Las despedidas, los cierres, las fiestas… pareciera que diciembre es mucho más que el último mes del calendario. Por eso, dos especialistas del equipo de Salud Mental del Hospital nos cuentan cuáles son las alternativas para atravesar las fiestas de la mejor forma, sin caer en el tan conocido “Burn Out”. Hacia fin de año nos corre a todos el tiempo y comienza una tormentosa cuenta regresiva en el marco de la cual pareciera que tenemos que cumplir con cientos de compromisos, actividades, encuentros celebraciones y trámites que si no realizamos antes del 31 de diciembre, no sabemos cuál será nuestro destino el 1 de enero.
Desde 1582 rige el calendario Gregoriano, dado que fue el Papa Gregorio XIII quien determinó que a partir del 1 de enero comenzaría un año nuevo. Sin embargo, hasta hace 4 siglos el año nuevo comenzaba el 21 de marzo, en coincidencia con el equinoccio de primavera boreal.
Por otro lado, por ejemplo, los judíos festejan año nuevo en una fecha variable entre septiembre y octubre, los chinos hacen lo propio cuando se forma la primera luna nueva en el signo de Acuario, es decir entre fines de enero y mediados de febrero, y los musulmanes lo reciben en su mes de Muharram, que puede caer en cualquier mes gregoriano. Por eso, los astrólogos dicen que el año nuevo es personal y que empieza y se renueva el día del cumpleaños.
Entonces, si son tantos los criterios que se ponen en juego para fijar cuándo empieza o termina el año, ¿qué es lo que hace que entremos en pánico cuando se acercan los dos últimos meses del calendario Gregoriano?
Ocurre que la velocidad por el cierre del año no hace más que disparar una vertiginosa carrera que desata en todos y cada uno de nosotros ansiedad. Y así, es cada vez más frecuente recibir invitaciones para festejar y encontrarse a celebrar el fin de año a partir del mes de septiembre, ¿septiembre?; ¿no será demasiado exagerada esta ambición por empezar antes, para terminar primero?
Los últimos estudios al respecto de este antiquísimo síntoma hablan del síndrome de “burnout”, cuya traducción más literal es “cerebro quemado”.
Si bien los especialistas circunscriben el síndrome al ámbito laboral, y lo describen como el resultante al que se ve expuesto un empleado cuando se encuentra frente a altos niveles de estrés, carga de trabajo excesiva, falta de formación para desempeñar las tereas, etc., lo cierto es que no es difícil trazar un paralelismo entre lo que sucede con el “burnout laboral” y el “burnout de fin de año”, este último desencadenado por las reglas de un sistema social, que no deja de exponernos a iguales exigencias y pautas cuasi imposibles de cumplir como las de un jefe u organización que no considera las capacidades y limitaciones de sus empleados.
Así, este estrés crónico puede provocar sentimientos de agotamiento, baja autoestima, poca realización personal, permanente nerviosismo, dificultad en la concentración y concreción de logros, conductas o respuestas agresivas, dolor de cabeza y taquicardia entre otros.
Pero, ¿cómo y qué podemos hacer para no vernos atrapados por el “burnout gregoriano”, porque el año está por terminar?
Algunas pautas sencillas están relacionadas a lo que se aconseja desde lo médico-clínico frente a las altas exigencias, subjetivas u objetivas, a las que se reacciona con ansiedad.
Entre éstas se cuentan disminuir el monto de la carga, porque esto aliviana el síntoma.
No podemos estar presentes en todos los eventos, no podemos encontrarnos con todos los que quisimos ver durante 12 meses en 2 semanas, no podemos acostarnos tarde, modificar nuestros hábitos de alimentación y descanso, y continuar al mismo tiempo con las tareas cotidianas sin que esto traiga secuelas sobre nuestro ánimo y físico.
Entonces, el cierre del año debería ser un motivo de celebración por las metas alcanzadas y los objetivos cumplidos, así como también el punto de partida para desarrollar nuevos proyectos y soñar nuevos deseos. Sin embargo, esta tarea requiere de tiempo de reflexión más que de respuestas de ejecución.
Por eso, una buena alternativa es acercarnos a la famosa frase, “menos es más”, ya que de nada nos sirve llegar agotados porque todo termina el 31 de diciembre. ¿Todo?, ¿qué es todo?, ¿no habrá acaso un primero de enero? Claro que sí.
Nada termina a fin de año, porque son solo sistemas organizativos que cambian según las culturas y los tiempos.
Y no debemos olvidar que también nos corre un reloj comercial del cual todos somos víctimas, y respecto al cual hay muchas quejas, aunque nos dejemos atrapar.
No hace falta que nos llenemos de compras, de agasajos, de despedidas. Al menos no en 15 o 20 días: se puede festejar, se puede evaluar, se puede agasajar y celebrar durante todos los días del año. ¡Es bueno saberlo y mejor aún practicarlo!
Así como el médico recomienda a su paciente que se relaje, que no se exija, que no pretenda vivir una vida ideal que lo llena de frustraciones para que vea cómo puede transitar de la manera más saludable sus realidades, así deberíamos hacer con este fantasioso cierre de fin de año.
Lo más sano es disminuir nuestras exigencias para estar con la gente que queremos en los días festivos de nuestra cultura y religión, con el objetivo de celebrar la vida y los afectos que van mucho más allá del fin de un calendario.
Contacto:
*Dr.
Marcos SuffritiJefe de servicio de Psiquiatría
Hospital Universitario Austral
msuffrit@cas.austral.edu.ar *Lic. Inés Maidana
Psicóloga
Integrante del servicio de Salud Mental
Hospital Universitario Austral
inemaidana@yahoo.com.ar
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