede ser producido por oclusión arterial (el 85% de los casos) o por hemorragia (el 15%). Puesto que el cerebro necesita un aporte constante de oxígeno y nutrientes, que le llegan a través de la circulación sanguínea, el daño cerebral que produce un ictus depende en gran medida del tiempo en el que dura este trastorno y de la zona que se haya visto afectada. Por lo tanto, saber identificar los síntomas para acudir cuanto antes al hospital puede ayudar a mejorar significativamente el pronóstico de esta enfermedad.
Teniendo en cuenta que por cada minuto en el que una persona sufre detención o disminución de la circulación de sangre en el cerebro se pierden 1,9 millones de neuronas y 14 billones de conexiones neuronales, y que una hora supone un envejecimiento cerebral de 3,6 años y una pérdida de 120 millones de neuronas, el ictus es siempre una urgencia médica. Por ello, ante los primeros síntomas de ictus debe llamarse inmediatamente al 112 y no trasladar al paciente por medios propios al hospital o al centro de salud.
Por otro lado, los avances en el diagnóstico y el tratamiento de trastornos agudos se han traducido en mejoras de las patologías potencialmente mortales. Uno de los indicadores de la calidad de la atención es la mortalidad intrahospitalaria post-infarto agudo de miocardio, medida como el número de altas hospitalarias por fallecimiento en relación al total de altas por infarto agudo de miocardio.
Los datos en el Sistema Nacional de Salud (SNS) sitúan en el año 2014 las muertes post-infarto agudo de miocardio en 7,1 por cada 100 altas con diagnóstico de infarto agudo de miocardio, la mortalidad posterior a ictus hemorrágico en 26,4 y la posterior a ictus isquémico en 10,3 por cada 100 altas con esos diagnósticos. La tendencia es claramente descendente en los tres indicadores si comparamos el año 2014 con el 2005.
Prevención
El 90% de los casos de ictus se podrían evitar con una adecuada prevención, que pasa por la corrección y tratamiento de los factores de riesgo modificables: hipertensión arterial, diabetes, hipercolesterolemia, tabaquismo, obesidad, vida sedentaria, consumo de alcohol, terapias hormonales y enfermedades cardiacas previas.
Generar el hábito de control de la tensión arterial, el peso, la cintura abdominal y llevar a cabo un estilo de vida sano, que pasa por el abandono del tabaco y el consumo moderado de alcohol, reducir peso, hacer ejercicio y reducir la sal en las comidas, serían los principales consejos.
En todo caso, cuando se habla de prevención, hablamos tanto de llevar a cabo medidas para prevenir esta enfermedad en personas que no la han sufrido hasta el momento, mediante hábitos de vida saludables, como para evitar que el ictus se repita. No hay olvidar que el hecho de haber sufrido un ictus es un factor de riesgo para poder sufrir un segundo. Por lo tanto, estas personas, deben seguir un tratamiento farmacológico adecuado.
La edad es otro factor de riesgo, ya que la incidencia del ictus aumenta considerablemente a partir de los 60-65 años: un 5% de los mayores de 65 años de nuestro país han tenido un ictus. No obstante, el ictus, puede aparecer a cualquier edad: un 0,5% de todos los ictus se producen en personas menores de 20 años. Además, en los últimos 20 años ha aumentado un 25% el número de casos de ictus entre las personas de 20 a 64 años.
En los últimos 15 años, el número de pacientes atendidos en hospitales del SNS por enfermedades cerebrovasculares ha aumentado un 40%, lo que ha hecho que estas enfermedades sean ya la octava causa de hospitalización. Actualmente, es la entidad neurológica que mayor número de ingresos hospitalarios genera en España el 70% de los ingresos neurológicos y una de las patologías que requieren de mayor estancia hospitalaria y, consecuentemente, de mayor coste para los sistemas sanitarios. El ictus, es responsable del 3-6% del gasto total sanitario.
Código Ictus
Junto con el control de los factores de riesgo, otra de las claves en el control del ictus es la atención inmediata y especializada. Diversas fuentes muestran que el 97% de los pacientes que ha padecido un ictus no ha recibido un tratamiento adecuado, lo que incrementa el riesgo de desarrollar más lesiones neurológicas. De hecho, se estima que casi un tercio de pacientes de ictus o infarto cerebral podría salvar su vida o librarse de una grave discapacidad si fuera atendido rápidamente en las unidades específicas de esta enfermedad neurológica. El tratamiento precoz supondría salvar la vida a más de 6.000 enfermos de los 40.000 que cada año mueren en España por culpa de esta enfermedad. Sin embargo, la sanidad española sólo dispone de 25-30 unidades de ictus de las 95-100 que deberían existir para atender a toda la población afectada. La implantación generalizada de estos servicios de urgencias neurológicas supondría además un ahorro importante al sistema.
Pero la atención no compete únicamente a las Unidades de Ictus. Atención Primaria desempeña un papel fundamental en la prevención primaria, y en este sentido, debería disponer de los recursos materiales y humanos necesarios, así como de una formación adecuada. Asimismo, la prevención secundaria debería protocolizarse mediante el consenso de atención primaria y especializada.
Además, la atención del ictus requiere la adopción de planes de rehabilitación personalizados, a fin de lograr los mayores beneficios y las menores secuelas. Deberían establecerse los mecanismos y recursos apropiados para incorporar terapia ocupacional, logopedia y fisioterapia de alto rendimiento a la rehabilitación de aquellos pacientes que han sufrido un ictus.
El Código Ictus forma parte de una serie de acciones de prevención del ictus enmarcadas en la Estrategia Ictus, que se comenzó a implantar en 2008 y que en 2014 había cubierto el 60% de las necesidades previstas.
Daño cerebral adquirido
El Daño Cerebral Adquirido (DCA) es una situación clínico-funcional que puede ser ocasionada por diversas causas. El 80% de los casos de DCA son debidos a ictus o enfermedad cerebrovascular aguda, cuya incidencia y prevalencia aumenta proporcionalmente al incremento de la esperanza de vida de la población.
Tras la fase aguda de la enfermedad o proceso patológico que origina el DCA, quienes la han sufrido quedan inicialmente con diversos tipos de déficit y de intensidad variable, que pueden mejorar en función de distintos parámetros como el grado de afectación, la edad, y la comorbilidad de la persona, así como de la aplicación de terapias adecuadas. La valoración de pacientes en esta situación, así como el diseño y aplicación de las terapias más adecuadas dirigidas a la recuperación motora, funcional y cognitiva es lo que se denomina "Neurorrehabilitación" (NRHB).
Actualmente, la alternativa científicamente demostrada más eficaz para el tratamiento de pacientes con afectación de DCA es la neurorrehabilitación en sus distintas modalidades y técnicas. Esta disciplina requiere de una serie de conocimientos y habilidades específicas así como de un equipamiento e instalaciones concretas, por lo que sólo puede realizarse con garantía en centros que dispongan de una dotación de personal, equipamiento e instalaciones adecuadas y con una metodología de trabajo específica, que asegure una adecuada valoración y planificación integral, individualizada y coordinada de cada persona y la de su correspondiente entorno socio-familiar.
Las consecuencias del DCA, así como el consecuente proceso de NRHB necesario para la máxima recuperación posible de las personas afectadas, es un proceso dilatado en el tiempo que puede extenderse incluso décadas. A lo largo de este proceso asistencial intervienen diversos agentes en distintos ámbitos de atención y con objetivos complementarios que buscan como resultado final conseguir la máxima autonomía y participación social de la persona afectada y el restablecimiento de las redes sociales de las personas que no estando enfermas, participan de los efectos del DCA (cuidadores, familiares, entorno laboral,etc). La integración de agentes para lograr estos objetivos sigue siendo un reto, que hoy en día puede beneficiarse del gran desarrollo que se está produciendo en el terreno de los sistemas de información, las redes sociales y la progresiva disponibilidad de conexión entre agentes asistenciales y personas afectadas. Igualmente, la cada vez más implantada cultura del trabajo en equipo y del trabajo en red pueden ser otros elementos que puedan facilitar la necesaria integración del proceso asistencial para que las personas afectadas puedan lograr los objetivos previstos.
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