Nuevo libro del Dr. Luis Chiozza | 13 DIC 16
La enfermedad: de un órgano, de una persona, de un pueblo
El abordaje siempre profundo y revelador del Dr. Luis Chiozza sobre el complejo fenómeno de la salud y la enfermedad
Fuente: IntraMed
Un nuevo libro del Dr. Luis Chiozza que despliega su perspectiva integradora y multidisiplinaria acerca de los puntos de vista sobre la enfermedad. El psicoanálisis, la biología, la socielogía y la cultura en un texto apasionante.
Editorial:PAIDÓS
Isbn: 9789501294651
Fragamentos del libro
Del capítulo Todo es según el color del cristal…
Una infección en un dedo puede ser considerada, según “desde dónde” se la contemple, como una enfermedad local o como un trastorno general (diabético, por ejemplo) que se manifiesta en un lugar. La enuresis infantil puede ser contemplada como la neurosis de un niño “que se hace pis en la cama”, o como una manifestación de los vínculos “enfermizos” de una familia. La realización de un delito puede ser contemplada como la degradación moral de una persona o como la manifestación de un trastorno “patológico” en el espíritu de una comunidad “social”. Ninguno de esos puntos de vista excluye a los demás, sino que, por el contrario, cuando se complementan aumentan nuestras posibilidades de influir sobre los hechos.
En la Edad Media, se consideraba que lavarse era lujuria y arrogancia y que los piojos eran “perlas de Dios”. Aún en la época de Shakespeare, se “cultivaba” la suciedad en el cuerpo. En el lujoso palacio de Versailles, no había toilettes. Se ignoraba, además, que en las epidemias el contagio podía ocurrir mediante portadores “sanos”. La comunidad civilizada, que hoy valora la higiene corporal, tiende a ignorar, sin embargo, que una grave enfermedad del espíritu, que afecta a nuestra época, se “contagia”, como se propaga una epidemia, a través de “portadores” (de pensamientos erróneos y conductas inmorales) que viven (con la suciedad en el alma) de un modo que, muchas veces y desde una apreciación superficial, se suele considerar “envidiable”.
Mientras miramos con el microscopio lo infinitamente pequeño, y con el telescopio lo infinitamente grande, nos sentimos en el centro de todo el universo. Desde allí, desde ese “centro”, que constituimos como “individuo” humano, vemos hacia un lado la enfermedad de un órgano, y hacia el otro la que sufre una persona “entera”, una familia o el espíritu de un pueblo, como entidades malsanas que, sin duda, se influyen entre sí, pero que son diferentes. Los desarrollos actuales de distintas disciplinas nos muestran, sin embargo, que todos esos procesos que, aunque aparentemente difieren, evolucionan juntos, pueden ser contemplados como distintos aspectos de un mismo y “único” trastorno.
Del capítulo La enfermedad de un órgano y de una persona
Entender mecanismos no es nuestro único modo de entrar en relación con los hechos e influir sobre ellos. Vivimos en un rico mundo de significación, un mundo semántico sin el cual nuestra vida carecería precisamente de lo que denominamos “sentido”. Dado que los síntomas que el enfermo relata provienen de sus sensaciones “somáticas”, que son subjetivas, es natural que todo médico encuentre, en su práctica clínica, que los síntomas expresan emociones que el paciente reprime. Pero no sólo los síntomas, sino también los signos de las enfermedades, que se perciben de manera objetiva, aunque a veces puedan explicarse como los efectos que una causa produce, pueden ser comprendidos como símbolos (o “gestos” expresivos inconscientes) que al mismo tiempo sustituyen y representan afectos que permanecen reprimidos.
Establecer la relación entre un efecto y su causa nos permite explicar “cómo” ha sucedido un accidente que ha producido, por ejemplo, la fractura de un brazo. Ubicarlo dentro de una serie de motivos (conscientes o inconscientes) que se dirigen hacia un fin nos permite comprender “por qué” y “prever” su repetición. Entre las alteraciones corporales hay algunas cuyo significado permanece cercano a la consciencia. El lenguaje popular reconoce, sin duda, vínculos como el que existe entre el miedo y la diarrea. Walter Alvarez señala (en Nerviosidad, indigestión y dolor) que Esopo, en sus fábulas, escribe que el lobo se asustó y defecó tres veces. De modo que, aunque no siempre es “tan fácil”, hay signos y síntomas que pueden ser comprendidos como la expresión de emociones cuya verdadera magnitud se reprime.
Del capítulo La enfermedad de una familia
Una vez comprendido que los restos perdurables del apego infantil que “florece” en la familia se extienden hacia otras relaciones que pueden llegar a adquirir una gran significancia en nuestra vida, podemos reconocer, en ese proceso, dos extremos de una serie que trascurre desde una actitud “recalentada” (que algunos apodan “familitis” o, a veces, “familismo”), que conduce a que, fuera del ámbito familiar, sólo se establezcan relaciones que son tibias o frías, hasta la que vemos en las personas intensamente volcadas hacia un mundo “social” cuyo atractivo substrae, de un modo excesivo, el afecto de lazos familiares que, muchas veces, ya nacieron débiles.
Entre quienes se ubican en este último extremo, podemos encontrar algunos que, intentando restablecer el abrigo que otorga una pertenencia, integran las denominadas tribus urbanas. Se autodesignan con nombres frecuentemente extravagantes y se asocian en “barras”, patotas o grupos que, si bien no siempre realizan actividades ilegales o dañinas, suelen discrepar con la cultura de la ciudad que habitan. Mencionemos, por fin (siempre en relación con el affectio societatis, que surge o se asocia con la amistad y la familiaridad), que en una cultura actual, que se caracteriza porque dentro de ella es cada vez más difícil el respeto de los derechos individuales, abunda la constitución de gremios, colegios profesionales, sindicatos, asociaciones patronales o de “protección al consumidor”, que se sustentan con el propósito, muchas veces ilusorio, de custodiar esos derechos.
Del capítulo La enfermedad de un pueblo
En la medida en que adquirimos una mayor consciencia de que nuestra vida se constituye indisolublemente entretejida con los seres con los cuales convivimos, nos damos cuenta de que los pensamientos que pueblan nuestra mente, y codeterminan nuestros sentimientos, forman parte del alma colectiva que constituye el espíritu que nos mancomuna. Podemos decir, entonces, que desde allí, desde ese espíritu que nos impregna, no sólo nos contagiamos pensamientos que contribuimos a difundir, sino también, y sobre todo, la convicción con la que sostenemos los que el consenso avala.
Luego de comprender que las enfermedades del cuerpo ocultan la historia, reprimida, de los trastornos en el alma que no hemos podidos resolver de otro modo, nos encontramos con el hecho de que los dramas que sufrimos en el alma pueden ser contemplados como una perturbación más extensa, radicada en el conjunto de almas que conviven conformando el espíritu de una existencia colectiva. Tal como lo expresamos en el comienzo de este libro, hoy no cultivamos la mortificación de la carne, sino que, por el contrario, concurrimos al gimnasio para obtener un cuerpo saludable. Pero solemos negar que aceptamos con demasiada naturalidad los productos de la envidia, los celos, la rivalidad y la culpa, sin adquirir consciencia de que vivimos contagiándonos −como sucede con los microbios que en una epidemia nos infectan− los pensamientos erróneos que derivan en los hábitos y los vicios del carácter que sostienen los sentimientos que constituyen la suciedad del alma.
Datos biográficos Dr. Luis Chiozza
Nació en Buenos Aires en 1930 y se graduó como médico en 1955. Fue Miembro Titular en función didáctica en la Asociación Psicoanalítica Argentina y Titular de la cátedra de Psicofisiología de la Universidad del Salvador de Buenos Aires. Fue Miembro fundador del Centro de Investigación en Psicoanálisis y Medicina Psicosomática.
Es Director del Centro Weizsaecker de Consulta Medica y del Instituto de Docencia e Investigación de la Fundación Luis Chiozza. Presidente Honorario del Istituto di Ricerca Psicosomatica-Psicoanalitica Arminda Aberastury de Perugia, Italia.
Miembro del Comité Asesor del International Journal of Neuropsychoanalysis (Karnac, London-New York) y del Analytic Psychotherapy and Psychopatology, publicado por la Clínica Psiquiátrica de la Universidad de Roma.
Miembro del Comité Promotor de Seminarios, en el Istituto di Psicologia, Facolta Medica, Università degli Studi di Milano, y Miembro del Comité Consultor Internacional de la Rivista della Società Italiana di Antropologia Medica.
En 1996 le fue otorgado el Premio Konex en Psicoanálisis.
En 2004 la Comuna de Génova le otorgó el "Grifo D’ Argento".
En 2009 la Universidad Nacional de Río Cuarto le otorgó al Dr Luis Chiozza el título de “Doctor Honoris Causa” en reconocimiento por sus desarrollos científicos y sus cualidades personales.
También en 2009 fue nombrado “Visitante Distinguido de la ciudad de Río Cuarto” por el Concejo Deliberante de Río Cuarto.
Ha publicado numerosos libros sobre los significados inconcientes de los trastornos orgánicos y sobre la técnica psicoanalítica en Argentina, España, Italia, Brasil y EE.UU.
Editorial:PAIDÓS
Isbn: 9789501294651
Fragamentos del libro
Del capítulo Todo es según el color del cristal…
Una infección en un dedo puede ser considerada, según “desde dónde” se la contemple, como una enfermedad local o como un trastorno general (diabético, por ejemplo) que se manifiesta en un lugar. La enuresis infantil puede ser contemplada como la neurosis de un niño “que se hace pis en la cama”, o como una manifestación de los vínculos “enfermizos” de una familia. La realización de un delito puede ser contemplada como la degradación moral de una persona o como la manifestación de un trastorno “patológico” en el espíritu de una comunidad “social”. Ninguno de esos puntos de vista excluye a los demás, sino que, por el contrario, cuando se complementan aumentan nuestras posibilidades de influir sobre los hechos.
En la Edad Media, se consideraba que lavarse era lujuria y arrogancia y que los piojos eran “perlas de Dios”. Aún en la época de Shakespeare, se “cultivaba” la suciedad en el cuerpo. En el lujoso palacio de Versailles, no había toilettes. Se ignoraba, además, que en las epidemias el contagio podía ocurrir mediante portadores “sanos”. La comunidad civilizada, que hoy valora la higiene corporal, tiende a ignorar, sin embargo, que una grave enfermedad del espíritu, que afecta a nuestra época, se “contagia”, como se propaga una epidemia, a través de “portadores” (de pensamientos erróneos y conductas inmorales) que viven (con la suciedad en el alma) de un modo que, muchas veces y desde una apreciación superficial, se suele considerar “envidiable”.
Mientras miramos con el microscopio lo infinitamente pequeño, y con el telescopio lo infinitamente grande, nos sentimos en el centro de todo el universo. Desde allí, desde ese “centro”, que constituimos como “individuo” humano, vemos hacia un lado la enfermedad de un órgano, y hacia el otro la que sufre una persona “entera”, una familia o el espíritu de un pueblo, como entidades malsanas que, sin duda, se influyen entre sí, pero que son diferentes. Los desarrollos actuales de distintas disciplinas nos muestran, sin embargo, que todos esos procesos que, aunque aparentemente difieren, evolucionan juntos, pueden ser contemplados como distintos aspectos de un mismo y “único” trastorno.
Del capítulo La enfermedad de un órgano y de una persona
Entender mecanismos no es nuestro único modo de entrar en relación con los hechos e influir sobre ellos. Vivimos en un rico mundo de significación, un mundo semántico sin el cual nuestra vida carecería precisamente de lo que denominamos “sentido”. Dado que los síntomas que el enfermo relata provienen de sus sensaciones “somáticas”, que son subjetivas, es natural que todo médico encuentre, en su práctica clínica, que los síntomas expresan emociones que el paciente reprime. Pero no sólo los síntomas, sino también los signos de las enfermedades, que se perciben de manera objetiva, aunque a veces puedan explicarse como los efectos que una causa produce, pueden ser comprendidos como símbolos (o “gestos” expresivos inconscientes) que al mismo tiempo sustituyen y representan afectos que permanecen reprimidos.
Establecer la relación entre un efecto y su causa nos permite explicar “cómo” ha sucedido un accidente que ha producido, por ejemplo, la fractura de un brazo. Ubicarlo dentro de una serie de motivos (conscientes o inconscientes) que se dirigen hacia un fin nos permite comprender “por qué” y “prever” su repetición. Entre las alteraciones corporales hay algunas cuyo significado permanece cercano a la consciencia. El lenguaje popular reconoce, sin duda, vínculos como el que existe entre el miedo y la diarrea. Walter Alvarez señala (en Nerviosidad, indigestión y dolor) que Esopo, en sus fábulas, escribe que el lobo se asustó y defecó tres veces. De modo que, aunque no siempre es “tan fácil”, hay signos y síntomas que pueden ser comprendidos como la expresión de emociones cuya verdadera magnitud se reprime.
Del capítulo La enfermedad de una familia
Una vez comprendido que los restos perdurables del apego infantil que “florece” en la familia se extienden hacia otras relaciones que pueden llegar a adquirir una gran significancia en nuestra vida, podemos reconocer, en ese proceso, dos extremos de una serie que trascurre desde una actitud “recalentada” (que algunos apodan “familitis” o, a veces, “familismo”), que conduce a que, fuera del ámbito familiar, sólo se establezcan relaciones que son tibias o frías, hasta la que vemos en las personas intensamente volcadas hacia un mundo “social” cuyo atractivo substrae, de un modo excesivo, el afecto de lazos familiares que, muchas veces, ya nacieron débiles.
Entre quienes se ubican en este último extremo, podemos encontrar algunos que, intentando restablecer el abrigo que otorga una pertenencia, integran las denominadas tribus urbanas. Se autodesignan con nombres frecuentemente extravagantes y se asocian en “barras”, patotas o grupos que, si bien no siempre realizan actividades ilegales o dañinas, suelen discrepar con la cultura de la ciudad que habitan. Mencionemos, por fin (siempre en relación con el affectio societatis, que surge o se asocia con la amistad y la familiaridad), que en una cultura actual, que se caracteriza porque dentro de ella es cada vez más difícil el respeto de los derechos individuales, abunda la constitución de gremios, colegios profesionales, sindicatos, asociaciones patronales o de “protección al consumidor”, que se sustentan con el propósito, muchas veces ilusorio, de custodiar esos derechos.
Del capítulo La enfermedad de un pueblo
En la medida en que adquirimos una mayor consciencia de que nuestra vida se constituye indisolublemente entretejida con los seres con los cuales convivimos, nos damos cuenta de que los pensamientos que pueblan nuestra mente, y codeterminan nuestros sentimientos, forman parte del alma colectiva que constituye el espíritu que nos mancomuna. Podemos decir, entonces, que desde allí, desde ese espíritu que nos impregna, no sólo nos contagiamos pensamientos que contribuimos a difundir, sino también, y sobre todo, la convicción con la que sostenemos los que el consenso avala.
Luego de comprender que las enfermedades del cuerpo ocultan la historia, reprimida, de los trastornos en el alma que no hemos podidos resolver de otro modo, nos encontramos con el hecho de que los dramas que sufrimos en el alma pueden ser contemplados como una perturbación más extensa, radicada en el conjunto de almas que conviven conformando el espíritu de una existencia colectiva. Tal como lo expresamos en el comienzo de este libro, hoy no cultivamos la mortificación de la carne, sino que, por el contrario, concurrimos al gimnasio para obtener un cuerpo saludable. Pero solemos negar que aceptamos con demasiada naturalidad los productos de la envidia, los celos, la rivalidad y la culpa, sin adquirir consciencia de que vivimos contagiándonos −como sucede con los microbios que en una epidemia nos infectan− los pensamientos erróneos que derivan en los hábitos y los vicios del carácter que sostienen los sentimientos que constituyen la suciedad del alma.
Datos biográficos Dr. Luis Chiozza
Nació en Buenos Aires en 1930 y se graduó como médico en 1955. Fue Miembro Titular en función didáctica en la Asociación Psicoanalítica Argentina y Titular de la cátedra de Psicofisiología de la Universidad del Salvador de Buenos Aires. Fue Miembro fundador del Centro de Investigación en Psicoanálisis y Medicina Psicosomática.
Es Director del Centro Weizsaecker de Consulta Medica y del Instituto de Docencia e Investigación de la Fundación Luis Chiozza. Presidente Honorario del Istituto di Ricerca Psicosomatica-Psicoanalitica Arminda Aberastury de Perugia, Italia.
Miembro del Comité Asesor del International Journal of Neuropsychoanalysis (Karnac, London-New York) y del Analytic Psychotherapy and Psychopatology, publicado por la Clínica Psiquiátrica de la Universidad de Roma.
Miembro del Comité Promotor de Seminarios, en el Istituto di Psicologia, Facolta Medica, Università degli Studi di Milano, y Miembro del Comité Consultor Internacional de la Rivista della Società Italiana di Antropologia Medica.
En 1996 le fue otorgado el Premio Konex en Psicoanálisis.
En 2004 la Comuna de Génova le otorgó el "Grifo D’ Argento".
En 2009 la Universidad Nacional de Río Cuarto le otorgó al Dr Luis Chiozza el título de “Doctor Honoris Causa” en reconocimiento por sus desarrollos científicos y sus cualidades personales.
También en 2009 fue nombrado “Visitante Distinguido de la ciudad de Río Cuarto” por el Concejo Deliberante de Río Cuarto.
Ha publicado numerosos libros sobre los significados inconcientes de los trastornos orgánicos y sobre la técnica psicoanalítica en Argentina, España, Italia, Brasil y EE.UU.
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