José María Ordovás
Diariomedico.com
ESPAÑA
A CORAZÓN ABIERTO
El investigador solitario que integra grupos
En ciencia es importante la calidad, la honestidad y poner cuidado en lo que se hace. Él ha debido de poner mucho, porque ha llegado a lo más alto en la nutrigenómica, disciplina a la que muy pocos se atreven a entrar y en la que José María Ordovás ha triunfado. Procura hacer agradable la vida a los demás y quiere que los grupos españoles entren en los consorcios internacionales, porque es la única forma de avanzar.
Clara Simón Vázquez - Martes, 1 de Septiembre de 2009 - Actualizado a las 00:00h.
llaves conceptuales:
1. "Grande Covián fue el que realmente me indicó cómo tenía que hacer ciencia, no sólo desde la técnica sino también desde las humanidades"
2. "Llegué a Boston, al MIT, totalmente pardillo y sin idea de inglés; sólo lo leía. Fueron tiempos muy duros"
3. "Cruzando una vez a la semana el Atlántico es difícil mantener un estilo de vida mediterráneo"
¿Cuándo empezó su interés por la investigación?
-Antes de empezar Químicas. En el instituto pasé una época complicada desde el punto de vista de la salud y cuando me recuperé había que poner en marcha un laboratorio de prácticas en mi colegio de Zaragoza. Como estaba desarmado en otras actividades, pensé dedicarme al laboratorio, y su aroma me capturó.
¿Le enganchó?
-Sí, mire dónde estoy. Lo pusimos en marcha junto con estudiantes de Químicas y yo empecé a dar clases prácticas a mis compañeros.
¿Empezó ahí su vertiente docente?
-No, me sirvió para hacer casi todas las prácticas de la facultad. Ese aroma especial me cautivó.
¿A qué huele un laboratorio?
-No lo sé, a cerrado. Es como cuando te gustan los libros y entras en una biblioteca; sientes algo especial.
¿Quién le hizo dirigirse hacia la investigación?
-Tomás Millán, un profesor de mi colegio. Fue el que realmente me hizo ver con más agrado la Química.
¿Qué recuerda de su paso por la facultad?
-Los años de la facultad fueron estupendos, no sabíamos lo que nos perdíamos. Pero metíamos horas. Ya en los últimos años mi maestro y referente fue Paco Grande [Francisco Grande Covián].
¿Cuándo le conoció?
-Al final de la carrera; él volvía de Estados Unidos para afincarse en Zaragoza y montar el laboratorio de Bioquímica. Entonces me lo ofreció.
¿Tenía buen curriculum?
-Sí, y además se creó un entendimiento muy agradable.
¿Hubo química?
-Sí, inicialmente no había pensado continuar en el mundo académico, pero cuando vi más allá de la Química, la Bioquímica, realmente fue cuando quise seguir en la línea que me marcó. Además, me arrastró su personalidad. El hecho de ser una persona afable, comunicativa, era algo que a mí me entusiasmó.
¿Le considera su maestro?
-Totalmente. Fue mi maestro, luego mi mentor y el que realmente me indicó cómo tenía que hacer ciencia, no sólo desde el punto de vista técnico sino también desde el humanístico.
Desde que le conoció, ¿qué pasos ha seguido?
-En aquella época la investigación en España no estaba con el mismo desarrollo que ahora, y de mutuo acuerdo llegamos a la conclusión de que la salida era irme a Estados Unidos.
¿De qué año hablamos?
-De 1982. Había lo que se llamaba becas de las bases; una especie de intercambio entre Estados Unidos y España, que por el hecho de tener las bases militares aquí nos daba un dinero para estudiar allí.
¿Dónde fue? ¿Quién tomó la decisión?
-Fui a Boston y la decisión fue de Grande Covián, porque tenía un buen amigo que me acogió en su laboratorio: Felix Munro, un escocés con un gran humor, que trabajaba en el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT). Al poco de llegar le hicieron director de un nuevo centro dedicado a la investigación en nutrición, dependiente del Departamento de Agricultura de Estados Unidos.
¿Llega siempre en el momento adecuado?
-Pues cuando llegué Munro estaba a caballo entre el MIT y el nuevo centro, donde sólo había unas paredes, con lo cual volví a empezar de cero. Además, llegué allí totalmente pardillo, sin idea de inglés.
¿No sabía nada de inglés?
-Leer; por lo que fueron tiempos muy duros, ya que enfrentarse a un mundo nuevo fue difícil.
¿Cuál fue su mayor problema?
-Que el laboratorio es solitario. Para aprender idiomas no es el lugar más propicio ni adecuado. Estás allí con tus cacharros y les hablas en el idioma que quieres. También era un momento en el que el laboratorio estaba en formación y había poca gente.
¿Se fue solo?
-No, estaba casado y mi mujer se vino conmigo.
¿Qué es lo que más le preocupaba?
-Producir, sobre todo cuando empiezas algo desde cero. Como demostré que podía hacer algo, una vez que se terminó la beca, reenganché.
¿A la genética?
-No, entonces no existía. Lo que hice con Grande Covián fue metabolismo de lipoproteínas. Cuando llegué a Estados Unidos Munro también estaba interesado en esta línea. Pero en su centro me encontré con otro investigador que se dedicaba a lipoproteínas. Nos dimos cuenta de que hablábamos el mismo lenguaje.
" La pasión de mi hijo José Manuel es la inmunología y quiere hacer investigación en este campo. Mi hija aún tiene 16 años y no sé qué hará"
¿Quién era?
-En una reunión de la American Heart Association (AHA) vi que un griego ponía rayas en unas diapositivas y hablaba de genes, sobre todo de enfermedades cardiovasculares. Así fue como pasé a trabajar con Sotirios Karathanasis.
¿Dónde se fue?
-A Harvard. Empecé con polimorfismos y genética. Trabajaba de día en el nuevo centro y por la noche en el otro lado. Fue el encauzamiento a la nueva dirección.
Agotador, ¿no?
-Sí.
¿Cuánto tiempo estuvo así?
-Un par de años muy interesantes. Parte del día trabajaba en un laboratorio de genética y la otra en un instituto de nutrición. Empezamos a darnos cuenta de que en los estudios genéticos unas veces salía una cosa y otras veces la contraria, con lo cual era desesperante. Pero empezamos a ver la relación entre las dos disciplinas.
¿Cuándo fue eso?
-En el 87, más o menos.
¿Fue cuando se empezó a hablar de nutrigenómica?
-Sí.
¿Tuvo más seguidores o detractores?
-Bueno, la verdad es que me dejaron hacer y procuro llevarme bien con todo el mundo.
Cuando formó su propio grupo, ¿qué buscó?
-A mí los tamaños no me importan, me interesa que la gente vaya a trabajar bien, a hacer lo que le gusta. Procuras rodearte de gente que se mueve por sus propios intereses dentro de un grupo. En ciencia es importante la calidad, la honestidad, poner cuidado en lo que se hace. Si consideras que es tuyo, pones más cuidado.
Si el trabajo del laboratorio es individual, ¿cómo se integra en un grupo?
-Es algo que ha evolucionado con los años. Era algo diferente hace 20 años. El esfuerzo y las horas que tenías que dedicar para obtener resultados es lo que ahora puedes hacer en un rato. El tiempo de producción es menor, con lo cual tienes más tiempo para analizar, contrastar.
¿Qué tiene que hacer un investigador para triunfar?
-Olvidarse de ser una isla. Para generar información importante, para avanzar, la única forma es a través de consorcios. Necesitas grandes grupos. Queremos dos objetivos: que la ciencia avance de una forma sólida y no equívoca, con lo cual hemos pasado de la tienda de la esquina familiar a un gran almacén. Es la única manera de conseguir objetivos.
En ese gran almacén, ¿dónde se encuentra su laboratorio?
-En ninguna zona específica; cada uno tiene sus responsabilidades. Nosotros somos en esos macrocomplejos el club del gourmet; la nutrigenómica somos la tienda especializada.
Pero, ¿pueden llegar a todo el mundo?
-Bueno, estás dentro del complejo, del macromundo de la genética, pero ocupando un nicho particular y privado, donde los genetistas no se atreven a meterse, porque la nutrición es dura, y los nutricionistas tampoco.
¿Quién se atreve a entrar?
-Relativamente poca gente y hay bastantes colegas en el campo, pero no se han incorporado a esos consorcios e intentan avanzar por su cuenta, algo que es peligroso.
¿Cómo les puede convencer para unirse a los consorcios?
-Muy sencillo: ofreciendo algo. Eso depende de tu personalidad. ¿Quieres formar parte de algo que realmente hará avanzar a la ciencia o quieres seguir siendo prima donna de otra cosa?
¿Qué requisitos son necesarios para entrar en su equipo?
-Buena voluntad.
¿Consigue atraer científicos?
-Sí, tengo esa suerte. Usted conoce la cantidad de investigadores españoles que han pasado por ahí y que ahora trabajan muy bien aquí y se han incorporado a esos equipos internacionales.
¿Es fundamental salir fuera para investigar?
-Hay que estar expuesto a lo que pasa en el exterior; siempre se coge algo. Además, ayuda a desmitificar y, como decimos en Aragón, "en todos los sitios cuecen habas".
¿La investigación unifica?
-Debería hacerlo, y en muchos casos lo hace.
¿Los españoles siguen teniendo complejos?
-Para ser sincero, uno de los principales problemas que aún tenemos los españoles es el idioma. Muchos de mis colegas son totalmente brillantes, más que yo, muchísimo más, pero cuando están en un medio anglófono tienen problemas.
Serán profesionales mayores...
-No, estamos hablando de gente entre los 30 y los 40, que tienen ese temor a hacer el ridículo.
Usted, ¿cómo consiguió su fluently?
-Pues llega un momento en el que piensas que no vas a pasar ni por inglés ni por americano, con lo cual cuanto antes pase, mejor. Yo soy de Zaragoza, me doy a entender y entiendo lo que dicen los otros.
¿Podría haber desarrollado la misma carrera en España?
-No, porque no había las mismas posibilidades. No existía ni cercanía ni masa crítica. Lamentablemente en estos momentos ni siquiera la hay; no hay epidemiólogos genéticos. Y eso es preocupante.
¿Por qué?
-Porque en ese campo hemos perdido el tren.
¿Se puede recuperar?
-Lo intentamos, pero es complicado. La genética se compone de grandes estudios y consorcios, porque se ha producido una fusión. Están Gran Bretaña, Estados Unidos, Islandia. En estos estudios que se han hecho de fusionar trabajos, todos estos países han entrado a formar parte de la orquesta actual. El hecho de no haber estado ya y tener historia afectará a nuestra presencia en el mundo de la gran genética humana.
¿Cómo es la relación entre los genetistas y los clínicos?
-Necesaria. La concienciación existe. Pero España cuenta con buenos embajadores científicos...-Precisamente una de las cosas que he hecho es incorporar grupos españoles a esos proyectos.
¿Es costoso integrar a los grupos españoles?
-Sí, porque no hay algo realmente evidente que se pueda vender, entonces hay que meter a la gente en el estudio.
¿Sus hijos son americanos o españoles?
-Americanos y españoles; ya me ocupo yo de que sea así, sobre todo españoles.
¿Alguno ha seguido sus pasos?
-La pasión de José Manuel Ordovás es la inmunología y quiere hacer investigación en inmunología. Acaba de venir de Londres y en los veranos está en Harvard, donde yo me entrené en Genética. Pero la carrera la está haciendo en la Universidad de Tuffs, en Boston, donde estoy yo. Mi otra hija tiene aún 16 años y es pronto para decidir a qué se dedicará.
¿Ha sido difícil mantener ser español?
-Sí, porque allí, aunque dicen que gusta la diversidad, lo que se busca es integrarse. Yo, como buen aragonés, he sido muy cabezón en eso.
¿Se mueve más por el corazón o por el cerebro?
-Te mueves más por el corazón, por el instinto, que por el cerebro. Vamos a dejar que el destino actúe.
¿Le ha jugado alguna mala pasada?
-Si ha sido así, tengo una memoria selectiva. Me quedo con lo positivo, con lo cual no me acuerdo.
¿Es una persona positiva?
-Intento serlo. Total, vivimos cuatro días, y hay que hacerlo de la mejor forma posible. Intento hacer la vida agradable a los que tengo a mi alrededor.
Pues será un bicho raro en la sociedad americana...
-Totalmente. A mi don Paco me transmitió eso y es lo que yo intento pasar a la gente que tengo conmigo: procurar hacer el bien, ser afable y no hacer la vida más difícil de lo que ya es. Mi mayor inspiración fue Paco Grande, es el que cambió mi vida y mi forma de entenderla. A veces, cuando estoy dando una charla y lo muestro en mis presentaciones no puedo continuar, me emociono; para mí fue la persona que cambió mi vida.
¿Qué tal come?
-Estamos perdiendo el disfrute de comer alimentos para ingerir nutrientes. Eso ha sido un gran fallo de la nutrición.
¿Se podrá volver a comer alimentos?
-No lo sé; se ha dado esta situación, en parte, porque pensamos que fuera se hacen mejor las cosas.
¿Qué tipo de vida ha llevado: mediterránea o anglosajona?
-Procuro la mediterránea, pero en casa de herrero, cuchillo de palo.
¿El destino le traerá a España?
-No hago planes, pero sí le puedo decir que no me gustaría morirme en el extranjero.
En casa de herrero...
Hay que volver a disfrutar del placer de una buena comida, de todo lo que implica sentarse alrededor de una mesa rodeado de amigos, familiares y gente con la que compartir, no sólo los alimentos, sino los buenos ratos. Esto es lo que echa de menos José María Ordovás, que se lamenta de no tener tiempo para disfrutar de estas pequeñas cosas.
Sin tiempo para vivir
Cómo se siente uno es tan importante como lo que hace. José María Ordovás se siente un poco cansado, satisfecho de dónde ha llegado, pero también se lamenta de haber perdido cosas por el camino y no haber dedicado algo más de tiempo al ocio. Le encanta la velocidad, los deportes de aventura y sentir que descarga adrenalina. Para estos ratos aventureros tiene un compañero: su hijo, con quien comparte sus aficiones.
El no disponer de tiempo para, como él dice, "vivir" se debe, en parte, a que no sabe delegar, "aunque me gustaría hacerlo". Zaragozano hasta la médula, ha intentado inculcar a su gente lo que recibió de Francisco Grande Covián, a quien considera más que un padre. Aunque ha dejado que el destino actúe en su vida, ha sabido estar en el lugar adecuado en el momento justo, "pero también he tenido que chupar rueda y trabajar mañana, tarde y noche". Y si bien no le gusta demasiado el título que le ha otorgado la prensa, es el padre de la nutrigenómica.
The Color of Space | The Series – Black Women Astronauts
Hace 56 minutos
No hay comentarios:
Publicar un comentario