La malaria sigue su escalada en la República Democrática del Congo
La enfermedad provoca estragos incluso en zonas que hasta ahora parecían a salvo del mosquito que la transmite
PAU MIRANDA (MSF) Tushunguti (RDC) 21 DIC 2015 - 05:31 ART
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Un padre llega por la mañana al modesto punto de salud de Tushunguti cargando en las espaldas a su hijo enfermo de 10 años. “Le hemos dicho que la malaria le ha provocado al niño una anemia severa, por lo que necesita una trasfusión urgente de sangre. Aquí no tenemos los medios necesarios y tiene que ir al hospital cuanto antes. Podemos ayudarlo a llegar a Minova, donde Médicos sin Fronteras (MSF) le puede dar atención gratuita, pero dice que no tiene fuerzas para caminar las cuatro horas necesarias para llegar a Lumbishi. Allí podríamos facilitarle una moto para llevarlo al hospital —seis horas de trayecto—, pero tiene miedo de que el niño muera por el camino”, me explica la doctora Inés González, médico del proyecto de MSF en el altiplano de Minova, en el este de la RDC. El padre, con rostro exhausto y casi resignado, carga de nuevo a su hijo y enfila la dura cuesta que lleva hasta otra aldea donde hay un centro de salud. Le quedan al menos dos horas de marcha y una vez allí deberá conseguir los al menos 30 dólares que no tiene para pagar la transfusión. Eso sin contar los medicamentos. “Me ha dicho que hará lo que sea, que buscará un trabajo para pagar el tratamiento”, añade la doctora con gesto también cansado tras días de trabajo casi sin parar para atender el alud de padres que llegan a todas horas con sus hijos enfermos de malaria. “Muchos padres llegan entrada la noche, cuando al volver del trabajo en el campo descubren que el niño arde de fiebre, o a veces vienen al amanecer, cuando se encuentran el cuadro al despertarse”, detalla la doctora.
En tres días en Tushunguti hemos visto un goteo incesante de decenas de casos que llegaban literalmente a cualquier hora. Esta remota aldea está enclavada en medio de la selva congolesa y solo hemos podido alcanzar el enclave tras una dura travesía de más de tres horas desde el último pueblo al que pueden llegar las motos. Esta aldea, como la mayoría del altiplano, se halla a salvo de la malaria porque está por encima de 2.000 metros de altitud, una cota demasiado alta como para que llegue el mosquito que transmite la maldita enfermedad. Pero un poco más abajo, varias aldeas cercanas (en distancia, no en horas de caminata) vieron hace unos meses como un brote de malaria las atacó con una fuerza inusitada y provocó la muerte de decenas de personas, más de 200 según algunas fuentes locales. Es la región de Ziralo.
Una reciente misión de exploración constató que la incidencia de paludismo en Ziralo sigue aún siendo extraordinariamente alta, aunque la mortalidad ha bajado gracias a que la comunidad está más sensibilizada sobre la necesidad de acudir a centros de salud y de seguir el tratamiento para la malaria. A pesar de ello, y para reducir el flujo de enfermos a Tushunguti, se van a establecer puestos avanzados de tratamiento en algunas aldeas con personal de MSF y fármacos para tratar a los que estén menos graves. Como medida adicional se negocia con las autoridades una distribución local de mosquiteras impregnadas con insecticidas. A pesar de ser una medida que se sabe muy efectiva y que protege durante años, el último reparto de mosquiteras en la zona fue en 2009, según los habitantes de las comunidades.
La comunidad huyó por miedo
La segunda caminata de horas en dos días nos lleva a Nyalugusha, en Ziralo. A lo lejos ya distinguimos un grupo de casas en lo alto de una montaña. Ese fue el epicentro de ese brote que aún no ha remitido y que en el momento de más gravedad provocó el pánico de los vecinos. Llegaron a creer que alguna fuerza sobrenatural los estaba matando. “Todo el mundo empezó a caer enfermo y muchos niños morían. Los síntomas eran mucho más fuertes que los que conocíamos de alguna vez anterior, así que muchos del pueblo pensaron que eran los demonios y abandonaron sus casas”, nos relata rodeada de varias vecinas Antoinette Kalimbiro, habitante de Nyalugusha. Muchos locales acudieron a los chamanes mientras el modesto puesto de salud no daba abasto. Una parte del pueblo quedó vacía porque los vecinos decidieron irse para esquivar a los presuntos demonios.
“Cuando llegamos vimos numerosas tumbas recientes y comprobamos que muchísima gente estaba enferma. En algunas aldeas casi todos los que se hicieron el test dieron positivo”, recuerda más tarde el doctor Innocent Kunywana, del equipo de emergencias de MSF en RDC que intervino el pasado mayo y atendió a más de un millar de personas en dos semanas, además de proveer de antimaláricos el precario puesto de salud. El equipo reforzó las actividades de información y comunicación orientadas a la comunidad para que entendiera que la malaria es una enfermedad con causas conocidas y que se puede tratar. Se logró que cientos de vecinos de la zona empezaran a llegar en masa al centro de salud de Tushunguti, gestionado con apoyo de MSF y el único que presta atención gratuita en la zona. Es habitual en contextos de falta de recursos como la RDC que las familias prefieran probar remedios tradicionales antes que pagar el tratamiento en un área llamada Ziralo, por lo que retrasan cualquier visita a la consulta, a veces con consecuencias fatales.
Nuevos factores se suman a las ya conocidas deficiencias del sistema de salud que alejan a la población de sencillas medidas de prevenciónAntes del actual brote, en el puesto de salud de Tushunguti se recibían pocos casos de malaria. “En la zona apenas estaban acostumbrados a esa enfermedad, y desde aldeas lejanas como Nyalugusha apenas llegaban pacientes, no estaban sensibilizados sobre la malaria y sus peligros”, prosigue el doctor Kunywana. La intervención de emergencia logró cambiar la dinámica y desde mayo el número de casos en el puesto de salud gestionado por MSF se ha disparado hasta llegar a casi 1.800 en julio, 60 veces más que en el mismo mes del año anterior. Más de la mitad de consultas que se realizan en el puesto de salud están ocasionadas aún por malaria.
Un problema añadido es que muchos puestos de salud no están equipados para ofrecer el tratamiento completo o adecuado, pero a menudo se resisten a derivar los casos a otro centro mejor preparado. “Así, muchos casos empeoran y son ya graves cuando nos llegan. El tratamiento de una malaria severa es mucho más complejo, a veces requiere transfusiones que solo se pueden hacer en contados centros de una zona en la que los larguísimo desplazamientos se tienen que hacer en su mayoría a pie”, tercia Rebecca Singer, referente médico del equipo de emergencias de MSF.
Entre las madres que durante lo peor del brote llevaron a sus hijos a Tushunguti estaba Severine Kashavu, que caminó más de tres horas con su pequeño Salomón, de ocho años, casi a cuestas porque la enfermedad lo había debilitado hasta el extremo. La vemos llegar a Tushunguti y pasar la noche en vela junto al pequeño con cara de preocupación. Varios de sus 10 hijos estaban también enfermos, pero escogió a uno de los menores porque es al que vio más débil. Días después, ya de vuelta en su casa y con mucho mejor ánimo, nos contó aliviada que Salomón había mejorado mucho gracias al tratamiento, igual que el resto de su prole.
Un brote atípico
La malaria suele atacar a los niños menores de cinco años, que tienen unas defensas menos desarrolladas y por tanto son más vulnerables para luchar contra el parásito que la provoca. Pero en el brote de Ziralo la mayoría de pacientes son niños mayores o incluso adultos. “La epidemiología nos dice que en zonas donde el paludismo es habitual los mayores de cinco años no caen enfermos tan a menudo, pero aquí hemos visto un porcentaje muy alto de pacientes más mayores”, explica la doctora González. “Los datos nos hacen pensar que o eran poblaciones que no habían estado en contacto con la malaria o ha habido cambios en el parásito. A veces, esto se da cuando hay grandes desplazamientos de población de una región a otra, pero este no es el caso”, añade. “Puede ser que haya más mosquitos. Quizás sea un cambio en el clima que ha extendido el hábitat del insecto”, sugiere por su parte Rebecca Singer.
Algunas de las causas de brotes como el de Ziralo no son del todo conocidas, pero no es un hecho aislado y ya se han realizado estudios sobre situaciones parecidas en otros lugares del planeta. Uno de ellos fue publicado el año pasado en la revista Science y, con base en análisis de patrones de calentamiento en zonas montañosas de Colombia y Etiopía en las últimas décadas, mostró una correlación entre el aumento de temperatura y la extensión de la malaria a zonas más elevadas. Eso podría explicar, en parte, brotes detectados como el de Ziralo, que en su parte más alta, por encima de los 2.000 metros, se halla fuera del alcance del mosquito transmisor de la enfermedad. MSF tiene entre sus líneas de investigación el análisis de posibles cambios en el hábitat del insecto.
La malaria suele atacar a menores de cinco años, que tienen las defensas menos desarrolladas. Pero en el brote de Ziralo la mayoría de pacientes son niños mayores o incluso adultosPero más allá del terreno de las hipótesis, hay causas constatables. “Esta es una zona húmeda y calurosa, ideal para el crecimiento de los mosquitos. Además, muchas aldeas tienen balsas artificiales de piscifactoría que son un hábitat ideal para el desarrollo de insectos, y plantan entre las casas palmeras de plátano que sirven como refugio ideal para el mosquito”, explica la doctora González. En efecto, vemos como en Nyalugusha hay una de esas balsas a menos de 500 metros de las casas y plataneros por todo el lugar.
“Además, en Ziralo encontramos los problemas de siempre: la falta de atención sanitaria, la distancia a los centros de salud adecuados y cierta falta de conocimiento sobre lo que es la enfermedad y cómo tratarla”, lamenta el doctor Kunywana. “La malaria es muy fácil de prevenir y de abordar, sobre todo si se hace al inicio de la enfermedad. Nos encontramos que los medicamentos quedaban fuera del alcance de gran parte de la población; que, además, no confiaba en el sistema. La gente estaba muriendo en sus casas”, tercia su colega Rebecca Singer.
El equipo de emergencias de Singer y Kunywana tuvo que afrontar las enormes dificultades de desplegarse en una zona de muy difícil acceso. “Necesitamos una treintena de motos y decenas de porteadores. Hacen falta muchos recursos, coordinación y voluntad para llegar, y otros agentes sanitarios no siempre las tienen, así que muchos centros de salud apenas tienen nada dentro de las cuatro paredes”, denuncia Singer.
El caso de Ziralo, más allá de sus características atípicas en cuanto a la localización, no es único en este país. “También trabajamos en zonas más bajas, de malaria endémica, y estamos constatando un incremento de casos en todo el país. Hay regiones en las que casi no había casos y ahora se registran miles al mes. Puede tener que ver simplemente con la falta de prevención, de algo tan sencillo como la distribución de mosquiteras impregnadas, que sabemos que funciona”, nos dice Singer. A menudo se trata de zonas remotas, en los que la población tiene muy difícil acceso a centros de salud preparados mientras que los puestos de salud locales carecen de medios materiales y humanos adecuados para el tratamiento.
Los datos del último informe sobre la malaria de la Organización Mundial de la Salud muestran una tendencia creciente en el número de pacientes y muertes por malaria en RDC, donde casi un 15 % de la población y más de un 30 % de los niños han sufrido malaria, según el mismo estudio. El año pasado los equipos de MSF trataron a casi medio millón de personas por malaria en la RDC. Pero no es suficiente. Un reciente informe coordinado por la Universidad de Oxford estima que este año morirán 438.000 personas por malaria en el mundo, el 80% de ellas en África subsahariana.
Pau Miranda es responsable de Comunicación de Médicos Sin Fronteras para la República Democrática del Congo
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