sábado, 22 de octubre de 2016

Los avances en neurociencias hacen emerger las cuestiones de neuroética - DiarioMedico.com

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XXVIII JORNADAS TÉCNICAS DEL INSTITUTO GUTTMANN

Los avances en neurociencias hacen emerger las cuestiones de neuroética

El papel de la neurociencia para determinar los límites de la autonomía de la persona, en especial de la que sufre una discapacidad grave, así como la actividad cerebral ligada a la conciencia o las bases cerebrales de la moralidad, han sido los protagonistas de las XXVIII Jornadas Técnicas del Instituto Guttmann, celebradas en Barcelona.
Antoni Mixoy. Barcelona   |  20/10/2016 16:31
 
 

Molly Crockett, Kathinka Evers.
Molly Crockett, investigadora de la Unidad de Neurociencia y Moral de la Universidad de Oxford y Kathinka Evers, profesora de Filosofía de la Mente y del Cerebro de la Universidad de Upsala. (Jaume Cosialls)
Fundamentados en buena medida en las técnicas de neuroimagen, los avances en neurociencias y su aplicación clínica han hecho aflorar elementos a debate de la neuroética. Enmarcado dentro de la bioética, este nuevo campo de estudio -se dio a conocer en un congreso en San Francisco en 2002- es el punto de encuentro entre las neurociencias y cuestiones de dimensión filosófica, ética y social como el yo, la conciencia o la autonomía personal.
En las XXVIII Jornadas Técnicas del Instituto Guttmann, celebradas en Barcelona esta semana, se debatió el papel de la neurociencia para determinar los límites de la autonomía de la persona, en especial de la que sufre una discapacidad grave. Para ello, en una sesión moderada por la experta en bioética Victòria Camps, contaron como conferenciantes con dos referentes de la neuroética actual: la sueca Kathinka Evers, que se refirió a los trastornos de la conciencia, y la británica Molly Crockett, que abordó las bases cerebrales de la moralidad.
Inmersa en el Proyecto Cerebro Humano (HBP, en sus siglas en inglés), Evers, profesora de Filosofía de la Mente y del Cerebro de la Universidad de Upsala, destaca que los avances en neuroimagen "han permitido medir y evaluar la actividad cerebral ligada a la conciencia, e incluso valorar sus contenidos". Así, la RM funcional se sirve de parámetros de actividad como marcadores de niveles de conciencia en pacientes con patología cognitiva grave, diferenciando entre los que sufren un síndrome de vigilia sin respuesta (SVSR) -lo que antes se conocía como estado vegetativo- y un estado de mínima conciencia (EMC).
En la SVSR, en principio, la actividad cerebral se limita a áreas corticales primarias desconectadas funcionalmente de áreas de nivel superior necesarias para la conciencia. Sin embargo, un estudio publicado en Science (Owen y cols, 2006) mostró que una paciente con criterios clínicos de SVSR retenía la capacidad de responder a órdenes verbales. Esta conciencia residual, que no se puede objetivar de manera convencional, demuestra que "todavía existe" una respuesta cortical a estímulos táctiles, visuales o auditivos, "que además aumenta cuando son ejecutados por familiares o amigos".
Para Evers, esta conciencia residual "puede servir para que los pacientes comuniquen sus pensamientos al exterior", pero también comporta "el imperativo ético de revisar el tipo de asistencia que reciben".
Bases cerebrales de la moralidad
En su investigación sobre los elementos esenciales de la identidad de la persona, Molly Crockett, investigadora de la Unidad de Neurociencia y Moral de la Universidad de Oxford, preguntaron a familiares de pacientes con Alzheimer o demencia frontotemporal (DFT) -que comporta trastornos que afectan a su sentido de la moral- sobre si reconocían todavía a la misma persona. Descubrieron que los que habían perdido la memoria se parecían más a sí mismos que los que padecían DFT, "lo que nos indica que la moral es esencial para definir la identidad".
"Pero la moralidad no es algo fijo y continuo, sino que es elástica" y cambia, por ejemplo, al alterar la química cerebral mediante fármacos. En un estudio, ante un dilema moral clásico -en una situación de riesgo vital, sacrificar o no la vida de una persona para poder salvar la de varias-, un 40 por ciento de los que recibieron placebo se decantaron por ese sacrificio (el defendido por la escuela de filosofía moral utilitarista, frente a la deontológica kantiana), pero bajó al 13 por ciento al recibir citalopram, un antidepresivo ISRS.
Pero no sólo la serotonina interfiere en el juicio moral de lo que está bien o mal. En otros trabajos, en los que emplearon recompensas económicas y descargas eléctricas no dañinas pero desagradables, observaron que la gente está dispuesta a ganar menos dinero para no infligir daño al proismo (al prójimo), pero que ese comportamiento varía al interferir en la dopamina. "Al administrar levodopa desaparece el altruismo, pero se potencia si lo que damos es citalopram", señala.
¿Podría hipotetizarse, entonces, con una píldora de la moral? "No es el caso. No hay ningún sistema cerebral dedicado en exclusiva al control de la moralidad, y la serotonina y la dopamina cumplen múltiples funciones. El intento de alterar la moralidad con un fármaco sería como matar moscas a cañonazos", zanja Crockett.
Estas Jornadas Técnicas del Guttmann se completaron con dos mesas redondas sobre empoderamiento y autonomía personal en individuos con alteraciones cognitivas y/o conductuales, y la preservación de la autonomía desde la perspectiva de las entidades prestadoras de servicios.

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