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Fumar marihuana de forma crónica podría alterar el cerebro, sugiere un estudio
Pero la reducción observada en los escáneres cerebrales no tiene un impacto sobre el funcionamiento, afirman unos expertos a favor de la marihuana
Traducido del inglés: martes, 11 de noviembre, 2014LUNES, 10 de noviembre de 2014 (HealthDay News) -- El uso de marihuana a largo plazo parece alterar el cerebro de una persona, haciendo que una región asociada con la adicción se encoja y obligando al resto del cerebro a trabajar en sobretiempo para compensarlo, informa un estudio reciente.
Unas IRM revelaron que las personas que usan marihuana durante años tienen una corteza orbitofrontal más pequeña de lo usual. La corteza orbitofrontal es una región en los lóbulos frontales del cerebro que tiene que ver con la toma de decisiones y con la evaluación de las recompensas o castigos anticipados por una acción, señaló la autora del estudio, Francesca Filbey, del Centro de Salud del Cerebro de la Universidad de Texas, en Dallas.
Esos usuarios regulares y a largo plazo de la droga también experimentaban una mayor conectividad entre regiones del cerebro en comparación con los no usuarios, ya que el cerebro renueva sus conexiones para compensar por el encogimiento de los lóbulos frontales, añadió Filbey, directora de Investigación sobre la Neurociencia Cognitiva de los Trastornos de la Adicción.
"Los cambios en la conectividad podrían considerarse como una forma de compensar la reducción en el volumen", comentó. "Esto podría explicar por qué parece que a los usuarios crónicos les va bien, aunque una región importante de su cerebro es más pequeña en términos de volumen".
Los defensores de la marihuana cuestionaron la utilidad del estudio, al anotar que los investigadores no vincularon los cambios en el cerebro con ninguna diferencia en la actividad cotidiana.
"Los investigadores de este estudio no evaluaron si alguna de estas diferencias tiene una asociación positiva con algún resultado adverso medible en el rendimiento, por ejemplo en el rendimiento cognitivo [mental] o en la calidad de vida", comentó Paul Armentano, subdirector de la Organización Nacional para la Reforma de la Leyes sobre la Marihuana (NORML, por su sigla en inglés), una institución sin fines de lucro.
"Quizá esos usuarios de cannabis funcionan en sus vidas diarias de una forma que es indistinguible de los controles, y si es así estas diferencias en las imágenes tienen poca, o ninguna, significación en la vida real", dijo Armentano.
El estudio aparece en la edición del 10 de noviembre de la revista Proceedings of the National Academy of Sciences.
El movimiento a nivel estatal por legalizar la marihuana en Estados Unidos ha arrojado una atención creciente sobre la seguridad de la droga. Los votantes de Oregón y Washington, D.C., legalizaron hace poco las ventas y la posesión de marihuana, siguiendo los pasos de los votos sobre la legalización el año pasado en Washington y Colorado.
Para su investigación, el equipo de Texas estudió a 48 usuarios adultos de marihuana, comparando sus escáneres cerebrales con los de 62 no usuarios. En promedio, los usuarios de marihuana del estudio consumían la droga tres veces al día, y la habían utilizado durante más o menos una década.
Los cambios en la corteza orbitofrontal en los usuarios de marihuana quizá sucedan como resultado de que el cerebro reduzca sus receptores de THC, el agente psicoactivo de la planta de marihuana, dijo Filbey.
"Cuanto más THC entra en el sistema, el cerebro responde reduciendo el número de receptores", comentó.
Los investigadores también encontraron que los cerebros de los usuarios de marihuana, en comparación con los no usuarios, parecían tener una mayor integridad estructural y que las distintas áreas del cerebro parecían activarse y responder con una mayor sincronización.
Pero esa mayor conectividad no pareció durar a largo plazo.
"Los aumentos en la conectividad tras el inicio del uso comienza a reducirse tras seis a ocho años", apuntó Filbey. "No se trata de que el aumento en la conectividad cerebral exista y persista así durante sus vidas o durante el periodo de uso".
Lo más perturbador para Filbey fue el hecho de que esos cambios fueran más pronunciados en las personas que comenzaron a usar marihuana a una edad más temprana.
"Nuestra edad más temprana de inicio fue de 14 años, y la diferencia entre los 14 y las personas que comenzaron a usarla más tarde, en la veintena, fue realmente llamativa en términos del grado", dijo Filbey. "Esos cambios parecen ser mucho más significativos cuanto antes se comience a usar marihuana, y el uso en la adolescencia temprana conduce a unos cambios mayores".
Pero los investigadores no pudieron obtener una correlación entre algún déficit en el coeficiente intelectual (CI) y las regiones encogidas del cerebro.
"El hecho de que tengamos que hurgar tanto para encontrar algo, cualquier cosa, que haya pasado en los cerebros de los usuarios probablemente sea lo más revelador de todo el estudio", comentó Mitch Earleywine, presidente de NORML y profesor de psicología de la Universidad Estatal de Nueva York, en Albany. "Los usuarios de cannabis a largo plazo no parecen mostrar déficits cognitivos genuinos a pesar de esas anomalías menores en la estructura del cerebro".
El Dr. Scott Krakower, jefe asistente de la unidad de psiquiatría del Hospital Zucker Hillside en Glen Oaks, Nueva York, dijo que el estudio amplía las "evidencias que respaldan la idea de que la marihuana podría ser nociva para los humanos, sobre todo el consumo a largo plazo".
Estudios anteriores han mostrado que la marihuana puede afectar al CI, la motivación y la capacidad de planificar o tomar decisiones, dijo Krakower, y es probable que esos efectos se hagan más pronunciados a medida que unas formas más nuevas de marihuana con unos niveles más altos de THC lleguen al mercado.
"Nuestros cuerpos son muy resistentes, pero no podrán aguantar la exposición acumulada a largo plazo", añadió Krakower.
Artículo por HealthDay, traducido por Hispanicare
FUENTES: Francesca Filbey, Ph.D., director, cognitive neuroscience research in addictive disorders, Center for BrainHealth, and associate professor, School of Behavioral and Brain Sciences, University of Texas at Dallas; Paul Armentano, deputy director, NORML; Mitch Earleywine, Ph.D., professor of psychology, State University of New York at Albany, and chairman of NORML; Scott Krakower, D.O., assistant unit chief of psychiatry, Zucker Hillside Hospital, Glen Oaks, N.Y.; Nov. 10, 2014, Proceedings of the National Academy of Sciences
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