domingo, 26 de enero de 2014

Lo que hace un psicoanalista cuando psicoanaliza a un paciente - IntraMed - Artículos

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28 JUN 06 | Relaciones
Lo que hace un psicoanalista cuando psicoanaliza a un paciente
En la relación entre paciente y analista se anudan dos historias que van a configurar un nuevo vinculo. Un artículo del Dr. Luis Chiozza.

Dr. Luis Chiozza *
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ÍNDICE 
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* El Dr. Luis Chizza participará como disertante en las Jornadas IntraMed 2006 "Médicos del siglo XXI", para mas información haga click aquí.

1. La temática

Cuando analizado y analista se encuentran para realizar una sesión psicoanalítica y el paciente comienza a hablar de lo que se le ocurre, suele presentarnos un relato. A veces sólo se refiere a si mismo, a veces, al mismo tiempo que nos describe diferentes vivencias y sucesos, incluye dos, tres, o mas personas que se relacionan con  él o que mantienen vínculos entre si. Aún cuando el contenido del discurso del paciente no adquiera la forma típica con la cual se narra un acontecimiento o escena, y se manifieste en cambio como, por ejemplo, la descripción de un sentimiento, no es demasiado difícil descubrir, en ese discurso, la presencia de un relato implícito que permanece tácito.

El hecho de compartir idioma y experiencias nos permite entender, en una primera aproximación superficial, lo que el paciente dice. Ya sea que hable con un lenguaje claro y coherente, o entrecortado y confuso, aún en los casos en que su discurso posea un aspecto congruente es posible "auscultar" en ese discurso lagunas, nexos que han quedado rotos o que resultan poco convincentes, motivos que parecen pueriles o injustificados. Descubrimos de este modo un drama que se va desplegando en un conjunto de escenas, y que constituye nuestra puerta de acceso a lo inconciente. La compleja trama de significados frecuentemente aparece deshilvanada, con algunos de los "hilos" entretejidos desordenados y sueltos. Se nos revela así una cierta destrucción de la coherencia del sentido en lo que respecta a ese tema particular. Como si se tratara de realizar una paciente labor de crochet, el analista debe reconstruir el "dibujo" de la trama que configura la anécdota o el cuento. Necesita para ello de un "hilo conductor" que le permita "atar cabos", "levantar puntos sueltos" y rearmar  el "tejido".

Hallar un hilo conductor implica descubrir un tema que nos parezca esencial. Un tema es un argumento del cual se trata, un guión, un drama, una escena en movimiento que, como núcleo de significación, organiza el relato, lo hace inteligible en tanto le presta sentido restituyéndole, al mismo tiempo, la coherencia perdida. De acuerdo con lo que consigna el diccionario de la Real Academia, el tema es el asunto o materia de un discurso; musicalmente es un pequeño trozo de composición con arreglo al cual se desarrolla el resto de ella. La temática, en cambio, es el conjunto de temas parciales contenidos en un asunto general. Tener en cuenta alguna de las características generales que permiten definir una temática, nos ayuda a identificarlas dentro del material de la sesión psicoanalítica. Una temática es un conjunto de temas que son típicos y universales, como son los dramas. Acontece entre personajes, configurando una escena "en movimiento". Compromete una significancia, que es la importancia que posee el sentido. Y se desarrolla, en el tiempo como un proceso que se inicia, culmina y finaliza.

2. Lo típico y universal del drama

Si queremos descomponer en partes sucesivas un proceso que, una vez incorporado como procedimiento "automático", funciona como un conjunto indivisible, podemos decir que comenzamos por escuchar el contenido manifiesto, conciente, de lo que el paciente relata. Tratamos entonces de ubicar, dejando de lado cuestiones accesorias, el tema principal, el tema que nos parece esencial, el asunto acerca del cual, en ese momento,  se  habla. El drama propio y particular que el analizado transmite en su relato es siempre, al mismo tiempo, un argumento típico y universal que, en diferentes tiempos y ocasiones, distintas personas repiten de un modo similar.

Cuando el paciente no se expresa verbalmente y permanece en silencio, el analista puede trabajar con el material que, en presencia del paciente, él puede producir. El ordenamiento y procesamiento de los sentimientos, asociaciones y ocurrencias que constituyen la contratransferencia, da lugar a la construcción de un relato, a partir del cual es posible extraer una temática. Decimos que este relato, que el terapeuta formula "en silencio" y "para si mismo", está implícito en el analizado, y constituye así, en estos casos, el material sobre el cual comenzamos la tarea analítica. Los "guiones iterativos" como la exclusión, el desprecio, la excitación insatisfecha, la vergüenza, el miedo, la traición, la venganza, o la culpa, que hoy vive el paciente, son los mismos que a "uno" le están pasando, le han pasado o le podrán pasar. Por eso nos encontramos en otro ser humano con alguien como uno, al que denominamos "semejante".

Llamamos universal a lo que el paciente y el analista, por el hecho de ser seres humanos, tienen en común. Desde allí podemos volver a lo propio y particular del analizado y utilizar sus expresiones para describir su modo característico y singular de vivir la temática universal que hemos detectado. Cuando volvemos a lo individual aparece la desunión, aquello que es distinto de "uno". En este punto lo que era comprensión del paciente se torna de nuevo incomprensión, y se requiere un nuevo esfuerzo para lograr esa forma del conocimiento que denominamos empatía o simpatía.

A veces encontramos, en el material, varios temas que nos parecen muy diferentes entre si. Suele ser posible, sin embargo, integrarlos en una temática de un grado mayor de generalidad. Así, por ejemplo, el drama de los celos, la rivalidad, el amor prohibido, el privilegio y la injusticia, quedan comprendidos dentro de lo que Freud denominó complejo nodular de las neurosis: la problemática edípica. Del mismo modo que ocurre con las fantasías, puede haber supra y subtemáticas; el tema general de los celos puede desgranarse en múltiples subtemas particulares que aluden a distintos matices en la significación. La solución no se alcanza en estos casos recurriendo a un procedimiento obsesivo en el intento de buscar un denominador común que armonice los distintos asuntos. La cuestión reside en la posibilidad de encontrar uno que nos resulte esencial, en el sentido de que posee la capacidad de despertar ese sentimiento que denominamos "convicción". El test de "objetividad" que nos permite saber si hemos identificado adecuadamente una temática consiste en constatar si la mayor parte de los sucesos que aparecen en el material se tornan comprensibles y coherentes de ese modo.

3. La escena que los personajes configuran

El tema que identificamos en la sesión se refiere a un vínculo entre personas y aparece como una escena de la vida. El termino "escena" muestra la confluencia de dos vertientes. El diccionario de la Real Academia consigna que es un suceso vital que se considera un espectáculo digno de atención y, también, el sitio en el que se ejecuta la obra dramática, es decir, teatro, representación. Vida y teatro, realidad y ficción representativa, son los dos parámetros dentro de los cuales oscila el proceso analítico, ya que el analista se “presta” para que el paciente, en su vínculo con él, “reviva”, es decir re-presente, sus modos habituales de sentir, de hacer y de pensar.
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Cuando buscamos un argumento típico, podemos hacerlo desde diferentes enfoques. Si hablamos de triangulo edípico estamos usando conceptos abstractos y generales provenientes de una descripción basada en la metapsicología, que toma sus modelos de las ciencias fisicomatemáticas. (Es decir: fuerzas, relaciones, causas, mecanismos y efectos, o, también, la resultante geométrica de vectores que constituye el "more geométrico"). Si nos referimos, en cambio, a la leyenda de Edipo, utilizamos un tipo diferente de lenguaje, que se acerca al ámbito de la literatura y el teatro. (Es decir: un drama que ocurre entre personas, que posee una significación, que transmite un mensaje, discurso o sentencia, cuyo sentido inteligible, descifrable, configura el "more lingüístico"). En la leyenda de Edipo encontramos un drama universal, pero la temática que lo constituye es todavía una representación "descarnada", una especie de arquetipo general en el cual la abstracción, aunque menor que en el caso de la fórmula metapsicológica, persiste. Si progresamos en una metahistoria que intenta comprender la dramática del paciente en los términos que corresponden al "lenguaje de la vida", el Complejo de Edipo se nos configura como un conjunto de escenas que condensan emociones intensas, porque sus imágenes funcionan como símbolos cuyo significado forma parte de la experiencia cotidiana de la mayoría de los seres humanos. La ambición edípica de la niña, por ejemplo, puede quedar plasmada en una representación típica y universal, la de "la nena que se viste con los zapatos y la cartera de la mamá", adquiriendo así su investidura.

Buscamos, entonces, reconocer una temática bajo la forma de una o varias escenas que se aúnan para representar múltiples afectos y significados dentro del sentido coherente que llamamos argumento. Es importante subrayar la circunstancia de que la captación "en bloque" de una temática típica y universal (por ejemplo, la nena con los zapatos de la mamá) no sólo transmite el elemento puntual del Complejo de Edipo sobre el cual recaía la atención y la intención comunicativa, sino que nos obsequia, inesperadamente, con otros elementos de una significación más completa. En el caso tomado por ejemplo podrían quedar representados por la dificultad de la nena para lidiar con los zapatos, dificultad que simboliza las vicisitudes traumáticas de la seudoidentificación.

4. La significancia comprometida en la temática

El tema que buscamos no se refiere a un asunto o situación cualquiera, tiene que describir un drama que nos importe, que despliegue una significancia que abarque una unidad de sentido. Si el paciente menciona, por ejemplo, que "hace frió", esto, por si sólo, no constituye una temática; falta el argumento, la anécdota, aquello que permite completar su significado. Una noticia que se refiere a una "crónica" de sucesos ordenados de acuerdo con un vector temporal no es lo mismo que una novela aunque se comprenda su sentido, porque la novela constituye una secuencia dramática ordenada en función de un sentido pleno de significancia. La información, por si sola, posee un significado, pero su importancia, si es que la tiene, nos es desconocida. La guía telefónica, por ejemplo, es un compendio de datos cuyo significado comprendemos aisladamente, pero, aunque el significado "conjunto" de esos datos adquiere la importancia propia de una guía, no se encuentra en ella dato alguno acerca de la significancia que posee cada uno de las informaciones aisladas que contiene. Un soneto de Shakespeare, en cambio, posee una información mucho menor (ya que puede almacenarse en menos bytes) pero una gran riqueza de sentido. El término “riqueza” alude aquí a una significancia  que puede conmovernos.

Si nos enteramos  que el Sr. X es titular de una línea telefónica identificada por el numero Z, esta información, aislada del contexto, carece de significancia. La respuesta generada por tal información suele ser la expresión "¿y?", que implica la solicitud de un contexto. Nuevas informaciones generarán posiblemente nuevas interrogaciones por el sentido, nuevos "¿y?". Por fin una de estas informaciones, resignificando todo el conjunto, generará, como enunciado de respuesta, un "ah", significando que hemos comprendido. El psicoanalista escucha el relato del paciente de un modo similar, recibe información, se "entera" acerca de sucesos, hasta que llega un punto en el que siente que ha entendido lo esencial. Se trata aquí  también de un proceso que implica una secuencia de "¿y?" y que finaliza concretándose en un "ah".

5. La secuencia temporal

La temática implica un proceso que se desarrolla en el tiempo, culmina y finaliza. La identificación de un drama significativo durante la sesión psicoanalítica entraña un proceso de síntesis y de desarrollo. Tal como ocurre con el titulo de una novela, podemos resumir una temática en una frase que contenga lo fundamental, por ejemplo: "príncipe y mendigo", "la ventana indiscreta", "el poder y la gloria". Una temática también puede sintetizarse en una escena que condensa múltiples significados, por ejemplo: una nena vestida con los zapatos de la mamá, el primer día de clase, papá y mamá discutiendo mientras los niños miran, un padre que en el día de la boda de su hija rehúsa bailar con ella. Esta operación de síntesis permite reconocer y nominar el asunto que el paciente trae, pero, para poder comunicarle verbalmente el sentido esencial de la temática que hemos descubierto, es necesario "desplegar" sus significados. Hablar requiere un desarrollo en el tiempo: una secuencia que comienza, continúa, culmina y finaliza. Si en la fachada de un teatro colocamos la foto de Sir Lawrence Olivier en el papel de Otelo asesinando a Desdémona, quien conozca esa obra de Shakespeare es posible que encuentre en esa escena el tema esencial de esa tragedia, pero, si deseamos transmitirlo a quien lo desconoce, es necesario  que construyamos un relato que haga inteligible el sentido de la escena. Una escena es visual, y sus significados se captan  de un modo gestaltico y simultaneo cuando se posee la información necesaria. Comunicar ese significado con palabras, o con imágenes, a quien no posee la información pertinente implica una secuencia temporal. Algo similar puede decirse del contenido comunicativo que poseen gestos, movimientos y actitudes. Freud señalaba, refiriéndose a un juego que una de sus pacientes realizaba con un monedero, aquellos cuyos labios callan hablan con sus dedos.  Debemos agregar también los síntomas, atribuidos a trastornos en el cuerpo, y los signos que corresponden a las alteraciones físicas objetivamente perceptibles, ya que ambos se expresan en lo que Freud denominaba el lenguaje del órgano (organsprache).

Hemos reconocido una temática que por su universalidad nos incluye de manera tal que, mientras el paciente es protagonista del drama que él plantea, inevitablemente nos sentimos implicados en alguno de los roles de ese drama. Podemos, por este motivo, desde allí, llegar a comprender cuales son los afectos involucrados. Una de las formas universales adquiere, entonces, actualidad en el vínculo. Si, a los fines de su análisis, observamos únicamente lo que ocurre al paciente, podemos decir que ha transferido al presente una situación pasada.

Cuando nos preguntamos cuál es la transferencia solemos pensar en primera instancia en el sentimiento que el paciente experimenta, hacia la persona del medico, en el instante puntual de una sesión psicoanalítica y solemos descuidar que ese sentimiento no es en realidad la transferencia sino que surge, a raíz de ella, como emergente de un proceso que se está dando entre ambos. Si tenemos en cuenta que la transferencia no es el sentimiento movilizado, sino el proceso movilizante, cobramos conciencia de que la importancia de ese proceso, que implica el "viaje" de un afecto desde un objeto a otro, recae sólo transitoriamente en el objeto actual. La importancia de un objeto no depende de que sea originario o actual, ya que surge por el hecho de haber sido estructurado como objeto de esa transferencia. Nos encontramos ante un caso particular de aquello que afirmaba Freud cuando sostenía que, entre los distintos elementos que podían distinguirse en el ejercicio de una pulsión, el objeto era el que podía sustituirse con mayor facilidad.

Cuando Freud se refiere a los sentimientos que el paciente experimenta respecto de su psicoanalista, desde el comienzo mismo del tratamiento, considera imposible que se hayan originado en la circunstancia actual y señala que el paciente esta haciendo una transferencia de sentimientos propios de otras situaciones con personas auténticamente importantes  en su vida como lo fueron sus padres. Agrega que este falso enlace entre un acontecimiento importante del pasado y otro nuevo, que en realidad seria menos significativo, se da siempre. En el caso particular de un tratamiento medico ese falso enlace o transferencia ocurre inevitablemente con el terapeuta y las personas de su entorno. La situación transferencial creada por el psicoanálisis se diferencia de la que surge en los otros tratamientos médicos por el hecho de que el psicoanalista utiliza la transferencia, reconociendo su existencia, analizándola e interpretándola, como un instrumento del proceso terapéutico.

6. La repetición de un modelo “adquirido en la infancia”

Freud considera, desde un punto de vista metapsicológico, que el proceso psíquico transferencial se produce cuando una representación accede al sistema consciente-preconsciente. La transferencia es entonces el trayecto que realiza una carga que, proviniendo del inconsciente, recae sobre una representación preconsciente que “coincide” con una percepción del presente. La primera transferencia surge del inconsciente ancestral, filogenético, que nunca  ha sido reprimido porque nunca ha llegado a la consciencia. Cuando analizamos, por ejemplo, el complejo de Edipo en la relación con los padres de la historia personal, damos por  implícito que, sobre él, se esta realizando ya una transferencia que proviene del complejo de Edipo original, el que Freud refería a la horda primitiva. Al revivir la problemática edípica lo que se excita, entonces, son aquellos elementos del complejo de Edipo que pertenece a la parte "ancestral" del sistema inconsciente.

Freud, ampliando la comprensión del fenómeno, se refiere también a la transferencia como la reedición actual de acontecimientos que han ocurrido en la infancia. Este concepto, que involucra a los anteriores, otorga importancia a la biografía personal, ya que una situación afectiva infantil y pretérita se repite sistemáticamente en la vida futura. De este modo comprendemos los sentimientos actuales del paciente en función de un modelo de relación que, como tal, se estructuró en la infancia y, ahora, en lugar de ser recordado como una manera de relacionarse que pertenece al pasado, se revive inconcientemente en la acción concreta del momento presente, repitiéndose una vez más.

Podríamos preguntarnos por qué razón decimos que el modelo se gestó en la infancia y no decimos que se originó en la adolescencia o en la vida prenatal. La infancia adquiere para el psicoanálisis un carácter prototípico porque los vínculos que en ella se establecen son, entre los que pueden ser recordados y verbalizados, los más precoces. "Lo infantil", por este motivo, se arroga la representación del origen de la transferencia.  Sabemos, sin embargo, que el complejo de Edipo infantil, clásico (que ha podido ser reprimido y puede llegar a ser recordado porque se ha construido en el preconsciente)  se constituye en base a transferencias de contenidos prenatales, relativos a las experiencias filogenéticas, que han sido heredadas. Este último complejo de Edipo, heredado, no puede ser recordado y, por lo tanto, sus elementos no aparecen en las asociaciones del paciente, sólo encontramos algunas de sus manifestaciones a través de los mitos y de los sueños. El psicoanálisis se referirá a ellos en términos de símbolos universales o, si es otro el sistema de conceptualización empleado, hablará de disposiciones innatas.

Cada hijo se encuentra "en la realidad" con una madre distinta, porque la "ha hecho" distinta mediante sus transferencias. Lo mismo ocurre con el analista, dos pacientes que se analizan con la misma persona se encuentran con un analista distinto  porque lo "construyen" distinto a partir de sus distintas transferencias. Si tenemos en cuenta los conceptos de Korzybski acerca de la relación existente entre mapa y territorio, podemos pensar que los vínculos se establecen de acuerdo con modelos que provienen de un "mapa del mundo" que implica también un estilo particular, propio de cada sujeto, en la tarea de cartografiar la realidad. A través de ese mapa y de ese estilo se contempla el "territorio" de la vida y se prefigura de esta manera el tipo de relación que se establece con ella. De modo que la realidad actual del paciente es la nueva versión de un viejo tema infantil que,  por su insoportable significancia, es imposible recordar. Los vínculos que las personas establecen suelen estar impregnados por una importancia que “no corresponde a la realidad", sino que depende de la transferencia de las figuras paternas sobre los substitutos actuales, y esto conduce a que se comporten de acuerdo con este "falso enlace". Decimos que este enlace es falso porque, aunque sabemos que no tenemos acceso a ningún tipo de enlace que podamos considerar definitivamente "verdadero", pensamos que podemos concebir otro que, en la medida en que nos parece más adecuado a la situación actual, nos parece mejor.

Podemos ejemplificar esto con el material de una sesión en que la paciente relata que su hijo sólo le informará del nacimiento de su nieto luego de que se haya producido, evitando de este modo que ella se haga presente durante el acontecimiento. En seguida relata una situación laboral en la que se ha sentido desubicada con sus superiores y compañeros. En la sesión se percibe un clima de incomodidad. En su relato manifiesto el drama queda representado en términos de la descolocación que padece como abuela y empleada. Se trata de un mismo tema en dos contextos diferentes. También sabemos que el relato alude a la incomodidad actual que deriva de un sentimiento de "descolocación" respecto del analista durante esa sesión del tratamiento. Si dirigimos nuestra atención hacia los otros ámbitos en que se desarrolla su vida, descubriremos que habitualmente se siente descolocada. Cuando tenemos en cuenta la "cotidianeidad" de esa temática en esta paciente, podemos inferir que en su infancia ha existido una situación que ha gestado ese modelo de comportamiento habitual. Basándonos en la universalidad de esta temática construimos una escena infantil en la cual la protagonista es una niña que siente, frente a sus padres, que no le dan "su lugar", que la ubican, en cambio, en otro, donde esta permanentemente incómoda. En este punto acude a nuestro recuerdo que nos ha relatado alguna vez su desdicha porque sus padres esperaban que naciera varón. Pero aclaremos enseguida que no será la comunicación de este “descubrimiento” lo que podrá liberarla de la repetición de una conducta que, nacida de un malentendido transformado en prejuicio, logró convertirse en destino. El prejuicio, como un trayecto facilitado, como la rayadura de un disco, no puede ser “borrado” mediante el recurso de un solo recorrido “en forma”, sólo podrá ser “cancelado” cuando una repetición suficiente de ese recorrido establezca, a través del hábito, otro pre-juicio de una persistencia pareja.

Una vez identificada la temática, observamos si se repite en otros contextos durante la misma sesión. y también la buscamos en las vicisitudes de su vida cotidiana. Desde allí inferimos (o recordamos) una situación infantil del paciente que podemos interpretar como "gestora" de ese patrón de conducta que deriva de, y a la vez contribuye a constituir, su mapa del mundo. En el mejor de los casos la escena infantil específica surge como un recuerdo del paciente, en otros es el propio analista quien recuerda esa escena relatada por el paciente en otra oportunidad. Si no ocurre de este modo siempre resta la posibilidad de construirla a partir del carácter universal del drama al cual se alude.

Cuando hemos identificado el modelo contenido en la temática actual, lo hemos reconocido en el comportamiento habitual del paciente, y hemos ubicado su origen en una situación infantil, hemos, recién entonces, interpretado (para nosotros mismos todavía, y en silencio) la transferencia presente. Agreguemos ahora que, cuando decimos “hemos ubicado su origen”, estamos utilizando una representación temporal (que responde a la idea de génesis) por obra de la cual el presente surge como un producto del pasado. Sin embargo, si queremos ser rigurosos en la concepción teórica, deberíamos decir que la representación temporal, que imagina un pretérito, es siempre una construcción hipotética a partir de un modelo de relación que observamos en el momento actual.

7. La modalidad del vínculo que el paciente y el psicoanalista comparten

Una tarea  semejante a la que hemos realizado con el paciente nos permitirá elaborar nuestra contratransferencia. López Ballesteros utiliza el termino "transferencia recíproca" cuando, en su traducción de Freud al castellano, alude a la contratransferencia, lo cual resulta especialmente adecuado para subrayar que toda contratransferencia equivale, indudablemente,  a una transferencia realizada por el analista. "Contratransferencia" es la palabra que utilizamos porque queremos referirnos al hecho de que la transferencia del analista es la respuesta a la transferencia del paciente. Habitualmente, cuando se pregunta "¿cuál es la contratransferencia?", se suele responder enunciando el sentimiento que el analista experimenta frente a su paciente, pero, en realidad, para que la respuesta se refiera a la contratransferencia, debería incluir la comprensión de esos sentimientos como repetición actual de un modelo de relación que se gestó en la infancia del terapeuta. La comprensión de la contratransferencia puede ser simultánea, posterior, o preceder a la tarea de analizar e interpretar como se produce la reedición del modelo infantil del paciente en la transferencia.

Racker, quien acumula sobre sí la mayor parte del mérito por haber transformado la contratransferencia en un instrumento de la técnica psicoanalítica, sostiene que la intención de comprender al paciente crea la predisposición a identificarse con él. Si se identifica el yo del analista con el del paciente y puede decirse, con inexactitud terminológica, agrega Racker, que se identifica cada "parte" de su personalidad con la que le corresponde al paciente (su ello con el ello, su superyo con el superyo del analizado) nos hallamos frente a las denominadas "identificaciones concordantes" u "homólogas". Se siente lo ajeno como propio o se equipara lo propio con lo ajeno. Hay otras identificaciones que Racker denomina "complementarias", que corresponden a las identificaciones del yo del analista con los clásicamente denominados "objetos internos" del paciente, es decir con los personajes significativos de su historia. Aquí el analista  se siente tratado como si él fuera esos objetos, o sea se identifica con ellos, y desde esa identificación comprende las situaciones vitales del analizado. A veces sin embargo la concordancia o la complementariedad se presentan en la forma inversa. El analista puede estar identificado con el yo del paciente y este último con sus objetos internos. También puede suceder que ambos queden identificados con los objetos internos del paciente.

8. La operación del recuerdo

En la relación entre paciente y analista se anudan dos historias que van a configurar un nuevo vinculo. Por esto necesitamos tener en cuenta que, si bien es cierto que el personaje que el analista contratransfiere depende de lo que el paciente le transfiere, también necesitamos considerar cómo se relaciona ese personaje con alguien de la propia infancia del analista, alguien que el analista “ha visto” encarnado en su paciente. A través de la emergencia de recuerdos logramos una mejor escenificación de la fantasía transferida, ya que el interjuego entre las vidas "pretéritas" del analista y del analizado es precisamente aquello que conmueve al terapeuta y le otorga un mejor acceso a los significados que intenta develar.

Todo recuerdo, se trate de una escena “fija”, o de un conjunto en movimiento, constituye una historia que lleva implícita una temática particular. Pero las historias y los recuerdos, como las cajas chinas, se contienen, interminablemente, unos dentro de otros, de modo que cada uno de ellos recubre y oculta algún otro, con un significado distinto,  que actualmente se prefiere ignorar. Si el analista, mediante su interpretación, consigue alterar el significado de la historia que impregna la actualidad del paciente, funcionará, en ese momento del vínculo, como un personaje “inesperado” que “ingresa” en la trama de la historia que el paciente transmite, como si lo hiciera “transportado” desde una historia distinta.

Aunque el analista frecuentemente utiliza sus propios recuerdos infantiles, la emergencia de estos recuerdos durante la sesión psicoanalítica generalmente le pasa inadvertida, es decir que no suele reparar en el hecho de que lo que emerge en su conciencia es un recuerdo infantil. Un paciente, por ejemplo, relata que su abuela siempre le decía "me voy a tirar por la ventana" y que " al final murió diabética en la cama"; el analista recuerda que su madre, siendo él un niño, le decía frecuentemente, "me voy a tirar al río". Aunque el analista siempre supo, y podía recordar, aquello que su madre repetía, si se le hubiese preguntado antes de ahora si su madre lo solía amenazar con el suicidio, hubiera respondido que no. El significado de su propio recuerdo y la interpretación de que las palabras de la abuela del paciente constituyen, (como amenaza de suicidio) una extorsión melancólica, forman parte de un mismo acto de conciencia. Suele pasar desapercibido que el recuerdo aparece en el instante en que se recupera la vivencia reprimida, pero dado que esa represión, en el analista, se "levanta a medias", el pensamiento de " a mi también me sucedía", no adquiere, en el terapeuta, una conciencia plena. Por este motivo no se destaca lo suficiente que, cuando el analista interpreta bien, siempre recupera el significado de algún recuerdo infantil, aunque no siempre lo perciba.

9. La elaboración del padecer compartido

Señalemos, de paso, un importante aspecto sobre el que luego volveremos, Racker sostenía que el proceso analítico trata siempre con una "dipatía", es decir, con un padecer compartido. Si profundizamos en este pensamiento, llegamos a una conclusión que, a primera vista, parece inadmisible: la única posibilidad operativa de un proceso analítico se da siempre en el lugar en que el “punto de urgencia” del paciente coincide o confluye con el del analista. Cuando el analista comprende, en realidad re-siente, "resentir" es sinónimo de "recordar lo que sentí". "Re-cordar", a su vez, significa "volver al corazón", es decir que se trata de una reminiscencia acompañada de afecto. El analista comprende porque la situación presente le permite colocar ahora, en el centro de sus sentimientos actuales, algo que una vez sintió. El drama del paciente vive, entonces, (a través de esta posibilidad de identificación) en el analista, y le permite interpretar. Cuando la interpretación surge de este modo, obtenida desde una identificación concordante, disminuye el sufrimiento del paciente, porque entonces posee la amplitud necesaria para comprender, al mismo tiempo, aquello que se intenta reprimir y el motivo de esa represión.

Nos referimos antes a que todo psicoanálisis es el análisis de un vinculo y que, por lo tanto, se realiza siempre en una coincidencia del los puntos de urgencia de paciente y analista. Esto significa que, cuando descubrimos una temática, el guión construido es el producto de una coincidencia de intereses e importancias comunes que, como conflictos vitales, necesitan ser resueltos tanto por el paciente como por el psicoterapeuta. Precisamente esta circunstancia conduce a que el psicoterapeuta no sólo tolere el sufrimiento derivado de una contratransferencia insuficientemente elaborada, sino que encuentre el interés necesario para vencer sus contraresistencias. El analista puede luchar contra esas contraresistencias en la medida en que descubre la importancia que posee para él, como factor de crecimiento y cambio (personal y profesional) el enfrentamiento con sus propios núcleos irresueltos  y con sus propios puntos de urgencia.

Afirmamos que un proceso psicoanalítico genuino implica una coincidencia de temáticas e intereses entre paciente y analista, pero eso no significa que deban compartir necesariamente el mismo grado de elaboración de ese punto de urgencia. Que una persona juegue al ajedrez mucho mejor que otra, no necesariamente lleva implícito que una partida entre ambas carezca de todo interés. En el que sabe más, tanto como en el que sabe menos, puede subsistir el deseo de seguir aprendiendo o, también, es posible que  la partida le importe al que más sabe porque, cuando observa la incapacidad del inexperto para resolver un problema, percibe una representación “amplificada” de su propia incapacidad.      

Cuando en la sesión psicoanalítica no se produce una elaboración "mutua' del punto de urgencia compartido, suele ocurrir que, entre los temas que el paciente relata, aquel que se refiere a ese punto de urgencia transcurra "rápidamente", sin que el psicoanalista que asiste a su transcurso pueda detectarlo como una "fantasía básica" importante. Cuando, en cambio, intentamos resolver un punto de urgencia compartido, el tema se "detiene" como se detiene la escena de un film, en una moviola, cuando se intenta reparar en esa escena. Es como si se produjese un silencio que separa un continuo musical en dos tiempos. Ese "silencio" funciona como una especie de vacío o hueco que espera ser "llenado" por la significación resistida. Más que como una pregunta formulada se presenta como un signo de interrogación sin palabras. Muchas veces el paciente hablará para evitar que el silencio lo enfrente con ese interrogante eludido, y el analista deberá "construir", entonces, ese "silencio" que le permite escuchar y escucharse. Pero se trata de un silencio que, muchas veces, es difícil soportar. Cuando el psicoterapeuta, por ejemplo, no soporta el "silencio" oculto en un hablar "verborrágico" del paciente y sucumbe a su propia angustia, suele ocurrirle esa forma de adormecimiento que Cesio denominó letargo, afirmando que constituye la enfermedad profesional, por excelencia, del psicoanalista, y que toda significación resistida aparece, por primera vez, manifestándose de esa manera.

Cuando, a través de un logrado equilibrio entre el hablar y el callar, se logra ese momento compartido en el cual paciente y analista están involucrados, simpáticamente, en una misma temática que “llena” el silencio, no sólo se produce la coincidencia que llamamos "encuentro", sino también la conciencia de transitar la misma ruta. Se configura de este modo, en el proceso psicoanalítico, algo similar a la "camaradería itinerante" que Weizsaecker postulaba como la condición esencial de cualquier acto médico. Sin embargo una similar camaradería no puede ser la obra de un sólo y particular encuentro, sino el producto de los múltiples vaivenes de la elaboración, durante los cuales cada re-conciliación de una disidencia genera un refugio para que el retoño de la próxima esperanza sobreviva a la incomprensión que fatalmente retorna.


 
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