domingo, 12 de julio de 2015

La microbiota que nos habita - Investigación y Desarrollo

La microbiota que nos habita - Investigación y Desarrollo







LA MICROBIOTA QUE NOS HABITA

EL .
Nuestro cuerpo es mucho más que genes. Somos también los miles de bacterias que habitan en nuestro organismo y su genoma multiplica por cien el material genético de nuestras células. A estos huéspedes o microbios pegados en nuestra piel y mucosas no les sale gratis el alojamiento, sino que trabajan todos los alimentos que digerimos asimilándolos en forma de moléculas para ayudar al metabolismo de las vitaminas, azúcares, colesterol o ácidos biliares.
Gracias a las técnicas de la genómica, el estudio de la microbiota podría ser un nuevo paso hacia la medicina personalizada, de forma que si se logra descifrar su funcionamiento podrían prevenirse futuras enfermedades asociadas a las alteraciones de nuestras bacterias.
Para entender la microbiota, primero hay que despojarse de viejos prejuicios. Su imagen se asocia a los patógenos o gérmenes desde que investigadores del siglo XIX identificaran algunos microorganismos como vehículos de enfermedades infecciosas. Décadas después, el concepto pasó a considerarse como una carga innecesaria de bichos en nuestro interior.
“En las facultades de Medicina de los años setenta, las bacterias se entendían como unos comensales que se aprovechaban de nosotros o que ensuciaban, pero no molestaban”, recuerda Francisco Guarner, jefe de sección de servicio de aparato digestivo del Hospital Vall d’Hebron de Barcelona.
¿Mejor cuanto más sucios?
Los experimentos con animales completamente libres de bacterias, o germ-free, significaron un punto de inflexión a finales del siglo XX al comprobarse que la ausencia de microbiota se traducía en problemas en el crecimiento, en los sistemas inmune y endocrino y en el funcionamiento del cerebro y tubo digestivo. “Entendimos que estar libre de bacterias es peor, porque con los alimentos que comemos elaboran sustancias que nos sirven como nutrientes que no habíamos ingerido”, explica Guarner.
“Con las nuevas técnicas hemos descubierto de repente una variedad de microorganismos que desconocíamos, por eso debemos reconsiderar todos los axiomas establecidos hasta ahora. Por ejemplo, no podíamos sospechar que la dermis tuviera tanta variedad bacteriana, de forma que hay más diferencias entre la piel de detrás de la oreja y de la ingle que entre los microbiomas del desierto del Sáhara y del Polo Norte”, apunta Daniel Ramón, director científico de la compañía biotecnológica Biopolis, de Valencia.
El intestino como segundo cerebro
En el ecosistema del intestino grueso habitan entre 500 y mil especies de bacterias. En el colon, una de las residencias preferidas por estos huéspedes que actúa como una cámara a 37 grados con movimientos lentos, todo lo que hemos digerido se mantiene entre uno y dos días, no solo para que los microorganismos se pongan las botas, sino para que se active nuestro sistema inmune modulando la tolerancia o defensa frente a los agentes externos.
Pero las funciones que mayor interés despiertan tienen que ver con la obesidad o la conducta. En 2013 un grupo de la Escuela de Medicina de la Universidad de Washington demostró que las bacterias transmiten el fenotipo (rasgos particulares heredados). Se escogieron a gemelos humanos de los que uno era delgado y otro obeso, y se transplantaron sus excreciones a ratones libres de bacterias. Los investigadores observaron que los roedores que engordaban eran los receptores de la microbiota del gemelo de mayor peso, mostrando que la flora intestinal puede ser clave entre la delgadez y la obesidad.
Los miles de microorganismos que viven en nosotros podrían tener la llave de la medicina personalizada si se logra descifrar la asociación entre enfermedad y los cambios de nuestras bacterias
Cuando las preocupaciones y el estrés atacan a nuestros nervios, la digestión se resiente. La explicación reside en el eje que conecta el sistema nervioso con el aparato gastrointestinal, gut-brain axis, que actúa como un segundo cerebro, de forma que los cambios de la microbiota intestinal pueden influir en los circuitos neuronales, en la percepción del dolor o la ansiedad.
Como ese eje actúa bidireccionalmente, el estrés psicológico puede alterar funciones y percepciones gastrointestinales (retortijones) mientras que las sensaciones del aparato digestivo pueden afectar a las emociones y la conducta (una comida que pone de buen humor). Aunque se pensaba que la conducta estaba ligada a la especie, una investigación de la Universidad McMaster de Hamilton, en Canadá, ha demostrado que el comportamiento depende también de las bacterias de cada especie.
El estudio, de 2013, midió con dos razas distintas de ratones el tiempo que les costaba decidirse a saltar desde una plataforma: la raza rápida tardaba 20 segundos y la lenta varios minutos. A esta última, se le injertó microbiota intestinal de la raza rápida y los ratones lentos empezaron a acelerar su ritmo.
La limpieza, enemiga de nuestra microbiota
¿Quién no ha sentido que su energía baja al tomar un antibiótico? Esa falta de fuerza se debe a la acción antibacteriana del medicamento, que elimina patógenos y a la vez un buen número de bacterias amigas para nuestro organismo. Pero, tras ese síndrome de depresión metabólica, la microbiota puede llegar a recuperarse por sí misma.
“Pensamos que existen reservorios (conjunto de organismos vivos) en zonas como el íleon, próximo al apéndice, que restauran la microbiota. Pero todavía no sabemos a qué nivel intervienen la microbiota interna y la externa que recibimos en la dieta”, explica Andrés Moya, catedrático de Genética de la Universidad de Valencia e investigador de la Unidad Mixta de Investigación en Genómica y Salud de la Fundación para el Fomento de la Investigación Sanitaria y Biomédica de la Comunidad Valenciana (FISABIO).
Además del consumo de antibióticos, la pérdida de diversidad bacteriana se vincula a la aparición cada vez más frecuente de alergias como resultado del exceso de higiene. En Suecia, un estudio ha analizado los factores ambientales que influyen en las alergias infantiles al polen de abedul.
Investigadores de la unidad de Neumología Pediátrica del Queen Silvia Children’s Hospital de Gotemburgo han observado que en las casas donde hay lavaplatos el riesgo de que los niños sufran alergias es mayor. La clave reside en la temperatura del agua, de 65ºen el lavavajillas frente a 30 grados en el fregadero, eliminando bacterias buenas para la diversidad microbiana.
“También han demostrado que los niños que consumen bacterias vivas gracias al yogur, chucrut o pepino fermentados ayudan a instruir mejor a su sistema inmune para evitar el error de identificar al polen como enemigo, el mecanismo por el que se produce la alergia”, explica Guarner, coordinador español del Proyecto Internacional del Microbioma Humano, un consorcio internacional que tiene el reto de analizar el catálogo de más de 10 millones genes que hay en el intestino humano, tras analizar a individuos de América, China y Europa.
Uno de los ecosistemas donde mejor puede observarse la estrecha relación entre factores ambientales y el equilibrio de la microbiota es el órgano genital femenino. La acidez de la vagina, similar a la del yogur, la convierte en un territorio inhóspito para los patógenos. Pero factores como la elevada frecuencia de las relaciones sexuales o las duchas vaginales de agua caliente y jabones íntimos neutralizan su pH eliminando las colonias de lactobacilos, el escudo bacteriano contra la invasión de microorganismos indeseables.
“Los lactobacilos son muy sensibles también al tabaco, las penicilinas o los antitumorales. Pero, dada la proximidad de orificios, los patógenos más importantes causantes de infecciones se refieren a bacterias que en el intestino son buenas pero cuando pasan a la vagina resultan patógenas”, señala Evaristo Suárez, catedrático de Microbiología de la Universidad de Oviedo.
Una vía hacia la medicina personalizada
La microbiota no solo cambia por la alimentación o los hábitos. Debido a su plasticidad y dependencia del hábitat, las bacterias también evolucionan con la edad. “Los niños todavía no tienen establecida su microbiota. La del bebé es muy distinta de la del adulto, pero no sabemos por qué cambia. Tampoco podemos definir qué es una microbiota normal o sana, porque es muy heterogénea según cada persona.
Por eso, el concepto de salud podría estar ahora en cuestionamiento”, indica Moya, cuyo equipo espera trabajar en cooperación con otros grupos de investigación para hallar alteraciones de la microbiota asociadas a patologías como la artritis reumatoide, la colitis por la bacteria clostridium, la obesidad, diabetes tipo 2, insuficiencia cardíaca, bronquitis crónica, fibrosis quística, sida, lupus o epilepsia.
Al igual que el ADN, cada persona tiene una composición bacteriana personal. Un reciente estudio de la Escuela T.H. Chan de Salud Pública de la Universidad de Harvard, publicado en la revista Proceedings of the National Academy of Science, indica que las comunidades microbianas podrían identificarnos al igual que lo hace la huella digital, demostrando que es posible usar secuencias de ADN de los microbios residentes en nuestro cuerpo sin requerir ADN humano.
“Si nuestro modo de vida no cambia con el tiempo esto podría funcionar, de lo contrario algunas de esas huellas desaparecerían. Nuestra microbiota cambia día a día, por lo que se necesitará tiempo para identificar qué bacterias son exclusivas de cada persona”, apunta el bioinformático Francisco Codoñer, director de Lifesequencing, la primera empresa española en secuenciación genómica que, desde 2012, lleva analizadas más de ocho mil secuencias de microbioma.
Lo más fascinante son las posibles asociaciones entre muchas patologías y los cambios en nuestros microorganismos. Pero la incógnita está en descifrar si son la causa o la consecuencia de una enfermedad. “Si se lograse entender llegaríamos a la medicina personalizada, porque la misma composición bacteriana tiene efectos totalmente distintos en cada persona. Dentro de 20 años se podrá seguir a partir de los perfiles individuales de microbiota para prevenir patologías”, vaticina Codoñer.
Fuente: El País / Kristin Suleng

No hay comentarios:

Publicar un comentario